Autismo y esquizofrenia

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Tú eres el arco del cual tus hijos,

como flechas vivas,

son lanzados.

Deja que la inclinación,

en tu mano de arquero,

sea para la alegría.

Khalil Gibran, El profeta

A partir de los estudios clásicos con gemelos, mellizos e hijos adoptivos, sabemos que en nuestras sociedades el componente genético del autismo y la esquizofrenia es de aproximadamente el 80% y el 50%, respectivamente. Como regla general, la heredabilidad de los trastornos psiquiátricos es enorme, mucho mayor, por ejemplo, que la de la diabetes o la de las enfermedades coronarias. De estos estudios clásicos, sabemos también que el estilo parental no tiene un efecto claro, si es que lo tiene. 1Con “estilo parental” nos referimos a la construcción psicológica de la cual se derivan las estrategias estándar que las madres y los padres utilizan en la crianza de los niños. Las teorías de la “madre esquizofrenizante” o de la “madre nevera”, esta última para el autismo −hasta el día de hoy me cruzo con personas que siguen aceptando la teoría de que el autismo proviene de un deseo inconsciente de aborto de la madre−, están completamente descartadas desde la ciencia. Otra idea descartada, para quien recuerde, es la teoría −transformada en mito urbano− de que la homosexualidad es causada por una madre sobreprotectora (siempre la madre... ¡qué obsesión!). 

Pero si no es el estilo parental (¿marental?), entonces, ¿qué aspecto del ambiente podría influir en la probabilidad de que algunas personas desarrollen este tipo de condiciones psiquiátricas? Incluso cuando el componente genético es del 80%, aún queda un 20% sin explicar, y que resulta en que algunas personas con alta susceptibilidad genética no desarrollen el trastorno mientras que otras con baja susceptibilidad sí lo hagan. En el caso de la esquizofrenia, hasta donde conozco, se han detectado algunos factores de riesgo: nacer en una gran ciudad, ser inmigrante o hijo de inmigrantes, atravesar complicaciones al nacer durante el parto y el consumo de marihuana. 2Cetkovich, M. (2018). El estigma de la enfermedad mental y la psiquiatría. Paidós. Respecto de la marihuana, algunos estudios recientes sugieren que el componente activo que es un factor de riesgo para la esquizofrenia es el THC, pero que algunas variedades con bajo contenido de THC y alto contenido de CBD (otro de los tantos cannabinoides presentes en la planta) pueden ser hasta un factor de protección. Para más información sobre estos temas puede consultarse también Un libro sobre drogas, de El Gato y La Caja. Otros factores ambientales se han descartado, como, por ridículo que parezca, la posesión por demonios, algo en lo que creen muchas religiones. El Vaticano, por ejemplo, sigue manteniendo exorcistas profesionales (esto es real).

Los factores de riesgo para diferentes patologías se siguen investigando intensamente. Muchos científicos y científicas creen también que en realidad existe una gran cantidad de factores aleatorios: externos −del entorno− e internos −propios del desarrollo embrionario−. Puede pasar, por ejemplo, que por el ruido de las vibraciones moleculares dadas por la temperatura −la temperatura de un cuerpo es proporcional a la energía de las vibraciones de las partículas que lo componen− o por azares de la división celular, en algún momento del desarrollo una neurona se conecte con otra y no con la de al lado y que eso genere una retroalimentación que transforme ese azar microscópico en diferencias macroscópicas de comportamiento. 

Un ejemplo de la influencia de fluctuaciones microscópicas en ámbitos macroscópicos es la epilepsia: a pesar de que es altamente genética, el foco exacto donde aparecen los ataques en el cerebro es aleatorio. Pueden aparecer en los lóbulos frontales, parietales, occipitales o temporales. Por ejemplo, si un gemelo tiene epilepsia, la probabilidad de que el otro también la tenga es de alrededor del 80%. Pero la localización del foco en uno de los hermanos, el lugar exacto del cerebro en donde se producen los ataques, no tiene ningún poder predictivo sobre la localización del foco en el cerebro del otro. El lugar preciso del foco de epilepsia parece depender de fluctuaciones aleatorias, microscópicas, durante el desarrollo, y no de variaciones codificadas en los genes. ¿Podrá la aparición misma de un trastorno depender de estas fluctuaciones? No lo sabemos, pero es, sin dudas, un tema fascinante.

En los últimos cuatro o cinco años diversos estudios empezaron a identificar mutaciones o alelos específicos que correlacionan con algunos trastornos mentales y que, como sostienen Plomin y Mitchell (tal vez exageradamente, tal vez no), están revolucionando este campo de investigación. Por ejemplo, ¿dónde se expresan (se “activan”) los genes que correlacionan con la aparición de autismo y esquizofrenia? En el desarrollo del cerebro en el feto. Seguramente veamos en los próximos años una explosión de estudios sobre la arquitectura genética de estas condiciones mentales y sobre el camino causal que va desde los genes hasta el trastorno. 

Veamos algunos ejemplos de descubrimientos recientes en salud mental, posibilitados por las técnicas modernas de lectura del ADN. Estos no son necesariamente los casos de mayor impacto, sino probablemente una muestra no representativa. Es posible que, cuando este libro se publique, unos meses después de escribir estas palabras, ya haya cosas mucho más novedosas e interesantes para contar. Pero acá va una breve selección de estudios recientes que me sorprendieron y creo relevantes.

Por ejemplo, gracias a la identificación de genes cuyos alelos influyen en la susceptibilidad a estos trastornos, sabemos que al menos la mitad de las mutaciones involucradas en esquizofrenia y autismo son las así llamadas “de novo”. Son mutaciones que no compartimos con nuestros progenitores porque se generaron durante los procesos de génesis del espermatozoide y el óvulo. Cada persona tiene un promedio de 70 mutaciones de novo, presentes en todas nuestras células. Esto lo sabemos gracias a las modernas técnicas de lectura genómica que posibilitan la comparación entre el genoma de progenitores e hijos, y nos permiten cerrar un viejo debate de la psicología, que paso a contar.

Hace algún tiempo se observó que la probabilidad de que una persona desarrolle autismo o esquizofrenia aumenta mucho de acuerdo a la edad que tenía el padre al concebirla. La probabilidad de que un hijo desarrolle autismo es cuatro veces mayor en un hombre que tiene un hijo a los 45 años de edad que en uno que lo tiene a los 25. 3Ver el capítulo 10 de Mitchell, K. J. (2020). Innate: How the Wiring of Our Brains Shapes Who We Are. Princeton University Press. Una explicación posible para esto venía por el lado de lo ambiental: los contextos que los padres cuarentones construyen pueden ser, en promedio, diferentes a los ambientes que construyen los veinteañeros. Hoy en día, comparando el genoma de padres e hijos, sabemos que esa no es la explicación. Lo que en realidad ocurre tiene que ver con que el esperma del hombre se produce todo el tiempo a lo largo de la vida. Para producir los espermatozoides hay que duplicar el ADN, y este proceso nunca es perfecto, entonces aumenta el riesgo de aparición de nuevas mutaciones, las llamadas “de novo”. Estos cambios se van acumulando, lo cual implica que, con el paso de los años, la probabilidad de que aparezcan espermatozoides con mutaciones en genes asociados a estos trastornos aumenta. En el caso de las mujeres, esto no pasa, ya que nacen con todos sus óvulos ya formados (en realidad el desarrollo de los óvulos es más complejo, pero lo importante es que no se siguen produciendo en la vida adulta como ocurre con los espermatozoides). Este conocimiento me parece fundamental ya que, a la presión social de tener que tener hijos −que suele recaer mayormente sobre las mujeres−, se añade la idea de que es mejor que los tengan de jóvenes, porque se asume que si los tienen de más grandes aumenta la probabilidad de que aparezcan trastornos en la descendencia. Ahora sabemos que esto no es una verdad absoluta, al menos no para todos los trastornos. En lo que respecta a prevenir condiciones psiquiátricas de gran incidencia en la población como las que acabamos de ver, es el hombre, en todo caso, el que “debería apurarse”, no la mujer.

Otros avances en este campo tienen que ver con encontrar los genes que están por detrás de la correlación entre diferentes rasgos (es decir, variantes genéticas encontradas en casos donde dos o más rasgos ocurren en simultáneo). Por ejemplo, se identificaron muchos genes responsables de la correlación entre ciertos rasgos de la esquizofrenia y la creatividad, y entre ciertos rasgos del autismo y algunas habilidades cognitivas. Se sabía que detrás de estas correlaciones probablemente había una causa genética, pero recién ahora se encontró evidencia contundente, porque recién ahora se están identificando los genes involucrados. ¿Y cómo es que antes se sabía? La explicación es un cachito empinada, pero vale la pena tantearla, ya que involucra un método que ha producido y seguirá produciendo una gran cantidad de conocimiento novedoso.

¿Recuerdan cuando vimos que los mismos genes que correlacionan con la extraversión de las personas también correlacionan con su "belleza"? Eso nos permitió especular sobre la posibilidad de una influencia indirecta del gen en el rasgo: la extraversión puede generarse porque a las personas "bellas" la sociedad las trata diferente que al resto de nosotros. El gen puede influir en el rasgo, mediado por el ambiente. Buenísimo. Ahora, si no se conocían los genes, ¿cómo supieron que eran los mismos? A través de una idea muy interesante que se denomina pomposamente “análisis multivariado”. Este método consiste en usar los mismos algoritmos que se usan en estudios con gemelos y mellizos para estimar el componente genético de un rasgo, pero en este caso para estimar el componente genético de la correlación entre rasgos. En el ejemplo de antes, ¿será que la extraversión y la “belleza” correlacionan porque los mismos genes que influyen en la “belleza” influyen en la extraversión, o tendrá que ver con la existencia de algún factor ambiental, como alguna alimentación particular, que hace a las personas más “bellas” y, a su vez, más extravertidas? La respuesta es la primera opción, y lo sabemos, precisamente, gracias al análisis multivariado de los datos.

Tomemos estos mismos rasgos que correlacionan: extraversión y "belleza". Decimos que correlacionan porque, si tomamos a cualquier persona de la población al azar y su "belleza" es mayor que la del promedio, es probable que también sea más extravertida. Ahora bien, ¿qué pasa si agarramos a dos hermanos gemelos y comparamos cuánto correlaciona la “belleza” de uno con la extraversión del otro? ¿Y si lo hacemos con dos mellizos? Pensémoslo un momento: si la correlación es mayor en gemelos que en mellizos, entonces esa diferencia se tiene que atribuir a una característica diferencial entre gemelos y mellizos, como el hecho que los gemelos comparten más alelos que los mellizos. Es decir, la correlación entre dos rasgos tiene un componente genético si la presencia de uno de esos rasgos en uno de los hermanos predice la existencia del otro rasgo en el otro hermano de mejor forma en gemelos que en mellizos. 

Si esta última idea costó un poco no desesperen; probablemente sea el concepto más difícil de este libro y a mí la verdad que me costó un montón entenderlo la primera vez que lo leí. Una forma de razonarlo que a mí me ayuda es pensar qué pasa si estudiamos dos rasgos que obviamente correlacionan debido a los genes. Supongamos un ejemplo inventado: el color de ojos azules y cuán lindo o linda nos perciben los demás. Como el color de ojos influye en cuán lindos nos ven (¡qué suerte tienen los de ojos claros!) y como los hermanos gemelos siempre tienen el mismo color de ojos (no necesariamente los mellizos), si comparásemos la correlación entre el color de los ojos de un hermano y cuán lindo consideran las personas al otro, veríamos que esa correlación es mayor en gemelos que en mellizos, lo que mostraría que en parte la “belleza” que irradiamos está explicada por los mismos genes que determinan nuestro color de ojos (cosa que, sabemos, es cierta). Este ejemplo inventado tiene el mérito, creo, de enfatizar que el componente genético de la correlación entre dos rasgos puede variar en diferentes poblaciones, o en culturas diferentes, como ocurre con el componente genético de los rasgos en sí (no de la correlación entre dos de ellos). Porque, si hacemos el mismo estudio en Suecia, donde los ojos azules probablemente no “garpan” tanto (ya que muchas personas tienen ojos claros), los resultados serán diferentes. 

Habiendo visto el concepto de análisis multivariado, volvamos a los trastornos de interés: a partir de este tipo de análisis de los datos se sospechaba que la correlación entre ciertos rasgos de la esquizofrenia y la creatividad y entre ciertos rasgos del autismo y algunas habilidades cognitivas tiene una base genética. De hecho, ahora, utilizando puntajes poligénicos, se identificaron algunos de los genes detrás de estas dos correlaciones. 

Ciertos alelos que correlacionan con una mayor incidencia de esquizofrenia también correlacionan, en la población en general, con mayor creatividad (evaluada utilizando tests estandarizados que piden, por ejemplo, que menciones la mayor cantidad de usos que se le puede dar a un alfiler de gancho). Lo mismo ocurre con ciertos genes asociados al autismo: en la población general correlacionan con algunas habilidades cognitivas. O sea que, al parecer, la imagen popular del “loco” creativo y de la persona con autismo “genia” tienen algo de verdad. Personalmente, creo que esto es súper interesante, y es sólo un caso entre los muchos que constituyen la ola de descubrimientos de la genética del comportamiento que está por venir. 

A lo largo de los últimos cuatro capítulos conversamos sobre neurociencia cognitiva, psicología evolutiva, genética del comportamiento y sobre algunas aplicaciones que estas disciplinas tienen y podrían tener en educación y en salud mental. Ahora bien, ¿cómo podemos, a partir de este tipo de conocimientos, abordar desafíos y dilemas como, por ejemplo, el de las investigaciones con células embrionarias, la muerte digna o el aborto? ¿Cómo debemos establecer las legislaciones sobre lo que vamos a permitir o no hacer con la ingeniería genética y la biotecnología?