Anfetaminas y metanfetaminas

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Un cuento chino

La anfetamina y sus variantes químicas (la metanfetamina, el metilfenidato y muchas otras) son compuestos derivados de un alcaloide llamado “efedrina”, que se encuentra en algunas plantas como la Ephedra sinica y la Sida cordifolia. Al igual que la nicotina, la cocaína, los opiáceos, la marihuana y el alcohol, la anfetamina ha sido utilizada durante muchísimo tiempo como parte de productos vegetales con fines recreativos y medicinales en diversas culturas orientales (idea que a este punto del libro parece repetitiva, pero así es la historia).

La “efedra” o “Ma Huang” es un arbusto originario de China e India cuyos tallos y raíces se usaban en la medicina tradicional como diuréticos, para combatir el asma, la bronquitis, la tos, como descongestivos, para perder peso y como suplementos para aumentar la energía (Caveney y otros, 2001). En 1868, a fines del período Edo de la historia japonesa, el ingreso de drogas occidentales y medicina holandesa de la mano de médicos como Pompe van Meerdervoort dio inicio a una etapa de transformación de la farmacología en el país asiático. Aunque fue después del comienzo del gobierno del emperador Meiji que la investigación tomó vuelo debido a la apertura del país a nuevos conocimientos. Una de las estrategias que implementó Meiji fue enviar a once personas a capacitarse en otros países para adquirir allí los conocimientos más actualizados. Uno de esos viajeros fue Nagayoshi Nagai, un joven que la tenía muy clara tanto con la medicina tradicional japonesa como con

Como no le alcanzó con lograr sintetizar por primera vez la anfetamina, el químico Edeleanu se hizo famoso después por inventar un método de destilación del petróleo, lo que denota lo productiva que podía llegar a ser una persona en épocas donde no existía la televisión. Eso, o el resultado de haber ensayado en primera persona su primer hallazgo.

la occidental, quien fue enviado a Alemania a perfeccionarse en ciencias químicas. Al volver a su país, le ofrecieron el cargo de jefe del laboratorio de la compañía farmacéutica Daninipon, donde identificó el componente activo de la planta efedra en el año 1885, aunque el único efecto que se le atribuía a la efedrina en ese momento era dilatación de las pupilas (midriasis). Dos años después, el químico rumano Lazar Edeleanu sintetizó la anfetamina a partir de la efedrina, legando su nombre genérico por la contracción de su nombre químico “alfa-metil-fenetil-amina” (Sulzer y otros, 2005).

Apenas unos años más tarde, en 1893 −y cuando ya era el primer presidente de la Sociedad Farmacéutica de Japón−, el Dr. Nagai hizo otros pases mágicos de ciencia con la efedrina en el laboratorio y descubrió un material cristalino, visible al ojo humano, que denominó “metanfetamina”. Esto desencadenó una serie de investigaciones que avalaron el uso de la efedrina en los ataques de asma y que llamó la atención de muchos científicos en todo el mundo.

Pasaron unos treinta años para que el estadounidense Gordon Alles sintetizara la anfetamina por segunda-primera vez, mientras intentaba desarrollar compuestos derivados de la efedrina para tratar el asma. Como era común en aquella época que los químicos probaran los compuestos descubiertos en ellos mismos (algo que hoy claramente entendemos que no es una buena idea), el Dr. Alles se inyectó 50 miligramos de la sustancia recientemente sintetizada. A los pocos minutos, comenzó a experimentar los efectos esperados de una droga efectiva para tratar el asma: descongestión nasal, aumento de la presión sanguínea y palpitaciones. Pero la cosa no se quedó ahí. Ese mismo día, Alles tenía una fiesta y en ella se mostró inusualmente conversador e ingenioso. Ocho horas después de la administración de la droga, su presión sanguínea volvió a la normalidad y se fueron las palpitaciones, pero pasó la noche en vela pensando en un montón de cosas sin parar. Motivado por lo bien que creía que andaba la droga, comenzó a administrársela a pacientes con asma, pero con resultados poco alentadores. Sin embargo, al químico le llamó la atención el evidente efecto estimulante y comenzó a compartir la sustancia con un grupo de médicos e investigadores para su uso experimental en el tratamiento de la narcolepsia (la enfermedad del sueño). Mientras tanto, Alles patentó la droga en 1932 y se declaró el inventor del sulfato de anfetamina y del hidroclorato de anfetamina, aunque no pudo sostener esta afirmación ya que Edeleanu lo precedió, pero sí defendió haber descubierto su uso medicinal.

Como casi siempre ocurre en ciencias básicas, continuar con el desarrollo de la droga requería mayores recursos de los que el Dr. Alles poseía, por lo que se acercó a la empresa farmacéutica de Smith, Kline & French (SKF), que compró los derechos de la patente de la anfetamina en 1934. No obstante, junto con la resignación de los derechos, Alles se planteó la pregunta: ¿para qué realmente es buena esta droga? Así, compartió la sustancia con sus colegas y, como suele ocurrir, la colaboración científica dio sus frutos: en 1935 se realizó el primer reporte científico del mismo uso de anfetamina para el tratamiento de la narcolepsia que antes había sido sólo una primera aproximación. A comienzos de 1937, la empresa farmacéutica SKF sacó al mercado las píldoras de anfetamina, declarando su uso para mejorar el estado de ánimo y la depresión, por lo que comenzó a prescribirse como un antidepresivo. A pesar de esto, inicialmente se indicó el uso de las píldoras a estudiantes (que no se sospechan deprimidos en particular) y luego se expandió a músicos, artistas, conductores de camiones y a las fuerzas armadas (otras poblaciones que no se suponían particularmente deprimidas).

El mayor uso de la anfetamina y sus derivados −principalmente la metanfetamina− fue durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se la administraba a los soldados para combatir la fatiga y mantener el espíritu de lucha y el estado de alerta, al mismo tiempo que les reducía la percepción del dolor y la sensación de hambre (Defalque y Wright, 2011).

Quizás el hecho más notable del uso de la anfetamina como medicamento recetado −y que perdura hasta la actualidad− fue el ensayo clínico realizado por el psiquiatra Charles Bradley en 1936, con niños con dificultad para el aprendizaje y problemas de conducta. Bradley descubrió que la anfetamina paradójicamente calmaba a esos niños y les mejoraba la concentración.

La anfetamina generaba varias reacciones adversas, por lo que durante la Segunda Guerra Mundial se experimentó con muchísimas variantes químicas hasta que, en 1944, se sintetizó el metilfenidato. Los estudios mostraron que la supresión del apetito y el insomnio eran menos frecuentes y pronunciados. Así, el metilfenidato fue patentado en 1954 y pasó a ser la medicación de preferencia para el tratamiento de niños y adultos que padecían el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), que se mantiene hasta hoy.

Ya en los años ‘60 se comenzaron a realizar estudios más rigurosos sobre los efectos adversos de las anfetaminas y sus derivados, particularmente sobre su potencial adictivo. Es por ello que, con el paso del tiempo, la indicación médica de su uso se acotó al tratamiento de algunas enfermedades como el TDAH y la narcolepsia, y para la depresión cuando los tratamientos convencionales no responden (Heal y otros, 2013). Sin embargo, el uso de estas drogas estimulantes de manera recreacional o para el aumento del rendimiento deportivo se ha expandido en muchos países. Los efectos a corto plazo de dosis bajas de anfetamina producen mayor lucidez, excitación, energía, actividad motora y del habla, mayor capacidad de concentración, una sensación general de bienestar y reducción del apetito, entre otros signos; mientras que a dosis más elevadas estos efectos se intensifican, provocando éxtasis y euforia, flujo rápido de ideas, sensación de mayor capacidad mental y física, excitación, agitación, fiebre y sudoración. También se han reportado pensamientos paranoides, confusión y alucinaciones, además de fiebre extrema, convulsiones, coma, hemorragia cerebral e incluso la muerte en el caso de las sobredosis severas.

Abanico de anfetas

Las anfetaminas se presentan en una amplia variedad de formas de acuerdo con su pureza, pero las más comunes son el cristal (sulfato de anfetamina) y las pastillas. El cristal es la forma más popular que se consigue en la calle y consiste en un polvo blanco o rosado que generalmente se aspira a través de la nariz como la cocaína, aunque también puede ser ingerido disuelto en una bebida, fumado o inyectado luego de ser derretido. Las pastillas de anfetaminas vienen en diferentes colores, formas y hasta con dibujitos, y se las suele vender como si fueran MDMA (éxtasis) aunque no lo sean. Es imposible determinar la pureza de las pastillas sin hacer un estudio de laboratorio, aunque la mayoría de las veces es baja y la sustancia suele estar mezclada con adulterantes que pueden poner en riesgo la salud (cafeína, para-metil-metoxi-anfetaminas, ibuprofeno, etc.) (Chiu y Prenner, 2011).

Las anfetaminas aumentan la actividad de ciertas áreas del cerebro relacionadas con el pensamiento, la toma de decisiones, el movimiento y el placer; es decir, tienen un efecto psicoestimulante, lo que genera cambios tanto a nivel psicológico como físico (dilatación de las pupilas, aumento de los latidos del corazón, la presión arterial y la temperatura corporal). Tal como describió el Dr. Alles, las anfetaminas suelen incrementar la confianza, la sociabilidad, los sentimientos de bienestar, el alerta, la motivación y el deseo sexual, al mismo tiempo que reducen la sensación de hambre y cansancio, por lo que suelen ser utilizadas por deportistas de alto rendimiento y estudiantes (Spencer y otros, 2015). Sin embargo, en algunas personas puede causar síntomas como ansiedad, “mandibuleo” (bruxismo), irritabilidad, convulsiones, tendencia a la agresión y paranoia, los cuales se incrementan en gravedad a medida que la dosis aumenta (Shoptaw y otros, 2009).

Debido a sus propiedades químicas, las anfetaminas ingresan al cerebro muy fácilmente; sus efectos comienzan a ocurrir a los 30 minutos de la ingesta por vía oral e incluso en menos tiempo si se administra de otra manera −siendo la vía inyectable la forma más rápida−, y se mantienen por 6 u 8 horas. Al igual que la cocaína, las anfetaminas aumentan los niveles de dopamina en regiones específicas del cerebro mediante la inhibición del proceso de reciclado de este neurotransmisor; pero además no permiten que se activen los mecanismos de su degradación, dando como resultado una avalancha de dopamina que explica todos los efectos psicoestimulantes. Además, aunque en menor medida, las anfetaminas también aumentan los niveles de los neurotransmisores serotonina y noradrenalina en el cerebro.

Condena de consumo

Si bien es poco común que ocurran casos fatales por sobredosis de anfetamina, en algunos casos puede causar muerte por infarto de corazón y accidente cerebrovascular en personas con problemas del sistema circulatorio, particularmente cuando se la mezcla con otras drogas que aumentan la presión arterial (cafeína, MDMA, cocaína, etc.).

Sin embargo, los efectos más devastadores de la anfetamina se ven en los consumidores crónicos, quienes presentan una seria degradación física y de su calidad de vida debido al gran potencial de generar adicción que tiene la sustancia. Estas personas suelen padecer problemas para dormir, desnutrición y anorexia (por la reducción del hambre), por lo que aparentan mayor edad de la que tienen. A veces sufren daños en el corazón con arritmias y pueden presentar anhedonia (incapacidad de sentir placer en la vida sin la droga). Estudios con neuroimágenes muestran que estos usuarios suelen manifestar cambios en la estructura del cerebro, pero no queda muy claro si estos cambios y la anhedonia son las razones por las cuales estas personas pueden volverse adictas o si corresponden al consumo excesivo de anfetaminas (Berman y otros, 2008). El síndrome de abstinencia de las anfetaminas se caracteriza por tener efectos contrarios a los que produce la sustancia, como cansancio extremo, hambre y depresión, aunque también puede generar insomnio, irritabilidad y cambios de humor.

En la actualidad, aún existen numerosas preguntas acerca de los mecanismos moleculares de acción de estos compuestos, los cuales son de suma importancia para comprender en detalle las respuestas neuroadaptativas que ocurren en el cerebro durante la administración de estos agentes. Las anfetaminas tienen particularidades que las hacen requerir especial atención a la hora de pensar su regulación, tanto por sus características intrínsecas como por el lugar protagónico que han tomado sus derivados dentro de la farmacología psiquiátrica.

Referencias
Bibliográficas

Berman, S. y otros (2008). “Abuse of Amphetamines and Structural Abnormalities in Brain”. Ann N Y Acad Sci, 1141: 195-220.

Caveney, S. y otros (2001). “New Observations on the Secondary Chemistry of World Ephedra (Ephedraceae)”. Am J Bot, 88(7): 1199-1208.

Chiu, M. H. y Prenner, E. J. (2011). “Differential Scanning Calorimetry: An Invaluable Tool for a Detailed Thermodynamic Characterization of Macromolecules and their Interactions”. J Pharm Bioallied Sci, 3(1): 39-59.

Defalque, R. J. y Wright, A. J. (2011). “Methamphetamine for Hitler’s Germany: 1937 to 1945”. Bull Anesth Hist, 29(2): 21-32.

Heal, D. J. y otros (2013). “Amphetamine, Past and Present. A Pharmacological and Clinical Perspective”. J Psychopharmacol, 27(6): 479-496.

Shoptaw, S. J. y otros (2009). “Treatment for Amphetamine Psychosis”. Cochrane Database Syst Rev, 1: CD003026.

Spencer, R. C. y otros (2015). “The Cognition-Enhancing Effects of Psychostimulants Involve Direct Action in the Prefrontal Cortex”. Biol Psychiatry, 77(11): 940-950.

Sulzer, D. y otros (2005). “Mechanisms of Neurotransmitter Release by Amphetamines: A Review”. Prog Neurobiol, 75(6): 406-433.