Una nota sobre el silicio debería incluir al menos algunas líneas sobre arena, electrónica, paneles solares o Silicon Valley, pero no vamos a hablar de sus éxitos sino de sus fracasos. Había una vez un elemento que aún siendo el segundo más abundante en la corteza terrestre nació con el don de pasar desapercibido, y esta es su historia.
Los primeros indicios del descubrimiento del silicio datan de Francia, en 1787. Fue Lavoisier quien sospechó de la existencia de este nuevo elemento, pero en un ataque de vagancia decidió no aislarlo por su alta afinidad con el oxígeno. Triste arranque para el silicio, no reconocido por su descubridor. Pero la fuerza lo acompañó y la historia siguió.
Como si fuese una película romántica, esta historia se muda de Francia a Inglaterra. Humphry Davy detectó la presencia de silicio en una piedra llamada silex, que ya hacía tiempo se usaba para hacer herramientas y fuego. Hoy sabemos que el silex en realidad es una variedad del óxido de silicio, pero la historia tiene todavía más idas y vueltas. La cuestión fue que Davy intentó aislar el silicio a partir de estas piedras pero no tuvo éxito. Aún así, con el optimismo como bandera, se animó a nombrarlo y le puso silicium, que viene de silex, la piedra donde se encontraba. Hasta acá todo bien, salvo porque la terminación -ium se debe a que Davy pensó que el silicio era un metal, y el silicio no es un metal.
En 1817 ingresó en esta historia Thomas Thomson (miembro honorífico del club “Nombres que no se pensaron” junto a Matías Queroso y Ana Tomía), un químico escocés vecino de Davy, que se dio cuenta de que en realidad el comportamiento del silicio era similar al del carbono y el boro, que por ser no metales llevaban en su nombre en latín terminaciones en -on. Entonces hizo algo así como adoptarlo, conservó el prefijo pero le cambió el apellido, y así fue que nuestro querido bastardo viajero se pasó a llamar silicon.
Pero esto no es todo. La historia siguió su viaje por Europa y llegó a Suecia, donde metió la cuchara Jöns Jacob Berzelius al aislar el silicio usando un método que se había utilizado previamente, pero mejor. Así, logró purificarlo hasta obtener un polvo marrón, y en 1823 se llevó los créditos por ser el descubridor del silicio.
Sin embargo, recién en 1854 un francés de nombres varios (Henri Étienne Sainte-Claire Deville) logró sintetizar el silicio en su forma cristalina más común. Curiosamente, 67 años después de los experimentos de Lavoisier, la historia volvió a su lugar de origen. Lo más parecido a un final feliz que se podía conseguir.
Hoy el silicio en inglés se sigue llamando silicon y es más fácil describirlo por lo que no es que por lo que es. No es un metal, no es un no metal, no tiene una química como la del carbono y tampoco es la vedette de los cirujanos plásticos (esa es la silicona, una unión de átomos de silicio y oxígeno). Es un metaloide: en algunas reacciones se comporta de una manera y en otras, diferente. Sin juzgar, porque ya saben, el pasado nos condena.