Francio

ELEMENTO 87

Francio

87

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Un sacrificio más en el altar de la radiación.

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La radiación, para el placer del poeta, puede ser una triste alegoría de la vida: todo, a fin de cuentas, está cayéndose a pedazos. Pero los pedazos que se desprenden de los átomos radiactivos, lentamente, como si se tratase de una maldición, enferman los cuerpos, llevándose poco a poco la vida de quienes jugaron alguna vez con ellos.

A principios del siglo XX, un hueco en el fondo de los metales alcalinos indicaba que debía de existir el elemento 87, por lo que mucha gente estaba buscándolo. Su descubridora fue una de las “chicas Curie” −gran nombre para una banda− como llamaban por entonces al laboratorio de Marie Curie. Marguerite Perey, muy jovencita, se presentó sin título a una entrevista en el mítico laboratorio de Curie, donde ya habían descubierto dos elementos: el polonio y el radio. Perey comenzó a trabajar como asistente y durante diez años todo lo que hizo fue separar actinio −el elemento 89−, uno de los elementos más raros y peligrosos que se hayan descubierto, a partir del mineral de uranio. El objetivo del trabajo era medir la radiación de una muestra pura de actinio, tarea para nada sencilla.

Cuando estaba en las etapas finales de purificación del actinio, Marie Curie murió de anemia aplásica —muy probablemente contraída por la exposición constante a la radiación— y Perey siguió con el trabajo por su cuenta. Algunos años más tarde, logró registrar la radiación emitida por el actinio en su estado puro, registrando datos de lo más confusos. El actinio emitía radiación inesperada. Marguerite dedujo que el actinio atravesaba un decaimiento radiactivo que lo convertía en un nuevo elemento con una vida media de escasos veintiún minutos. Al igual que su mentora, había descubierto un elemento. Luego de un análisis arduo, postuló que el elemento esquivo no era otro que el tan buscado 87. Lo llamó francio, en honor a su país, al igual que su mentora había hecho con el polonio.

Perey publicó su trabajo sin tener un título universitario, ella era asistente de laboratorio. Entre sus manos tenía material suficiente como para un doctorado e incluso para un premio importante. Pero para presentarlo como tesis doctoral primero debía obtener un título de grado en química. Le permitieron estudiar durante la segunda guerra mundial para que consiguiera todos los certificados necesarios para presentar este trabajo como doctorado. Y así lo hizo.

Para el momento en que su trabajo Sobre el elemento 87 se publicó Perey estaba ya gravemente contaminada; sólo que aún no mostraba síntomas. Defendió su tesis y la nombraron directora del Departamento de Química Nuclear de la Universidad de Estrasburgo. Tuvo una carrera científica muy buena, con muchos reconocimientos; se convirtió en la primera mujer elegida como corresponsal de la Academia de Ciencias Francesa, un honor que se le negó a Marie Curie y a su hija, Irene Joliot-Curie.

Marguerite murió en 1975, todavía joven. Cuentan las crónicas que Irene solía decir que cualquiera que estuviera preocupado por los peligros de la radiación no era una persona lo suficientemente dedicada a la ciencia. Da la impresión de que, en el laboratorio de Curie, la dedicación se medía por los sacrificios hechos en el esfuerzo por aprender algo nuevo. Allí, no pocos se sacrificaron en el altar de la radiación, y condenaron también a sus asistentes, compartieran o no su moral heroica.