Plomo

ELEMENTO 82

Plomo

82

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El plomo, un elemento con mala prensa.

El plomo es un elemento calumniado, mal visto y mal famado. En primer lugar, el atributo plomo se usa para una persona o cosa que resulta pesada, molesta o fastidiosa. Plomo es sinónimo de tedio. Además, los días de clima plúmbeo son días grises, de un cielo encapotado, cubierto de nubes espesas, densas, de una llovizna persistente y fina. Días lánguidos y taciturnos que pesan sobre nuestro ánimo y nuestras cabezas y en los cuales es fácil sucumbir a la melancolía.

Desde otro punto de vista, en un plano menos metafórico, aunque las de goma también lastiman, las balas de plomo son las que matan. Lo cual nos lleva a los años de plomo, tiempos violentos y oscuros. Tiempos que es necesario recordar para no volver a vivir.

Para colmo, el plomo es tóxico. El envenenamiento producido por este metal se conoce como “plumbosis” o “saturnismo”: una vez que entra al cuerpo, el plomo interfiere con la propagación de señales a través del sistema nervioso central y perturba el procesamiento de elementos nutritivos como el zinc, el hierro y el calcio. El saturnismo afecta la llegada de oxígeno al cerebro y produce alucinaciones, agresividad, pérdida de memoria y esterilidad. 

Este metal gris azulado es tan particular y tan molecularmente elástico que no fue reconocido por Mendeléyev en su tabla de los elementos. Es pesado, denso, flexible, aparentemente inmune a la corrosión. Conocido desde hace miles de años, siempre fue utilizado por la humanidad, por abundante y por su fácil fusión. Los romanos fueron los primeros en explotar el plomo a escala industrial en la construcción de acueductos y cañerías para el agua. De ahí la palabra plomero, que deriva del latín plumbum.

Y el plomo, revolucionario, fue uno de los causantes de la decadencia del Imperio romano. Los disolutos romanos hervían jugo de uvas en cazuelas de plomo para extender la vida de los vinos. Esto producía acetato de plomo, que tiene un sabor intensamente dulce, y dulces eran también los trastornos que generaba en los romanos. Ellos asociaban la locura plúmbea con el lúgubre dios Saturno, que se comió a sus propios hijos.

Es cierto que el plomo, como todo, como todos, no es uno: existen muchos tipos. El plomo corto, mezclado con arsénico. El plomo rico, que cuenta con importantes niveles de plata, y el plomo pobre. El plomo blanco, carbonato de plomo, el ingrediente secreto de Rembrandt, fue ese toque mágico y misterioso que daba bellos contrastes a sus maravillosas pinturas al óleo.

Quizás sea por todo esto que siento la urgencia de reivindicar al plomo, salvarlo del injusto desprestigio. Es que el plomo es, de alguna manera, el elemento más romántico –por injuriado– pero también por ser digno, creativo y defensor de causas perdidas. Qué hubiera sido de la música sin Beethoven o de la pintura sin los cuadros de Van Gogh, Goya y Caravaggio, quienes, se dice, sufrieron saturnismo. Y qué sería de todos nosotros sin esos días de cielo plomizo en los que solemos sumirnos en la melancolía, esa extraña felicidad de estar tristes.

 

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