Rubidio

ELEMENTO 37

Rubidio

37

3min

Muñequita linda.

Hay momentos que nos quedan grabados para siempre. Son como imágenes casi reales que vuelven a nuestra cabeza, unas con más frecuencia que otras. En mi caso, ahora que soy madre de dos pequeñas, hay un momento en particular que se me aparece bastante: el día en que mi mamá me cantó por primera vez “Muñequita linda”. Creo que cuando escuché la canción tenía unos 8 años y estaba en el cuartito del entrepiso de nuestra casa de Piriápolis. Y creo recordar que cuando escuché la palabra “rubí”, no tenía la más pálida idea de qué significaba. Pero me encantaba. Me encantaba cómo sonaba y resonaba en mi cabeza. Me divertía imaginarme esos labios, los míos (porque yo era y voy a ser siempre su muñequita), que por ser de rubí eran especiales. No fue hasta que fui bastante mayorcita –y en realidad no recuerdo cuándo– que supe que el rubí era una piedra preciosa, un mineral resultado de miles de años de procesos. 

Con el rubidio, en cambio, me pasó que no sólo no tenía idea de que existía hasta que me puse a investigarlo, sino que al verlo ahí, como uno más en la tabla (como me pasa con otros elementos), lo asocié prácticamente con la nada. Pero aún así, su nombre me llamaba la atención.

Dicen que la vida aborrece el vacío, y yo en el vacío del rubidio tenía al rubí, porque cuatro letras iguales no podían deberse a la nada. Algo debía conectarlos. Ya estaba vivo.

Emprendí un viaje de búsqueda poética científica entre ambos que resultó un tanto fallido. ¿Qué pueden tener en común más allá del nombre? ¿Será rojo el rubidio? Entonces me perdí una y otra vez en un mar de pestañas, en una melodía de descubrimientos, desarrollos, aplicaciones, y me quedé ahí, en el vacío.

Mi sospecha del rojo era cierta: “rubidio” y “rubí” vienen de rubidus y ruber, “rojo” y “rojo intenso” en latín. Sobre ese dato tan simple, tan obvio y tan carnal, ruber rubidus, fui descubriendo (soñando, leyendo, tarareando) que el rubidio –metálico, gris y preconceptuadamente frío– arde fácilmente en la atmósfera, que sin él probablemente no podríamos generar vacío y que es “mi elemento”, por el resultado de miles de procesos. 

Ya en un bucle interminable de preguntas y respuestas enciclopédicas, de visualizar cuánta pasión hay también en la ciencia, encontré a un investigador capaz de perder un ojo en el camino experimental como Robert Bunsen, inventor del primer espectroscopio junto a Gustav Kirchhoff, herramienta con la que estudiaron las características de la luz que emitían distintos materiales al ser calentados. Uno de sus objetos de adoración fue la lepidolita, otra piedra preciosa. La calentaron, lograron que emitiera luz y la hicieron pasar por un prisma, todo en su espectroscopio, para ver que proyectaba dos rayas rojas; y eso mismo, esas dos franjas que nadie había visto antes, eran la señal de que existía un elemento único y poético al que llamaron “rubidio”. Con el espectroscopio abrieron una ventana infinita al conocimiento, y con el rubidio, un sinfín de aplicaciones tecnológicas. 

Robert, rubí, rubidio, relojes de oro con corazón de rubí, relojes atómicos con corazón de rubidio. Un espectro divino, el vacío envuelto en la brisa. Un eco por fibra óptica. Y a veces escucho la canción resonar una y otra vez.

 

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