Sobre el abordaje de los dilemas morales

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A veces, en algunas charlas pido que levanten la mano quienes están a favor de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo hasta el tercer mes de gestación. Luego, quienes la defienden hasta los 6 meses. Luego, 9 meses. Por último, pregunto quién está a favor de que la madre, después del parto, pueda elegir el sacrificio indoloro del bebé recién nacido. Es un poco incisivo, lo sé, pero lo hago con el propósito de ensayar el hecho de que muchas personas que defienden la interrupción voluntaria del embarazo se horrorizan frente a la última opción. Y es que mucho antes de poder siquiera razonarlo, sentimos un desagrado visceral por la sola articulación de la idea. Esto es, precisamente, lo que sienten muchas de las personas que están en contra de legalizar la interrupción voluntaria del embarazo.

De un lado o del otro del debate, mucho antes que un argumento, hay una emoción. Despreciar la emoción de otras personas acusándolas de asesinas de adolescentes embarazadas, o, en la otra esquina, acusándolas de asesinas de bebés futuros ingenieros, convengamos, no contribuye a la conversación. No es que debamos despojarnos de nuestras emociones. Pero, si queremos avanzar en el establecimiento de normas morales que nos acerquen a sociedades mejores, no podemos hacerlo confiando ciegamente en nuestras emociones e intuiciones sobre lo que está bien y lo que está mal, por el simple hecho de que cada persona tiene diferentes intuiciones y emociones.

Creo que ese es el gran problema a la hora de intentar ponernos de acuerdo en este tipo de cuestiones, que tenemos emociones e intuiciones preconcebidas al respecto, conscientes e inconscientes. Inevitablemente, cuando navegamos el espacio social estamos todo el tiempo tomando decisiones sobre cómo comportarnos en relación con las otras personas, y esas son, por definición, decisiones morales. Como el pez que pregunta qué es el agua ya que su omnipresencia la ha invisibilizado, las razones detrás de estas decisiones son invisibles: están más relacionadas con una visión del mundo ancestral y heredada a través de la cultura que con un razonamiento que cada persona haya hecho. Sin embargo, como nuestro cerebro tiende a buscar razones para justificar nuestras decisiones, si nos preguntan por qué pensamos que está bien o mal hacer tal o cual cosa, solemos tener una respuesta en la punta de la lengua, sin notar que muchas veces proviene de la cultura o la religión en la que estamos inmersos. Pero hagamos el ejercicio de intentar dejar de lado estas ideas heredadas y profundizar la discusión sobre cómo establecer nuestros preceptos morales. Frente a todos los dilemas contemporáneos, ¿cómo podemos tener una conversación seria, transparente y responsable para establecer nuestros preceptos morales y legislar en consecuencia? 1Casi sin darnos cuenta, desde muy jóvenes ya solemos tomar contacto con este tipo de conversaciones. En nuestros hogares, en clases de religión o en la escuela, en alguna materia relacionada con la filosofía o la educación cívica, nos encontramos con estos temas a una edad en la que no terminamos de entender bien lo que leemos o escuchamos. En mi caso, recuerdo haber rendido exámenes sobre la ética de Aristóteles y Platón, el imperativo categórico de Kant, la Ética demostrada según el orden geométrico de Spinoza, y tantos otros. Pero seamos sinceros: incluso entre quienes tuvimos que estudiar estos asuntos en la juventud, la mayoría no entendió realmente del todo esos libros leídos por obligación. Para empeorar las cosas, a pesar de la importancia del desarrollo de estas ideas, quienes seguimos ya en nuestra vida adulta una carrera en las ciencias duras nunca más volvemos a estudiar con alguna profundidad este asunto a menos que nos lo propongamos, y es lo que propongo en este libro.

Por ejemplo, ¿qué vamos a hacer con los conocimientos actuales en genética y neurociencia? ¿Qué hay respecto de la fecundación in vitro y la creación de humanos de diseño? ¿Y los robots hechos de material biológico? ¿Debemos tener consideraciones morales hacia ellos? ¿Y hacia los embriones humanos? ¿Qué hay acerca de la muerte clínica de una persona? ¿Cuándo “está bien” dar por muerto a alguien? ¿Cómo incorporar los conocimientos de la genética y la neurociencia en nuestras políticas públicas en educación y salud? En relación con todos estos temas cruciales, ¿qué principios podemos tomar como axiomas 2Un axioma es una proposición o enunciado que se asume como verdadero sin necesidad de demostración. Todo razonamiento debe comenzar con los axiomas a partir de los cuales se derivan otras verdades., como verdades evidentes a priori a partir de las cuales encarar estos dilemas morales? La respuesta a esta última pregunta será no sólo nuestro punto de partida, sino a su vez la expresión de nuestros deseos como sociedad, porque al elegir estos principios estamos definiendo también el horizonte hacia el que queremos navegar.

Al hablar de axiomas morales, es probable que un candidato surja inmediatamente: no matarás. Pero es fácil encontrar excepciones a esta verdad; desde la defensa personal a las guerras de liberación, hay muchas circunstancias en las que estaremos de acuerdo en que matar se justifica, es decir, lo consideramos moralmente aceptable. Una segunda opción, que la mayoría solemos descartar por la misma razón, es la “regla de oro”, expresada de diferentes formas en diferentes culturas y que suele proponerse como “no hagas a los otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Pero estamos en la misma que con el “no matarás”. A mí no me gustaría que me maten, pero puedo imaginar muchas circunstancias en las que esto estaría justificado. 

No estoy queriendo decir que “la regla de oro” no sea tremendamente útil o que no sea bueno tomarla como verdadera en muchas circunstancias. Creo que es fundamental en educación, por ejemplo. Todos en general se la explicamos a los niños al educarlos. Cuando uno de mis sobrinos le hace una maldad al otro, enseguida le pido que reflexione en esos términos: “¿Te hubiese gustado que él te hiciera lo mismo a vos? Si no, entonces no se lo hagas vos a él”. Lo que quiero decir es que es un principio que, si bien es aplicable y práctico en el día a día, enseguida es fácil encontrar ejemplos en los que su aplicación no nos da respuestas. Entonces, ¿puede esta regla derivarse de principios más generales que nos permitan abordar también esas situaciones más complejas? Yo creo que sí, e intentaré explicitarlos a continuación, siempre con la intención de exponer las ideas y conversar acerca de cuáles deseamos que señalen nuestro norte moral. 

Creo que podemos llegar a acuerdos básicos que sean independientes de las religiones o las culturas propias de cada persona o sociedad. En particular, hay dos principios que definen mis puntos de partida, y que propongo como axiomas a partir de los cuales derivar otros preceptos.