Marie Curie dijo: “Nada en la vida debe ser temido, sólo debe ser comprendido. Ahora es el momento de comprender más para temer menos”.
La tabla periódica juega un papel fundamental en la travesía que es “comprender”, ese pedazo de papel que muchas veces utilizamos casi por inercia, sin contemplar su verdadera trascendencia, alimenta la curiosidad, que es el motor que nos impulsa a afrontar lo desconocido y emprender la búsqueda de la verdad.
En 1900, al físico alemán Friedrich Ernst Dorn le picó el bichito de la curiosidad y quiso corroborar lo que Ernest Rutherford andaba diciendo: el torio emite un material radiactivo. No sabían muy bien qué era, pero de eso se encarga la ciencia, ¿no? Averiguar qué y el porqué de las cosas. Dorn hizo un par de ensayos y observó lo mismo que Rutherford. Así, pasó a experimentar con el radio y observó que este elemento también emitía algún tipo de radiación, a lo que denominó simplemente “emanación de radio”.
Ahí empezó una danza de nombres medio floja de papeles que la “emanación” fue adoptando a medida que muchas personas (como Marie y Pierre Curie) experimentaban con él. Frederick Soddy lo caracterizó como “gas” y lo presentó, junto a Rutherford, como un nuevo elemento. Sir William Ramsay y Robert W. Grey lo aislaron por primera vez y lo llamaron “nitón” (del latín nitens, “brillante”) porque se iluminaba como arbolito de Navidad cuando lo sometían a temperaturas por debajo de su punto de fusión. Finalmente, en 1923, la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, el organismo que regula los nombres de los elementos (y de otras cosas), decidió llamarlo “radón”.
Una vez que encontró su lugarcito en la tabla y su grupo de pertenencia (los gases nobles), el radón, lejos de “respetar” la idea de que, al ser inerte, es poco problemático, desde hacía cinco siglos venía enfermando a los mineros de Schneeberg en Alemania, ellos lo conocían como “el mal de las montañas” y hasta creían que los responsables de tantas muertes eran duendes que entraban en las minas. Spoiler alert: no eran duendes. Resulta que el radón, además de ser radiactivo, emana naturalmente de los suelos producto de la desintegración radiactiva del uranio y se acumula en lugares cerrados, lo que provocaba que los mineros desarrollaran cáncer de pulmón.
Según la Organización Mundial de la Salud, el radón es la segunda causa de cáncer de pulmón después del tabaco y alrededor del mundo se invierten millones de dólares en la prevención de radón residencial. Sí, también hallamos a este gas en nuestros hogares. Este dato fue de público conocimiento cuando en la planta nuclear de Limerick las alarmas de radiación se activaron por un trabajador que ingresó a la planta con niveles excesivos de radiación traídos desde su casa, pero excesivos posta, 700 veces más que la cantidad máxima recomendada por la Agencia de Protección Ambiental. Acá no podían culpar a ninguna criatura fantástica, era el Radón el responsable.
Al final, cuando la ciencia es ciencia, en ocasiones nos ayuda a entender el mundo que nos rodea, en otras nos confunde, pero en especial nos permite entender lo que podemos cambiar y aceptar lo que no.