Capítulo 1.2

Valores y metas

14min

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Un día estaba en el colegio cuando, no recuerdo bien por qué, tuve que entrar en la oficina de uno de los directores. Tenía uno de esos escritorios amplios con un vidrio encima, debajo del cual había distintos papeles. Algo me llamó fuertemente la atención. En medio de todo, ocupando un lugar especial, había una imagen, como una estampita de un santo. Pero no era un santo, era Arnold Schwarzenegger. Tamoco era la típica foto de Terminator 2, con la Ithaca, los anteojos negros y la campera de cuero. Era una foto de cuando fue siete veces Mister Olimpia, la máxima competencia de fisicoculturismo profesional. Básicamente, se lo veía posando casi desnudo, mostrando toda su hipertrofiada y abrumadora musculatura. Al lado de Arnold había otra foto. Era de Steve Jobs, obviamente menos hipertrofiado y con bastante más ropa. Me llamó la atención ese montaje visual y le pregunté al director qué tenía que ver el uno con el otro. Me dijo que estas dos personas eran sus fuentes de inspiración y que lo habían marcado para toda la vida, porque con su ejemplo y sus ideas, le habían indicado un camino a seguir. “¿De verdad?”, pensé. Sí. “¿Schwarzenneger y Jobs?” Sí. 

Desde entonces, empecé a leer todo sobre estos personajes. 

Steve y Arnold | Valores y metas

Empecemos con Steve. El fundador de Apple decía haberse comprometido a cambiar el mundo mediante una empresa que fusionara tecnología y cultura, humanidades y arte. No importa si le creemos, si nos cae bien o mal, si nos gustan sus productos o su filosofía. Lo importante a tener en cuenta acá es que cada paso de su existencia daba la impresión de estar alineado con su misión. Cuando Jobs hablaba, ilusionaba a todos a su alrededor. Tenía muy claros sus valores, y era un excelente motivador porque los encarnaba y transmitía muy habilidosamente. A un CEO de Pepsi lo convenció de cambiar de empresa diciéndole: “¿Qué quieres hacer el resto de tu vida? ¿Vender agua con azúcar o cambiar el mundo?”. 

Vamos ahora con Arnold. Para mí, como para cualquier persona que haya crecido en los 90, Schwarzenegger era alguien conocido: cuando tenía unos 6 o 7 años, mi padre y mi madre alquilaron por primera vez una videocasetera y la primera película que trajeron fue Terminator 2, pero no conocía entonces su faceta de fisicoculturista. La descubrí el día que entré al despacho del director y, naturalmente, quedé impactado. 

Ahora bien, para ganar el premio de Mister Olympia tantas veces como él, se necesitan muchísimas horas de entrenamiento en un gimnasio, siguiendo una dieta extremadamente estricta durante años. Quizá alguna vez hayas intentado ir al gimnasio, hacer dieta, mantenerte en forma o algo parecido, por lo que seguramente sepas lo difícil que es. ¿Cómo hace alguien para mantenerse haciendo eso durante años y a ese nivel?

Esta pregunta me llevó a ver ¡Pumping Iron!, un documental sobre Arnold y otros fisicoculturistas donde se puede apreciar que muchos de ellos son personas con un fuerte sentido de la estética. Conciben su cuerpo como arcilla viva para modelar: algo así como una especie de Davides vivientes. El mismo Schwarzenegger devela un poco sus secretos: cuando se retiró del fisicoculturismo, continuaba yendo a los gimnasios a entrenar a otros chicos que querían participar en competencias. A veces se acercaba a uno y le preguntaba: “¿qué estás haciendo?”, a lo cual algunos respondían algo así como “estoy entrenando para ver si me presento a un concurso… Veremos…”. Ante ese tipo de respuestas, el actor reaccionaba diciendo: “No, así nunca vas a ganar nada, los ganadores se proponen ganar. Nunca nadie ganó un concurso o una carrera sin proponérselo”. Cuenta también que luego aplicó la misma lógica a la actuación. Se propuso ser uno de los mejores actores de Hollywood, para eso estudió actuación, se presentó a castings y no sé si fue el mejor actor de la historia, pero mal no le fue. Como si esto fuera poco, luego aplicó la misma lógica a la política, llegando a ser gobernador de California dos veces. Y ni siquiera es estadounidense. Por último, se propuso ser presidente de Estados Unidos, pero bueno, todo tiene un límite.

Estas no son historias sobre el mérito. Este apartado no trata de decirte que si te esforzás, vas a lograr convertirte en el próximo Jobs o en el nuevo Schwarzenneger, o la persona que consideres digna de admiración. Este apartado se trata de otra cosa. En el primer ejemplo, vimos que Steve Jobs tenía sus valores bien definidos, lo cual le brindó un fuerte sentido de propósito a su vida y lo ayudó a concretar sus objetivos. En el segundo ejemplo, destacamos que Arnold Schwarzenegger tenía metas definidas que le permitieron tener claro a qué apuntar para trabajar y realmente conseguirlo. Por supuesto, Steve también tenía metas claras, ya que si no generaba conductas orientadas a lograr sus objetivos, jamás hubiese logrado lo que logró. Por su lado, Arnold también tenía valores, que orientaban acciones comprometidas como entrenar muy duro durante muchos años.

No nos olvidemos que estos personajes son seres humanos que, como todos, tuvieron sus aciertos y errores. Más allá de lo que pensemos sobre ellos dos, de si nos gustan o no las grandes corporaciones o el fisicoculturismo, es interesante estudiar cómo funciona la cabeza detrás de estos personajes y entender qué herramientas y recursos operan. En este capítulo no te voy a decir qué valores o metas tener en tu vida, pero sí vamos a tratar de entender por qué son importantes.

Fulano quiere hacer goles | Valores y metas II 

Es importante entender que los valores y las metas son cuestiones distintas. Una cosa es el sentido que libremente le quiero dar a mi vida (valores), y otra es qué objetivos concretos puedo plantearme (metas) como banderitas que plantar en el camino que me marcan esos valores. 

Los valores son abstractos, representan la brújula que orienta nuestras vidas, y son infinitamente perfectibles (siempre se puede ser una mejor ciudadana, un amigo más presente o una mejor estudiante). Las metas son los lugares o logros concretos que queremos alcanzar (usar más la bici y menos el auto, ver a mis amigas y amigos durante los fines de semana, o rendir un examen en la fecha que me propuse). Por último, las acciones comprometidas son las que están alineadas a nuestros valores y sirven para alcanzar una meta determinada (todos los viernes ir en bicicleta al trabajo, invitar a mis amigas y amigos a mi casa una vez por semana, o estudiar 4 hs por día durante quince días). En este sentido, buena parte de la clave del éxito de vivir una vida valiosa es lograr alinear nuestras metas con nuestros valores, y concretamente, establecer qué acciones comprometidas podremos realizar en ese sentido. 

Por otro lado, es bastante común confundir valores con metas, o apegarse demasiado a las metas, que en el fondo es lo mismo. Cuando sea millonario, seré feliz. Sí, bueno, tener una determinada cantidad de dinero es algo concreto. Pero ¿y después qué? Muchas personas llenas de dinero viven acomplejadas, deprimidas o incluso llegan al suicidio. De forma similar aunque más sutil, mucha gente piensa también que cuando se casen o tengan hijos, serán felices. De nuevo, la misma pregunta: ¿y después qué? Casarse o tener hijos son cosas concretas; al igual que el dinero, no son un sentido o una orientación para darle a mi vida. En estos casos, el valor subyacente puede ser el amor, y el mero hecho de casarnos no garantiza que ese valor esté de hecho presente en nuestras vidas, como sabe cualquiera.

Por otro lado, si ponemos todas las fichas en conseguir una determinada meta sin tener en cuenta nuestros valores, pueden surgir tres problemas. El primero es que, una vez que consigas la meta, te des cuenta de que la vida sigue. Una vez atendí a una paciente que estaba convencida de que, cuando aprobara una materia que le parecía especialmente difícil, todo iba a ser distinto en su vida. Pero la aprobó y vino a verme desconsolada, porque la alegría le duró solo tres minutos (que es lo que suelen durar las emociones). Aprobar esa materia era solo una meta más. El segundo problema es que finalmente nunca consigas la meta, y te la pases pensando que en el fondo tu vida carece de sentido porque solo importaba en la medida en que lograras tal o cual cosa. Pero es un hecho que mucha gente nunca será millonaria. Sí, ya sé, terrible. También es cierto que mucha gente no tendrá hijos ni se casará, aunque quieran hacerlo. Aun así, pueden vivir una vida valiosa. El tercer problema es que que te hayas apegado tanto a una meta que cada vez que estés cerca de conseguirla, te estreses mucho, eso te genere un enorme sufrimiento y finalmente, a causa de ese estrés, no consigas esa meta.

Veámoslo de otra manera. Supongamos que estás por entrar a jugar un partido de fútbol. Estás con tus botines puestos, la remera de tu equipo, las medias subidas hasta las rodillas y toda la parafernalia que se te ocurra. Justo antes de que empiece el partido, se te acerca un amigo y te dice: “y vos, ¿qué viniste a hacer acá?”. Vos, hinchando el pecho, respondés: “Vine a hacer goles”. Inmediatamente después, tu amigo se da vuelta y grita: “¡Muchachos, Fulano quiere hacer goles!”, a lo que todo el mundo responde saliendo de la cancha, te pasan la pelota, te ponen frente al arco vacío y te dicen: “Dale, pateá, hacé goles, ¿no es eso lo que querías?”. Creo que cualquiera respondería que no, que lo que queremos es jugar el partido, vivir el proceso, el jogo bonito, el baile, los caños, las gambetas, y que hacer goles o ganar son solo motivaciones. Quien confunde los goles con el partido se tensa, no juega en equipo, arruina la mística. La solución está justamente en no confundir chanchos con vacas. Podemos establecer objetivos concretos, pero con desapego, sabiendo que ninguna meta es de vida o muerte y que nuestros valores pueden cultivarse de muchas formas diferentes. Saber y vivir esto otorga, en buena medida, la flexibilidad interior a la que apuntan las nuevas psicoterapias. 

Finalmente, un último problema posible es confundirnos con falsos valores. No hay valores correctos o incorrectos, pero a veces ciertas reglas, verbalmente construidas y transmitidas de generación en generación, condicionan nuestra conducta a pesar de que nunca las hayamos elegido libremente. Reglas como “tengo que sentirme bien siempre”, “tengo que tener un título universitario”, “tengo que ser la más flaca”, “tengo que ser el más lindo”, o “tengo que ser la mejor” son tomadas de manera arbitraria, impuesta, con inflexibilidad, y nos llevan a hacer cosas (por ejemplo, estudiar toda una carrera de años y años) sin realmente haberlas elegido, sin una meditación previa que nos confirme o no que una determinada meta está alineada con nuestros valores. 

La imagen muestra el "Camino de una vida valiosa", representado como un esquema de intersecciones de pensamientos y emociones. En la columna izquierda se encuentran los pensamientos, donde se destacan "Reglas" y "Tener razón", mientras que en la derecha se representan las emociones, como "Me gusta/no me gusta" y "Tengo ganas/no tengo ganas". A lo largo de este camino, se identifican sucesos positivos (marcados con el símbolo "+") y negativos (marcados con "-"), además de logros representados por un icono de bandera a cuadros. La estructura ilustra cómo los pensamientos y emociones pueden influir en el trayecto hacia una vida significativa, enfrentando tanto eventos favorables como desfavorables y alcanzando logros en el proceso.

La fiaca | Motivación

La motivación no es algo que podamos controlar de manera directa. Las ganas y la motivación provienen de las emociones, que, por definición, son fenómenos automáticos, transitorios y no responden a la voluntad. Si no me creés, hacé el intento, sentí ya mismo un intenso asco: ¡ahora, vomitá! ¿Y? ¿Vomitaste? ¿Difícil, no? Ok, probemos con otra emoción, el enojo: ¡enojate! ¡Rompé todo! ¿No? ¿No sale? Es lógico. Ni siquiera un buen actor controla sus emociones, lo que hace es justamente actuarlas. El secreto está en comenzar el viaje sin ganas, sin motivación. Las ganas vienen durante el viaje, si es que elegimos libremente iniciarlo. Cuando comenzamos a vivir de acuerdo a nuestros valores, con metas claras, sobre la marcha aparece la motivación, pero el viaje, el sentido de la vida, y las ganas o emociones son cosas distintas. 

Atención, depresión

Frecuentemente, lo que dicen muchas personas que están cursando un episodio depresivo es que no se sienten motivadas o con ganas, como que les faltan fuerzas. Como mencionamos anteriormente, en la sociedad occidental está muy metida la idea de que hay que sentirse bien todo el tiempo y que hay que tener el control de las emociones. Estas reglas absurdas generan mucho sufrimiento y se suman a ciertas concepciones que suelen encontrarse también en el paradigma médico clásico, como que la depresión se debe a un problema neuroquímico que se resuelve con una medicación. Si bien es cierto que las personas con depresión tienen una alteración en sus niveles de neurotransmisores (y otros cambios en el cerebro), eso no quiere decir que esa sea la causa de la depresión, o al menos no la única causa. Frecuentemente, un problema de fondo suele ser que estas personas carecen de la habilidad de clarificar sus propios valores y metas, y luego encaminarse hacia ellos, aceptando el sufrimiento y los obstáculos como parte del camino.

En mi experiencia clínica, a un porcentaje de personas los antidepresivos le son suficientes, pero para otras (principalmente, quienes llevan mucho tiempo con depresión), las medicaciones suelen tener un techo en el beneficio que brindan. Los antidepresivos pueden ayudar, y mucho. Pero las terapias modernas establecen que si no sabemos a dónde ir, no nos servirán demasiado. Tomándonos el atrevimiento de simplificar años de investigación en neurociencias, podríamos decir que los antidepresivos son la nafta que le ponés a un auto para que ande: no será suficiente si no sabés hacia dónde querés ir. Sin un objetivo claro, quizás termines dando vueltas en círculos hasta agotar el tanque nuevamente. En ese sentido, solo vamos a poder salir adelante si tenemos una meta definida. Si esa meta está claramente alineada con nuestros valores, mucho mejor. Y si además nos comprometemos con esos valores, las probabilidades de éxito aumentan.

¿Te acordás de que trabajabas en un hospital?   

Pero algo estaba faltando. Entonces te dedicaste a meditar profundamente sobre tus propios valores, sobre las metas que te fuiste poniendo a lo largo de la vida, y decidiste volver a los comienzos. Te sentaste a meditar sobre qué te motivó a estudiar Medicina en su momento. Sabés que fue tu decisión, que no seguiste un mandato impuesto y nada más. Estudiaste Medicina porque te gustaba la ciencia, colaborar con el progreso. Es más, haciendo memoria, te emocionás un poquito, sentís algo de tensión en el pecho. No solo eso, también querías servir a la gente. Y no es tarde. Si algunas personas no pueden acceder a tus tratamientos, capaz es hora de armar una fundación. O salir a hacer algún tipo de asistencia voluntaria. O lo que sea que se alinee con tus valores, porque este es un ejemplo y los ejemplos viste cómo son: hay que tomarse el trabajo de adaptarlos. 



Esta es la primera parte de Las olas. Aproximaciones al cuidado de la salud mental. Además de conceptos teóricos, este proyecto te propone ejercicios para practicar herramientas concretas de salud mental.