Cuando aprendemos algo, lo que sea, las conexiones entre nuestras neuronas cambian. Aprender algo nuevo, como el nombre de una calle, implica modificaciones en las conexiones de las neuronas de nuestro cerebro 1Para algunos ejemplos de extrema plasticidad neuronal, ver el libro Qué es la memoria, de Rodrigo Quian Quiroga.. A veces, incluso se generan nuevas neuronas (a esto lo llamamos “neurogénesis”). Este concepto, al que nos referimos como “plasticidad” −por la naturaleza dúctil del sistema nervioso−, es bastante poco intuitivo porque no ocurre algo parecido con ningún otro órgano humano: la estructura y la función del corazón, de los pulmones o del riñón no parece modificarse demasiado con la educación o la cultura. En general, los órganos realizan tareas muy específicas cuya estructura ha sido seleccionada a lo largo de la evolución. Genes “normales” en condiciones “normales” dan origen a un órgano con cierta estructura general, independientemente del ambiente de desarrollo (dentro del amplio espectro de ambientes que consideramos “normales”). Pero el cerebro es diferente. Si bien posee una estructura general innata, esta se modifica radicalmente con la experiencia; nuevas autopistas neuronales se crean y empiezan a conectar partes antes aisladas. Por ejemplo, cuando aprendemos a leer y a escribir, se conectan los módulos asociados al procesamiento de imágenes visuales (en la corteza occipital, ubicada en la parte de atrás del cerebro) al módulo del lenguaje y al del procesamiento de los sonidos (en las cortezas parietal y temporal, arriba y al costado, respectivamente). El cerebro de un niño o de una persona adulta no alfabetizada es diferente al de alguien que puede leer estas palabras, porque tiene rutas neuronales específicas para esa tarea.
La plasticidad permite que módulos y áreas cerebrales relativamente aislados se conecten. ¿Cómo se establece qué parte se conecta con cuál? A través del llamado “principio de Hebb”, nombrado así por el neuropsicólogo escocés del siglo pasado Donald Hebb. Esta regla –que, por supuesto, no es un capricho inventado por el amigo Hebb, sino que surge de años de investigaciones− indica que, cuanto más se activen juntas ciertas regiones del cerebro, más se conectarán (“neuronas que se activan juntas, se conectan entre sí”). Por ejemplo, la parte del cerebro que reconoce la forma visual de la letra “A” se activó tantas veces junto a la parte que pronuncia la letra y la que interpreta su significado, que ahora esas partes están cableadas. Están tan conectadas que hoy no podemos no leer cuando vemos palabras escritas, lo hacemos automáticamente −recuerdo que cuando era chico jugábamos en la ruta con mi hermana Marina a tratar de no leer los carteles, fascinados por el descubrimiento de que no podíamos evitar hacerlo−.
Por eso, un error a evitar cuando hablamos, por ejemplo, de diferencias en las estructuras cerebrales (en promedio) de personas del sexo masculino y femenino es creer que estamos diciendo que esas diferencias son genéticas. No necesariamente. Pueden deberse a los diferentes ambientes de desarrollo que, en promedio, habitan personas del sexo masculino o femenino, ya que los contextos y las experiencias modifican la estructura de nuestro cerebro. Las diferencias entre la estructura cerebral de dos personas o, en promedio, de dos poblaciones pueden deberse a las diferentes experiencias de las personas o de las poblaciones en promedio.
Al comienzo de un aprendizaje, para que dos partes que no están conectadas se activen simultáneamente, es necesario hacer mucho esfuerzo mental, concentrarnos, enfocarnos. Y siempre que hacemos esfuerzo mental se activa la corteza prefrontal, la parte del cerebro que está detrás de nuestra frente y que se encarga de organizar el pensamiento y enviar las señales para que dos partes no conectadas del cerebro se activen simultáneamente. A medida que esas dos partes se empiezan a conectar, la tarea se automatiza, la podemos hacer sin esfuerzo y, por lo tanto, sin activación de la corteza prefrontal ni de todo el sistema neurobiológico asociado al esfuerzo y la concentración 2Dehaene, S. (2014). El cerebro lector: Últimas noticias de las neurociencias sobre la lectura, la enseñanza, el aprendizaje y la dislexia. Siglo XXI Editores..
Tan automáticos se vuelven los aprendizajes que después de un tiempo ni siquiera podemos explicitarlos, los aplicamos sin conciencia de cómo lo hacemos. Por ejemplo, si se le pide a una persona que digite en el teclado la palabra “justo”, es probable que su dedo vaya correcta y rápidamente a la letra “j”; pero si se le pregunta dónde está la jota en el teclado, probablemente tarde en responder o no pueda hacerlo. Los movimientos se automatizan, como cuando manejamos el auto o la bicicleta sin pensar en ello, aunque al principio, cuando aprendimos a manejar, teníamos que estar completamente concentrados en cada tarea involucrada. Y no sólo las tareas motrices se automatizan, sino también las cognitivas. Cuando uno practica cálculo mental, por ejemplo, en un momento empieza a hacer las operaciones de forma automática, sin esfuerzo y sin concentrarse, como si salieran de la memoria. Pero es una transición lenta, no hay un momento exacto en que se deja de hacer la cuenta y simplemente se la empieza a recordar y a reconocer, a memorizar. Hoy en día yo sé, por ejemplo, que la respuesta a 27 x 3 es 81, pero no sé en qué momento automaticé y memoricé ese conocimiento 3Desde hace unos años practico atletismo mental (no me juzguen). Puedo realizar mentalmente cálculos como la multiplicación de un número de tres dígitos por sí mismo. En las presentaciones y charlas en las que hago esta “gracia”, suelen preguntarme dos cosas. La primera es cómo lo hago, y creo que la respuesta es muy importante porque no tiene que ver con nada mágico, ni con ser un prodigio o un genio. Simplemente es algo que practiqué durante muchos años a través de técnicas que cualquiera puede ejercitar si desea realizar este tipo de cálculos mentales. Lo segundo que me preguntan (y que quizás quien está leyendo en este momento también se pregunta) es para qué sirve esa habilidad. La respuesta: para nada..
Existe, entonces, un puente entre la neurociencia del aprendizaje y la de la toma de decisiones. En el contexto del estudio sobre el papel de la racionalidad y la intuición en cómo decidimos, la automatización de las tareas juega un rol central. En un ejemplo clásico, un experto en falsificaciones puede −después de años de trabajo− reconocer una aunque no sepa cómo lo logra 4Una buena descripción de los estudios con expertos en detectar falsificaciones puede encontrarse en el libro Outliers: The Story of Success, de Malcolm Gladwell (2017).. A ese reconocimiento nos referimos en general como “intuición”, pero en realidad es el resultado de la interiorización de un bagaje de información garantizado por años de esfuerzo consciente automatizado y pasado al inconsciente (como el dedo que “va solo” a la jota). El gran psicólogo y nobel de Economía Daniel Kahneman refuerza esta idea en sus charlas y libros: no hay nada mágico en la intuición, sino que es el reconocimiento de un patrón por parte de una persona entrenada para hacerlo, aunque haya olvidado cómo lo hace. 5El libro Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, discute en detalle el origen de las intuiciones.