Hafnio

ELEMENTO 72

Hafnio

72

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La historia de la ciencia suele estar llena de serendipias, descubrimientos accidentales y un poco de suerte. La química, como parte vital y hermosa de esa historia, pasó (y pasa) muchas veces por esos caminos: se encuentra un elemento o compuesto hasta el momento desconocido y luego se estudian sus propiedades y características. Lo raro […]

La historia de la ciencia suele estar llena de serendipias, descubrimientos accidentales y un poco de suerte. La química, como parte vital y hermosa de esa historia, pasó (y pasa) muchas veces por esos caminos: se encuentra un elemento o compuesto hasta el momento desconocido y luego se estudian sus propiedades y características. Lo raro es el camino inverso. Saber que hay algo ahí afuera que podemos predecir pero que, por más que busquemos, se niega a aparecer.

En 1869, Mendeléyev terminaba la primera versión de lo que hoy conocemos como tabla periódica de los elementos, pero siempre supo que aún le quedaban muchos casilleros por llenar. Uno de esos casilleros era el que quedaba justito abajo del circonio. Correspondería al elemento número 72, que debía comportarse parecido a sus vecinos de arriba, es decir, ser un metal de transición. Pero, por más que intentaran, no podían aislarlo: el propio Mendeléyev creyó encontrarlo en 1871, y propuso que ese lugar era del lantano, pero no pudo probarlo; en 1911, Georges Urbain bautizó como “celtium” a lo que acabó siendo una mezcla de lantánidos ya descubiertos.

Unos años después, Niels Bohr, uno de los padres de la física cuántica, proponía un modelo de estructura atómica y se sumaba a la teoría de Mendeléyev prediciendo que un elemento con 72 electrones debía comportarse muy parecido al circonio. Tanto que dijo que era probable que aparecieran en el mismo mineral de forma casi indistinguible, camuflada. Así, en 1923, dos estudiantes suyos, George von Hevesy y Dirk Coster, usaron difracción de rayos X para confirmar lo que Mendeléyev había anticipado 54 años antes: el elemento 72 existía y era un metal de transición. Lo llamarían “hafnio”, derivado de Hafnia, el latín de Copenhague, ciudad en la que por fin, y sin saberlo, acababan de encontrar el último elemento de la tabla que presenta todos sus isótopos estables.

Sabían que el hafnio estaba ahí, lo predijeron y lo buscaron hasta que lo encontraron. Mostró tantas ventajas que hoy vale un montón, para bien y para mal. A veces, la estabilidad química y la emocional no son cosas tan distintas.

 

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