Nacemos y vivimos en un mundo lleno de otras personas, y la forma en la que nos manejamos con ellas determina, en gran medida, nuestra calidad de vida. No debería ser sorpresa para nadie (y, de hecho, lo mencioné en el capítulo sobre felicidad), pero a diferencia de los animales mamíferos solitarios, como los tigres, los osos o los rinocerontes, nuestra especie es sociable por naturaleza, lo que quiere decir que amucharnos en tribus ha sido importante para nuestra supervivencia desde hace largo tiempo. Debido a esto, nuestro cerebro (y todo el sistema nervioso) está “programado” para vincularnos. Actualmente, varios investigadores sostienen que el cerebro humano, principalmente la corteza prefrontal, ha evolucionado principalmente para poder calcular las múltiples variables que se juegan a nivel social. Esta región es la base biológica de las funciones ejecutivas y de la cognición social, entre otras funciones.
Al igual que ocurre con el hambre o el sueño, poseemos circuitos neuronales específicos que se activan y desactivan para buscar el equilibrio en la interacción afectiva (o de homeostasis social). Esto implica que, así como hay circuitos que se activan cuando nos vinculamos, también hay circuitos que se activan cuando esos vínculos se rompen, como en una ruptura sentimental, el fallecimiento de un ser querido o el alejamiento de las amistades. Por ejemplo, uno de los efectos generados por el encierro durante la cuarentena por COVID-19 fue el deseo de ver a nuestros seres queridos, acompañado por la angustia de no poder hacerlo. Este es un proceso causado por la activación de estos circuitos neuronales a fin de satisfacer la necesidad de vincularnos. Y es que las relaciones íntimas y de apoyo con los demás son un aspecto esencial del bienestar.
Los momentos más significativos de tu vida | Relaciones interpersonales
La importancia de las interacciones sociales tiene tanta relevancia que, si te pones a pensar, es altamente probable que los momentos más significativos de tu vida se hayan dado en un contexto de relación con otras personas. Esto aplica tanto para las experiencias agradables como para las desagradables. Atravesar momentos difíciles de forma solitaria no es lo mismo que tener a alguien que nos sirva de sostén emocional, a quien poder pedirle ayuda. Seguramente, yo no habría podido recibirme si no fuera porque estudié con amigos, compartí con ellos los nervios antes de rendir un examen y pude pedir ayuda para no bajonearme las veces que no me fue tan bien como esperaba. Tampoco hubiese sido posible si mi familia no me hubiese brindado los medios de mantenimiento, tanto los básicos (comida y techo), como los afectivos (apoyo y ánimo en los momentos de agobio o frustración). De la misma manera, las situaciones simples de la vida pueden ser mágicas cuando las hacemos con otras personas. Ver una película, comer o hacer deporte con seres queridos son experiencias totalmente distintas que cuando las hacemos en soledad.
Podemos pensar que no se habla mucho de relaciones interpersonales porque pareciera que estas se dan o no se dan: me llevo bien con una persona y establezco una relación más duradera, o no. Parecería que no hay que poner mucho esfuerzo en esto: se dan de manera espontánea y natural, o no se dan. Sin embargo, las relaciones demandan mucho trabajo, y formar vínculos saludables es un arte que se puede aprender. A las relaciones hay que cuidarlas, y eso suele ser lo más difícil.
Por otro lado, en muchas oportunidades, las relaciones con otras personas son complicadas. Sin ir más lejos, en los ámbitos laborales, la mayoría de los problemas se dan por conflictos interpersonales: es probable que de tu último trabajo recuerdes más los problemas o roces con tu jefa, un colega o el de recursos humanos que los nervios por el cumplimiento de alguna tarea. ¿Te pasó alguna vez que por haber transmitido alguna opinión perdiste un trabajo, te peleaste con una amiga o un familiar se fue de un grupo de WhatsApp? Atender a nuestras relaciones significa cuidar los modos de decir, saber pedir cosas, decir que no, escuchar lo que la otra persona piensa y quiere, e intuir lo que siente.
Si bien la dificultad de las relaciones interpersonales se sustenta en las diferencias entre las personas (sería muy fácil llevarnos bien si fuésemos exactamente iguales, porque no habría conflictos), estas se potencian por la carencia de habilidades para lidiar con ellas. Para relacionarme de manera efectiva con mi jefe, con mi pareja o con el técnico del soporte del wifi, es importante tener en cuenta que yo no siempre tendré la razón y que mi mirada de la situación no siempre es la objetiva. Además, siempre es bueno saber balancear la aceptación de una situación y la búsqueda de cambio: por más que tenga todas las habilidades para cambiar un comportamiento y conseguir un objetivo, a veces simplemente hay que aprender a ser pacientes y aceptar que las demás personas son como son y tienen sus tiempos. Esto es una parte muy importante de la efectividad interpersonal.
Iniciar y sostener buenas relaciones sociales es una cuestión de esfuerzo y práctica constante, de ejercitarse en ello. Para ser efectivos interpersonalmente, se requieren algunas habilidades que nos permitan vincularnos sin maltratar a nadie pero sin ser sumisos ni perder nuestro autorrespeto. A eso nos dedicaremos en este capítulo.
Yo no soy así… | Nuevas habilidades
Frecuentemente, en mi práctica clínica, cuando enseño las habilidades destinadas a mejorar las relaciones interpersonales, muchas personas sienten que no están siendo auténticas, genuinas o que no son ellas mismas, como que están actuando. Se refieren a que en la cotidianidad no reaccionan ante un problema interpersonal como yo les sugiero, y hacerlo parecería traicionar su esencia o identidad. Suelo escuchar cosas como “yo voy de frente”, o “yo vengo de una familia tana y las cosas se dicen sin pelos en la lengua”. En parte tienen razón, porque lo que yo estoy proponiendo es distinto a lo que vienen haciendo la mayoría de las veces, así que es lógico que resulte contraintuitivo. Por eso, antes de pasar a las habilidades propiamente dichas, me parece importante hacer algunas aclaraciones al respecto.
En primer lugar, el concepto de ser personas genuinas o auténticas a veces se presta a malos entendidos. Debería quedar claro a esta altura del libro que hacer lo primero que se me pasa por la cabeza o seguir cualquier impulso que envía mi cerebro no siempre es efectivo, y generalmente causa problemas. Nos guste o no, nuestro comportamiento en sociedad está siempre condicionado por reglas más o menos estrictas, más o menos explícitas, por lo que no da lo mismo que vivamos haciendo lo que nos surge. Lo mismo aplica para cualquier reacción emocional o para la forma de decir las cosas. No da igual cómo se dice, a quién se dice y en qué momento se dice.
En segundo lugar, como vimos en el capítulo sobre el amor, la forma que tenemos de vincularnos se aprende durante nuestro desarrollo en la infancia a partir de las experiencias y el modelado que tenemos de parte de nuestros cuidadores. Yo suelo hablar, caminar y hasta hacer chistes muy parecidos a los que dicen mis familiares, amistades, docentes o cualquier persona significativa con la que haya interactuado. Pero el aprendizaje no se termina ahí, ya que es continuamente reescrito según las distintas experiencias sociales que vamos teniendo en la vida. Si logramos aprender de la experiencia, nuestras interacciones sociales se van volviendo cada vez más efectivas. Por supuesto, mientras más unidas estén a emociones, más impacto tendrán dichas experiencias en nuestro comportamiento. Pensá, por ejemplo, en tu primer amor. Para mucha gente esta es una experiencia agridulce, pero probablemente estaremos de acuerdo en que aprendimos mucho sobre la vida. Además, a veces no se puede aprender de otra manera.
Lamentablemente, muchas relaciones parentales, profesionales o románticas son disfuncionales y moldean nuestros malos hábitos para relacionarnos. En ese sentido, en mi consultorio también suelo escuchar cosas como “en mi época esto siempre se manejó así” o “en mi casa papá decía algo y todos hacíamos caso”. Como ya dije anteriormente, hay frases insertas en la cultura que son repetidas y que tienen más para enseñarnos sobre las visiones sesgadas en torno a las relaciones interpersonales que sobre la realidad en sí. Afortunadamente, es posible modificar los patrones aprendidos. No es que vamos a “desaprender”, sino que vamos a incorporar nuevas conductas o habilidades. Vamos a modificar hábitos, comportamientos repetidos durante un tiempo determinado. Es decir, no estamos hablando de lo que me define como persona, de mi esencia como ser humano (los valores). Por lo tanto, los hábitos o comportamientos interpersonales se pueden modificar sin que sientas que te estás traicionando.
Siguiendo esta idea, es bueno repasar el concepto de habilidad. Acá vamos a entenderlo como algo que se aprende, que se observa en otras personas, que se practica, que se adquiere, y que mientras más se practica, mejor sale. Como un golpe de karate, twerkear, tocar un instrumento o coser. Es cierto, hay gente que por su biología o por su historia de aprendizaje puede que la tenga más fácil, pero siempre hay espacio para mejorar.
Es lógico que, cuando comenzamos a practicar nuevas habilidades, al principio sintamos como que actuamos, como que no nos sale con naturalidad. Esto no se debe a que no somos así o asá, sino justamente a que nos falta práctica. Nadie supone, cuando empieza a tocar el piano, con la dificultad natural de los comienzos, que le saldrá con naturalidad, como si fuese Marta Argerich desde la primera vez: al día de hoy, incluso ella practica varias horas por día en su piano. Cuando la vemos tocar, podemos pensar que ella sí que es natural, pero no debemos olvidar que en realidad estamos viendo una unión entre un gran talento y mucha disciplina. Esto mismo ocurre con las habilidades prosociales: al principio, debemos practicarlas y no nos salen con naturalidad, y luego son parte nuestra. Con entrenamiento y exposición, tanto individuos extrovertidos como introvertidos pueden volverse más eficaces.
Los zapatos ajenos | Empatía
Dentro de las habilidades a desarrollar, quizás la más importante sea la empatía. Existen muchas definiciones de empatía, pero todas coinciden en el siguiente aspecto: “sentir lo que otra persona siente, ponerse en sus zapatos”. La empatía suele describirse con dos componentes. Uno es la capacidad de comprender los estados emocionales de las demás personas, lo que supone un componente cognitivo. Esto implica entender, por ejemplo, que es lógico que alguien se ponga triste si sufre una pérdida. El otro es el componente afectivo, que consiste en percibir el estado en el que se encuentra la otra persona: en este caso, uno puede llegar a sentir esa tristeza del otro, en mayor o menor medida.
La empatía es como cualquier otra capacidad: en un punto, nacemos con ella, pero también puede desarrollarse. Incluso personas que nacieron con alguna particularidad en sus cerebros que les dificulta el desarrollo de la empatía, como aquellas con Trastornos del Espectro Autista, también pueden mejorar con el entrenamiento. Varios estudios señalan que la empatía contribuye a la mejora de las habilidades y, más concretamente, al comportamiento que nos lleva a actuar para beneficiar a otras personas y no a nosotros mismos.
Total interferencia | Variables que interfieren en nuestras relaciones
Tener muy buenas habilidades interpersonales no es fácil ya que muchos factores interfieren en esto. Lo importante es que los conozcas y que puedas identificar qué pasó si una interacción no tuvo el resultado que esperabas. Algunas de las variables que interfieren en nuestras relaciones son:
- Falta de habilidades: no sabés qué decir o cómo actuar, cómo comportarte para alcanzar tus metas.
- Indecisión: no sabés si pedirle a alguien mucho o nada, si ceder en todo o negarte a cualquier cosa.
- Interferencia de emociones: hay veces que las emociones te nublan la mente y te incapacitan para actuar de la forma en que querés. ¿Me enojo demasiado como para usar mis habilidades? ¿Mis emociones son tan intensas que me cuesta lidiar con ellas y poder usar mis habilidades?
- Priorización de metas a corto plazo sobre las de largo plazo: por no caerle mal a alguien, terminás haciendo algo que no querías, o por querer algo ya mismo, terminás tratando mal a alguien.
- Interferencia del ambiente: por más que seamos muy habilidosos, hay cosas que no dependen de nosotros, por lo que quizás no alcancemos las metas interpersonales que quisimos. Muchas veces el ambiente (por ejemplo, la presencia de personas que son más poderosas que yo) es más fuerte que mis habilidades.
- Mitos interpersonales: creencias rígidas, suposiciones, pensamientos como “si pido esto, no voy a caer bien”, “van a pensar que soy estúpido”, “en realidad no me merezco esto”, “seguro lo voy a hacer mal”, “si pido ayuda, van a pensar que soy débil”.
Paso a paso | Prioridades
Antes de elegir qué herramienta utilizar, debemos decidir cuál es nuestra prioridad para determinada interacción interpersonal, y dependiendo de eso, utilizaremos una, dos o tres habilidades. Para hacerlo, podemos plantearnos las siguientes preguntas.
- ¿Qué resultado o cambio específico quiero de esta interacción? Puede ser lo que la otra persona debe hacer, dejar de hacer, aceptar, comprender, o a qué se debe comprometer. Es importante que el objetivo sea lo más específico posible. Cuanto más claridad consigas respecto a qué querés, más fácil será aplicar la habilidad correspondiente.
- ¿Cómo quiero que la otra persona se sienta acerca de mí después de que termine la interacción (ya sea si obtengo o no los resultados o los cambios que quiero)?
- ¿Cómo quiero sentirme yo mismo después de que termine la interacción (ya sea si obtengo o no los resultados o los cambios que quiero)?
Cada uno de estos puntos de arriba se corresponden a una de las habilidades interpersonales que veremos a continuación, y el punto que prioricemos (conseguir algo o decir que no, mejorar una relación o cuidar el autorrespeto) nos ayudará a seleccionar una habilidad. Una vez establecida la prioridad, procedemos a utilizar la herramienta.
Tres problemas | Tres soluciones
Según la terapia dialéctico conductual, en las relaciones interpersonales nos podemos encontrar con tres problemas principales para los cuales se pueden aplicar tres habilidades específicas; estas son útiles para aplicar con cualquier persona, más allá del vínculo: con nuestros amigos, pareja, madre, colegas, e incluso en relaciones menos cercanas. A fines mnemotécnicos, Marsha Linehan agrupó y codificó estas habilidades en siglas que representan palabras (en inglés y en castellano): DEAR MAN, GIVE y VIDA. Por rigor y respeto a su trabajo, así como por la posibilidad de que la mnemotecnia te sirva a vos también, respetaré esas siglas en la explicación:
Una aclaración importante antes de avanzar. Estas habilidades no hipnotizan a quien tengas enfrente. Están pensadas para mejorar las relaciones interpersonales, no para dominar, estafar o vencer en discusiones a quienes te rodean. Además requieren de mucha práctica. No te frustres si las cosas no salen tal como esperabas y seguí entrenando a pesar de no obtener resultados inmediatos. Con el uso irás aprendiendo y te saldrán cada vez con más naturalidad. Al mismo tiempo, tené en cuenta que estas habilidades también se enseñan a personas con importantes problemas de salud mental, que logran usarlas y mejoran sus relaciones interpersonales.
DEAR MAN | Pedir algo o decir que no
Esta es una habilidad muy útil para lograr que los otros hagan lo que les pedimos, negarnos a pedidos a los que no deseamos acceder, resolver conflictos interpersonales, y hacer respetar tus derechos, opiniones y puntos de vista. Sin embargo, estas son herramientas, no llaves mágicas. No te estoy brindando el gran secreto de la humanidad.
A la hora de tener una conversación difícil, puede ser útil seguir los pasos de la habilidad en el orden que se presenta a continuación, pero eso no es excluyente.
D: Describí la situación tal cual es. Ajustate a los hechos. En un primer paso, anotá todo aquello que quisieras transmitir, sin juzgar, sin interpretar; luego, seleccioná lo que eliminarías de tu discurso. Una buena estrategia es solo decir lo que podrías filmar con una cámara. Ejemplo: “Desde que nos encargaron hacer este proyecto, solo tenemos la parte que a mí me tocaba hacer según cómo nos dividimos. El proyecto se entrega la semana próxima. Hace 5 días les pedí sus partes, y al día de hoy nadie me las entregó.”
E: Expresá tus opiniones y emociones. Las comunicaciones suelen ser más asertivas cuando incluimos nuestras emociones en el discurso. Qué siento, cómo me sentí. Considerá que la otra persona no tiene por qué saber ni conocer de antemano tus emociones. Ejemplo: “Ver que no hacen ningún avance me hace sentir que realmente no estamos trabajando en equipo y yo no siento que me valoren. Entiendo que cada quién tiene distintas cosas por hacer además de esto. Y si bien nos quedan algunos días antes de la fecha de entrega, de verdad me preocupa que no lleguemos o que yo termine haciendo todo el trabajo, y eso no me gustaría”.
A: Sé Asertivo en tus pedidos o cuando decís que no. Las otras personas no tienen la capacidad de leer nuestra mente, no saben y quizás no pueden imaginarse lo duro que es para vos decir que no o hacerles un pedido. Ejemplo: “Me gustaría que hagan su parte del trabajo y me la envíen mañana a la mañana, antes de las 11. ¿Es posible?”.
R: Reforzá tu pedido explicándoles a las demás personas los efectos positivos y negativos de acceder o no a tu pedido. Ayudá a que la otra persona se sienta bien accediendo, premiala. Ejemplo: “Pienso que esto nos va a ayudar a estar más organizados, a llegar a la fecha límite y, en definitiva, a terminar este trabajo tan difícil y sacarnos un peso de encima”.
M: Mantené tu posición, tu objetivo; no te distraigas. Un truco útil es la técnica del disco rayado: reiterá tu pedido, tu opinión o el “no” una y otra vez. Volvé a repetir los pasos del DEAR varias veces si es necesario. En este punto también es importante ignorar todo lo que desvíe del objetivo, como amenazas, agresiones o intentos de cambiar el tema; esto es importante para mantenerse firme en el mismo lugar, sosteniendo tu punto.
Ejemplo:
A—Entonces, ¿podrían avanzar con su parte del trabajo?
B—¿No tenés otras cosas en tu vida además de este proyecto? Yo tengo otras preocupaciones y otras cosas de las que ocuparme.
A—Entiendo que hay otras cosas de las que preocuparse más allá de este proyecto, muchos temas que necesitan esfuerzo y tiempo, pero por eso mismo creo que nos va a favorecer ir al día con este trabajo para no atrasar a los demás, que lo podamos terminar lo antes posible, así podremos ocuparnos de las otras cosas que tenemos. Por eso te pregunto nuevamente si es posible que avancen con su parte del trabajo.
A: Aparentá seguridad. Utilizá un tono de voz firme (no bajes la voz, no murmures, usá tu tono habitual) y una postura física segura (no te encorves, no cruces los brazos, no te comas las uñas). Establecé contacto visual. Aquí es importante notar nuestras propias emociones. Tener estas conversaciones siempre es difícil, generan miedo o vergüenza. Por eso la habilidad en concreto es aparentar seguridad, no sentir seguridad. En el fondo, al hacer el DEAR MAN muchas veces estás aplicando acción opuesta de estas emociones.
N: Negociá, disponete también a dar para obtener. Ofrecé soluciones alternativas al problema. Ante la ausencia de soluciones, podés pasar la pelota, que sea la otra persona quien proponga soluciones alternativas al problema: "¿Qué se te ocurre que podríamos hacer?", "no puedo acceder a tu pedido, pero veo que para vos esto es muy importante… ¿de qué otra manera podríamos solucionarlo?”. Ejemplo: “Veo que todos tenemos otros temas de los que ocuparnos, que este proyecto ahora no es nuestra prioridad y que encima nos queda poco tiempo para la entrega. Podríamos redistribuir las partes del trabajo que tenemos asignadas si el problema es que quizás no nos sentimos cómodos con lo que nos tocó. Incluso podemos agruparnos. Yo puedo ayudar a alguien con otro tema. ¿Se les ocurre alguna otra solución?”.
GIVE | Mejorar la relación interpersonal
Hoy en día se conoce mejor qué factores hacen que se genere conexión en una interacción entre dos personas y cuáles tienen el efecto contrario. En general, cuando alguien nos cae simpático, es porque, consciente o inconscientemente, usa los elementos de esta habilidad. Espero que sepas apreciar que, ahora sí, te estoy facilitando uno de los grandes secretos de la humanidad.
G: Sé Gentil. No ataques, no amenaces, no juzgues. Expresá tu enojo de otra forma, tolerá un “no” por respuesta, no hagas juicios. Sonreí, hablá en un tono de voz lento, pausado, grave. Esta forma de hablar no denota enojo, es más, puede ser acción opuesta del mismo. A menudo, en salud mental, los y las profesionales pensamos que tenemos que hablar de cosas muy complejas y profundas con la gente, pero a veces simplemente tenemos que recomendarles cambiar la cara. Hay gente cuya expresión siempre es más seria que la del promedio de las personas: no sonríe, o tiene gestos desagradables, generalmente involuntarios. En estos casos es útil practicar sonreír.
Dentro de este punto hay una subhabilidad que solemos nombrar quienes nos dedicamos a la clínica: el AJÍ. Se expresa en negativas:
No Aconsejes
No Juzgues
No Interpretes sin que te lo pidan
Esta es la típica situación que genera que padres y madres se distancien de los hijos e hijas sin que los primeros hayan hecho algo particularmente traumático. A veces, simplemente, hacen todo lo contrario al AJÍ, incluso varias veces por día. Alguna vez escuché que una madre le decía a su hijo adolescente: “estás todo el día con el teléfono, te va a hacer mal, te hace adicto, cada vez más tonto” e incluso “creo que en el fondo estás vacío por dentro y querés llenarte de todas esas cosas que ves…”. Antes de decir algo así, cómanse un AJÍ. Estas conversaciones, fuera de tiempo, fuera del contexto adecuado, solo generan distancia.
I: Actuá de manera Interesada. Escuchá lo que la otra persona tiene para decir, su punto de vista y sus argumentos. No interrumpas ni le hables encima. No mirés el celular mientras te hablan, mirá a los ojos y poné cara de interés.
V: Validá. Reconocé las emociones, deseos, problemas y dificultades de la otra persona. Esta es probablemente la habilidad más importante de este grupo. Buena parte de los malentendidos entre las personas se dan porque solemos saltar impulsivamente a decirles qué tienen que hacer sin haber dedicado tiempo a entender lo que les pasa. En la sociedad occidental tenemos mucho entrenamiento en resolver problemas y nos cuesta saber escuchar. Validar es la forma de practicar una empatía activa. Es buscar lo que hay de cierto en casi todo lo que pasa. Es mostrarle a la otra persona que estoy haciendo un esfuerzo por entenderla. Esto, por supuesto, no quiere decir que estemos de acuerdo o nos guste lo que la otra persona dice o hace, sino que intentamos entenderla.
Por ejemplo, ante una pareja que llega a casa cansada, de mal humor, luego de preguntarle qué le pasa, por qué se siente así, podemos decirle cosas como “entiendo que estos meses fueron muy complicados en el trabajo, tu jefa te estuvo llamando muy seguido, estabas con cierres en el laburo y eso te preocupa y te cansa. Es lógico que vengas a casa y no quieras pensar en otra cosa más que en descansar. Debe ser difícil manejar toda esa presión. Por otra parte, siento que no has tenido buenos tratos conmigo y que no me estuviste dando la atención que necesito. No quiero agregarte más exigencias a las que ya tenés, pero me gustaría que tengamos un trato más cariñoso y si necesitás, que me digas lo que te gustaría que yo haga para ayudarte a descansar”.
Notá que este ejemplo conecta más de una habilidad. Las primeras tres oraciones del entrecomillado son validaciones. Las otras dos son partes del DEAR MAN. En general, me animo a decir que en toda interacción humana hay que empezar por validar.
Si te interesa especialmente este tema, te cuento que existen seis niveles o formas de practicar validación:
1) Prestar atención. Estar atento a la otra persona y no mostrar aburrimiento, enfocar la atención. Al prestarle atención a la otra persona, la tratamos como alguien importante y relevante, y le indicamos que está siendo escuchada y mirada.
2) Reflexionar. Repetir lo que la persona dijo o hizo para asegurarnos de haber entendido correctamente lo que la persona nos quiso transmitir. Estar abiertos a correcciones. Reflejar lo que la otra persona dijo no implica aprobación.
3) Leer lo no dicho. Observar el lenguaje corporal, lo que la persona no dice. Empatizar y tratar de entender la vida desde su punto de vista.
4) Comunicación y entendimiento de las causas. Chequear si lo que la persona siente, piensa o hace es consecuente con sus experiencias pasadas y con su situación actual, más allá de si estamos de acuerdo o no con sus conductas.
5) Reconocer lo válido. Validá los sentimientos de la otra persona, sus respuestas y pensamientos: son lógicamente correctos o efectivos para los objetivos que quiere alcanzar y encajan con una respuesta lógica a su realidad actual. El comportamiento de la persona tiene sentido porque es una respuesta razonable a su situación actual.
6) Demostrar igualdad. No subestimar ni sobredimensionar a la otra persona. Tenerle fe, correr el riesgo de creerle. El otro es capaz de tener comportamientos razonables y efectivos.
E: Easy manner. Tranquilizá a la otra persona, sonreí, hacé uso del humor. En general siempre nos cae más simpática la gente graciosa, que sonríe, que hace chistes. Alguno podría pensar que a veces el que trata de hacerse el gracioso en el fondo cae peor. Y sí. Porque ser verdaderamente gracioso (tener gracia) implica estar atento al contexto, saber elegir el lugar y momento correcto para hacer un comentario. Pero en líneas generales, rara vez te vas a arrepentir de mostrar un rostro sonriente.
VIDA | Cuidado del autorrespeto
Muchas veces nos veremos en la siguiente disyuntiva: ¿digo lo que opino o siento, sabiendo que puedo generar discusiones con algún ser querido, o mejor me lo guardo para evitar conflictos? Actuar con cierta frecuencia en contra de tus valores, no tener en cuenta tus necesidades, y ser demasiado complaciente son algunos ejemplos de cuestiones que nos llevan a faltarnos el respeto a nosotros mismos, con el malestar que naturalmente eso genera. Cuando somos fieles a nuestros valores, a pesar de las dificultades que eso conlleva, solemos sentir orgullo, una emoción muy particular. Por otro lado, cuando actuamos en contra, solemos sentir culpa. La idea de esta habilidad es equilibrar estas tensiones: una herramienta para mantener y aumentar el autorrespeto mientras intentamos alcanzar nuestro objetivo (ya sea pedir algo concreto o mantener una buena relación con determinada persona).
V: Mantené tus propios Valores. Expresalos y defendelos en todo momento. No abandones tus valores para lograr tus metas. Sé claro en tu posición moral sobre cómo se deberían hacer las cosas (entendiendo, por supuesto, que algunas cosas son materia opinable). Sobre los valores hemos hablado mucho en capítulos anteriores, por eso comprenderás la importancia de vivirlos a pesar de las dificultades que puedan generarnos.
I: Sé Imparcial. Para alcanzar tus objetivos, tratate a vos mismo y a los demás de la misma manera. Hay gente que tiene dificultades en más o en menos cosas. Por ejemplo, algunas personas muy estudiosas (y perfeccionistas), a la hora de trabajar en grupo, hacen más tareas que los demás. Otros se aprovechan de esto, haciendo menos tareas. Ser imparcial es tratar de dividir el trabajo de una manera justa. Va en contra del autorrespeto cualquiera de las dos situaciones: quien hace de más, luego se siente usado; quien hace de menos, termina desprestigiándose socialmente.
D: No te Disculpes en exceso por tener una opinión, por tus valores, por pedir algo, por opinar diferente, por respirar. Pedir disculpas es suponer un error, y es una gran habilidad saber hacerlo en tiempo y forma. Si la otra persona supone que te equivocaste cuando en realidad no lo hiciste, pedir disculpas es validar esa suposición, admitir una falta que no es cierta. Esto después nos hace sentir mal con nosotros mismos. Por otro lado, pedir disculpas de manera frecuente puede ser simplemente molesto para los demás.
A: Sé Auténtico. No mentir, no exagerar, no omitir. No mostrarse vulnerable cuando uno realmente no lo está. Ser claro con lo que te gusta y con lo que no te gusta. Aquí también podemos equivocarnos en más y en menos. Se puede ser una persona inauténtica mostrándose demasiado vulnerable, moviendo a los demás a través de la culpa o la pena (como en “El comfort del idiota” de Diego Capusotto). Estos patrones también nos desprestigian delante de los demás, que se terminan cansando y alejando de quien sigue estos comportamientos.
La otra forma de ser inauténtico es no expresar claramente lo que quiero o me gusta. A veces, más al comienzo de una relación, tenemos muy en consideración los deseos de la otra persona, intentamos complacerla y mostramos una imagen de nosotros que no es la real. Eso puede ser efectivo un tiempo, pero tarde o temprano hay que animarse a ser claros (además, la verdad cae por su propio peso). Esta falta de autenticidad genera dos problemas: uno es que la otra persona se cansa porque le estamos dando refuerzo continuo (recordá lo que vimos en el capítulo del amor sobre el refuerzo intermitente). El otro problema es que, tarde o temprano, termines explotando y te enojes cuando tus necesidades no son tenidas en cuenta. La claridad siempre tiene recompensa.
Esta es la tercera parte de Las olas. Aproximaciones al cuidado de la salud mental. Además de conceptos teóricos, este proyecto te propone ejercicios para practicar herramientas concretas de salud mental.