Sir Hans Sloane fue un acumulador compulsivo de objetos. Tenía muchos, muchos de verdad. Tantos que al morir donó su colección personal (que tenía sólo unas 71.000 cositas, nada) a la nación británica, y puso así una pieza fundamental para la creación del Museo Británico. Perdida entre medio de esa donación fue a parar una piedra que sir Hans había recibido de un tal Winthrop, quien a su vez la había heredado de su abuelo, quien a su vez era un aficionado a la mineralogía que la había encontrado en sus viajes por las colonias británicas, lo que luego sería Estados Unidos.
La colección de sir Hans en el Museo Británico atrajo gran interés, por lo que el químico Charles Hatchett, curioso de lo que podía llegar a encontrar, se tomó muy a pecho la tarea de ordenar y catalogar los minerales allí presentes. En esa tarea se encontraba cuando se topó con nuestra piedra, y como le recordaba a un mineral en el que se encontraba trabajando en ese momento, decidió estudiarla. Tan bien le salió la corazonada que en 1801 descubrió un nuevo elemento, al que denominó “columbio” haciendo referencia a que venía del “nuevo mundo descubierto por Colón”. Ocho años después, su colega William Hyde Wollaston (que ya había descubierto el paladio y el rodio), desconfiando del descubrimiento de Charles, solicitó al Museo otro pedazo de la piedra. Al comparar el columbio con el ya conocido tantalio, William llegó a la conclusión de que eran el mismo elemento, lo cual fue aceptado por los científicos de la época, y el desahuciado Charles se dedicó a construir sillones (y riquezas).
Treinta y siete años más tarde, el profesor alemán Heinrich Rose, luego de analizar una muestra de otro mineral, la tantalita (donde fue hallado el tantalio), postuló la existencia de dos nuevos elementos dentro de este: los nombró “niobio” y “pelopio”, en honor a los hijos de Tántalo en la mitología griega. Pero lo de Rose fue todo un fiasco, ¡qué nuevos elementos ni nuevos elementos! Su niobio no era más que el columbio redescubierto, y el pelopio, una mezcla de este con tantalio.
Una vez aclarados los tantos, y después de todas las idas y vueltas, todavía faltaba ponerse de acuerdo en cómo llamarlo. A los yanquis les gustaba columbio, porque Colón, ergo América; mientras que los europeos preferían niobio, porque si hay algo que les encanta es la gloriosa Grecia antigua. Cada cual usaba el nombre que quería, lo que complicaba bastante las cosas, hasta que vino la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) a poner orden. En una famosa conferencia en Ámsterdam en 1949, eligió el nombre oficial para varios elementos conflictivos, y en nuestro caso el título de elemento número 41 de la tabla periódica lo ganó niobio por K.O. Pero en Estados Unidos aún no se resignan y todavía siguen diciéndole “columbio”; si bien este elemento es bastante dúctil, la gente (y los metalúrgicos en particular) puede ser muy poco maleable.