Tenés 43 años y un título habilitante en Medicina. Es más, tenés toda un área de un hospital a cargo. Toda tu vida profesional transcurrió ahí adentro. Siempre soñaste con ejercer esa carrera y te esforzaste mucho para lograrlo. Sacrificaste amistades, familia, pareja, hobbies. Y finalmente llegó. Ahora tenés un departamento que no necesitás compartir con nadie y trabajás de lunes a sábado de 9 a 17 hs. Pero si bien estás en la cima de tu carrera profesional, y esto es muy bien retribuido monetariamente, no estás tan feliz como se supone que deberías estar. Algo te desilusiona, y no sabés qué. Empezás a pensar que tal vez, si consiguieras un puesto superior, tal vez si todo el hospital estuviera bajo tu mando…
Sin duda alguna, todos los seres humanos queremos ser felices y tener vidas plenas, así como también deseamos esto para nuestros seres queridos (y, por qué no, para todas las personas). Negarlo es como negar que existe la Luna. Aspiramos a ser felices, y para ello intentamos descubrir qué es la felicidad, ese concepto tan esquivo que ha ocupado a poetas, filósofas y artistas durante siglos. Quizás no lo tengamos completamente claro, pero todo el tiempo buscamos caminos que consideramos que nos van a hacer felices. Esto tiene mucho sentido desde el punto de vista de la supervivencia: algunos estudios, como el realizado por Choy-Lye Chei en 2018, muestran que las personas que reportan ser felices tienen una mejor calidad de vida, se enferman menos y viven más años. Sin embargo, cada persona posee una definición de felicidad diferente, y es precisamente esa disparidad de opiniones ante una cuestión tan trascendental la que ha motivado a un sinfín de pensadores y pensadoras a dedicarle tiempo a su reflexión.
No es el propósito de este libro revisar las concepciones sobre la felicidad que se han esbozado a lo largo de la historia, pero sí me interesa que quede claro que la felicidad es un concepto subjetivo. De hecho, la famosa frase de la novela Ana Karenina, esa que dice “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, es, en realidad, incorrecta. Es poco probable que encontremos a dos personas que sean felices exactamente de la misma manera, ni hablar de dos familias. En ese sentido, no solo nos resulta complicado definir qué es la felicidad, sino también qué es aquello que nos hace felices.
Sin embargo, sí es posible realizar una generalización de lo que concebimos como felicidad a partir de un análisis de nuestra propia cultura: vivimos tiempos en los que la felicidad parece indisociable de nuestra propensión a consumir y de la propiedad de bienes materiales. De alguna manera, como sociedad estamos persiguiendo constantemente tener una casa más grande, un auto más lujoso, un celular con la última tecnología o la ropa más bonita. De hecho, el “progreso” de las naciones se midió durante muchos años a través de indicadores económicos que muestran cuánto dinero disponible por persona hay en un país determinado (como producto bruto interno per cápita), y las políticas económicas se han formulado en torno a esta premisa en casi todos los países del mundo.
Por supuesto, es difícil hablarle de “felicidad” o “vida plena” a alguien que pasa hambre, que vive en la opresión o en la soledad, o que no tiene un techo, así que es importante tener en cuenta que, primero y principal, se necesita de una base material y sociocultural mínima que satisfaga las necesidades básicas, como una vivienda digna, acceso a servicios, alimentos y educación. Además, la libertad de elección, las democracias estables, y la ausencia de persecución política y conflictos armados son también factores claves para el desarrollo de la felicidad.
Sin embargo, en la sociedad occidental contemporánea tendemos a estimar lo económico y material como el único factor en nuestro bienestar, subestimando incluso necesidades básicas como el descanso, la conexión con la naturaleza, las relaciones interpersonales y el cuidado de la salud. Suele suceder que, una vez cumplidos los estándares materiales que satisfacen nuestras necesidades, es muy fácil perderse en la búsqueda de la felicidad. El océano de información y experiencias que nos ofrece el mundo es grande, muy grande, y se vuelve más difícil de navegar si no se tienen criterios claros que funcionen como brújula.
Cinco minutos de gloria | ¿Qué es la felicidad y cuál es la diferencia con el bienestar?
El oído moderno relaciona la palabra “feliz” con un estado de ánimo optimista, la diversión, el buen humor y las sonrisas, identificándola con la emoción “alegría”. Pero entender la felicidad de esta manera es tramposo. La alegría es una emoción más, y, como veremos más adelante, estas son por definición pasajeras (duran aproximadamente 3-5 minutos) y están fuera de nuestro control directo: así como llegan, se van. Además, hay un gran porcentaje de la población que no tiene emociones tan intensas como el resto, simplemente porque sus sistemas nerviosos están “cableados” de maneras distintas (hay personas más efusivas que otras, así como también las hay más “enojonas”).
Vas a encontrar una sección completa más adelante dedicada a la comprensión de las emociones, pero por lo pronto nos basta con saber que las emociones son programaciones del cerebro que surgieron durante el proceso de evolución y cumplen un rol clave en nuestra supervivencia. Por lo tanto, el hecho de que algunas sean agradables (alegría o amor) y otras desagradables (tristeza, enojo, miedo, celos o envidia) no implica que unas sean buenas y las otras, malas. Que una persona sienta tristeza no significa que se esté volviendo infeliz. Sentir enojo nos da la energía para luchar por nuestro respeto, nuestros límites y derechos, y sin él muchas veces podríamos dejarnos pisotear por otros. Del mismo modo, considerar que el placer o la alegría obtenidos por el mero hecho de consumir productos o experiencias son sinónimo de felicidad convierte a la felicidad en una condición efímera, atada a la sensación asociada a esas situaciones.
Para Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, la felicidad es un término impracticable para la ciencia, la enseñanza, la terapia, la política pública o el cambio de vida a nivel personal. Es necesario hablar de algo más claro, más medible. Para Seligman, la felicidad no es una sola propiedad, sino que se trata de un constructo compuesto por varios elementos que tienen un valor propio. Por eso, prefiere no hablar de felicidad, sino más bien de bienestar, y desglosa este concepto en cinco elementos fundamentales: (1) sentido vital, (2) logros, (3) entrega o flow, (4) emociones positivas, y (5) relaciones interpersonales. De esta forma, Seligman establece que para ser felices sin duda debemos minimizar nuestro sufrimiento, pero además, y más importante aún, debemos darle sentido a nuestra vida, obtener logros, tener momentos de flow, y tener emociones y relaciones personales positivas.
1. Sentido vital
Hay muchas frases de pensadores conocidos que resumen lo que quiero transmitir cuando me refiero al sentido vital. Se adjudica a Friedrich Nietzche lo de que “aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. También es muy citado y conocido el trabajo de Viktor Frankl sobre el sentido de la vida, en el que dice cosas como “el éxito, como la felicidad, es el efecto secundario inesperado de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo”, o “la vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino solo por falta de significado y propósito”.
Básicamente, el sentido vital al que se refiere la psicología positiva es el propósito, el significado, la dirección que libremente intentamos darle a nuestras acciones. En otras palabras, son nuestros valores. La humanidad está continuamente creando instituciones que representan valores que dan sentido a la vida de muchas personas: la religión, los partidos políticos, los equipos de fútbol, los boy scouts, la familia, las empresas u otras organizaciones.
Muchas personas entregaron y entregan sus vidas por algo “superior”, tanto literal como metafóricamente. Sacerdotes de diversas religiones, profesoras de instituciones, líderes políticos. En ese camino, podemos experimentar emociones desagradables debido a circunstancias adversas que naturalmente se presentan al seguir lo que consideramos como aquello que le da sentido y propósito a nuestra vida: decepción y tristeza por la propia profesión mal remunerada, enojo por políticas y leyes que van en contra de las causas que alguien defiende (como le sucede a activistas contra el cambio climático), miedo generado por la persecución política (como en el caso de muchos y muchas activistas asesinados por defender la naturaleza y la igualdad de las personas más allá de su color de piel). Sin embargo, este sufrimiento se vive en el contexto de un camino de valores elegido que le da sentido a la vida. Y eso lo hace más tolerable.
2. Logros
Muchas veces la gente consulta a profesionales de la salud mental por tener “baja autoestima”. En la práctica, esto se traduce en juicios negativos sobre la propia persona, como por ejemplo: “soy un fracaso”, “soy un idiota” o “no soy buena para nada”. A la hora de encarar estos temas, a veces es mejor concentrarse justamente en que quien consulta tenga nuevos logros más que en intentar cambiar esos pensamientos. Su mente no dejará de pensar que es un fracaso solo porque yo se lo diga. Debemos darle nueva información: es muy importante sentir, en la realidad, que somos buenos o buenas en algo.
Para tener logros hay que comenzar por ponerse metas, lo cual es todo un arte. Es importante saber elegir las metas adecuadas, ya que si son demasiado pequeñas, podés sentir que no crecés, pero si son demasiado altas, te frustrás al percibirlas como inalcanzables o muy difíciles de lograr. Nadie empieza a tocar la guitarra aprendiendo un solo de Slash (con esta referencia, revelo mi edad), y al mismo tiempo te vas a aburrir terriblemente si tocás siempre “La Bamba”.
Aquí entra un concepto que no es típico de la psicología positiva, pero que encastra muy bien con estos conceptos. Al estudiar el tratamiento de la depresión, Aaron Beck describió la necesidad que tienen estos pacientes de “construir dominio”. Básicamente, esto quiere decir que deben comenzar a tener logros concretos en sus vidas, y esos mismos logros le darán nueva información a su mente, que ahora no será tan dramática con el fracaso. En otras palabras, para tener una sana autoestima hay que darle de comer hechos. Pensar en positivo, sin hechos, es pedalear en falso.
Hacer progresos hacia objetivos personales y lograr resultados superiores puede conducir al reconocimiento externo y a un sentido de logro. Aunque este puede definirse en términos objetivos, como dirá Seligman, también está sujeto a ambiciones personales, impulsos y a las diferencias de personalidad. Las tareas donde uno puede lograr cosas van desde cuestiones muy pequeñas hasta las más altruistas: fútbol, política o la lucha por la salud de los niños y las niñas, por dar unos pocos ejemplos. Por supuesto, la búsqueda implacable de las metas puede tener su lado oscuro si se descuidan otros aspectos de la vida personal y social, como desatender las necesidades vitales (comer, dormir y hacer ejercicio) o desplazar tiempo con la familia y amistades, y por eso es importante aprender a gestionar nuestra mente.
3. Entrega o flow
Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de Psicología en la Universidad de Claremont y autor del libro Flow, una psicología de la felicidad, explica que un determinante clave del bienestar es lograr en las actividades que nos gustan un estado de disfrute, control y atención focalizada denominado flow (“flujo” en inglés). Este estado puede ser alcanzado cuando las acciones que realizamos emplean plenamente nuestras capacidades, es decir, cuando coinciden los desafíos y las habilidades personales.
La historia de cómo llegó Mihaly a este concepto es interesante. En su crianza en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial, se dio cuenta de que pocas personas adultas que conocía eran hábiles para afrontar las tragedias causadas por la guerra. Pocas podían tener una vida feliz por lo menos en sus trabajos o en sus hogares luego de que la guerra destruyera todo. Esta situación lo llevó a buscar respuestas en la filosofía, el arte y la religión. Finalmente, encontró una conferencia de psicología y desde allí se abocó a responder su pregunta. Así, comenzó a interesarse en aquellos momentos de la vida diaria que producen verdadera felicidad. Relata: “Empecé a mirar a personas creativas como artistas y científicos, tratando de entender qué los hacía a ellos sentir que valía la pena dedicar toda su vida haciendo cosas de las cuales no esperaban ni fama ni fortuna, pero que les daban significado y valor a sus vidas”. Comprendió que estas personas, al compenetrarse tan de lleno en una tarea de agrado con una dificultad acorde a sus capacidades y recursos personales, entraban en un estado de disfrute, control y dominio, que luego llamaría flow. Una experiencia similar al éxtasis, ya que durante ese estado se experimenta esencialmente una realidad alternativa.
Cuando un artista está creando, cuando una investigadora está concentrada en su laboratorio, esos son momentos de éxtasis. Mihaly define así lo que le ocurre a un músico al componer: “Es algo tan intenso que no tiene atención para sentir su cuerpo, el tiempo, los problemas en casa, si está cansado o con hambre… Su identidad desaparece de su conciencia porque su atención no puede dividirse en dos cosas. La existencia está suspendida temporalmente, siente que su mano se mueve sola en esa labor de composición. Este proceso automático sucede solo en quien tiene entrenamiento y técnica, no a todo el mundo le sucede lo mismo con las mismas actividades. El músico siente que la música fluye por sí sola…” Este es un estado espontáneo que surge sin esforzarse, pero luego de mucha práctica.
El flow es la conexión psicológica (tener interés, compromiso y estar absorto) con una actividad particular, con una organización o con una causa. Los más altos niveles de compromiso han sido definidos como estados de flow o experiencia óptima, la sensación de que el tiempo ha parado y se fluye con libertad durante una actividad absorbente. Se logra un estado de flow cuando la actividad que se realiza requiere de capacidad y dificultad proporcionales, lo que produce una sensación de dominio y maestría. Pero para poder fluir, se deben dar las siguientes condiciones:
- Una actividad desafiante que requiera habilidades: ya sea jugar al fútbol, pintar un retrato o tejer una manta. Para que haya un estado de flow, se requiere de una tarea que exija habilidades específicas.
- Combinar acción y conciencia: toda la atención se vuelca a esa actividad que casi se percibe como un fenómeno automático, espontáneo. Las personas dejan de ser conscientes de sí mismas y del espacio exterior: una jugadora de tenis se convierte en una con la raqueta y su espacio de jugada.
- Metas claras y retroalimentación: para poder fluir y disfrutar se requiere de un objetivo claro en la actividad y de un constante feedback respecto al buen desempeño en la ejecución de la tarea. Cuando hacemos una tarea manual, pintamos o tocamos un instrumento, inmediatamente nos está llegando información sobre nuestro desempeño.
- Concentración sobre la tarea actual: las distracciones quedan a un lado y la atención se focaliza solamente en lo que sucede aquí y ahora; se dejan atrás pensamientos, preocupaciones u otros fenómenos internos.
- Pérdida de autoconciencia: durante el flow, la atención está volcada en la tarea a ejecutar, y lo está tan profundamente que te olvidás de vos y te fusionás con la actividad.
- Transformación del tiempo: es usual el comentario de que cuando uno se divierte o la está pasando bien, el tiempo pasa más rápido. Si bien la medida del tiempo es la misma, la experiencia subjetiva de su paso es muy distinta. Como una violinista que está tan inmersa en su música que, de repente, se da cuenta de que sin querer no comió en varias horas.
Este estado de experiencia óptima puede ser habitado por cualquier persona independientemente de su edad, sexo, cultura o situación económica, y se trata de un fenómeno universal, aun cuando las actividades que llevan a esa experiencia puedan ser muy diferentes debido a la influencia cultural. Podemos encontrar ese disfrute en el trabajo, en la música, en la contemplación, en el deporte, en subir una montaña, en atender pacientes, en bañar a un hijo, en cocinar y hasta en el sexo.
4. Emociones agradables
Las emociones agradables engloban sentimientos como la alegría, el placer, el confort, el orgullo, el goce, la calidez y el consuelo. Experimentar estas emociones ensancha y desarrolla nuestros recursos psicológicos, haciéndolos duraderos, permitiéndonos recurrir a ellos en otros momentos de la vida, expandiendo la creatividad y movilizándonos a la unión con los demás. Las emociones agradables nos indican que se produce crecimiento interior y que el capital psicológico se está acumulando. Es decir, estas emociones informan que algo bueno está sucediendo y nos ayudan a expandir la atención y la consciencia de un entorno físico y social más amplio, lo que facilita el pensamiento tolerante y creativo, y la productividad.
Claramente, las emociones agradables se asocian a un estado de bienestar, y para favorecer nuestra salud mental, es deseable tratar de aumentar la frecuencia y el acceso a ellas. Pero es importante recordar que las emociones (todas) tienen una duración determinada, normalmente de unos pocos minutos, y aunque no estén presentes todo el tiempo, eso no significa menor bienestar. Por esto, y bajo el concepto de bienestar, las emociones agradables consisten en un factor más a considerar y no el objetivo de toda la vida. Es bueno buscar emociones agradables, pero sin perder de vista que las desagradables también tienen su función.
Cabe hacer una pequeña aclaración. Los términos usados por la psicología positiva y otros modelos para referirse a estas emociones suelen ser “emociones positivas” y “emociones negativas”. Sin embargo, esta terminología puede crear confusión, al dar a entender que unas son “buenas” y las otras, “malas”. Por esto, y dado que a lo largo de buena parte del libro trabajo con la idea de que todas las emociones tienen una función, y que evitarlas sin criterio puede ser contraproducente, preferí cambiar estos términos por “emociones agradables” y “emociones desagradables”.
5. Relaciones interpersonales
Tener vínculos estrechos con otras personas contribuye a nuestro bienestar: somos seres sociales porque evolucionamos en convivencia con otras personas, y la compañía es el mejor antídoto contra los momentos difíciles de la vida.
Seligman nos pregunta: “¿Cuándo fue la última vez que reíste a carcajadas, sentiste una dicha indescriptible, sentiste algo realmente significativo y con un propósito, te sentiste enormemente orgulloso de un logro? Sin saber los detalles, sé cuál es el contexto: la mayoría se produjeron en relación con otras personas”. Incluso, compartir nuestras experiencias positivas con nuestros seres queridos luego de que sucedan puede mejorar nuestra calidad de vida. En un estudio que siguió a casi 5000 personas durante 20 años, James Fowler y Nicholas Christakis encontraron que hablar sobre las cosas buenas que nos pasan genera un mayor bienestar y un aumento de la satisfacción con la vida. Es más probable que recibamos mensajes constructivos, alentadores, entusiastas y positivos después de compartir una experiencia exitosa, lo cual se traduce en sensaciones de felicidad, amor y aprecio. Por otro lado, nuestra naturaleza social también se ve reflejada en lo bien que nos sentimos luego de ayudar a alguien, de darnos cuenta de que una persona está pasando necesidad y actuar para remediarlo. Francesca Borgonovi mostró en un estudio que las personas que hacen voluntariado declaran tener mejor salud y más felicidad que las personas que no lo hacen, incluso si es una vez por mes.
Entonces, volvamos al ejercicio mental del principio: tenés 43 años, título, carrera exitosa, departamento propio, bienestar económico… ¿por qué no sos feliz? Con todo lo que vimos hasta acá, una respuesta probable sería que invertiste todos tus esfuerzos en uno solo de los componentes del bienestar: los logros. De ahí que la única idea que se te ocurre para ser más feliz sea, de nuevo, mejorar en tu carrera profesional. Bueno, he aquí una idea loca: ¿qué tal cultivar los otros aspectos del bienestar? Generar amistades o relaciones cercanas, o realizar otro tipo de actividades (hobbies) que te despierten emociones agradables o te ayuden a entrar en un estado de flow. Probablemente, realizar el mismo tipo de trabajo tan seguido te esté aburriendo, quizás quieras invertir tiempo en cosas que tengan un sentido o propósito más allá del trabajo y que para vos valgan la pena (un partido político, una ONG, lo que sea). No se trata de estar más contento o contenta por un rato, sino de construir una vida que valga la pena ser vivida. Definir nuestros valores. Y conectar con ellos.
¿No tenés 43 años ni una carrera exitosa? No importa, esto es un ejercicio. Hablaremos de la empatía más adelante en el libro. Por ahora, me alcanza con que me sigas la corriente y pruebes meterte en las distintas pieles que voy a ir ofreciéndote. Por supuesto no seré exhaustivo, hay tantas como personas existen en el mundo. Pero lo que importa no es que sean parecidas a vos o que abarquen toda la variedad humana, sino que en sus conflictos puedas identificar elementos que también están presentes en tu vida.
Esta es la primera parte de Las olas. Aproximaciones al cuidado de la salud mental. Además de conceptos teóricos, este proyecto te propone ejercicios para practicar herramientas concretas de salud mental.