Capítulo 2.4

Cannabis

25min

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La de siempre

Tendemos a concebirla unívocamente como el psicoactivo al que nos refiere, pero detrás de “la marihuana” hay mucho más. Se le llama “cannabis” a un grupo de plantas muy emparentadas que fueron usadas históricamente por el ser humano para

“THC” es la abreviatura del compuesto delta-9-tetrahydrocannabinol, aislado en 1964 por los bioquímicos israelíes Raphael Mechoulam y Yechiel Gaoni.

diversos fines: como medicina y de forma recreacional, como parte de algunas ceremonias religiosas, y para la obtención de productos comestibles y de manufactura. Se trata de la especie Cannabis sativa, de la cual existen varias subespecies. Las más comunes son las que el gran Carl Nilsson Linnæu denominó Cannabis sativa sativa, de la cual existen dos variedades: (1) el “cáñamo”, que ha sido utilizado ampliamente para la elaboración de papel, ropa y calzado; y (2) la popularmente conocida como “marihuana”. La diferencia fundamental entre ambas es que el cáñamo no contiene la sustancia psicoactiva THC en cantidades suficientes como para producir un efecto psicoactivo, mientras que la marihuana sí. Jean-Baptiste Lamarck reconoció otra subespecie que también contiene THC, la Cannabis sativa indica y, en 1924, un botánico ruso identificó una tercera especie que llamó Cannabis sativa ruderalis.

Debido a que se trata de una planta que se cultiva desde hace mucho tiempo, es complejo rastrear su distribución original, aunque se sugiere que estuvo situada en la estepa de Asia Central, más precisamente entre la zona que hoy conforman Mongolia y el sur de Siberia. Miles de años después, la historia del cannabis dio un paso significativo: cayó en las manos domesticadoras del Homo sapiens.

Es un poco difícil establecer cuándo ocurrieron los primeros usos humanos de la planta, pero se encontraron indicios que sugieren una relación estable con el cannabis desde hace al menos ocho mil años en el centro de Asia: pinturas de la planta en cerámicas que datan del año -6000, fibra y ropa de cáñamo y hasta semillas de cannabis en la tumba de un chamán enterrado en el -3000 aproximadamente.

El cáñamo y la marihuana fueron ampliamente utilizados en la antigua China, no sólo en contextos religiosos sino también recreacionales, a tal punto que se consideró el cannabis como uno de “los cinco cultivos” junto con el arroz, la cebada, el mijo y la soja. No se necesitaron muchos años para que el cultivo comenzara a expandirse por el continente asiático: Japón, Corea, India y Tíbet fueron algunos ejemplos. Sin embargo, el poder del confucianismo como brújula moral durante la dinastía Han indujo a que en el siglo VI comenzara una reducción progresiva del uso del cannabis psicoactivo, tanto en China como en Japón (Warf, 2014). Algunos historiadores sugieren que esto se debió a la asociación del uso de cannabis con pueblos nómadas y “salvajes” del centro de Asia.

Los nómadas despreciados por el confucianismo cumplieron un rol importante en la propagación del cannabis hacia las culturas de Medio Oriente y Europa del Este. El pueblo escita, famoso por costumbres “bárbaras” como beberse la sangre de sus enemigos tras la batalla y sembrar pánico entre griegos y persas, cultivaba cannabis para fumar durante ceremonias y de manera recreacional (Russo y otros, 2008). Una vez en el este de Europa y Medio Oriente, fue cuestión de tiempo que el cannabis se expandiera por el resto de Europa y África.

En contraste con China, en India se desarrolló una larga y continua tradición con la marihuana, tanto por su uso religioso como medicinal. El cannabis se encuentra extensamente representado en los poemas védicos, sobre todo dentro del texto sagrado Atharvaveda (Ciencia de los Encantos), en el que se menciona la marihuana como una de “las cinco grandes plantas”. Fueron las olas de migraciones desde este país hacia Tíbet y Nepal durante el siglo VII las responsables de mezclar el cannabis con las tradiciones tántricas budistas.

Para fines de la era medieval, el uso del cáñamo se había establecido en muchas ciudades de Europa, particularmente en los centros comerciales del norte de Italia. Sin embargo, en 1484 el papa Inocencio VIII prohibió el cultivo por asociar la planta con la brujería (Warf, 2014).

Distribución de la Marihuana por el mundo a través de los siglos

Basado en (Warf, 2014).

Tal como se menciona en el capítulo “Nacimiento y crisis del prohibicionismo”, durante los siguientes siglos el cannabis fue una pieza fundamental en los procesos de

Históricamente, la exploración de las propiedades psicoactivas del cannabis implicaba consumirlo de diferentes formas, desde comerlo o frotar el aceite caliente sobre la piel hasta inhalar el humo resultante de haberlo arrojado al fuego. En comparación, fumar marihuana es una práctica relativamente reciente.

colonización y comercio de los países imperialistas del siglo XIX. El cannabis era transportado por los esclavos hacia las nuevas tierras que requerían de mano de obra barata, expandiéndose entre la población local. Los esclavos de Angola fueron los protagonistas en el Brasil colonial, mientras que las personas originarias de India, llevadas por los ingleses a trabajar la caña de azúcar al Caribe, tuvieron un rol preponderante en la difusión del consumo de cannabis en las comunidades de Jamaica y Tobago, particularmente entre los rastafaris.

La reducción dramática en el costo del transporte que ocurrió en los inicios del capitalismo industrial le dio a la población europea el acceso a numerosas plantas exóticas provenientes de muchas regiones del mundo. En ese proceso, sustancias que habían sido utilizadas en contextos ceremoniales por otras culturas se secularizaron y convirtieron en productos altamente comerciables disfrutados por las clases altas y luego por las masas. La distribución posterior de las drogas por todo el mundo condicionó no sólo el tipo de uso que se le daba a las sustancias en una cultura particular, sino también las políticas de regulación generadas a partir de la visualización de problemáticas asociadas a su consumo, aunque estas estuvieron profundamente ligadas a percepciones subjetivas y mayormente erróneas, algo que podemos llamar “regulación moral”.

Ante estos hechos, resulta vital identificar cómo la legislación actual del cannabis es un mero vestigio de una historia plagada de intereses imperialistas, racismo y xenofobia; en lugar de estar centrada en la salud de la población y ser construida a partir de un análisis de la evidencia científica, se cimienta en valores morales e intereses socioeconómicos heredados del siglo XVIII.

Lo bueno, lo malo y lo feo

Al igual que con el alcohol y otras sustancias, algunas personas eligen consumir cannabis, por ejemplo, para relajarse y tener una agradable sensación de querer irse a dormir, mientras que en otros contextos se lo utiliza para socializar y divertirse. Además, el cannabis puede alterar los sentidos de maneras particulares. Es así que escuchar música, comer, ver una película o jugar un videojuego pueden convertirse en experiencias diferentes y singulares al ser matizadas por el estado cognitivo global generado por el consumo de marihuana.

Estos efectos se deben a que el cannabis contiene unas ciento cuatro sustancias llamadas “cannabinoides”. El THC es el principal cannabinoide responsable de los efectos, lo cual implica que, a mayor concentración

Se estima que el 3,8% de la población mundial y el 3,2% de los argentinos consumieron cannabis alguna vez durante el 2014.

de THC, mayor potencia psicoactiva. Por ese motivo, algunas formas de cannabis (como las resinas, las plantas modificadas para contener mucho THC y el cannabis sintético) “pegan” más en cantidades menores. Sin embargo, los científicos y los mismos usuarios de cannabis descubrieron que, si bien la cantidad de THC es determinante para quedar “colocado/puesto/fumado/loco”, también lo es el balance entre THC y otros cannabinoides, particularmente uno llamado “cannabidiol” (CBD). Otros compuestos cannabinoides relevantes son el cannabicromeno (CBC), el cannabidivarino (CBDV), el cannabigerol (CBG) y el cannabinol (CBN).

El cannabidiol (CBD) no tiene efecto en sí mismo sobre los receptores cannabinoides, pero tiene la capacidad de cubrirlos, evitando que el THC interactúe con ellos. De esta manera, se postula que el CBD tendría un efecto protector/modulador.

El estado alterado de conciencia producto del consumo de marihuana se debe a que existe en el cerebro un grupo de neuronas que sintetiza y utiliza regularmente sustancias similares a las presentes en el cannabis: el sistema endocannabinoide. Que el sistema endocannabinoide

sea propio y “natural” no quiere decir que se trate de un regalo de la Naturaleza y que debemos consumir cannabis para alimentarlo y mimarlo.

Tal como se comentó en el capítulo “Evolución de las sustancias psicoactivas en la Naturaleza”, la evolución no tiene dirección ni propósito, y creer que la marihuana fue puesta ahí para que la fumemos es una visión sesgada y miope, además de sencillamente incorrecta. Justamente, se denomina “sistema endocannabinoide” porque no necesita ninguna sustancia externa para funcionar y tiene sus propios cannabinoides, como la anandamida.

Este conjunto de neuronas está esparcido por muchas regiones del cerebro e involucra a aquellas que son responsables de regular el movimiento, la memoria a corto plazo, la toma de decisiones, el hambre, el estado de ánimo y el sueño, lo que explica varios de los efectos agudos de la marihuana: relajación o euforia, torpeza en los movimientos, incremento de la sensibilidad y la creatividad, empatía, aumento del apetito y el deseo sexual, alteración de la memoria a corto plazo y de la percepción del tiempo y el espacio, así como tendencia a la introspección. Sin embargo, estos efectos varían de acuerdo con la edad, la dosis, la frecuencia de uso y, sobre todo, el contexto.

En algunas ocasiones, el cannabis puede producir sensaciones un poco desagradables, aunque raramente catastróficas (no se ha registrado ningún caso de muerte por sobredosis)

Al ser una sustancia que distorsiona la manera en la que pensamos y nos comportamos, el consumo de marihuana duplica las probabilidades de sufrir un choque de tránsito. (Hall, 2015)

(Hall, 2015). Los efectos no deseados más frecuentes pueden ser aumento del ritmo cardíaco, cansancio, paranoia, ansiedad, depresión e irritabilidad, además de voraces asaltos a heladeras. Pero cuando se lo consume en gran cantidad y en poco tiempo, puede producir efectos todavía más antipáticos, como vómitos y hasta pérdida del conocimiento por una caída de la presión arterial.

Loco un poco

Quien diga saber mucho sobre las consecuencias del uso de marihuana a largo plazo está mintiendo, básicamente porque se sabe poco. Para empezar, a pesar de que al día de hoy existen más de sesenta revisiones sistemáticas y metaanálisis −el eslabón más alto de la cadena alimenticia para la evidencia científica− que discuten la seguridad y los efectos tóxicos del consumo de marihuana, el consenso general es mixto e inconcluso. Lo más probable es que la incertidumbre no sea producto de la falta de investigación, sino de las diferencias en cómo se planifican y se llevan a cabo los estudios y, por supuesto, de cómo se interpretan los resultados.

Si comparamos la marihuana directamente con el alcohol, vamos a encontrar que, en prácticamente todos los aspectos, el alcohol es más peligroso: es mucho más tóxico, mucho más adictivo, tiene −hasta donde se sabe− muchísimas más enfermedades asociadas y sus consecuencias sociales son peores. Pero que saltar del séptimo piso haga más daño que saltar del tercero no quiere decir que tirarte desde el tercero no vaya a regalarte un par de fracturas.

Si bien en los últimos años han aparecido varias investigaciones que sugieren o demuestran los potenciales beneficios medicinales de los cannabinoides (THC y CBD, principalmente) −por ejemplo, en el tratamiento del dolor crónico, la espasticidad en esclerosis múltiple y algunos efectos adversos de la quimioterapia−, no existen grandes razones para pensar que, si uno anda vivito y coleando, fumarse un porro vaya a hacerle bien. Por supuesto que los estados de euforia, relajación y los cambios en la percepción para algunos pueden resultar beneficiosos en ciertas ocasiones, pero ahora también sabemos que la exploración de ese matiz cognitivo no es gratis, sobre todo en los adolescentes.

A la hora de evaluar la seguridad y toxicidad del cannabis, debemos evitar el simplismo y comprender el complejo entramado de factores involucrados. Por empezar, el balance entre la cantidad de THC y CBD (y, por lo tanto, la potencia) en la planta cambia de acuerdo con las condiciones en las cuales se cultivó y la variedad de la que se trate. Los estudios sugieren que el promedio en la concentración de THC aumentó con el paso del tiempo a medida que creció el número de cultivadores “indoors” y se comenzaron a modificar las plantas para que tengan más THC y menos CBD. Sin embargo, estos cambios son responsabilidad de las variedades de alta potencia (“sin semilla” o “autoflorecientes”) y de las resinas, mientras que la concentración de THC de la marihuana convencional se ha mantenido relativamente estable en las últimas dos décadas (ElSohly y otros, 2016).

Concentración de THC en Marihuana convencional y Marihuana de alta potencia

Basado en (ElSohly y otros, 2016)

La forma en la cual se encuentran los cannabinoides (en las flores del cannabis, “prensado”, hashish, aceite, resinas o sintéticos) y la manera en la cual se consumen (comestibles, fumados o vaporizados) son otros factores a tener en cuenta. Por ejemplo, al fumarse en pipa, bong o en cigarro (más conocido como “porro” en Argentina), la combustión generada por el fuego libera sustancias que son nocivas para el tracto respiratorio, lo cual puede generar inflamación, tos, bronquitis y cáncer de pulmón si este hábito se

Fumar o vaporizar el cannabis produce efectos casi inmediatos, con un pico a los quince minutos y una reducción de los efectos a la hora, desapareciendo casi por completo a las tres horas. De forma comestible puede demorar cerca de una hora en “pegar” y los efectos pueden extenderse hasta cinco horas.

mantiene a lo largo de muchos años. Aunque la evidencia indica que esta última relación no es tan clara (la probabilidad de tener cáncer de pulmón por fumar marihuana es muy baja), la vaporización del cannabis reduce la liberación de estos compuestos irritantes y podría disminuir los riesgos asociados.

La cosa se pone más complicada cuando se consume cannabis junto con tabaco, tanto en cigarrillo como vaporizado, dado que el agregado de nicotina a la ecuación puede ser un camino de ida hacia una costosa y dañina adicción a la nicotina (Badiani y otros, 2015). El cannabis también puede ser cocinado, siendo los brownies el ejemplo clásico de consumo por vía oral. A pesar del aspecto positivo de evitar los riesgos hacia las vías respiratorias, la absorción del THC por vía digestiva es muy variable y puede demorar mucho tiempo en hacer efecto, siendo el principal riesgo de esta vía de consumo la dificultad para juzgar cuánto ingerir.

Al igual que en todas las sustancias, otro tema a tener en cuenta a la hora de analizar los daños a la salud es la cantidad y frecuencia de uso. La mayoría de los daños graves que pueden aparecer suelen ocurrir en aquellos individuos que consumen grandes cantidades todos o casi todos los días y no en aquellos que lo hacen ocasionalmente (Hall, 2015). De todas maneras, y al igual que con todas las sustancias psicoactivas, no existe el consumo libre de riesgo.

Como se mencionó anteriormente, el consumo de cannabis puede aumentar la presión arterial y la frecuencia cardíaca, y algunas personas pueden llegar a sentir sus propios latidos de una forma desagradable (palpitaciones). Esto es insignificante para la mayor parte de los individuos, pero al igual que con el sexo y el ejercicio intenso, el consumo de cannabis en personas con problemas cardiovasculares podría aumentar el riesgo de sufrir un infarto de corazón o un accidente cerebro-vascular, por lo que se les recomienda evitarlo (Ibídem). Paradójicamente, los efectos cardiovasculares a largo plazo consisten en la reducción de la frecuencia de los latidos del corazón y la presión arterial a causa del desarrollo de tolerancia a la sustancia.

Puede resultar evidente, pero es pertinente aclarar que consumir cannabis durante el embarazo, en cualquiera de sus formas, puede ser perjudicial para la salud del feto.
Los efectos inmediatos sobre la cognición (como no acordarse de lo que se iba a decir o de lo que se estaba buscando) desaparecen cuando la droga se elimina del organismo. En cambio, las investigaciones que han intentado estudiar los impactos a largo plazo encontraron pruebas limitadas y confusas sobre la persistencia de déficits neuropsicológicos entre los usuarios de cannabis, particularmente en aquellos que iniciaron el consumo en la edad adulta. Sí podemos asegurar que los daños cognitivos a largo plazo se incrementan con el inicio temprano (en la adolescencia) y de manera proporcional a la frecuencia de uso y la cantidad consumida.

Tal como se menciona en el capítulo “Cerebro adolescente”, durante la adolescencia el cerebro se encuentra en un período crítico de desarrollo. El consumo de THC en esa época puede interferir en la maduración del sistema endocannabinoide

El consumo de marihuana durante la adolescencia no es una buena idea —y cuando decimos que no es una buena idea, nos referimos a que es una pésima idea—, sobre todo si se hace de manera frecuente.

y otros más, y desviar la dirección del desarrollo hacia caminos poco felices. Los estudios muestran sistemáticamente que el cerebro de los adolescentes que fuman marihuana de manera más o menos frecuente (un par de porros por semana), comparado con el de los que no fuman, suele presentar anomalías en algunas regiones de la corteza cerebral y en las zonas relacionadas con los mecanismos de recompensa (principalmente el núcleo accumbens y la amígdala), y estas diferencias se profundizan en los individuos que fuman más. Por eso, el consumo de cannabis durante la adolescencia está asociado a déficits cognitivos como deterioro de la memoria, la atención y el aprendizaje verbal, así como al fracaso escolar, bajo desempeño en la adultez e insatisfacción en la vida (Volkow y otros, 2016). Sin embargo, con respecto a estos últimos, es difícil separar las variables socioeconómicas y establecer una causalidad.

En este sentido, algo que debería preocuparnos a todos −en especial a los agentes que diseñan las políticas de drogas y de educación sobre drogas− es el fenómeno de cómo la marihuana pasó de ser un tabú subversivo a ser algo percibido como cool, especialmente entre los más jóvenes. Esto es grave no porque lo digan los adultos atávicos mala onda, sino porque así lo demuestran las investigaciones. El informe “Análisis del consumo de marihuana en población escolar”, publicado en 2016 por el Observatorio Argentino de Drogas (OAD), refleja que el 16% de los adolescentes de escuela secundaria consumió marihuana alguna vez en su vida, de los cuales el 79% continuó haciéndolo de manera ocasional o frecuente.

Prevalencia de consumo de Marihuana en la población escolar según sexo y edad

Basado en (OAD, 2016).

¿La marihuana es adictiva?

Algunas personas piensan que la marihuana, por ser una planta y algo “natural”, no puede producir adicción. Sin embargo, hay una buena pila de evidencia que nos sugiere que la adicción al cannabis es algo absolutamente posible.

Se estima que el 9% de los usuarios que se iniciaron en el consumo tendrán algún problema de dependencia con la marihuana a lo largo de su vida, aunque es pertinente contextualizarlo y mencionar que este es un riesgo mucho menor que el asociado al consumo de alcohol o tabaco (Hall, 2015). El riesgo de entrar en un consumo adictivo de marihuana se reduce al 2% luego de un año de consumo ocasional y aumenta al 6% después de diez años en la misma modalidad. Pero si el consumo es diario y varias veces al día, el riesgo aumenta a un 50%.

Probabilidades de desarrollar dependencia alguna vez en la vida a ciertas drogas en mayores de 18 años

Basado en (Werb y otros, 2015).

En la dependencia al cannabis, al igual que en otras sustancias, se encuentran involucrados el sistema de recompensa del cerebro y la dopamina, y se manifiesta con el deseo compulsivo de consumir, así como la inversión de gran parte del tiempo y otros recursos en la búsqueda de la droga y en recuperarse de sus efectos. Incluso se puede observar la aparición de un síndrome de abstinencia caracterizado por irritabilidad, ansiedad, cambios de humor, dificultad para dormir, reducción del apetito, inquietud y diversas molestias físicas, que en términos generales suele alcanzar un máximo a la primera semana de haber discontinuado el consumo y tiene una duración de hasta dos semanas. De todas maneras, recordemos que la adicción es un fenómeno complejo donde interactúan múltiples factores y no sólo la sustancia en sí.

El riesgo de adicción se duplica cuando el consumo arranca en la adolescencia (17%), pero disminuye a medida que aumenta la edad de inicio de consumo y es raro que una persona desarrolle una adicción si su relación con la sustancia comienza luego de los 25 años.

¿La marihuana produce psicosis y esquizofrenia?

Una de las preocupaciones más grandes de la comunidad médica y política acerca de la marihuana es la probabilidad de que desencadene en los jóvenes alguna enfermedad mental grave e irreversible. La realidad

Alguien con psicosis puede experimentar paranoia (pensar que otras personas o cosas le quieren hacer daño), ideas delirantes (creer que tienen una misión o poderes especiales) y alucinaciones (escuchar voces o ver cosas que no están o no existen). La esquizofrenia se caracteriza por la persistencia de estos síntomas.

es que existen elementos para justificar esta inquietud, aunque también una gran exageración. Para ponerlo en perspectiva, la mayoría de las personas que consumen cannabis tienen más probabilidades de desarrollar una adicción que una enfermedad mental grave como la esquizofrenia. Sin embargo, para aquellos que tienen algún familiar directo con esa condición, el riesgo de que el cannabis desencadene un episodio de psicosis es mayor que en el resto de la población.

El consumo de cannabis está asociado a la psicosis y la esquizofrenia de una manera compleja, contradictoria y todavía no del todo clara, por lo que no podemos decir mucho al respecto, o al menos nada terminantemente concluyente. Al igual que con el cáncer o cualquier otra enfermedad con un

La psicosis y la esquizofrenia no deben confundirse con la llamada “psicosis transitoria” que puede experimentar alguien en un estado de intoxicación con cannabis, un cuadro caracterizado por ansiedad y paranoia (el famoso “mal viaje” o “me pegó mal”). Estas sensaciones desaparecen cuando cede el efecto de la sustancia. Pero si la paranoia o las ideas delirantes persisten aun estando sobrio, es importante acudir a un especialista.

componente biológico, el riesgo de padecer psicosis o esquizofrenia se construye desde los cimientos genéticos y las experiencias que tienen lugar en nuestras vidas. Dentro de estos tantos factores que pueden empujar un episodio psicótico se encuentran la desigualdad socioeconómica, eventos estresantes, vivir en una gran ciudad e incluso tener un bebé, entre otros potenciales desencadenantes. Con el paso del tiempo, fue quedando claro que el THC del cannabis debía agregarse a esta lista. Los estudios muestran que el uso de cannabis de alta potencia, sobre todo durante la adolescencia, parece empujar a las personas vulnerables hacia el desarrollo de psicosis, a empeorar la condición en aquellos que viven con ella y a dificultar la recuperación (Volkow y otros, 2016).

Cabe aclarar que, en este sentido, el cannabis no representa por sí solo un riesgo, a menos que esté asociado a una predisposición genética en un momento determinado de la vida (Proal y otros, 2014). Además, la psicosis está claramente asociada a un consumo intenso de variedades de cannabis de alta potencia con gran cantidad de THC, pero con poco o nada de CBD. De hecho, el cannabis con alto contenido de CBD parece reducir el riesgo de psicosis y existen estudios que señalan un potencial terapéutico para esta condición (Iseger y Bossong, 2015). En síntesis, si bien la evidencia científica apoya la asociación entre consumo de cannabis y psicosis, no se ha establecido hasta el momento una relación causal.

Un tema importante a tener en cuenta es que el consumo de marihuana suele ayudar a las personas con psicosis y esquizofrenia a aliviar sus síntomas (probablemente por las propiedades ansiolíticas y antipsicóticas del CBD). A estos individuos y particularmente a los jóvenes se les debería informar que el consumo de marihuana a largo plazo tiende a empeorar su condición y deberían ser alentados a abandonar el consumo (debido al THC) (Foti y otros, 2010). Sin embargo, siempre se debe tener el tacto de no caer en la estigmatización de decirles que su decisión de fumar marihuana los llevó a desarrollar su condición; eso es una cruel y poco rigurosa culpabilización.

El necio

Sabemos que la marihuana hace daño a los consumidores. Entonces, ¿está bien que su consumo sea ilegal? Esta es una pregunta difícil de responder y cuya respuesta requiere de un análisis complejo y completo de múltiples factores, así como de una reflexión sobre lo que significa “daño al usuario y la sociedad”.

El efecto del consumo de cannabis sobre los adolescentes es un problema real y preocupante que debe ser abordado de manera urgente, tanto por el incremento en el riesgo de desarrollar una dependencia como de gatillar el inicio de una enfermedad mental grave en un individuo con predisposición genética, con todas las consecuencias que ambas condiciones traen aparejadas (alteraciones neuropsicológicas, impacto en el aprendizaje y en las oportunidades laborales, calidad de vida, etc.). Asimismo, el consumo intenso de marihuana en adultos −todos los días, varias veces al día (particularmente con variedades de alta potencia)−, también es algo que nos debe preocupar.

Pero, si comparamos el impacto de la marihuana con el de sustancias también problemáticas pero legales −como el alcohol o el tabaco−, vamos a encontrarnos con un escenario repleto de hipocresía, falta de coherencia y/o negligencia. Por ejemplo, en términos generales y en comparación con la marihuana, los expertos consideran que el alcohol es dos veces más dañino para los usuarios y unas cinco veces más para la sociedad (Weissenborn y Nutt, 2012).

Por otro lado, si el argumento de la salud mental es el que inclina la balanza, una reciente revisión sistemática identificó el tabaquismo como un factor de riesgo para el desarrollo de psicosis (Gurillo y otros, 2015). Además, es bien sabido que la prevalencia de consumo de cigarrillos es hasta cuatro veces mayor en la población con esquizofrenia que en la población general, lo cual está asociado a un aumento de la tasa de mortalidad, un mayor riesgo de contraer una enfermedad cardiovascular, una menor efectividad del tratamiento y mayores dificultades financieras por gastar dinero en cigarrillos. ¿Entonces?

Si salimos de la esfera biológica y nos introducimos en el mundo psicosocial, no podemos ignorar el tremendo impacto que implica ser arrestado y procesado judicialmente por poseer cannabis para consumo personal, ya sea en forma de cigarros o de algunas plantas en el patio o el balcón del departamento. Las terribles consecuencias de ser sometido a un proceso legal por tener un par de plantas de marihuana no pueden aportar nada positivo al futuro personal, laboral y social de ninguna persona, al punto que, claramente, ese proceso puede ser mucho más negativo para el usuario y para la sociedad que cualquier consecuencia del uso de la sustancia en sí mismo, lo que presenta una situación actual ubicada de lleno en el campo de lo absurdo (más tirando a cínico y funesto). En este sentido, cabe aclarar que el número de arrestos y casos judiciales asociados al cannabis se ha reducido notablemente en los lugares en los que el cannabis se despenalizó, así como también disminuyeron los recursos del Estado invertidos en estos operativos. Los expertos están bastante de acuerdo sobre la necesidad de dar el primer paso hacia la descriminalización del consumidor. Pero la tendencia indica, además, que la regulación del comercio de la marihuana es algo que deberemos enfrentar tarde o temprano si queremos desplazar al narcotráfico de la vida cotidiana del consumidor y, en definitiva, de la sociedad en general.

No obstante, la construcción de políticas públicas que sigan esta dirección debe contemplar medidas de protección de las poblaciones vulnerables (como los adolescentes). Tal como menciona la última declaración de la Academia Americana de Pediatría, es necesario considerar con mucha seriedad algunas cuestiones, como prohibir la publicidad y regular fuertemente el comercio para asegurar que los adolescentes y niños no accedan a la sustancia. Esto puede abordarse, por ejemplo, estableciendo una edad mínima de 21 años para comprar o cultivar (edad elegida no por capricho o inercia cultural, sino porque es el tiempo aproximado en el que el cerebro ha finalizado su desarrollo) y con penalidades a aquellos que les vendan a los menores (Ammerman y otros, 2015). Otras recomendaciones consisten en que los paquetes donde se encuentran los productos cannábicos sean −como en varios medicamentos− a prueba de niños para evitar intoxicaciones accidentales, así como también elaborar campañas de educación orientadas a prevenir el inicio temprano del consumo, lo que incluye educar a los adultos para que no fumen delante de los más pequeños.

Entonces, ¿el cannabis hace mal? Sí, sin dudas. Pero ojo, también son peligrosos el sol al mediodía, los ruidos intensos, el estrés y las frituras. La evidencia científica y el análisis de los expertos apunta a que podamos movernos hacia una política de drogas más balanceada que contemple todos los daños físicos, psicológicos y sociales del uso del cannabis, pero que al mismo tiempo contemple las libertades individuales de las personas e intente garantizar su salud y calidad de vida por sobre todas las cosas. Para eso, la política y la legislación deben, indefectiblemente, sacudirse las pulgas y desinfectarse de los argumentos históricos, sociales, políticos, morales y mediáticos que contaminan el debate.

Referencias
Bibliográficas

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