¿Qué es mejor? ¿Una larga vida en el anonimato de un nombre compartido por millones y millones de átomos con la misma cantidad de protones? ¿O una breve, pero en la exclusividad de un símbolo químico y casi un nombre distintivo?
Porque la vida se basa en átomos con 12 protones que comparten el nombre “carbono”: todos son carbonos, algunos tienen más neutrones que otros. Pero átomos de copernicio sólo encontraron cuatro y desde su creación en 1994 rondaron para ellos tres nombres y cuatro símbolos químicos. Podría tener cada uno un símbolo (Uub, Cp, Cn y Da) y por poquito un nombre, lástima que dos tendrán que compartir (ununbio, copernicio y darwanzio).
Pero vayamos por partes: sólo un nombre y un símbolo son los aceptados por la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC, por sus siglas en inglés), que en el juego de nombrar cosas en química es quien pone las reglas. El átomo Cn de símbolo y copernicio de nombre fue el ganador. El nombre fue propuesto por el equipo descubridor de Sigurd Hofmann, del Centro de Investigación de Iones Pesados en Alemania. Sugirieron el símbolo “Cp”, pero la IUPAC decidió cambiarlo por “Cn” para evitar confusiones: “Cp” ya es utilizado en química orgánica. “Copernicio” es un gran nombre para un átomo porque hace referencia a un gran hombre para la ciencia. Copérnico contradijo la más elemental intuición, la percepción más simple: la Tierra no estaba quieta reinando el cielo sino que se movía como un planeta más alrededor del Sol. Y al hacerlo desafió al universo entero del conocimiento antropocéntrico. Una rebelión del saber que cambió la concepción del mundo, una Revolución copernicana.
“Darwanzio” es otro nombre que apareció para estos átomos en algunos libros y sitios, pero nunca fue propuesto ni aceptado por ninguna fuente oficial. Puro invento de alguno que fue copiado por otros. Pero era un buen nombre. Si bien no es seguro su origen, referiría a otro buen hombre de la ciencia: Charles Darwin, naturalista del siglo XIX, capitán de la teoría de la selección natural. Darwin socavó aún más la postura antropocéntrica: no somos más que otra especie en la historia evolutiva.
En esto de dar golpes maestros al orgullo humano, Copérnico y Darwin estaban separados por varios años pero alineados. Sus teorías pusieron en marcha revueltas científicas destinadas a replantear lo que se sabía y se pensaba sobre todas las cosas. Y lo extraordinario de ellos es que, aunque navegaron siempre en medio de mares de dudas, sus trabajos fueron pacientes y brillantes. Sus intentos desmesurados de entender el mundo los llevaron a pararse en tierra firme para construir las vigas de las cosas que pensamos acerca del cosmos y de la naturaleza de nuestro planeta.
Y junto a privilegiados nombres estaba el tercero, un nombre temporal asignado por la IUPAC mientras decidía el verdadero: “ununbio” (Uub), que significa “uno uno dos”, 112 protones. Pobre del átomo nombrado así: sólo el nombre temporal a la espera del auténtico.
Más allá del nombre elegido, son cuatro átomos con tres nombres y cuatro símbolos. En el mundo de los elementos químicos, es toda una exclusividad. Una exclusividad que duró bien poco, porque estos cuatro átomos de copernicio tuvieron una vida menor a un segundo. Pero ¿qué preferirías? ¿Un segundo de fama o una eternidad en el anonimato?