La hija de la necesidad

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Los primeros 5 millones de años de los homininos estuvieron repletos de retos que transformaron profundamente la anatomía y la fisiología de nuestros ancestros. Desde comer frutas y hojas sentados en un árbol hasta romper huesos con piedras para aprovechar la médula ósea, el éxito de los homininos estuvo en abandonar la alimentación especialista para convertirse en generalistas. Pero fueron los vaivenes climáticos y ambientales que ocurrieron en los últimos 2 millones de años los que terminaron de forjar la flexibilidad alimentaria característica de los humanos. Como la invención es hija de la necesidad, nuestros cerebros, ansiosos por cumplir con la cuota diaria de calorías, buscaron mil y una maneras de conseguir comida. Así, los humanos aprendieron a manipular el fuego y a cocinar, a crear herramientas y armas cada vez más sofisticadas, y a elaborar estrategias de caza y recolección más ingeniosas. Con la acumulación de conocimientos y el avance tecnológico, pudieron manipular la naturaleza para su beneficio como ningún otro animal lo había hecho antes. 

Después de cientos de miles de años de fluctuaciones climáticas bruscas, sólo los sapiens sobrevivieron. Había todo un mundo por explorar y nuestros antepasados se las rebuscaron para aprovechar cada rincón habitable. Mientras que algunos grupos de sapiens siguieron viviendo en ecosistemas de sabanas similares a los que habitaron las primeras especies de homininos, otros se aventuraron hacia el ártico y el océano, donde encontraron nuevos manjares y formas de vivir. De la misma manera, mientras que algunas poblaciones se mantenían cazando y recolectando de sitio en sitio, en un estilo de vida nómada, otras tuvieron la fortuna de encontrar paraísos donde asentarse y echar raíces. Una vez más, un cambio brusco empujó a los humanos a manipular la naturaleza, y la necesidad inventó la agricultura y la ganadería. La vida de los primeros campesinos no parece haber sido mejor que la de los cazadores y recolectores en términos individuales, pero en el lapso de unos pocos miles de años los sapiens acumularon una cantidad suficiente de conocimientos como para dar el siguiente salto. La Revolución Científica y la Industrial dieron nacimiento a la era de la abundancia. 

Pero no supimos manejar bien este gran poder, y los platos no se llenaron de manera equitativa. Mientras que en algunas regiones del mundo hay cada vez más personas que padecen las consecuencias de la sobrealimentación, en otras, el hambre es una realidad cotidiana. Además, nos volvimos cada vez más monótonos en nuestra forma de comer y producir los alimentos: la homogeneización de los paisajes agrícolas se volvió un fiel reflejo de la simplicidad de nuestras dietas. 

Para llenar los estómagos de los 10.000 millones de personas que habitarán la Tierra en 2050, la producción global de alimentos deberá aumentar hasta en un 50% (y digo llenar los estómagos en vez de nutrir porque este cálculo está basado en las calorías que necesitarán las personas). De continuar con la tendencia actual, el impacto ambiental de la agricultura y la ganadería será terrible, y tendrá graves consecuencias sobre los ecosistemas y la biodiversidad. En paralelo, las personas seguirán eligiendo los alimentos sabrosos pero de mala calidad que ofrece la industria alimentaria. La prevalencia de obesidad crecerá junto con otras enfermedades relacionadas a la acumulación excesiva de grasa corporal, como la diabetes tipo 2, infarto del corazón, isquemia cerebral y algunos cánceres. La dependencia de la medicación será más alta que nunca, así como también la de tecnología médica para sostener la vida cuando los cuerpos no aguanten más. La Tierra será un planeta enfermo lleno de personas enfermas.

A pesar de este escenario posible, tenemos los recursos, el conocimiento y la tecnología para transformar la manera en la que hacemos las cosas. Los desafíos ambientales a los que nos enfrentamos (y nos enfrentaremos) nos exigen que retomemos la flexibilidad alimentaria que nos caracteriza y nos transformemos en la próxima versión de nuestra especie. Gracias a la ciencia y la tecnología, es la primera vez en la historia que tenemos la posibilidad de gestionar la abundancia de una manera madura y responsable. Realmente tenemos la capacidad de producir alimentos en cantidad suficiente y calidad adecuada para que todos llevemos una dieta saludable, al mismo tiempo que protejamos la biodiversidad y mitiguemos el cambio climático. Sin lugar a dudas, se trata de uno de los desafíos más importantes que tenemos que afrontar como especie, pero aún no es tarde. Sólo tenemos que hacer mejor las cosas en el campo, en los platos y en lo que pasa entre medio de ambos.