Por definición, la mayor parte de las personas tiene genes “normales” y se desarrolla en condiciones “normales” −por definición ya que, como dijimos, estadísticamente lo “normal” se define como “lo más frecuente”−. Por ejemplo, en una población dada, el alelo de un gen es “normal” si está presente en más del 1% de las personas. Tenemos, además, cierta arquitectura cerebral compartida. En educación, eso quiere decir, por ejemplo, que podemos estar seguros de que cualquier niño o niña “normal” puede aprender lectoescritura y matemática básica. A pesar de que cada uno de nosotros tenga una opinión diferente sobre lo que deben o no aprender los niños en la escuela primaria, en casi todas las sociedades actuales creo que coincidimos en que estos son los dos conocimientos que todo el mundo debe aprender obligatoriamente. Casi todos estaremos de acuerdo en que los padres y madres no pueden elegir no brindar esa educación básica. En eso, creo, hay unanimidad.
¿Qué es lo que tenemos en común las personas que nos permite aprender lectoescritura, a diferencia de cualquier otra especie animal? Módulos cerebrales innatos, construidos a través de una arquitectura genética específica, que nos permiten, en el caso de la lectoescritura, el procesamiento de imágenes visuales y de sonidos, además del habla y su comprensión. Como vimos, estos circuitos se interconectan durante el aprendizaje gracias a la plasticidad neuronal, reciclándose hacia una nueva función: la lectoescritura. En el caso de la matemática básica, lo que tenemos en común son circuitos neuronales innatos para el procesamiento de números. Sabemos que, desde que nacemos, nuestro cerebro empieza a computar el número de elementos en los estímulos (visuales, sonoros, táctiles) y usa esa información para guiar el comportamiento del bebé. Sabemos que, cuando aprendemos matemática básica, esos circuitos empiezan a conectarse con otras áreas del cerebro, en particular con la corteza prefrontal −la parte del cerebro que organiza el pensamiento−. Suena razonable: en chicos y chicas de 12 años podemos tener una buena idea de su capacidad de cálculo mental midiendo en un resonador magnético funcional la cantidad de conexiones entre la corteza prefrontal y la parte del cerebro que procesa números en la corteza parietal. La construcción de esas rutas neuronales es el correlato biológico del aprendizaje y la práctica del cálculo mental. Es otro ejemplo que, como en el caso de la lectoescritura, sugiere que los aprendizajes complejos y más importantes en las sociedades modernas −aprendizajes que no estaban presentes en las sabanas africanas en las que evolucionamos durante millones de años− se dan a través del reciclaje neuronal.
Según el ya mencionado neurocientífico francés Stanislas Dehaene, existen cuatro pilares del buen aprendizaje: la atención, la motivación, el feedback y la consolidación. Necesitamos atención, estar concentrados y focalizados en aquello que queremos aprender; necesitamos motivación, para mantener el esfuerzo a lo largo del tiempo; necesitamos feedback, para saber si hicimos bien o mal una tarea y poder corregirnos; y, por último, necesitamos consolidación: consolidar el aprendizaje repasando y practicando. Estos cuatro pilares tienen algo en común: no se logran sin esfuerzo y foco. No hay aprendizaje que escape a esto porque la construcción de las rutas neuronales que son el correlato físico del aprendizaje consume tiempo y energía, y sólo se produce cuando se desencadenan una serie de sistemas bioquímicos asociados a la concentración, el foco y el esfuerzo. Estas rutas son el correlato neuronal de algo que muchos de nuestros abuelos y abuelas nos dijeron: en la vida las cosas extraordinarias se consiguen mediante un esfuerzo igualmente extraordinario. No hay excepción. No hay genio sin un esfuerzo enorme. Creer que se puede aprender rápidamente habilidades extraordinarias es creer que se puede ir en contra de las leyes de la física.
Genial. Vimos que el aprendizaje requiere motivación, que depende de un estado mental de esfuerzo que debe persistir en el tiempo: “Vaya novedad”, estarán pensando. Pero yo creo que entender ese correlato neuronal es parte fundamental de la aventura científica. Además: primero, para algunos será obvio, pero cuando yo era chico (tengo 43 años), la escuela seguía siendo más parecida a un ejército que a un lugar donde se cultivara la motivación a través del asombro y la curiosidad. Segundo, varios estudios mostraron que conocer los correlatos físicos y neuronales de estos conocimientos refuerza la confianza en ellos, lo que, a su vez, ayuda a transformar nuestro estado mental en uno de aprendizaje y crecimiento. En tercer lugar, todavía hay personas que creen en la posibilidad de adquirir habilidades complejas rápidamente mediante métodos mágicos: abundan aplicaciones de celular que prometen hacernos más inteligentes sin esfuerzo, la versión moderna de los casetes para aprender inglés durmiendo. Existen también muchos videos que prometen hacer más inteligentes a los bebés y muchos siguen creyendo que escuchar Mozart mejorará nuestras capacidades cognitivas generales. 1Sobre las evidencias que muestran que esos métodos no funcionan, ver Chabris, C. F., Simons, D. J., & Ferrari, G. (2011). El gorila invisible y otras maneras en las que nuestra intuición nos engaña. Siglo XXI Editores. La verdad es que, para quien quiera hacerse más inteligente y aumentar su coeficiente intelectual, el único consejo que puede desprenderse del conocimiento existente hasta el día de hoy es que tiene que educarse y tener una vida saludable: no hay atajos.
Pero volvamos a los descubrimientos acerca de lo que tenemos en común en educación: sabemos que todas las personas "normales" tenemos la capacidad de aprender lectoescritura y matemática y que, como todo aprendizaje, esto conlleva concentración y esfuerzo. ¿Qué otras cosas tenemos en común?