Dios aparte: hacia una moral secular

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Las religiones, además de ser sistemas de creencias y valores, pueden entenderse como tradiciones culturales. Una persona puede considerarse católica, presbiteriana o judía aun siendo atea o agnóstica, porque puede no creer en la existencia de Dios y de cualquier fenómeno paranormal, pero sentirse parte de una tradición, de una cultura. Muchas personas festejamos Navidad sin ser cristianos, por ejemplo, y en ese sentido somos un poco cristianos culturales. 

En el hermosísimo y reciente libro For Small Creatures Such as We (Para pequeñas criaturas como nosotros), Sasha Sagan (hija de Carl, criada en una familia completamente secular) escribe:

Para mí, lo peor de ser secular es la falta de una cultura compartida. Puedo vivir sin vida después de la muerte, puede vivir sin un Dios. Pero no sin celebraciones, no sin comunidad, no sin rituales (...) Desde que busco formas de honrar las maravillas de la vida, me he encontrado inventando nuevos rituales. A veces descubro que puedo resignificar las tradiciones de mis antepasados para celebrar lo que yo creo que es sagrado. 1Sagan, S. (2019). For Small Creatures Such as We: Rituals for Finding Meaning in Our Unlikely World. G. P. Putnam’s Sons.

Sasha Sagan se considera a sí misma atea, pero judía, y no encuentra una contradicción en eso. 

Muchas personas utilizan también el concepto de Dios sin necesariamente seguir una religión tradicional. “Dios no juega a los dados” y “Quiero conocer el pensamiento de Dios” son frases de Einstein (de las de verdad). Pero ¿creía Einstein en Dios? 

En realidad, no. Consideraba las creencias religiosas demasiado infantiles 2Einstein toca el tema de Dios y las religiones en varios escritos, incluso en Mi visión del mundo, su texto autobiográfico más conocido. En particular, en 1954, en una carta al filósofo Eric Gutkind, decía “La palabra Dios para mí no es más que la expresión y producto de las debilidades humanas; la Biblia, una colección de honorables pero aún primitivas leyendas que, sin embargo, son bastante infantiles”.; usaba la palabra “Dios” como licencia literaria para referirse a las leyes de la física o a los misterios de la naturaleza. 

Alberto Caeiro, uno de los heterónimos 3Un heterónimo es un nombre diferente al propio con el que un autor firma su obra cuando adopta una personalidad fingida. del gran escritor portugués Fernando Pessoa, usa el mismo recurso −pero explícitamente− en su poema más famoso, “El guardador de rebaños”:

Mas se Deus é as flores e as árvores

E os montes e sol e o luar,

Então acredito nele,

Então acredito nele a toda a hora,

E a minha vida é toda uma oração e uma missa,

E uma comunhão com os olhos e pelos ouvidos.

Mas se Deus é as árvores e as flores

E os montes e o luar e o sol,

Para que lhe chamo eu Deus?

(Pero si Dios es las flores y los árboles / y los montes y el Sol y la luz de la Luna, / Entonces creo en él, / Y mi vida es entera una oración y una misa, / Y una comunión con los ojos y por los oídos. // Pero si Dios es las flores y los árboles, / y los montes y la luz de la Luna y el Sol, / ¿Para qué lo llamo Dios?)

“¿Para qué lo llamo Dios?”. Para provocar, tal vez. En mi caso particular, no niego la existencia de ese Dios. Supongo que nadie lo haría. Si por “Dios” nos referimos al misterio de la existencia, a la naturaleza o a las leyes del universo, sería imposible decir que no existe. En cualquier caso, es un Dios cuya existencia no debería modificar la conversación sobre ciencia y moral que propongo: no nos dice nada sobre qué axiomas o preceptos morales deberíamos establecer como sociedad. Ya sea metafórico, literario, o incluso un simulador de conciencias, este Dios no tendría por qué tener jurisprudencia en territorios morales.

En cambio, el Dios de las grandes religiones −si existiera en cualquiera de sus configuraciones (el de la Biblia, la Torá o el Corán, por ejemplo)− tendría enorme relevancia en esta conversación, expresándose a través de libros sagrados que sirven, también, de guía moral. La religión musulmana, por ejemplo, muchas veces tiene una visión más abierta que otras respecto al aborto: en ningún país de mayoría musulmana el aborto está completamente prohibido. En su libro sagrado no hay ningún párrafo sobre la sacralidad de la vida desde la concepción, algo que sí ocurre en la Biblia cristiana. Las cosas en las que creemos, las ideas que aceptamos como verdaderas, influyen en nuestra manera de vivir, en nuestros valores y en nuestros preceptos morales, y eso vale también para la aceptación de la existencia de textos sagrados. 

Yo creo, en cambio, que las verdades sobre el mundo, incluso las morales, deben ser encontradas prescindiendo del concepto de libro sagrado o de Dios. Esto es lo que en general llamamos “moral secular”, en oposición a las morales que se basan en libros sagrados, en oposición a la “moral religiosa”. 

Así llegamos al segundo de los dos axiomas que propongo como punto de partida para nuestra brújula: la moral que elijamos para organizarnos como sociedad debe ser secular. El aceptarlo como verdad sin pretensión de justificarlo no significa que no existan buenas razones para tomarlo como punto de partida, algo que intentaré argumentar a lo largo de todo el libro. 

Tampoco implica desestimar la importancia de reflexionar sobre el concepto de Dios. Me parece una conversación importantísima. Pienso que la idea de Dios es tan bella como peligrosa, pero ese debate excede este escrito. Creo que no es posible probar que Dios no existe, de la misma manera que es imposible demostrar que no existen los unicornios. Como diría el filósofo y matemático británico Bertrand Russell, no se puede probar que no existe una tetera gigante orbitando alrededor del Sol entre Marte y la Tierra, pero eso no quiere decir que no tengamos buenas razones para creer que no 4Para quienes tengan ganas de profundizar en la discusión sobre qué es y qué no es ser ateo, tema que fue ampliamente debatido en los últimos años por los autores del llamado “nuevo ateísmo”, recomiendo cuatro libros que sobresalen, todos relativamente recientes: El espejismo de Dios, de Richard Dawkins; Dios no es bueno, de Christopher Hitchens; Carta a una nación cristiana, de Sam Harris, y Romper el hechizo, de Daniel Dennett.. De cualquier manera, como dijimos, si aceptamos la premisa arbitraria de que la moral debe ser secular, para lo que buscamos no es relevante la pregunta de si Dios existe o no. 

Habiendo compartido los dos puntos de partida arbitrarios a partir de los cuales propongo derivar otros preceptos morales (el principio de igualdad y la moral secular), vamos ahora a utilizarlos para conversar sobre los desafíos planteados por las investigaciones modernas sobre la biología del comportamiento humano. Pero antes, dado que algunos de estos descubrimientos muchas veces generan desconfianza y rechazo, sobre todo los de la genética y la neurociencia, quiero explayarme brevemente sobre los peligros de negarlos.