Hoy es difícil de imaginar, pero en su origen la tabla periódica era, por sobre todo, un mar de conjeturas. Esto no significa que Mendeleiev se sentara en su patio a escupir una lista de elementos que iban en ese orden porque la parecía. Significa que observó, describió, clasificó: encontró un patrón, un orden racional en los elementos que ya se conocían y, cuando ese orden indicaba que ‘ahora tiene que venir algo más o menos así, pero todavía no lo conocés’, el ruso simplemente dejaba un espacio en blanco.
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obra conceptual en honor a Mendeleiev
Era en estos espacios donde sus conjeturas tenían la oportunidad de volverse poderosas. Al fin y al cabo, gran parte de hacer ciencia es construir un rompecabezas al cual por lo general le faltan algunas piezas. Quizás existe información exacta sobre cómo son esas piezas: si forman parte de una esquina, si tienen un lado con una hendidura o un relieve. Porque a veces, al principio, ni siquiera tenemos todas las piezas. Parte de que el rompecabezas sea lo suficientemente interesante es cómo contagia a otros la necesidad de ayudar a que las faltantes vayan apareciendo. Aun cuando la persona que está intentando armar el rompecabezas no viva para verlo.
La primera pieza faltante, el primer espacio negativo que desvelaba a Mendeleiev, venía luego del aluminio. El eka-aluminum debía, según él, tener baja temperatura de fusión y una densidad de 6g/cm3. Ésta pieza estuvo perdida por cuatro años, hasta 1875, cuando Paul Emile François Lecoq de Boisbaudran la encontró sin buscarla.
Lecoq, que estudiaba metales que venían de las minas de los Pirineos Franceses, encontró uno cuyas características no coincidían con ninguno de los conocidos. Rápidamente se dio cuenta de que había descubierto un nuevo elemento y lo presentó ante la comunidad científica sin hacer parte a Mendeleiev, negando en absoluto conocer su trabajo.
Fue así Gallium, de Gallia, que en latín nombra una región francesa. O de Gallum, otra palabra en latín cuyo equivalente francés es Le coq. Era una pieza que encajaba en su propio rompecabezas porque, claro, Mendeleiev no era el único buscador incansable de orden. Este último protestó, sí. Pero protestó más porque la pieza no encajaba como debía, pues la densidad no era la que él había predicho, que porque no estuviera dispuesto a rearmar su precioso rompecabezas, o incluso adoptar uno mejor. Después de todo ¿qué podía hacer? La naturaleza es la que es. Y quienes la describen son personas. Afortunadamente, Lecoq corrigió las mediciones y, salvando a Mendeleiev de un dolor de cabeza, la densidad resultó ser mucho más cercana a la que la tabla del ruso predecía.
Por supuesto que ésta no fue la última instancia de prueba que tuvo que superar la tabla periódica de Mendeleiev, pero la incorporación del galio fue la primera y ayudó a probar que la tabla no era una mera disposición de elementos, sino una herramienta con capacidad predictiva.
En un universo de historias alternativas esta pieza podría no haber encajado. En otra historia, Mendeleiev hubiese protestado pero, al final del día, se habría sentado en su patio a reacomodar el rompecabezas.