Que las palabras llenen esa ausencia con otra música de vida.
Pablo Rieznik, “Que no se diga en un velorio”
Hay algunos dilemas morales que, si aceptamos las premisas que vimos (el principio de igualdad y la moral como el estudio del sufrimiento y el bienestar de los seres sintientes), se resuelven con relativa facilidad. El ejemplo más claro es, creo, si las investigaciones con células embrionarias deberían permitirse. Alguien cuya moral es guiada por el cristianismo posiblemente dirá que el momento de la fertilización del óvulo es el de la concepción, que desde la concepción la vida es sagrada y que por eso deben prohibirse la pastilla del día después, la fecundación in vitro y, por supuesto, las investigaciones con células embrionarias, aunque sepamos que pueden, tal vez, llevar al descubrimiento de la cura del párkinson o el alzhéimer, como sugieren algunas investigaciones recientes. 1Reddy, P. H. (2019). “Current status of stem cell research: An editorial”. Biochimica et Biophysica Acta. Molecular Basis of Disease, 1866(4).
Al contrario, como dijimos, muchos musulmanes no tienen problema con la fecundación in vitro o la investigación con células embrionarias porque su texto sagrado (el Corán) no dice nada acerca de la sacralidad desde la concepción. Los fragmentos de la Biblia que hablan sobre estos temas no están en la primera parte, el Pentateuco, la parte de la Biblia que también reconocen como textos sagrados los judíos y los musulmanes. Para la mayoría de los cristianos, sin embargo, la Biblia es clara en este sentido. La escatología, la parte de la teología que estudia el destino último del ser humano y el universo, lo viene diciendo hace mucho. Sólo a modo de ejemplo, cito este texto que hallé en un sitio web cristiano y que creo representativo de los argumentos cristianos detrás de la oposición a la fecundación in vitro, la investigación con células embrionarias y la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo: 2El sitio se llama Una vida, una esperanza (unavidaunaesperanza.com).
Lo mismo se afirma de Juan El Bautista (Lucas 1-15): “(...) y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre”. Dios es el autor y dueño de la vida: “El Señor da la muerte y la vida” (1 Samuel 2:6). Y Pablo escribe en Gálatas 1:15: “Pero Dios me escogió desde el vientre de mi madre, y por su mucho amor me llamó”. En estos pasajes Dios se refiere a los nonatos, a uno lo consagró, a otro le señaló para servirle y al tercero lo llenó de su Espíritu Santo. No puede caber duda alguna en estos ejemplos de que el nonato es una persona. Para que no pueda existir reserva alguna de que éstos pudieran ser casos especiales, tomemos en cuenta a la Persona más singular de todas: Nuestro Salvador Jesucristo. Aun siendo uno en su género, las Escrituras nos dicen que en su naturaleza humana Él habrá de ser igual en todo a nosotros. Hebreos 2:17: “Y para eso tenía que ser hecho igual en todo a sus hermanos, para llegar a ser delante de Dios un sumo sacerdote fiel y compasivo, y para expiar los pecados de su pueblo”. ¿Queda duda alguna de que Jesús era una persona antes de nacer? Hasta el momento de su muerte en la cruz, Él vivió humanamente como usted y como yo. Por lo tanto, nosotros también somos personas desde el momento de la concepción. No se pueden hacer excepciones basadas en nuestro tamaño, nuestra apariencia externa o el lugar en el cual residimos. Tenemos un gran valor ante los ojos de Dios y lo debemos tener también ante los ojos de todas las personas.
Ahora bien, descartando los argumentos que utilizan los textos sagrados como principio de autoridad y revelación, ¿qué nos dice el principio de igualdad al respecto? Que nuestros intereses deben ser considerados por igual. ¿Los intereses de quiénes? De los seres sintientes. ¿Sufren los óvulos fecundados o las células embrionarias? ¿Cómo podemos saberlo? Aplicando el segundo principio que utilizamos como punto de partida: mediante razonamientos y evidencias (es decir, basados en una moral secular). Así, a través de estos dos principios, llegamos a una respuesta, y es que no: un puñado microscópico de células no sufre, contenga ADN humano, de una bacteria, de una planta, de un hongo o de un mono, ya que no tiene sistema nervioso central. Es por eso que, en los términos de una moral que acepte el principio de igualdad, la pastilla del día después y las investigaciones con células embrionarias deberían permitirse por la simple razón de que un conjunto de células microscópicas, por más ADN humano que tenga, no siente ni sufre.
En esta línea, la conversación sobre la interrupción voluntaria del embarazo, en mi opinión, es una conversación sobre salud pública, sí, pero también sobre moral, sobre el sufrimiento o no de seres sintientes. Sin embargo, la mayor parte de las personas con quienes charlo sobre el tema sostienen que no es un tema moral, sino de salud pública. Que no es un tema metafísico, sino político. Pero cuando alguien quiere prohibir el aborto y dice que es un tema moral, está diciendo que es un tema que tiene que ver con las normas que debemos establecer entre las personas para convivir y minimizar el sufrimiento. Es, por definición, un asunto moral. Es un problema político y de salud pública, sin dudas, pero también moral. Creo que es importante aclararlo, ya que, de otra manera, una persona que apoya la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo es vista por quien está en contra como alguien a quien no le importa el sufrimiento del niño por nacer. Y la realidad es que, a quienes apoyamos que una persona gestante tenga la posibilidad de interrumpir su embarazo, sí nos importa el sufrimiento, muchísimo; su entendimiento justamente es la base de una moral secular. Pero entendemos que las células microscópicas no sufren, y no sólo tenemos buenas razones para creerlo, sino que buena parte de nuestra legislación ya se basa en aceptar el hecho esencial y observado sistemáticamente de que sólo existe sufrimiento en cuerpos con un sistema nervioso central desarrollado. Entonces, en vez de decir que no es un problema moral, sino político, ¿por qué no decir que es un problema moral y político?
Si aceptamos que nuestras conversaciones sobre lo que es moral o no deben darse en el marco del estudio del sufrimiento de seres sintientes, creo que es transparente que la interrupción voluntaria del embarazo durante las primeras semanas de gestación no debería estar prohibida por la simple razón de que un conjunto de células microscópicas, por más ADN humano que tenga, no siente ni sufre. En cambio, bajo los mismos principios, entendemos que una persona que desea interrumpir su embarazo sí tiene capacidad de sufrir las múltiples posibles consecuencias de esta prohibición.
Aceptar este marco para nuestras conversaciones nos ayuda a encuadrar, también de forma más o menos clara, los dilemas acerca de qué estamos dispuestos a permitir o no en relación con el final de la vida de cada persona.
Charlé mucho sobre esto con mi papá, Pablo Rieznik, en sus últimos meses de vida, cuando los dos sabíamos que le quedaba poco. En un momento le dolía mucho el cuerpo. Desde que se levantaba hasta que se dormía, su día era estar concentrado en tratar de que no le dolieran tanto los pulmones, donde el tumor que tenía seguía creciendo; no podía pensar en otra cosa. Frente a la perspectiva de seguir así o empeorar, un día me dijo que en esas condiciones él no quería seguir viviendo. Fue la conversación más difícil de mi vida. En los días siguientes, con metadona y morfina logró aplacar su dolor y murió “bien”, si es que eso es posible. Pero llegó a escribir sobre el hecho de que la vida por la vida misma no tiene valor: una vida de sufrimiento no vale la pena ser vivida. La expresión “luchar por la vida” es un sinsentido, decía. Se lucha por el amor, por la libertad, por ayudar a los demás, pero no por la vida. La vida en sí misma, la vida por la vida misma, no tiene valor, creía. En un texto que encontramos en su computadora y publicamos post mortem, decía:
Desde muy joven quedé impresionado con un verso de Rilke que planteaba la necesidad de “elegir la propia muerte”. Entonces la elección era una elección de vida, de ninguna manera un suicidio. Al revés, era la ofrenda de una conciencia que se quería lúcida, combativa, hasta el final. (…) Que no se diga en un velorio con pretensión de homenaje que el difunto mostró cómo se pelea por la vida. Déjenlo en paz, si esto o cualquier otra cosa fuese posible cuando el tipo ya no está. Si es por inventar, la imaginación humana debe acopiar ponderaciones más elevadas y hasta llenas de poesía. Evitemos el desatino. No es bueno. No. Que las palabras llenen esa ausencia con otra música de vida.