En 1826, después de una orden del emperador Alejandro I que incentivó el hallazgo de platino en tierras rusas y su explotación, el ingeniero Peter Grigorievitch Sobolevsky hizo algo hermoso: dotado de una avidez extrema por solucionar problemas de la vida mediante procesos industriales, craneó un método de aglomeración y refinamiento de platino y permitió la posterior fabricación de monedas a gran escala. El único punto débil del método era que, en el camino, se acumulaban muchos residuos que no se podían aprovechar.
Sobolevsky entró en contacto con Karl Karlovich Klaus, un químico y botánico ruso que, además, era un gran escéptico, curioso y un poco terco, y ambos discutieron sobre sus inquietudes. A raíz de estas charlas, Klaus obtuvo de Sobolevsky 900 gramos del residuo de las minas, además del apoyo para su investigación por parte del ministro de Finanzas. Al poco tiempo, logró determinar que en el residuo que le fue proporcionado existía un 10% de platino remanente, junto con cantidades no despreciables de otros metales del entonces llamado “grupo del platino”, como iridio, osmio y algo de paladio. Pero eso, que no era poco, tampoco era todo. También encontró un metal distinto que llamó “un nuevo cuerpo”. Con este resultado se presentó ante el ministro y logró que le dieran 8 kilogramos más del residuo, un poco de platino ya refinado y algo de dinero para continuar con su trabajo, con la condición de entregar, en el plazo de un año, un resultado final de su investigación y los metales separados a partir de la nueva porción de residuos.
Desafortunadamente, no pudo cumplir con su promesa hasta trece años después debido a dos infortunios. En primer lugar, un enorme incendio que en 1842 destruyó parte de la ciudad de Kazán, incluido el laboratorio de Klaus. En segundo lugar, el residuo que le fue proporcionado en esta segunda instancia tenía cantidades mucho más bajas de metales que las que había encontrado en la primera partida, lo que causó que la investigación perdiese interés ingenieril-industrial y económico. Sin embargo, haciendo honor a su mencionada característica de curioso (y terco), Klaus siguió investigando.
Afortunadamente, el descubrimiento de “un nuevo cuerpo metálico” que había realizado en la primera etapa de su investigación, en 1844, no quedó en el olvido a pesar de que el mismísimo Jöns Jacob Berzelius (una especie de deidad para los químicos del siglo XIX) rechazó su hipótesis del descubrimiento de un nuevo elemento y acusó a Klaus de haberle enviado una “sal sucia de iridio”. Klaus envió entonces a Berzelius otro montón de evidencia (que incluía muchos compuestos aislados de los residuos de minería de platino) y un par de años después, en junio de 1846, Berzelius se vio obligado a admitir el descubrimiento de un nuevo elemento (al que Klaus nombró “rutenio” en honor a su tierra, Ruthenia en latín) y felicitar públicamente a Karl Karlovich. “Instant Karma” para la época.