La psicología evolutiva contribuye al entendimiento de varios de los fenómenos mentales modernos relevantes en políticas de salud pública. Por ejemplo, veamos el caso de la obesidad. Como ya mencionamos, nuestro natural fanatismo por el azúcar probablemente se deba a que evolucionamos en ambientes con escasez de alimentos, donde la fructosa era un bien preciado y no una epidemia en góndolas de supermercados (entender las predisposiciones con las que venimos al mundo es también entender los ambientes en los que evolucionamos). Esto no quiere decir que no existan diferencias entre las personas y que a algunas el azúcar les guste más y a otras menos. Esas diferencias pueden estar dadas por mecanismos genéticos, como la cantidad de receptores gustativos, o ambientales, como la mayor o menor presencia de azúcar en el hogar de crianza. En cualquier caso, a pesar de las diferencias, hay una tendencia marcada que explica por qué los especialistas hablan de los ambientes urbanos modernos como “ambientes obesogénicos” y de la mala alimentación como la principal causa de muerte en las sociedades desarrolladas en la actualidad a través de las llamadas “enfermedades de la opulencia”, como las debidas al colesterol alto, la diabetes o la obesidad. 1Muchos consideran que una persona es obesa porque quiere, como si fuera una elección (es así porque quiere, o es así porque no cierra la boca). Sin embargo, hoy en día, teniendo en cuenta cómo estamos “cableados”, se considera que el ambiente obesogénico es en gran parte responsable de este tipo de problemas, sobre todo cuando hablamos de obesidad entre los más pequeños. Sobre este asunto, recomiendo el libro El mono obeso, de José Enrique Campillo Álvarez (2004).
Muchas sociedades modernas son obesogénicas porque sobreestimulan circuitos cerebrales de recompensa para la comida. Algunos locales venden lo que denominan “comida porno” (porn food). No está tan errada la denominación. El porno sobreestimula nuestro circuito sexual, y la comida moderna, el de la alimentación. Algo similar parece ocurrir con las redes sociales: son “pornografía” para nuestros circuitos sociales. Vivimos en ambientes “instagramagénicos”, palabra que inventé para subrayar esta analogía. Expliquemos esto un poco mejor.
Durante los últimos dos millones de años aproximadamente, desde que nos separamos evolutivamente de los chimpancés y los bonobos, ocurrió la gran encefalización humana. Nuestro cerebro creció rápidamente, a tal punto que nacemos en estado casi fetal porque si siguiéramos creciendo dentro del útero no tendríamos por dónde salir, no habría canal de parto que valga. Durante ese tiempo, la principal presión evolutiva no era la naturaleza o los animales, sino los otros seres humanos. La supervivencia empezó a estar condicionada en buena medida por la capacidad de navegar el espacio social, poder percibir las emociones de otros individuos y entender su comportamiento, cogniciones dependientes de los circuitos sociales del cerebro. Son esos circuitos, justamente, los que están sobreestimulados por las redes sociales.
En los últimos años en la población adolescente de Estados Unidos se desató una crisis de salud mental de proporciones impresionantes, mayormente en las mujeres. Las tasas de ansiedad, depresión y autolesión se multiplicaron. Esto no ocurrió con los hombres. ¿Por qué? Según el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt, la causa parece ser la masificación de las redes sociales. A la mayoría de los adolescentes y niños varones les das un celular y en general se ponen a jugar jueguitos. Las adolescentes, en cambio, tienden a ir a las redes sociales, un ambiente potencialmente tóxico para una edad en que se está desarrollando la personalidad. Por supuesto, estamos hablando de comportamientos promedio, recordando siempre que esto es sólo una descripción de una realidad que nada nos dice sobre la valoración moral del fenómeno −si nos resulta algo bueno o algo malo−, sobre su posible explicación −si tiene algún componente genético o es 100% cultural− o sobre su capacidad de ser modificado. Cualesquiera sean sus posibles causas, la diferencia de género en este comportamiento existe, al menos menos en Estados Unidos, y probablemente también en otras culturas occidentales.
Para Jonathan Haidt, la situación es tan grave que, hasta entender mejor lo que está pasando, deberíamos adoptar políticas públicas que logren que las y los menores de, por lo menos, 13 años, no estén en las redes sociales. Haidt no propone prohibirlo −esto no sólo sería cuestionable, sino que en la práctica hoy es imposible, salvo que se implemente algún sistema de autentificación de usuarios−, pero sí sugiere que en todas las escuelas y jardines el no uso de redes sociales a edades tempranas se vuelva una recomendación muy fuerte, como lo son el hacer deporte o la alimentación saludable. Hay que tratarlo como un tema de salud pública, dice. Que en el primer día de clases de todas las escuelas se hable de esto y se llame a los padres y madres a involucrarse y a tener una actitud responsable al respecto. 2Esta visión sobre el papel de las redes sociales en la salud mental de los y las más jóvenes me la explicó en persona el propio Jonathan Haidt cuando estuvo en Buenos Aires en 2019 y tuve la oportunidad de compartir un día de reuniones y conversaciones junto con él. Su libro más reciente, The Coddling of the American Mind, trata, entre muchos otros temas, sobre la relación entre la crisis de salud mental actual y la emergencia de las redes sociales.
Si Haidt está en lo cierto, un empujón de concientización general podría ser de gran ayuda: el principal obstáculo que declaran los padres que reconocen este problema y quieren evitar el uso de redes sociales por parte de sus hijos es que, como los demás chicos usan redes, no quieren que sus hijos queden aislados del resto. En la medida en que más padres y madres adopten la postura de prohibirlas, será cada vez más sencillo hacerlo (algo análogo a lo que ocurre con las vacunas y la inmunidad colectiva). En lo personal, no tengo hijos, pero, si me preguntan, mi recomendación para quienes tengan es la de intentar hablarlo y persuadir a sus hijos y a algunos padres de su círculo para que se posponga el uso de redes hasta después de los 13 años. Realmente me parece que la inmersión temprana en este mundo virtual puede ser muy dañina, y las chicas son el principal grupo de riesgo. Los datos que muestra Haidt que asocian el uso de redes sociales con una mayor tasa de suicidios y autolesiones en mujeres adolescentes no son definitivos, pero en estos casos creo que conviene ser precavidos hasta que entendamos mejor los efectos que estas tecnologías y nuevas formas de interacción social tienen en las personas, sobre todo en adolescentes (aunque sabemos que esta preocupación es extensible a todas las edades).
La idea de que no venimos al mundo como una tabla rasa, sino con circuitos seleccionados a lo largo de la evolución, y los conceptos de plasticidad cerebral y reciclaje neuronal son los pilares de la psicología evolutiva. En casos como los que acabamos de ver −obesidad o adicciones (ya sea a las redes o a otros comportamientos o sustancias)−, estudiar la base de estos fenómenos nos ayuda a entenderlos y a establecer políticas públicas adecuadas.
Existen también muchas áreas de la genética que están contribuyendo al entendimiento de la salud mental. Una es la llamada “epigenética”, relevante, por ejemplo, en ciertos cuadros de depresión y estrés. 3Park, C., Rosenblat, J., Brietzke, E., Pan, Z., Lee, Y., Cao, B., ... & McIntyre, R. S. (2019). “Stress, epigenetics and depression: a systematic review”. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 102, 139-152. Esta es la rama de la ciencia que estudia la expresión de los genes (qué hace que un gen se "active" o no) focalizándose en qué otros cambios en las células se heredan, más allá de las mutaciones en el ADN. 4Los descubrimientos de la epigenética son tan fascinantes y antintuitivos que con esta área está pasando algo parecido, creo, a lo que pasa desde hace muchos años con la física cuántica: se usa su nombre para justificar todo tipo de charlatanerías y supuestas curas milagrosas. En Twitter existe una cuenta (@EpigenetisBs) que, para dar visibilidad a este problema, se dedica a retuitear (y así denunciar) afirmaciones pseudocientíficas que se justifican en la epigenética. Pero si hablamos de salud mental, la gran transformación del momento parece estar pasando por la genética del comportamiento y el entendimiento; una vez más, no de lo que tenemos de parecido, sino de diferente.