Sólo dos de los 92 elementos que existen de forma natural en el universo son líquidos en las condiciones terrestres. Uno es el metal espeso de los termómetros, el mercurio. El otro es un no metal tóxico, de color rojo profundo y de naturaleza oleosa, muy volátil e irritante, que genera una sensación ardiente si se lo respira. De ahí su nombre, bromos, que en griego significa “hedor”.
Por suerte para nuestros sistemas respiratorios, no existen yacimientos de bromo en estado puro. La mayoría se encuentra formando sales en los océanos. Quizás por eso parece que todas las especies animales contienen al menos pequeñas cantidades de bromo. Durante mucho tiempo no se supo si simplemente estaba ahí por ser parte del ambiente o si era necesario para algún proceso fisiológico. Hasta que en 2014 un grupo de investigadores mostró que cumple una función irremplazable en el ensamblado de los tejidos, lo que corona al bromo como uno de los elementos necesarios para la vida animal.
Cuando fue descubierto, en 1826, notaron que tenía propiedades muy parecidas al cloro y al yodo, en especial en la capacidad de formar un tipo de moléculas, las sales, por lo que decidieron agruparlos en la misma familia, bajo el nombre de “halógenos” (del griego antiguo “que produce sal”). Este no fue un hecho menor, porque llevó a sospechar que tal vez todas las sustancias puras podrían agruparse en familias, una idea que es el corazón de la construcción teórica que hoy conocemos como tabla periódica de los elementos.
Una de las propiedades que comparten los halógenos es que son capaces de formar uniones con átomos de plata sensibles a la luz. Con esa propiedad estaba jugando Louis Daguerre en 1836 cuando dio los primeros pasos para fundar la fotografía. Utilizaba una lámina de plata tratada con yodo para captar imágenes. El problema era que necesitaba una fuente de luz muy intensa y muchas horas de exposición para captar algo. Un año más tarde, a John Goddard se le ocurrió utilizar bromo en el proceso, que reacciona de manera parecida al yodo, pero más rápido y con menos luz. Había nacido la fotografía instantánea, y al tiempo los daguerrotipos y el bromo dejaban de vivir sólo en los laboratorios para saltar al mundo comercial y crecer a pasos agigantados.
El bromo terminó el siglo XIX con dos industrias que alimentar, la fotográfica y la farmacéutica (que había comenzado a utilizar sales de bromo como sedantes, principalmente para tratar a pacientes con epilepsia), pero un gran salto le esperaba en el siglo XX. Durante la Segunda Guerra Mundial, la creciente industria automotriz comenzó a utilizar alcoholes de bromo, que permitían generar combustibles más volátiles y, por lo tanto, motores más grandes. Hoy, el uso de estos compuestos bromados en combustibles está prohibido, pero aún se consumen intensivamente en muchas industrias. La agrícola, por ejemplo, los utiliza como uno de sus principales pesticidas. Y no sólo eso, la pintura de las paredes que me rodean, el celular que reviso cada dos oraciones y hasta el teclado con el que escribo contienen compuestos con bromo que son añadidos al plástico para volverlo menos inflamable. Cada vez son más los trabajos que alertan sobre la acumulación de bromo en el ambiente y sobre sus efectos perjudiciales.
Concentrado en los mares, el bromo es un componente importante del planeta, y como tal, es explotado por los seres vivos, que siempre reflejan el lugar que habitan. En la era del consumo masivo de recursos, también es explotado por la industria, y de a poco comenzamos a notar las consecuencias. Mirar el bromo, como siempre que se mira un pedacito de nuestro entorno, es mirar un espejo de quienes somos y quienes fuimos.