Hace cincuenta años, una pareja se juraba amor eterno con un anillo dorado y hoy celebra sus bodas de oro; en 2009, un futbolista rosarino gana el Balón de Oro; en 2019, una compositora gana el premio Gardel de Oro; en el siglo III a. C., un matemático griego encuentra una proporción geométrica presente en la naturaleza y la llama “número áureo”. Todos estos eventos que poco tienen que ver hacen referencia a uno de los elementos más valorados por la humanidad: el oro. Un átomo que arma moléculas singulares para nuestros ojos, que prefieren apreciar lo brillante a la luz. Por ello no es de extrañar que el oro haya sido uno de los primeros metales conocidos por la humanidad.
Su símbolo químico es Au, que viene del latín aurum, “brillante amanecer”, lo que nos muestra que en otros tiempos también existieron cantantes de baladas. Desde mucho antes de que se convirtiera en un medio de intercambio estándar, el oro se consideraba divino y un símbolo de la inmortalidad porque no se corroe con el tiempo.
Desde las épocas más remotas, el mundo no ha dejado piedra sin remover en su búsqueda de oro. Por lo tanto, no es sorprendente que varios entusiastas del conocimiento también hayan buscado formas de crearlo a partir de otros metales. Uno de ellos fue el médico suizo Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, Paracelso para los amigos, que en el siglo XVI practicaba la alquimia, pariente de la química moderna. El objetivo principal de estos alquimistas era la conversión de metales corrientes en oro y la búsqueda de un remedio que curara todas las enfermedades. Y qué mejor candidato a hacerlo que un elemento impoluto, duradero y alabado, asociado con la inmortalidad. Paracelso y varios alquimistas chinos recomendaban su uso médico para distintas dolencias, entre ellas la melancolía; porque sabemos que el oro no es todo, pero cómo ayuda.
Por supuesto que no tuvieron mucho éxito, pero los esfuerzos de la alquimia han traído a la luz inventos útiles y experimentos instructivos que contribuyeron mucho a la ciencia moderna. Hoy se usa oro en nanopartículas, el polvo de oro más ínfimo que se puede imaginar, pero aun muchísimo más pequeño. Esto tiene que ver con que las células tumorales lo acumulan (las sanas también, pero mucho menos), entonces se puede asociar al oro alguna droga que las mate. Por supuesto que también matará a las no tumorales, pero en menor proporción.
Como civilización, hemos lanzado un disco de oro en las sondas Voyager. Sea quien sea que descubra ese disco entenderá que sabemos moldear el oro y conocemos sus propiedades resistentes; además de encontrar grabados en él saludos en 55 idiomas, los mejores sonidos naturales de la Tierra y un compilado de temas representativos del mundo.
Como se puede apreciar, le hemos dado todo tipo de usos a este noble metal. Pero es aún mucho más relevante como símbolo de logro, de recompensa y una asociación directa a lo perfecto y eterno. Ojalá la búsqueda de todos los elementos en el universo nos entusiasmara tanto como lo hizo el oro: cada una de ellos posee propiedades e historias únicas.