Capítulo 1.5

Elogio de la persistencia

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Todos los descubrimientos de fósiles de humanos que se hicieron en Europa y Asia durante el siglo XIX fueron por pura casualidad, principalmente en cuevas que se estaban excavando por motivos ajenos a la investigación antropológica, como la minería. Pero en 1891, el holandés Eugéne Dubois se convirtió en el primer antropólogo en encontrar un preciado tesoro con el que había estado soñando durante más de una década. Nacido en 1858, a mitad de camino entre el descubrimiento del primer fósil de neandertal en Alemania y la publicación del famoso libro de Darwin, el interés de Dubois por la evolución humana estuvo fuertemente marcado por la revolucionada época en la que vivió. Su pasión por la evolución recibió un empuje extra cuando asistió a una conferencia dictada por el biólogo Ernst Haeckel mientras estudiaba Medicina en la Universidad de Ámsterdam. Haeckel fue un ferviente defensor del concepto de evolución por selección natural (en contraposición a las ideas creacionistas prevalentes) e inventor del concepto de eslabón perdido entre humanos y simios. Pero Haeckel era tan racista como sus contemporáneos y, para él, buscar dicho eslabón en África era absurdo, ya que no podía concebir la existencia de algún tipo de conexión entre la “pureza blanca europea” y los “salvajes negros africanos”. En cambio, propuso que los humanos debían haberse originado en alguna región del sudeste de Asia, porque su clima húmedo y caluroso es similar al que habitan los grandes simios de África. 

Luego de varios años de dar clases en la facultad de Medicina, Dubois se cansó de la vida universitaria, abandonó todo y se embarcó en una aventura para buscar la especie en cuestión. Después de unos frustrados intentos de pedir ayuda económica para su misión, Dubois se enlistó en 1887 como médico del ejército para ir a Sumatra, una isla tropical perteneciente a lo que hoy es Indonesia y donde habita el orangután, el único simio que vive fuera de África. Dubois pensaba que quizás algo o alguien conectaba a nuestra especie con este majestuoso animal de expresiones inconfundiblemente humanas. Además, como en aquel entonces la isla estaba administrada por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales —y sus tareas militares eran bastante livianas debido al amplio dominio de Holanda sobre el pueblo nativo—, Sumatra representaba un excelente sitio para comenzar su proyecto. La mayor parte del tiempo se la dedicó a la búsqueda de fósiles, eligiendo cuevas como sus lugares predilectos debido a que todos los huesos encontrados hasta el momento habían sido ubicados en estos espacios. Tras dos años y medio de búsqueda incansable, y de sobrevivir a la malaria, Dubois no encontró nada. Entonces se mudó con su familia a Java, otra isla perteneciente a Indonesia. Allí, con mucha mano de obra nativa y luego de varias excavaciones en las que desenterró miles de huesos de muchos animales, se topó con un pedazo de cráneo que parecía más pequeño que el de los humanos modernos, pero considerablemente más grande que el de los primates, un diente parecido a los nuestros y un fémur que sugería una posición de pie y erguida. Corría el año 1894 y, creyendo que había encontrado el tan deseado eslabón perdido, lo llamó el simio erguido.

En las siguientes décadas se encontraron varios restos fósiles en el sudeste de Asia con características similares, tanto en Indonesia como en China. Lo más llamativo de estos fósiles, más completos que el que encontró Dubois, era su gran estatura (1,70 metros), una proporción corporal parecida a la de los humanos, brazos relativamente cortos y piernas largas, lo que denotaba una pérdida de la condición anatómica para trepar árboles, pero una buena adaptación a la vida en el suelo, caminar largas distancias y correr ágilmente, al igual que nosotros. Además, la mandíbula y los dientes eran bastante más pequeños que el de nuestros parientes cercanos, su cara era aplanada y tenía, por primera vez en los primates, una nariz proyectada hacia adelante.09La aparición de la nariz proyectada hacia adelante en Homo erectus se considera una adaptación evolutiva relacionada con la aridificación del clima en su entorno. Al tener una nariz más prominente, Homo erectus pudo aprovechar mejor la humedad presente en el aire inhalado, y reducir así la pérdida de agua durante la respiración. Esta adaptación fue beneficiosa en un entorno más seco, donde la conservación del agua era crucial para la supervivencia. Su cráneo era capaz de albergar un cerebro de unos sorprendentes 1000 cm3. Básicamente, no eran humanos modernos, pero tenían características humanas reconocibles y nuestra ropa les hubiera quedado muy bien. Fue así que en el año 1950 se propuso que el conjunto de fósiles encontrados no eran de un simio erguido, sino de un humano: el Homo erectus (hombre erguido).

Estudios realizados mucho tiempo después estimaron que la edad de los huesos del hombre de Java que encontró Dubois es de unos 1,3 millones de años, pero el fósil más antiguo de esta especie se encontró en Sudáfrica y tiene 2 millones de años. Esto significa que África es la cuna de la humanidad y que la especie compartió el territorio con otros primates que también caminaban erguidos, hacían herramientas y comían animales. Desde esa época, diferentes poblaciones de Homo erectus abandonaron el continente africano y se extendieron un poco hacia Europa, pero principalmente por Asia, incluyendo Indonesia, lugar que habitaron hasta hace tan sólo 100.000 años. Esto convierte a Homo erectus en la especie humana más exitosa y con mayor tiempo de duración hasta el momento (en comparación a nuestros humildes 300.000 años), pero también en una especie con características muy diversas, con alturas que van desde 1,40 metros hasta los 1,85 metros. 

Las capacidades cognitivas del Homo erectus fueron realmente novedosas. Por empezar, migrar de continente es una hazaña asombrosa que implica una larga travesía en la cual se cruzan muchos ecosistemas, desde sabanas abiertas con pastos altos hasta bosques frondosos donde el avance del paso se hace difícil. Salir de África fue una aventura que demandó un extraordinario ingenio para adaptarse a los nuevos entornos. Además, Homo erectus realizó una importante innovación en la tecnología de las piedras: además de partirlas y usar sus bordes afilados como cuchillos, las trabajaban simétricamente por ambos lados, lo que indica un mayor control y cuidado de la terminación final de la herramienta. Estas herramientas se llaman hachas de mano y su forma les habría permitido utilizarlas para múltiples propósitos, como cortar leña, trocear un cadáver, excavar el suelo e incluso trabajar el cuero. Esta nueva especie de primate tenía comportamientos radicalmente distintos a los homínidos más antiguos, como la caza y la recolección de manera coordinada, el cuidado de miembros del grupo heridos o enfermos y, posiblemente, formas rudimentarias de lenguaje y arte.

La causa de este sorprendente salto cognitivo es muy debatida, pero es muy probable que el clima haya tenido algo que ver. Hace aproximadamente 2,6 millones de años se terminaba una época geológica cálida y húmeda (el Plioceno), para dar comienzo a otra más fría y seca, con amplia variación climática y múltiples glaciaciones (el Pleistoceno). En aquel entonces, los continentes de América del Norte y del Sur (que se encontraban aislados) se unieron por el istmo de Panamá, lo que separó los océanos Pacífico y Atlántico, y generó un cambio en la circulación global de agua que afectó profundamente el clima del mundo. La aridez, que había comenzado varios millones de años antes, se hizo más intensa. Como consecuencia, los ecosistemas selváticos y boscosos que habitaban los homininos de la época cambiaron tanto de estructura como de extensión; esto puso en peligro sus medios de subsistencia, especialmente de aquellos que se habían especializado en comer un tipo particular de alimento. Fue durante este período que se extinguieron los últimos homininos parecidos a los simios (como los australopitecos y los parántropos). La sabanización de parte de África favoreció a aquellas poblaciones que se las arreglaban muy bien en los pastizales arbolados, particularmente a la población de Homo habilis que dio origen a Homo erectus hace 2 millones de años. El Gran Valle del Rift, con sus terremotos, paisajes accidentados e irregulares, cuevas, y lagos, pudo haber ofrecido un excelente área de entrenamiento. 

Pero para que el cerebro pudiera coordinar este nuevo repertorio de comportamientos y movilizar cuerpos grandes, los Homo erectus necesitaban una buena cantidad de calorías y nutrientes. Se estima que la demanda diaria de energía de un Homo erectus macho de 63 kilos habría sido de unas 2100 kilocalorías (kcal) por día, lejos de las 1200 de un Australopithecus de 40 kilos y mucho más cerca de las 2250 de un sapiens de 70. Una hembra de 52 kilos requería de 1800 kcal, aunque ese valor ascendía a 2200 kcal durante la gestación y a 2500 kcal durante la lactancia. Es un cambio radical en la demanda de energía, tanto para vivir como para tener crías, y solamente pudo haber sido sostenido exitosamente con más comida y de mejor calidad. La incorporación de mayores cantidades de carne es la explicación que salta a la vista.

Una manera de consumir más tejidos animales es siendo mejores carroñeros, un comportamiento clave en la evolución de nuestra especie, cuya evidencia se manifiesta en la gran acidez de nuestros estómagos.10El jugo gástrico secretado por nuestros estómagos tiene un pH de 1,5, similar al de las aves y otras especies de mamíferos carroñeros. Las nuevas capacidades cognitivas de los Homo erectus podrían haberles ayudado a identificar comida a lo lejos y crear estrategias para quedársela. Un grupo de buitres era fácil de espantar (incluso para un Australopithecus), pero una manada de hienas saboreando los restos de un animal muerto seguro era una tarea más demandante. Quizás algunos arrojaban piedras y palos para distraer a las hienas unos instantes mientras otros robaban un pedazo del animal muerto. Espantar a un grupo de leones después de haber cazado una presa grande como una cebra podría haber sido una actividad aún más riesgosa, pero todavía factible, y mucho más productiva en términos de cantidad de carne obtenida, aunque sin dudas habría requerido de una gran capacidad de cooperación. Es muy difícil asegurar que Homo erectus haya tenido esa habilidad social, y casi todo lo que digamos sobre ellos cae en el terreno de la especulación, pero algunos fósiles sugieren que podrían haber cooperado entre sí. En el año 2005 se encontró en la República de Georgia un cráneo perteneciente a un Homo erectus adulto de unos 40 años. La mandíbula sólo tenía un diente (el canino) y los huecos de los demás dientes estaban rellenos con hueso, lo que indica que el individuo vivió al menos dos años sin dentadura. Si bien podría haber sido capaz de cuidar de sí mismo partiendo huesos para extraer el tuétano e incluso ablandando frutas y trozos de carne con martillos de piedra, la pérdida casi total de sus dientes sugiere alguna enfermedad, edad avanzada o ambas cosas, y es poco probable que haya podido sobrevivir sin ayuda. Esto indica que ciertos comportamientos como la compasión y la cooperación ya estaban presentes en los Homo erectus.

Entonces, si podían carroñar de manera coordinada y ayudar a sobrevivir a sus semejantes desvalidos, no hay motivos para creer que no podían cazar en grupo. Esperar arriba de un árbol con una piedra hasta que una gacela distraída pase por debajo es una opción factible, así como también perseguir pequeños mamíferos, como marmotas o liebres, hasta sus madrigueras. Pero la nueva anatomía de Homo erectus sugiere que estos humanos desarrollaron una técnica de cacería que doblegó a todos los animales de la sabana. La mayoría de las situaciones de cacería animal en África consiste en un felino intentando atrapar a un herbívoro de tamaño mediano en una persecución que dura unos minutos. No hay medias tintas: el éxito es recompensado con una copiosa comida, y el fracaso, castigado con la fatiga y la frustración. Los herbívoros africanos evolucionaron presionados por este tipo de persecuciones fugaces. En cambio, los Homo erectus, con sus miembros bien adaptados a caminar y correr, y con sus narices que conservaban mejor la humedad, comenzaron a perseguir a los animales durante largas distancias. Esto se denomina cacería de persistencia y es un método utilizado hasta el presente por muchas comunidades cazadoras de todo el mundo. A diferencia de los humanos, el resto de los mamíferos tiene muy pocas glándulas sudoríparas que les permitan regular su temperatura corporal, por lo que un trote continuo los calienta peligrosamente. Además, al estar en posición vertical, nuestro cuerpo presenta menor superficie expuesta directamente al sol. Con esta ventaja, un grupo de Homo erectus podría haber elegido una presa, como un un antílope o una gacela, y acosarla durante mucho tiempo (hasta cinco horas) caminando o corriendo (o ambas cosas de manera intermitente) hasta que la presa colapsara del cansancio. Entonces habría sido fácil abrirle el abdomen usando un hacha de mano, comerse algunos órganos crudos en el lugar y llevar la carcasa al resto del grupo.Encontrar evidencia de cacería es difícil, pero en 2009 se descubrió un conjunto de cien pisadas de un grupo de adultos de hace 1,5 millones de años, en una zona que correspondía a la orilla de un antiguo lago. Si hubiesen estado forrajeando plantas acuáticas, el patrón de las pisadas habría sido desordenado, con pies yendo y viniendo de un lado al otro en busca de la totora más carnosa. Pero las pisadas se orientaban todas hacia una misma dirección, como si el grupo de adultos hubiese estado atento y enfocado persiguiendo un animal. Otro punto a favor de la cacería de persistencia es que no requiere de armas sofisticadas como lanzas o arco y flecha, sino más bien una piedra afilada para dar el golpe de gracia, por lo que es bastante probable que esta técnica haya sido un aporte importante a la dieta de los Homo erectus.