Iterbio

ELEMENTO 70

Iterbio

70

2min

Los lantánidos, como el cerio y el didimio, son elementos raros de la tabla periódica. Sus historias incluyen salvar vidas y contribuir a la química, siendo fundamentales en distintas aplicaciones industriales. Escrito por: Tomás Monicat.

Imagen de portada

Los lantánidos son, junto con los actínidos, los olvidados. Los rezagados, los excluidos. No por nada este grupo de elementos (junto con algunos más) carga con apodos como “tierras raras” o “elementos de transición interna”. ¿Qué tienen de raros? ¿Qué los hace internos?

Se ha escuchado decir por el foro del capitolio que son raros porque son escasos, cuando el cerio es incluso más abundante que el cobre en la Tierra. Se ha hecho correr la voz de que son raros porque no se los encuentra puros en la naturaleza, mientras que, con excepción de la plata y el oro, ningún metal de toda la tabla periódica se encuentra aislado de los demás. Y entonces, ¿qué tienen de raros? Raras son sus historias de vida, como las de cualquiera.

El didimio supo ser una de estas tierras raras. Incluso Dmitri Mendeléyev, padre de la tabla periódica, lo incluyó en su obra máxima. Su nombre, proveniente del griego, significa “gemelo”, porque siempre se lo encontraba junto con el lantano, que le da nombre a todo este grupo. En 1885, el austríaco Carl Auer von Welsbach llevó a cabo la primera cirugía de separación de átomos siameses y descubrió que el didimio no era un elemento, sino que estaba compuesto por dos tipos de átomos, el neodimio y el praseodimio: el gemelo nuevo y el gemelo verde. El reconocimiento no tardó en llegarle a este cirujano que circuló por las manos de muchos en forma de billete de veinte chelines durante algún tiempo. El neodimio está en los imanes de los resonadores magnéticos, así que podemos decir que este cirujano atómico ayudó a salvar muchísimas vidas. 

El cerio, descubierto en 1803, dos años después que el planeta enano Ceres, se funde con hierro para fabricar las piedras de los encendedores. Alabado seas, cerio, por tan digna tarea de encender puros, hornallas, cigarrillos y hornos. Pero también por salvar vidas. Resulta que Primo Levi, doctor en Química oriundo de Turín, sobrevivió al Holocausto gracias al tráfico de piedras para mecheros. Como relata en su libro El sistema periódico, durante sus once meses viviendo como el hambriento 174517 le hicieron cumplir tareas en un laboratorio de Auschwitz, lo que le permitió contrabandear piezas de hierro-cerio que encontró abandonadas en el laboratorio a cambio de raciones de pan que le permitían sobrevivir a él y su compañero un día más.

Dado que tienen mucho que contar y han permitido a muchas personas vivir para contar, la categoría de excluidos les resulta, como mínimo, injusta.