Telurio

ELEMENTO 52

Telurio

52

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Cuidá tus pasos en los recónditos bosques de Transilvania, donde abundan los secretos y los rincones oscuros. No maldigas la niebla, que apacigua a las criaturas y evita que perturben aquello que duerme oculto, cerca tuyo. Cualquier cosa puede sacarlos de su sueño. Quizás algo pequeño, como el batir de unas alas sin plumas, o […]

Cuidá tus pasos en los recónditos bosques de Transilvania, donde abundan los secretos y los rincones oscuros. No maldigas la niebla, que apacigua a las criaturas y evita que perturben aquello que duerme oculto, cerca tuyo. Cualquier cosa puede sacarlos de su sueño. Quizás algo pequeño, como el batir de unas alas sin plumas, o una respiración entrecortada. Tal vez un abogado imprudente venido de otras tierras, que golpea la puerta de un castillo remoto. O algo más grande, como el afán de oro que acomete los picos contra la tierra. 

Fue un día como cualquier otro, en 1782. Franz-Joseph Müller von Reichenstein, responsable de las minas de las provincias de Alba y Sibiu, estaba estudiando minerales que contenían oro. Desprevenido, se adentró demasiado en las profundidades de la mina de Faţa Băii, cuando dio un paso en falso y se encontró de improviso y sin armas en la mano, cara a cara con el telurio.

El telurio es un señor misterioso, de gabardina negra y lentes de sol en la mitad de la noche. Es raro y no muy abundante, y de cerca luce más bien pálido y frágil.   

Müller salió vivo y extrañado con el mineral. Especialmente por su composición, ya que lo que había encontrado era una mezcla impura de varios elementos. Pero como buen misterio, no basta sólo con verlo. Pasó varios años investigando sin poder dar con la tecla, por lo que al final lo llamó metallum problematicum, que es lo más parecido a “metal de mierda” que se podía decir en aquel entonces. 

Recién hacia 1797, Müller le mandó muestras a Martin Heinrich Klaproth, químico ya famoso por el descubrimiento del uranio. Klaproth logró aislar una muestra pura y al año siguiente presentó el nuevo elemento al mundo. Reconoció a Müller como el descubridor, pero lo nombró él: “telurio”, en honor a Tellus, diosa romana de la Tierra. 

Siempre entre las sombras, por mucho tiempo pasó inadvertido en nuestra vida diaria. Viejos grimorios mencionan rituales en los que el telurio se utilizaba para invocar objetos llamados CDs y DVDs, muy codiciados por los antiguos. Hoy el telurio se usa en aleaciones para mejorar el manejo de otros metales. Pero hace un tiempo que se rebeló de las sombras y mostró que también es muy bueno con la luz. El telururo de cadmio es ideal para fabricar paneles solares finos y muy eficientes. La demanda y el precio del telurio no paran de subir. Hoy está en las listas de minerales críticos y se estima que, de seguir así, para el 2030 no va a haber telurio suficiente para suplir la demanda.

Quién sabe, quizás pasados estos tiempos de excesos el telurio caiga poco a poco en el olvido. Si así fuera, llegará el día en que, mirando la tabla periódica, los científicos del futuro se pregunten si habrá sido todo una leyenda o si existió realmente el misterioso elemento de Transilvania, y qué secretos escondía. 

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