Capítulo 1.3

Conocer para decidir mejor

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Nos encontramos con más preguntas inevitables: ¿no deberíamos regular de alguna forma este tipo de conocimientos y técnicas? ¿Quiénes deberían hacerlo? ¿Cómo se haría y en base a qué? Más allá de que nos resulte fantástico o aberrante, lo cierto es que por ahora no hay prácticamente legislación alguna al respecto 1De todas maneras, esto no quiere decir que no haya personas y organismos abordando estos asuntos. Existe una rama del conocimiento, llamada “bioética”, dedicada al estudio de los aspectos éticos de las ciencias de la vida. Se puede encontrar más información en la Red Bioética de la UNESCO para Latinoamérica y el Caribe.. Creo que informarnos exhaustivamente evaluando datos y no sólo conclusiones ya “digeridas” por otras personas es la mejor herramienta que tenemos para tomar una decisión responsable. En este y en otros tantos temas de gran actualidad es clave conocer para decidir mejor. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de “inteligencia general”? ¿Qué quiere decir que haya genes que correlacionan con una dada capacidad cognitiva? Entender los hechos y las tecnologías es una condición necesaria −aunque, como veremos, no suficiente− para tomar mejores decisiones como sociedad; necesitamos conocer sus alcances y limitaciones, necesitamos decidir informados. 

La elección de embriones generados por fecundación in vitro es sólo un ejemplo de un tema que necesita atención urgente, pero hay muchos más. Existe un abanico de posibles aplicaciones de la edición génica, que van desde el nacimiento de “humanos de diseño” a la creación de nuevas especies en el laboratorio, pasando por la construcción de biorobots e inteligencias artificiales, aplicaciones cuyos alcances y ética deberían ser debatidos y regulados. Son tecnologías que pueden transformarse en el mayor amplificador de desigualdad social que se haya inventado. No dentro de 200 años, no en 100, ni siquiera en 50: tal vez mucho antes, quizás en 5, 10 o 20 años. 

Pero la ingeniería genética y sus potencialidades no son la única razón por la que considero apremiante conversar sobre los alcances y límites de la biología del comportamiento humano. Como veremos más adelante en el libro, existen áreas como la educación y la salud mental en que la aceptación de los descubrimientos de la genética y la neurociencia podrían reducir el sufrimiento y promover el bienestar de millones de personas en todo el mundo. Pero, para lograrlo, primero necesitamos dejar de negar estos conocimientos.

Más allá de las urgencias que acabo de mencionar (regulaciones en el campo de la genética, en salud mental y en educación), hay otra razón, quizás más profunda y de base, para dialogar sobre la biología del comportamiento humano. Creo que enmarcar la conversación en su contexto apropiado permite su maduración hacia el debate de otros temas importantes −y hasta urgentes− relacionados: la interrupción voluntaria del embarazo, la muerte digna, la investigación con células embrionarias, el derecho de los animales no humanos, e incluso la posibilidad, en un futuro quizás lejano, quizás no tanto, de generar conciencia y sufrimiento en una inteligencia artificial o una máquina biológica. En todos estos asuntos, creo fundamental entender qué nos dice y qué no nos dice la biología humana sobre nuestro bienestar y sufrimiento.