Principio del año 2022, 1 de enero, no había cosa más fea que pasar año nuevo,con toda la familia separada, unos aislados por un lado y otros por otro lado. Llego la hora del brindis y las lágrimas caían y no brindamos por un año nuevo mejor,pedimos para que se acabe la maldita pandemia.
Pedimos por una vacuna que nos salve,pedimos para que no murieran más personas. Y al día de hoy Miércoles 2 de noviembre por fin podemos decir de acabó la pandemia, se acabó el covid. Y volvimos a la normalidad,a juntarnos con nuestros familiares a estar todos juntos, aprovechemos que ahora se puede y disfrutemos la vida.
La experiencia con el covid fue terrible, ya que el aislamiento nos afectó de forma negativa porque no podíamos ver a nuestros amigos, seres queridos, familiares y poder hacer una vida normal.
También tuvimos que adaptarnos a la experiencia virtual con el estudio, nos costó al principio, pero pudimos aprender más de la tecnología y tener experiencias nuevas.
En el ámbito familiar también aprendimos a ser más compañeros con el otro, ayudar más con la casa, no tratarnos mal y ser más comprensivo con los demás ya que no todos la estaban pasando de la mejorar manera. Nos enseño a apreciar todos los pequeños momentos y lo importante que es poder sentir a las personas, un abrazo, una caricia.
¡ESE VIRUS ACA NO LLEGA!!
RECUERDO VOLVER A CLASES EL EN FEBRERO DEL 2020 Y COMENZAR A DEBATIR LOS TEMAS MAS IMPORTANTES PARA COMENZAR A TRABAJAR CON NUESTROS ALUMNOS ADULTOS. SENTADAS EN RONDA CON MIS COMPAÑERAS EL DIRECTIVO NOS PROPUSO TRABAJAR CON EL CUIDADO, PREVENCION, SINTOMAS, ETC., DEL DENGUE QUE VENIA AZOTANDO A LA COMUNIDAD.
EN UN MOMENTO LE DIJE QUE TAMBIEN DEBERIAMOS TOMAR EN CUENTA COMENZAR A TRABAJAR SOBRE EL COVID-19, ME MIRO Y ME DIJO: – ¡ESO ACÁ NO VA A LLEGAR!. DOS SEMANAS DESPUÉS ESTÁBAMOS CONFINADOS EN NUESTROS HOGARES. HOY EN ESTE SEPTIEMBRE DEL 2021 SIGO ESPERANDO VOLVER A DAR CLASES.
Amargo trago de cerveza
Eran fines de febrero y, increíblemente hacia frio y yo había salido a tomar cerveza con compañeros del gimnasio. Comentario va, comentario viene, surgió el tema de un virus que estaba matando enormes cantidades de personas en pauses muy lejanos a Argentina, el cual todavía (por suerte) no nos afectaba.
Todo era risas hasta que no tuve mejor idea que decirle, a unos de mis compañeros que es medico, “ahhh dale, vos decís que es para preocuparse tanto ??”, el por mala suerte se dejo de reir, me miro y me dijo “si, solo es cuestión de tiempo”
Y ese tiempo paso. Y ya no hubo más gimnasio. Ni cervezas. Ni juntadas con amigos, porque si había algo de qué preocuparse.
Apaga la radio
En la mañana calurosa del 28 de enero me encontraba en un taxi saliendo desde el aeropuerto de Puerto Iguazú, a 1764 km de Pigüé, mi ciudad.
El calor y la humedad no daban tregua dentro del auto y el taxista se empecinaba en conversar , impidiendo que me concentre para mirar el increíble paisaje. De repente de lo único que hablaba era de una sopa de murciélagos que habían tomado unos chinos y que estaba provocando una enfermedad. Le pedí que cambiemos de tema, que no me interesaba hablar de eso. De “eso” es -casi- lo único que hablamos hace mas de un año.
El lado C de la Pandemia.
La conferencia acababa de terminar, el concierto se había clausurado. Cuarentena decretada, cuatrimestre perdido.
¿Cuánto más durara esto? ¿Cuánto falta para que se termine? ¿Cómo podremos sobrellevarlo?
Confusión. Comprensión. Conspiración. Caos. Crisis.
La curiosidad nos recorría el cuerpo. Los días comenzaron a correr en el calendario.
Mas de una vez el cerebro nos jugó en contra, el carácter podía variar, la conducta también. Quedarte en casa, eso comunicaban los medios. Comer en la cama se volvió constante, y ser creativos era la única opción. Colaborar era lo único que debíamos comprometernos a cumplir. Conservar la calma. Había que continuar.
La virtualidad se volvió nuestra nueva comunicación. Las cámaras de nuestras computadoras fueron clave para transmitir desde cursos hasta el cariño a nuestros corazones.
El clima no era muy convincente, conflicto constante. Los comercios y las clases, cerrados hasta nuevo aviso. Compartir un mate, también.
Caminar era una buena opción en la ciudad, aunque las calles, desiertas. Los colectivos, sin embargo, colapsados. Al igual que las camillas en las clínicas.
Las campañas de concientización y corroborar información científica fueron clave. Comunicaron más que la Canosa en su canal consumiendo dióxido de cloro (coherencia, por favor).
Cambiar nuestra cotidianeidad no fue nada complaciente. La curva subía. Los contagios no cesaban. Continuar en este ciclo era condenarnos. La carga hacia el personal de salud era catastrófica. El “clap, clap” de cada noche no era suficiente.
Conforme pasaron los meses, fuimos construyendo una nueva
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Año 2 de la pandemia, aislamiento de cumpleaños
En vísperas de mi cumpleaños número 30 cuando miles de personas de amontonaron en supermercados y otros comercios para comprar alimentos, artículos de higiene personal y papel higiénico, mucho papel higiénico; nunca entenderé esa manía de comprar papel higiénico cuando anuncian aislamiento, pero no es mi tarea juzgar a nadie, ya lo dice el dicho, cada cual hace de su c*** ….
La anécdota es básicamente eso, en plena segunda ola de covid 19 en la argentina con casos diarios que superan los 35000, las vacunas que no alcanzan, las corporaciones farmacéuticas que no liberan las patentes, la incertidumbre vuelve a ganar terreno y, ahora en un ratito, al llegar las 0 hs del 22 de mayo comienzan los 9 días de aislamiento estricto decretados por el gobierno nacional y mi cumpleaños número 30.
Gracias SARS-CoV-2 por hacer de mi cumpleaños N°30 único, y espero irrepetible.
Pandemia - Piloto
Eran los primeros días de Marzo y los planteos sobre el aislamiento resonaban cada vez más fuerte.
3 de marzo, Adrogué, zona sur. Estaba cursando y desde temprano se hablaba sobre el primer caso en el país, por televisión, twitter, o algún WhatsApp. La tarde transcurrió como todas; aburrida, tomando apuntes entre mate y mate, esperando salir para comer algo y llegar a casa.
Eran casi las 9 p.m. y los directivos de la universidad no sabían que decir o que protocolo seguir. El aire se había vuelto más sucio y pesado, como si respiraras a través un caño de escape, acompañado de la paranoia que se gestaba de a poco.
En ese aula magna, tranquilamente se podría haber grabado el capitulo piloto de “El Colapso” en una sola toma.
Un día común a eso de las 10, ya estaba arriba del tren llegando a Temperley, pero ese miércoles se hizo eterno.
Salimos cerca de las 10:30 y sin saberlo, no pisamos ese lugar nunca más.
Algarrobo
Estaba próxima la hora del examen, misteriosamente y para asombro de nadie los nervios no existían demasiado, se había retrasado ya 5 meses… quizá por los aires secos y la temperatura elevada de una ciudad chaqueña como lo es Resistencia en esta época del año y un ritmo de vida espeso sin llegar a ser disconfortante, no estaba al tanto de lo incisivo de ese evento. Mirando en retrospectiva desde mi actual formación (continua y sin fin aparente) de futuro pediatra, no existe una explicación clara de lo bien que me fue en contraste de lo que esperaba de mí. Mis disculpas al lector por divagar, suelo hacerlo bastante seguido, algo que no creo cambiar por recomendación de mi alma. Un día cualquiera estas en Banfield o La Paternal leyendo y por impulsos con explicación solo inconsciente repentinamente estas con Mabel, maestra de secundaria y activista Qom[1] o con don Santos, que por una ambulancia que nunca vino terminé conociendo a toda su familia bajo el atardecer a mil kilómetros de mi cama. Las decisiones muchas veces te llevan a lugares mágicos, por cuestiones de búsqueda me llevaron un rato (o eternamente) al Barrio Mapic, más precisamente a su Centro de Salud. Más terrenal, más real, más empapado de tensiones y vicisitudes, para que junto con tres colegas de fierro “diéramos una mano” con los casos en aumento de algo nuevo y poco conocido en un barrio Qom dejado
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Los cuentos librados al mundo
Cuando iniciamos el aislamiento, la incertidumbre sobre qué hacer con el tiempo, desde hace años rigoreado por el reloj con el consecuente estrés, me invitó a repensar el uso de las horas incorporando tiempos para el disfrute del hogar. Mi casa-dormitorio compartida con una amiga desde hacía 7 años, de pronto se convirtió en mi cobijo. Mi protección ante el “mal aire” que invisible pasaba por la vereda y yo le sacaba la lengua. Conciente de la fortuna de ser empleada del Estado y cobrar mes a mes mi salario, suerte que no corría para quienes me traían la verdura, el pan, los huevos y todo lo que podían ofrecerme para sobrevivir (a elles no les saqué la lengua: compré todo lo que me ofrecían aunque no lo necesitara).
Mi amiga querida, de repente se convirtió en un soporte insoportable y necesario para sobrevivir. Veníamos compartiendo sólo unos almuerzos de fines de semana ocasionales. Y de golpe: era mi conviviente con sus cosas hermosas y sus horribluras (sospecho que ella tuvo que tragarse más de un sapo también). Y la conocí al fin.
Al poco tiempo, empecé a pensar en les niñes de mis amigues, sobrines, vecines… Pensé en lo terriblemente duro que debía ser transitar la vida entre pocas paredes sin opción siquiera de salir a caminar. Pensé en mi ex-cuñado que estuvo preso por un tiempo, a quien entonces, le envié unos cuentos por correo postal. Pensé
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Todo en uno y uno en todo.
Una pandemia no es el mejor hogar para una persona ansiosa. Pensándolo bien, es el lugar perfecto.
Para alguien -que no soy yo- cuya hiperactividad me eyecta hacia todas las actividades y proyectos que mi cuerpo sin fragmentarse puede hacer, el aislamiento fue una suerte de rienda suelta.
Si a las cuarenta horas semanales de su trabajo de oficina en casa -en permanente expansión- le sumamos las horas de su trabajo docente -que no se expanden pero se multiplican- y mis horas de estudiante -no te alcanzó con hacer un posgrado; te pareció el momento ideal para retomar la segunda carrera que habías colgado- Este sujeto tiene, entonces, unas seis mil horas semanales destinadas a mis obligaciones.
Y entonces empiezo a sentir que tanta exposición a las pantallas te está haciendo mal a la vista, y vas al consultorio en horario laboral porque podes hacer los trámites de la oficina desde el celular y leer para las clases del martes, jueves y viernes mientras viajás para allá, porque podes estar en todos lados a la vez.
Y cuando quiere contar cómo fue su año pandémico, ya no sabés con qué pronombres escribir.
El diario en la ventana.
Dicen los que saben del tema, que el proceso ese de guardar información en el cerebro se ve bastante favorecido en el contexto o la cercanía de algún evento novedoso. Es ese momento de sorpresa que nos estimula y ayuda a obtener más y mejor información de lo que nos rodea. Calculo que habrá sido una buena ventaja para ese homínido que veía acercarse lenta pero inexorablemente al depredador con las fauces abiertas, babeante y con el tenedor en la pata. Así seguramente recordamos más detalles del momento en que nos dejó nuestra pareja, pero no tanto del día previo. Y, casi seguro, que seguro seguro, tenemos más recuerdos del 11 de septiembre de 2001, que del 14. Hasta acá todo piola. Pero… ¿Qué pasa si un día una crisis mundial sin precedentes te obliga a estar encerrado durante muchos meses? Muchos meses de muchos días y muchas horas sin novedades. Donde todos los días se parecían peligrosamente al anterior y no había casi ningún indicio de que el día siguiente fuera a diferir siquiera un poco.
Y uno de esos días, la primera semana, nos perdimos. Lo primero fue perdernos en los días de la semana. Todos los días fueron una especie de lunes eterno. Para muchos fue un domingo eterno, pero digo lunes porque trabajábamos constantemente para pasar el rato. Y ese pasar el rato terminó siendo una continuidad a la cual rápidamente le perdimos el
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Encuentros inesperados
Mí historia no tiene un contenido extraordinario, o al menos no mayor que la surrealidad de la pandemia en sí misma.
Encontré, cómo si fuera por arte de magia, un truco, que aunque el mago no revela sus secretos me parece que vale la pena compartir.
Este truco me permitió escapar, al menos por unas horas, de la realidad que nos oprimía, nos asustaba, nos condenaba. Me permitió escapar de aquella incertidumbre con la que yo, señorita que creía que todo podía estar bajo su control, tuvo que aprender a vivir.
Escape de la realidad escribiendo un mundo de fantasías. Escape de la pandemia a través de las teclas de la computadora y la tinta de mí lapicera. ¿Quien hubiese dicho que solo necesitaba un poco de imaginación?
No era todo color de rosas, ni mucho menos. En el medio mí padre estuvo gravemente enfermo y me tuve que encargar de sus cuidados, un cáncer de pulmón en pandemia no es tarea fácil.
Sin embargo, por las palabras yo me idee un mundo al que me podía transportar cuando sentía que en la realidad nos habíamos quedado atrapados, sin salida.
Ese mundo que termino transformado en una novela y unos cuantos escritos. Y yo terminé descubriendo una pasión que por mucho tiempo estuvo sepultada.
Puede que al final, ni todo es tan malo ni tan bueno y quizás los grises existen.
La casa de los zapatos
Hace semanas que aparecen zapatos afuera de la casa. La primera vez que los encontré estaba sola. Había vuelto de correr -otra de las tantas cosas cosas que antes del 2020 me parecían imposibles- y los vi al lado del paredón. Estaban prolijamente acomodados uno al lado del otro, debajo de la bolsa de basura que colgaba del clavito, y encima de ellos había lo que parecía ser un cabezal o cepillo de aspiradora. Me extrañó no reconocer los zapatos que deberían ser número 40, con diseño de “hombre”, la típica ojota de dos tiras gruesas inmensas del abuelo. Sabía que de mi papá no eran. Por el contrario, el cepillo de aspiradora, cómodamente reposando sobre las ojotas, no me extrañó. Es el tipo de artículos de limpieza cuidadosamente respetados que habitan en mi casa, que podrían -para mi rareza- tranquilamente ser donados en buen estado por mi familia. Entré a casa y pregunté, por las dudas, si las habían sacado en algun intento darles una segunda vida. Me dijeron que no, y que los dejara donde estaban. No había dudas de que se encontraban en nuestro “sector de recolección de residuos”, abajo del tímido clavo que vigila en lo alto la casa. Somos “los de la esquina”, en un barrio de veredas de césped de Tandil, y no quedan dudas de que hay alguien que se acercó hasta la esquina, chocandose entre los árboles de hojas
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70/30 como el Fernet
Pasamos la cuarentena dos de mis hermanos, padre (este último paciente de riesgo) y yo. A padre lo cuidamos mucho y prácticamente no salió más desde marzo, excepto para algún trámite impostergable y presencial. Todos los que salíamos por trabajo o víveres extremamos las medidas de cuidado y él se encargaba siempre de preparar el alcohol para sanitizar manos y demás superficies. Los primeros días de la pandemia, como soy bióloga, aportaba información que me parecía relevante para evitar que padre reenvíe cadenas de WhatsApp falsas, explicar cómo preparar el alcohol al 70%, cómo actúan los virus, cómo funcionan las vacunas y todo aquello que nos sirviera para no caer en la paranoia. Sé que no siempre me prestan atención y muchas veces la intensidad me ganaba y me terminaban callando al grito de “¡Pará un poco ñoña!”. Una mañana de enero 2021 mi padre me dice…”¿Sabés lo que escuche hoy en la radio? Que para preparar alcohol al 70 % a partir de alcohol al 96% se hace con 7 partes de alcohol y 3 de agua! Yo lo preparaba al revés, como el fernet 70/30, hacía 3 de alcohol 7 de agua! Jajajaja.” Llegamos invictos de Covid al 2021 de pura suerte.
Bombachas voladoras
Valija, DNI, celular, billetera, barbijo, todo listo para ir de vacaciones en medio de una pandemia. !Ah, la dramamine! La única solución para mi cinetosis (sentirse para el traste (? cada vez que subís a un medio de transporte). Me tomo una dosis y salgo para Ezeiza, pero quien me hacía el favor de llevarme, lo hizo como 6 horas antes, a la una de la mañana. Llego, sin haberme mareado en el camino, pero con más sueño que después de un plato de ravioles un lunes al mediodía. Ningún asiento para echarme, mi única opción era comprarme un café de aeropuerto de 1 millón de dólares para despertarme un poco y sentarme en la cafetería un rato. Por lo menos estaba rico, pido un brownie para acompañar y pongo una playlist de Spotify de fondo. Logro despertarme un poquito y comienzo a leer un libro que me llevé. Leo un capítulo pero empiezo a cabecear, ¡Maldita dramamine y su efecto sedativo! Aún me quedaban un par de horas infinitas de espera para embarcar y no quería dormirme ahí sentada. Finalmente llegó mi salvación, lo único que logró despertarme y hacer de esa espera una anécdota futura para contar.
De repente, una bombacha voladora cae al lado de mi pie. Desconcertada miro hacia la derecha, y una señora de más de 60 años revolvía su valija con desesperación buscando alguna cosa importante (quiero creer). En ese proceso de búsqueda,
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O Pato
Él, marplatense. Yo de La Plata. Por obvias razones la pandemia nos separó. Primero física y luego sentimentalmente. “La pandemia” digo, lo que pasó era inevitable, pero formulado así, suena menos fuerte. La pandemia como chivo expiatorio de un amor que iba a terminar.
Vivimos una relación a distancia como pudimos. Siempre nos caracterizó el sentido del humor y la ternura. Nos llenamos de recursos para no extrañarnos tanto. Yo creo que antes de separarnos para vivir la cuarentena en distintas ciudades, ya sabíamos que no ibamos a poder. Pero lo último que se pierde es la esperanza, así que igual lo intentamos.
Una noche, me manda una canción que él sabía que iba a generar una determinada reacción tierna de mi parte que siempre supo cómo disparar. La canción decia “O pato”, y me la cantó con una voz especial.
Al otro día aparecieron en la pileta, por primera y única vez (en los 15 años que hace que habito este hogar), dos patos. Apoyados, nadando, en casa.
Esa casualidad me llenó de alegria y al mismo tiempo me rompió el corazón. La ternura que compartíamos en esa relación nos salvó y nos refugió en lo que fue vivir un momento histórico, insólito y devastador para ambos.
Hoy en día estamos separados, pero tengo la seguridad de que esa ternura (ahora transformada y resignificada un poco a la fuerza) cada uno la conserva, por su lado. ¿Bastará
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Mi habitación. Mi mundo.
En 2020, un día de marzo que nunca me interesó recordar, la OMG declaró que nos encontrábamos en pandemia.
Poco después comenzaron a ser suspendidas las clases en los distintos niveles educativos. En mi Universidad, inicialmente se suspendió por 72hs, luego por una semana, luego por quince días, luego…
Mi vida estudiantil se caracterizó por viajar 260km para llegar a cursar, todas las semanas. Es por esto que inicialmente disfruté la virtualidad de las clases: cama, mate, pijama, micrófono y cámara apagada, y mis rápidos dedos que escribían a la par de lo que explicaba el profesor. Me sentía en “mi salsa”, aunque al poco tiempo la cama comenzó a sentirse incómoda y el pijama, deprimente. Me vestí, me senté en el pequeño escritorio que tenía en la pieza, y continué mi rutina de estudio y de cursada.
Llegué a sentir tantas cosas, sentada en una misma silla, durante meses… frío, calor, hambre, tristeza, angustia, desesperación, placer, sueño, aburrimiento, diversión, ansiedad, curiosidad, ganas de que “todo esto se termine”…
Allí sentada, conversé con compañeros, profesores, lloré más de cien veces, reí también… extrañé mucho los mates de las 8hs en la facu, de ese compañero desconocido que por el simple hecho de sentarse al lado te ofrecía compartir algo suyo… y que para mi, era un acto de amor.
Mi habitación, lugar de descanso, se convirtió también en el espacio donde cursaba, donde rendía exámenes, donde me sentaba
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El trabajo de mis sueños
Luego de dos largos años viviendo en México, decidí volver a Argentina a celebrar mis 30 años con un mega evento. A los pocos meses de la vuelta (febrero 2020) consigo mi trabajo soñado: viajar con todo pago! Soy licenciada en turismo, asi que pude entrar en una operadora mayorista super grande, quien me iba a entrenar durante 3 meses para poder ser su representante en todas las ferias y eventos alrededor del mundo. Primer destino: Feria internacional del turismo en Alemania, Abril 2020.
Lo que paso después ya es historia conocida, no solo se cancelaron los eventos, si no que todos los pasajeros que tenia la empresa cancelaron o reprogramaron sus viajes. Mi mega fiesta de cumpleaños se convirtió en una videollamada con amigas, y los planes de pasar el 2020 en un avión cambiaron rotundamente. Ahora me la paso en casa, frente a la compu con trabajo administrativo (aburrido!), y la valija llorando desolada en el fondo del placard.
Bebé delivery de barbijos
Para la mayoría de las personas, incluyéndome, la palabra barbijo quizás nos recuerda lo interminable y triste de esta pandemia, además de derretirnos la cara cada vez que salimos con este calor infernal de enero. Pero para mi sobrina de 2 añitos, barbijo es sinónimo de alegría y diversión. Cansada de estar encerrada casi todo el año, ahora con sus tíos de visitas, aprendió que cada vez que la llevábamos a la plaza a jugar o a tomar helados, siempre buscábamos cada uno su barbijo, renegando y diciendo” ¡¡uh, el barbijo!!”. Con el correr de los días, ella se transformó en un una especie de bebé delivery de barbijos a cualquier hora del día, con la intención de ir a los juegos o a tomar helados. La felicidad y emoción cada vez que buscaba y repartía los barbijos específicos de cada uno de la de la familia, no me la olvidaré jamás. Además de que su forma de pronunciar “babijosh” es lo más tierno que escuché toda esta pandemia. Ahora, ya lejos de mi sobri, cada vez que me pongo un barbijo, además de cuidarme y cuidar a los demás, sonrío debajo de tres capas de tela recordándola.
No más milanesas
Hace dos años que trabajo en el hospital público de la ciudad en la que vivo, que siendo un dato no menor, es el único sistema de salud que tenemos disponible. El día lunes 9 de marzo del 2020 me avisan que me cambian de puesto, pasaba a ser la secretaria general del nosocomio, haciendo mi gran debut en el puesto con la llegada de la pandemia. A mediados de Agosto, mi provincia estaba de color rojo en el mapa de Alberto, en ROJO.
Una mediodía llega a mi escritorio una chica con su hijo de 5 años, ambos covid positivos pero ya con los días de aislamiento cumplidos. La madre me hace varias consultas, la derivo con el equipo de epidemiología mientras que Valentín, el niño, queda bajo mi compañía. Cuando evacua todas las consultas, ella vuelve a buscar a su hijo. Me despido de ellxs diciendo “-Chau Valen, ojalá almuerces algo rico”. El nene, que hasta el momento había sido de lo más simpático y elocuente me respondió “-Estoy reprodrido de comer cosas ricas y nada tiene gusto. Mamá: no hagas más milanesas, son una perdida de tiempo. Hoy comemos arroz con queso”. La madre, yo y todxs lxs pacientes que estábamos ese mediodía no pudimos parar de reír por un largo rato. La carcajada no sé si fue por gracia o por empatía con la bronca del niño. Nos vimos reflejadxs, Valentín fuimos todxs.
El virus-muro de Berlín
Durante el mes de octubre de 2020, la primera ola de la epidemia ya había mermado en el Área Metropolitana (donde vivo). El patógeno parecía estar “en busca de una vida más tranquila” y se había “mudado” al interior (donde vive mi padre) y estaban en auge las “repúblicas separatistas” (provincias y municipios dentro de la Argentina que improvisaban aduanas y controles sanitarios, sin declarar su independencia para no perder su cuota de coparticipación ;)) En eso, surgió la necesidad de hacerle llegar una documentación a mi primo, que vive en la misma ciudad que mi papá. Así que lo llamo para contarle que iríamos (con mi marido) un fin de semana x, con todos los recaudos del caso. Terrible mi nivel de bronca al ver que mi viejo, sin decirlo en claro español, me dio a entender que no nos quería recibir, ¡soy su hijo! y no conforme con eso, era mucho más probable que yo me trajera el “bicho” a que yo se lo llevara a él. Ya hacía 7 meses que parecíamos haber quedado uno a cada lado del muro de Berlín. Cambio de planes.
Menos de dos semanas después, empecé a cranear otra alternativa: “voy solo, en moto, lo visito a mi primo, vuelvo en el día y que mi viejo ni se entere”. Sabía que había un control en el acceso a la ciudad donde solo dejaban pasar, sin imponer una cuarentena, a
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Bidimensional
Esta foto no es de hoy, pero podría tranquilamente serlo, si total lo único que diferencia la monotonía de los días es el clima. Y a veces ni eso alcanza, ¿o acaso alguien puede decirme con certeza cómo estuvo el tiempo en los últimos siete días? Igual no importa, porque yo no lo sé y no podría verificar si están en lo cierto o no.
“Ese que va ahí es fulanito?” Me preguntó mi hermano. “Eh, no creo, no andaría con esos borcegos” le respondí. Intentamos reconocer a los rostros conocidos pese a los tapabocas, pese a la distancia. Queremos adivinar los rasgos que esconden las telas (algunas mas discretas que otras) y achinamos los ojos para que se nos haga finita la mirada, que es como se ve mejor, todo el mundo lo sabe.
La mayoría de la gente con la que hablo me dice que está agobiada, que la cuarentena les chupó la energía. En realidad lo que nos pasa es que tenemos un exceso de nosotres mismes. No es sólo no vernos las caras en directo, es que perdimos dos de los cinco sentidos de golpe: el tacto y el olfato. La pérdida del tacto era hasta necesaria, “no toques nada y si tocás pasate alcohol”. Las manos, ásperas y agrietadas, ya no se reconfortan en otra mano, en otra piel. Hasta las mascotas ajenas nos da miedo acariciar.
Todo el día estamos expuestos a las
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Llego la promo 20
Era miércoles 11 de marzo, y ya la palabra “coronavirus” resonaba por la cabeza de casi toda la Argentina. Dos de mis compañeros habían vuelto de Nueva Zelanda y no estaban dispuestos a aislarse 14 días, mira si se iban a perder el UPD (ultimo primer día de la secundaria) por este virus pedorro. Con mis amigas y el grupo organizador estábamos chochas porque los preparativos habían sido bastante simples. El único problema era el pronostico. Tiraba lluvia toda la noche y no teníamos lugar cubierto para festejar, pero mucho no nos importó porque sabíamos que de alguna manera lo íbamos a resolver.
La ilusión por el ultimo año crecía al mismo ritmo que la cantidad de casos positivos en los centros mas visitados de Europa.
El festejo fue el jueves 12, salió perfecto, todos la pasamos super bien y pudimos disfrutas del ultimo primer día, que mas tarde nos dimos cuenta que también fue nuestro ultimo ultimo día como alumnos dentro del aula.
Durante la mañana, en el colegio se respiraba un ambiente raro, los profesores no se saludaban con un beso y todos estaban obligados a tener alcohol en gel en sus mochilas. La directora nos comento que para la semana siguiente iban a instalar dispensers de alcohol al %70 y no íbamos a hacer mas la formación para evitar la acumulación de gente.
Al otro día se empezaron a suspender eventos masivos; el lollapalloza reprogramado, recitales
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Tazas, masitas y dudas
Volvía de Polonia, mi segunda casita, y después de una despedida agridulce con mi pareja estaba en un café disfrutando de un brownie con helado, porque, qué mejor que comer algo tan pomposo y empalagante cuando se te caen los mocos y no te quedan pañuelos. 4 de marzo de 2020, primer caso de Coronavirus registrado en la Argentina. En este contexto empezó mi espera. Había dejado a mi pareja en Europa pensando que nos íbamos a ver tan solo cuatro meses después. Je, ilusa.
Ahorren energía y no piensen en la idea romántica de las relaciones a distancia, los hechizos se rompen cuando la realidad te sopapea. Y en este tipo de vínculos le ofrecés la otra mejilla, o bien te rompe la nariz.
Muy pocos gobiernos ofrecieron asistencia a las parejas binacionales no casadas, algunos permitían que llenando ciertos papeles te quedases, otros pedían fotos, pasajes de avión y hasta prueba de alquiler en conjunto. Hubo un caso que me llamó la atención, una chica islandesa comprometida con su novio estadounidense. Tan chiquita es Islandia, que la chica en cuestión pudo llegar hasta la ministra de Justicia de su país y lograr que su prometido llegase a Islandia sin mayores complicaciones. ¿Por qué me llamó la atención? Por lo fácil que puede llegar a funcionar la comunicación en un país con la misma cantidad de habitantes que Lanús.
Otras parejas buscaron un tercer país que les
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Poné la fecha
Corría febrero del año 2020 -me toco la izquierda y sigo- y atravesaba, junto a mi compañero, el famoso e indeseable bajón post vacaciones.
En un dos ambientes de Almagro, después de un día eterno de laburo y con la esperanza que de una tarde de sol que se estira hasta pasadas las ocho de la noche, pintó charla/divague de proyectos a futuro: “¿Y si nos vamos a ver qué onda España? Yo tengo la ciudadanía Italiana, tenemos unos ahorros, ya estudiamos lo que nos gusta y recién entramos en los 30”. “Ojo eh, nos casamos para agilizar trámites (disculpas a lxs adeptxs creyentes de la institución), hablamos con un par de amigxs que están allá y sacamos el pasaje. La veo eh.”
Hasta acá todo bien.
En una semana, y en un arrojo de organización que me genera mucho orgullo, activamos las naves, sacamos pasajes para julio (sí, julio), reservamos fecha en el registro civil y nos dieron para el 20 de marzo. Empezamos a contar, en distintos eventos generados para la ocasión, la gran noticia. Hubo llantos, risas y también reacciones de lo más inesperadas.
Paralelamente en la radio, muy de fondo, empezaban a repetirse palabras como “Wuhan”, “murciélago”, “virus”, etc.
Volviendo al tema casorio, los testigos debían cruzar los límites de CABA para estar presentes. Uno desde Avellaneda, trancu, y otra desde Córdoba Capital.
Arrancó Marzo. La radio empezó a ser más escuchada, volumen alto y minuto a minuto.
La palabra
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Amor al Covid
12 de Febrero de 2020. Le respondo la historia a la chica que hace rato me gusta y nunca me animé a hablarle. Me cuenta, entre otras cosas, que se volvió a nuestra ciudad de origen por trabajo y que en Abril tenía un viaje planeado a Buenos Aires y ahí podríamos salir a tomar algo como le había propuesto.
Sentí mucha tristeza por el hecho de que una vez que me decido a hablarle se había mudado pero contento porque aceptó mi invitación.
Me compré ropa pensando en nuestra esperada cita, veía lugares a donde podría invitarla y cosas para hacer con ella si todo iba bien (algo en ella siempre me dijo que si).
Entre paréntesis nunca fui una persona sexoafectiva. O si lo fui fue hace mucho tiempo.
Sigo con la historia: en Marzo pasa lo que todos ya sabemos y nosotros siempre tuvimos la esperanza de que sólo sean esas benditas 2 semanas. Todos también sabemos que no fueron solo 2 semanas.
Podría decir que ante esta situación nos tuvimos que reinventar: nuestra primera cita fue una videollamada de Whatsapp que duró una hora y media (nada mal para la primera vez no?), nuestras idas al cine eran por Netflix Party y las cenas o los detalles eran gracias a Glovo.
Nuestras conversaciones empezaban a ser más largas y más profundas, conociéndonos cada vez más y sintiéndonos como adolescentes cada vez que nos quedábamos hasta
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Superposición de horarios
En 2020 empecé a dar clases en una escuela, que enseguida se transformó en “clases desde donde el wifi funcione mejor”.
Y, está comprobado, si el wifi funciona bien para dar la clase, también funciona bien para transmitir contenido a la tele. Así que a veces el escritorio, el pizarrón improvisado y la tv compartían habitación.
Obviamente en el horario de la mañana, y mientras no hubo fútbol en el horario de la tarde también, la tele estaba siempre apagada.
Pero un día anunciaron la vuelta de la Champion. Y la diferencia de huso horario con Europa hizo que todo sea difícil.
Porque la clase terminaba a las 16:30, pero los partido arrancaban a las 16. Y obviamente no podía faltar a mi deber como docente, pero ser hincha es un trabajo full time.
Pero no hay nada que una buena orientación de la cámara y el pizarrón, y una tele muda no puedan solucionar.
Eso sí, qué enorme ejercicio de autocontrol no gritarle gooooolll a las respuestas acertadas, ni solar en un ruego el famoso “no la perdamos ahí” para les más distraídes de la clase. Que extraña dualidad la de putear un árbitro en una pantalla, y ser el árbitro en la otra.
mi abuela
Hola!
Mi anécdota no es nada feliz. Hasta julio del 2020, mi abuela Liliana, de 72 años de edad, era una mujer completamente funcional. Trabajaba todos los días hasta tarde y era la madre absoluta de la familia. Administraba su casona en el sur donde vive con mi abuelo y tienen cabañas en alquiler. Cada vez que alguien de la familia necesitaba algo, ella iba atrás a ayudar. Era el sostén de la familia en su típica configuración matriarcal argento-italiana.
El 24 de julio del 2020 tuvo un ACV. Lógicamente, esto generó que se desplomara contra el piso, golpeándose gravemente la cabeza. Pero lo lamentable, y completamente evitable, fue que debido a que estaba tomando dióxido de cloro como supuesto método preventivo contra el Covid, por recomendación de un pseudo médico (y obviamente validada por la exposición en los medios), la sangre de la herida no coagulaba. El sangrado que no frenaba hizo que se generara un gran hematoma cerebral, tras el cual estuvo internada 2 meses, ingresada a la UTI con 80% de probabilidad de muerte debido al sangrado que no coagulaba por el dióxido de cloro en sangre.
Hoy está viva, pero no sabe quién es quién y no puede valerse por sí sola en ningún sentido. Mi anécdota es un bajón, lo sé, pero me parece importante de sobremanera que se sea consciente de los efectos de la desinformación.
Alto Parlante
No es lo mismo que la vida te sonría a que la vida se cague de risa de vos…
Resulta que un día, mi vecina del frente, La Cuto, dejó de saludarme.
Las dos primeras veces, me costó afirmarlo. “Tal vez por el barbijo no me reconoció”- me dije como para cederle unos porotos a la armonía barrial. Aunque en realidad interiormente sabía que el tapabocas cubre sólo una mísera parte de la cara, dejando el otro 96,4 % del cuerpo descubierto. Además, la ropa de cuarentena que venía usando ya casi cumpliría un mes el día del segundo “no saludo” y era imposible que no reconociera eso.
La tercera vez lo hice, sólo para decirme a mí misma, “Amiga, otttt sea reattsioná”. Entonces me saqué el barbijo, levanté la mano derecha, cual reina de carnaval, y prácticamente le grité: “¡Buen díaaaa!”
Nada.
Recién en ese momento lo corroboré. Mis pupilas ascendieron hacia la izquierda en postura de recuerdo y las piezas encajaron:
Unos domingos atrás, al rededor de las 10 de la mañana, estaba en mi casa pintando colibrís cuando, de repente, un tornado de chamé remixado entró por la ventana (cerrada), me desparramó los papeles, la paz y retumbó en la puerta de vidrio que separa al comedor del patio. Quise pensar, pero no pude escucharme. Los perros lloraron, los colibrí se chorrearon y en menos de tres segundos la armonía vecinal y la paz mundial me
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Free-gim
Hoy en “Que buen dato reina pero nadie te preguntó”, entrevista a mí misma. Viki Palazzi nos cuenta sobre el free-gim, método revolucionario que por ahora sólo practica junto a su amiga Lia Ester, pero… que pronto podría cambiar el mundo.
Entrevistadora: Al igual que el 98% de la población Viki tiene 3 trabajos a los que dedica el 70% de sus días. Ademas, al igual que el 60% de la humanidad que, durante la pandemia, comenzaron con el teletrabajo, el homeoffice, el home-home y/o el work-work, su vida colapsó de la noche a la mañana.
Entrevostadora: -¿Qué significó esto puntualmente para usted, Virginia?
Viki:- Un quilombo descuajeringante, devenido en ansiedad.
E: -Sin profundizar en la ansiedad, hoy más de la mitad de las personas la padecen… ¿Podrías contarnos, qué fue lo que se le descuajeringó?
V: -Y… por ejemplo, encontrarme un mierjueves a las 25:00 am, terminando un pendiente que debía haber entregado el pasado sabingo de septubre.
E: ¿Y cómo fue que el free-gim apareció para cambiar su vida?
V: Decir que cambió mi vida es pretencioso. Pero si puedo jurar que al menos la hora y media que le dedico 3 días a la semana tuvieron un giro de 180°.
Te cuento, hace tiempo que la idea de acomodar prioridades me venía persiguiendo (de forma muy insistente): límites laborales, tiempo de calidad con mi gente, más autocuidado, hacer algo que me guste, aprender cosas nuevas y,
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Proyectar
Una semana antes de la cuarentena obligatoria se me cae el celular y se estalla toda la pantalla, pero como funcionaba perfecto y estaba con miedo de gastar plata tire unos meses con el teléfono así, harta y pensando que me iba a quedar ciega decido comprarme un celular nuevo, y pienso en gastar un poco más para por lo menos en dos años no volver a gastar en eso. Elegí después de analizar mil cosas un Motorola que recién salía con un muy buen costo beneficio. Emocionada por el tiempo libre que tenía, el futuro lanzamiento de Disney plus, y todavía preocupada por mí vista, me compré un proyector porque no quería comprar un televisor y también ya me había cansado de la mini pantalla.
Llega el proyector, lanza Disney, y resulta que no lo transmite por algún motivo de derechos. Me compro un adaptador/conversor y resulta que no funciona con Motorola.
Sigo viendo películas en mini pantalla, con un celular nuevo que todavía estoy pagando y me niego a venderlo hasta por lo menos terminar de pagarlom
Lo dijepense
El viaje comenzo como de costumbre, con un chequeo al camion, preparando la cobija, la almohada, algo de ropa, comida, la consulta a los colegas sobre como estaba la ruta y el tema de los permisos para circular, y por ultimo pero no menos importante, el incondicional mate. Luego de tener todo eso listo, arrancamos viaje.
Kilometro tras kilometro, fui pasando los controles de temperatura y papeles. Mas o menso cada 100 Km habia un control, asi que fueron muchos hasta llegar a destino.
Llegando a Villa Maria tome una ruta equivocada, que me hizo tomar un camino rural, desviandome mas de 60 Km por un callejon de tierra. Cuando sali de esa nube de tierra, el polvo que habia respirado y que tenia encima era increible, y el cansancio era un parrafo aparte.
El callejon desembocaba en la rotonda de la entrada de rio tercero, y alli el ultimo control, mi idea era dormir unas horas ahi y emprender la vuelta. Solo estaba pensando en eso, solo deseaba dormir un rato.
En eso me arrimo a la ultima caminera, y yo esperaba el ultimo chequeo de temperatura y papeles y listo. Me saludo con el policia, le explico que hacia ahi y a que venia, y me dice bueno genial los papeles estan todos correctos, solo queda una prueba de olfato….
En ese momento el cansancio y los nervios por equivocarme y tener que volver sin la carga
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La mudanza mas larga de la cuarentena
El 19 de marzo de 2020 firmamos con mi pareja el contrato para irnos a vivir a un nuevo departamento. Había que hacerle varios arreglos y estábamos muy emocionades de finalmente irnos a vivir juntes. El plan era no dormir ahí hasta que hubiera wifi y una heladera. Ese mismo día a la tarde se declara el ASPO para el día siguiente. Viendo que se venia bastante jodida y que ya estaba teniendo varias discusiones en mi casa sobre si la pandemia era real o una falsa decidí ese mismo día a la noche mudarme a la casa de mi pareja.
Los siguientes meses fueron complicados. Acostumbrarse a la nueva normalidad, a un nuevo departamento (que todavía no era en el que queríamos estar), adaptarse al gato de mi pareja que su pasatiempo principal era morderme los pies, adaptarse a trabajar 100% remoto, pagar las cuentas de un lugar donde todavía no vivía, intentar que nos hagan los arreglos solo usando el teléfono y dando las llaves.
Recién nos mudamos el 1 de junio con todos los permisos y turnos y cosas correspondientes, incluso para mi sorpresa nos pararon en la calle para pedirlos.
Quien la pasó mejor? El gato. Lo primero que hizo al salir de la transportadora fue declarar al armario como su cucha.
Un fernet
Domingo 22 de Marzo. Recién arrancaba la cuarentena, era domingo a la noche, lunes y martes eran feriado puente y en ese momento la cuarentena era ESTRICTA. Salíamos a comprar Fernet (pues prioridades) y justo adelante nuestro, al vecino se le queda la llave trabada en la puerta. No podíamos ni entrar ni salir, y éramos 4 en el hall de 2×2 de un edificio, en el medio de un finde largo en cuarentena, sin barbijos todavía… Logramos romper la puerta y abrirla después de media hora. Pero imaginen esto: esperar un cerrajero a las 12 de la noche con la puerta de un edificio de 20 departamentos abierta, los patruyeros que pasaban una y otra vez por adelante nuestro, vecinos que pedían delivery e inventaron una suerte de gancho para poder pagarle y agarrar la comida desde el balcón del primer piso, nosotros llamando a un consorcio fantasma de por sí, ni hablar en un finde largo… Todo. Por. Un. Fernet.