Te considerás una persona autoexigente. Te gusta mucho hacer deporte, y, hasta hace un tiempo, entrenabas dos horas todos los días. Así que te resultó bastante lógico participar en una carrera de montaña de 100 km, incluso cuando la más larga que habías hecho hasta ese entonces era una de 64 km. Te preparaste. Incluso hiciste el esfuerzo y te compraste un mejor calzado. Y fuiste. Era un día de sol perfecto, ni muy frío ni muy caluroso. Empezaste a buen ritmo y te sentías bien. Pero cuando estabas más o menos a mitad del trayecto, te tropezaste con una piedra, te caíste y te hiciste una lesión bastante grave en la rodilla. Tuvieron que ayudarte a bajar de los cerros y, naturalmente, no pudiste terminar la carrera. Ahora estás haciendo rehabilitación y hace dos meses que no podés correr, solo caminar con muletas. Te dijeron que te vas a recuperar y que vas poder retomar tus actividades deportivas normalmente, pero no te convencieron. Ahora, te reprochás no haber entrenado lo suficiente, no haber prestado más atención a dónde pisabas. Te preguntás, incluso, si no fue una decisión errada inscribirte a una carrera tan larga.
Culpables | Valores vs. códigos morales
Hacer o pensar algo que creés que está mal, no hacer algo que dijiste que harías, cometer una transgresión contra alguien o contra algo que valorás, causar un daño o lastimar a otra persona o a vos mismo, no haber hecho algo cuando podrías haberlo hecho. La culpa es una emoción displacentera que surge cuando se actúa rompiendo los propios valores o códigos morales y reconocemos, al menos, cierto grado de responsabilidad. Esto último la diferencia de la vergüenza, que se dispara cuando se nos escapa involuntariamente algo en contra de los valores o normas sociales. Al igual que con la vergüenza, cuando se dispara la culpa, la cara se nos puede poner colorada y caliente, y podemos sentir nerviosismo e incomodidad, lo que nos lleva a inclinar la cabeza hacia abajo. Pero a diferencia de la vergüenza, que nos lleva a escondernos, el impulso de acción de la culpa nos mueve principalmente a reparar lo dañado, a pedir perdón, a tratar de compensar la transgresión.
Nuestra especie desarrolló formas de lidiar con los conflictos y eventos en los que inadvertidamente o a propósito dañamos a otros. Si una persona se siente culpable cuando daña a otra o al no ser recíproca ante la amabilidad de sus pares, es más probable que no dañe a los demás o evite volverse demasiado egoísta. Además, si alguien causa un daño a otro y luego se siente culpable y demuestra arrepentimiento y pena, es probable que la persona perjudicada perdone. Así, la culpa hace posible el perdón y ayuda a mantener el tejido social al aumentar la cohesión de la tribu y, por lo tanto, su supervivencia.
La intensidad de la culpa puede variar entre distintos individuos. Algunas personas pueden experimentar relativamente poca (o ninguna) culpa, incluso ante situaciones donde la mayoría la sentiría. Clásicamente, se sostenía que las personas que no sentían culpa o remordimiento eran psicópatas o antisociales. Hoy en día, dado que entendemos mejor cómo funcionan las reglas verbales, los principios del aprendizaje y las emociones, sabemos que no es obligatorio que todos sintamos culpa, al menos no por las mismas razones. Por supuesto, podemos entender estos fenómenos, comprender a estas personas, pero ciertos comportamientos seguirán siendo particularmente perjudiciales para la sociedad y es importante que se sostengan las consecuencias asociadas a estos.
A pesar de ser considerada una emoción negativa, a veces la culpa puede ser buena ya que genera el impulso para restaurar el daño causado. De hecho, las investigaciones sugieren que la propensión a la culpa es más frecuente en personas empáticas y confiables, que también tienen una mayor predisposición a cooperar y a comportarse de forma altruista. Sin embargo, cuando la culpa se presenta en exceso, puede agobiar innecesariamente a quienes la experimentan.
Los valores o los códigos morales se expresan a través de reglas verbales que guían nuestro comportamiento; estamos bajo sus efecto nos guste o no, nos demos cuenta o no. A veces, podemos seguir estas reglas de manera involuntaria; otras, podemos elegirlas libremente. Algunos autores, entre ellos Marsha Linehan, distinguen el concepto de códigos morales del de valores. Código moral sería un conjunto de creencias sobre qué conductas están bien o mal. En general, estas conductas son referidas en negativo, como algo que no hay que hacer: “no robar”. Valores sería en cambio aquello que es realmente importante para mí en mi vida. Hablan más de la persona que quiero ser en términos generales, para luego establecer comportamientos (acciones comprometidas) que me acercan a ser esa persona.
Puede ser interesante además saber que, para ciertas personas, el bien o mal moral es algo absolutamente opinable o relativo, pero otras personas suponen que hay valores y códigos morales absolutos. En general, aquellos que tienen una visión positivista del derecho sostienen que los códigos morales son establecidos por quien tiene autoridad para determinarlos. Quienes, por otro lado, se alinean bajo el derecho natural sostienen que hay principios universales que toda sociedad debe respetar para garantizar un orden justo. El típico ejemplo que pone en evidencia la complejidad del problema es el juicio de Núremberg. Las personas juzgadas por los crímenes de guerra del nazismo sostenían que solo seguían órdenes dentro de un régimen preestablecido, socialmente legitimado. Como se imaginarán, esto no les sirvió de mucha defensa: fueron juzgados como culpables, siguiendo los principios del derecho natural, por el cual se sostiene que un ser humano no puede atentar contra la vida de otro.
Un giro en la trama | Culpa justificada
El primer paso para gestionar la culpa de manera efectiva es tener claros tus códigos morales. Esto es importante porque a veces puede ocurrir que no tengamos claridad sobre qué consideramos que está bien o mal, y que estemos arrastrando reglas morales impuestas o viejas que ya no nos representan.
Si esto no está claro para vos, podés hacerte preguntas sobre qué te parece admisible o no a nivel familiar, laboral, de pareja, económico, social, etcétera. Es importante meditar para saber si estás de acuerdo con principios como “el fin justifica los medios”, o si estás parcialmente de acuerdo, hasta qué punto. Por regla general, nuestras posturas morales se ubican en un gradiente. Un ejemplo conocido es el del Dr. Carlos Salvador Bilardo, director técnico de la selección Argentina de fútbol entre 1983 y 1990. Para él, lo importante era ganar, no importaba cómo. Si tenía que pinchar con alfileres, cegar con cremas mentoladas o poner sedantes en el agua, lo hacía. Por lo menos en el fútbol, el fin justificaba los medios. Otras personas están totalmente en desacuerdo con esta postura. La mayoría, probablemente, encontremos algunos matices. Cosas permisibles y cosas que no. El fin justifica ciertos medios.
Si eso está claro, podés meditar sobre tus comportamientos, a la luz de tus valores o de tus códigos. Una buena pregunta para hacerse podría ser: este comportamiento, ¿me acerca o me aleja de la persona que quiero ser? Las personas y las culturas tienen distintas visiones sobre qué conductas son inmorales o no. Esta moralidad puede aprenderse por observación, por estar en contacto con consecuencias o por la enseñanza indirecta, a través de charlas con maestros o familiares.
Además, no es lo mismo robar un banco o un caramelo; no es lo mismo faltar a un compromiso en la realidad, en mi mente o en un sueño. Debe haber entonces una gradualidad en la gravedad de la acción, y debo considerar qué nivel de advertencia y de consentimiento tengo a la hora de realizar esa acción. Resumiendo, a la hora de chequear los hechos para meditar sobre mi culpa debería saber qué hice, qué nivel de gravedad tiene esa conducta, cuán advertido estoy sobre su conveniencia y qué nivel de consciencia tenía cuando la realicé.
Una vez hecho el paso anterior, será más fácil fijarnos si la aparición de la emoción está justificada por los hechos, es decir, si realmente hemos atentado contra nuestros códigos morales. Si este es el caso, experimentar culpa puede resultarnos efectivo para motivarnos a reparar el daño. Es decir, cuando la culpa está justificada y es efectivo seguir su impulso, seguilo, reparando o mejorando algo, según el caso. A veces esto implicará cambiar un comportamiento, otras, pedir perdón, reparar la relación teniendo un detalle con la otra persona, dejar de tener un comportamiento o tomarnos un momento para reflexionar y buscar la forma más adecuada de enfrentar una situación.
Si para vos es importante ser una profesional actualizada a la última evidencia científica, pero por el ajetreo del trabajo hace varios años que no leés ni un libro, sentirte culpable y darle espacio a esa emoción puede ser el puntapié para que tomes la decisión de empezar a leer uno. Si para vos es importante ser un buen amigo, pero debido a tus diversas ocupaciones hace mucho que no tenes una charla tranquila con tus mejores amigos o amigas, la pesadumbre interna generada por faltar a tus códigos morales te brinda la información emocional y el impulso necesario para cambiar tu comportamiento. La culpa también puede ayudarnos a prevenir futuras conductas que vayan en contra de nuestros valores. Por ejemplo, si alguna vez le fuiste infiel a una pareja con la que estaban comprometidos a la monogamia, y para nosotros la fidelidad es un valor, y eso nos hizo sentir culpables, esa culpa puede motivarnos a no volver a hacerlo en un futuro.
En el capítulo sobre motivación trabajabas en un banco y no encontrabas momento para estudiar. Volvamos a esa realidad, pero con un giro. No trabajás en un banco ni tenés que cuidar de una familia que te necesita. Vivís bien, te sobra tiempo para estudiar. Así que a principio de año te propusiste meter siete finales. Estamos en agosto y no parece que te hayas acercado ni un poco a cumplir ese objetivo. De hecho, reconocés que estuviste bastante tiempo con el celu, faltaste a varias clases y ni siquiera te presentaste a las mesas de junio y julio. Te sentís muy culpable por tu desempeño académico, incluso aunque (giro inesperado en la trama) ese año fue el 2020. O sea que durante unos meses no tuviste clases debido a la pandemia y, cuando volvieron, fueron virtuales y no obligatorias.
Entonces podés reconocer que no estudiaste de acuerdo a tu valor de “ser responsable”, por lo que la culpa que sentís está justificada, y está bien que te sientas así, por más incómodo que sea. Faltaste a tus códigos morales y esta emoción te muestra que ser responsable es importante. Pero también te será útil considerar compasivamente que el año de la cuarentena fue una novedad y que no tenías las herramientas para saber cómo organizarte en una situación tan particular. Podés aprovechar la emoción para planificar tus futuros exámenes, pero también darte el espacio para perdonarte. Finalmente, es importante recordar que rumiar sobre una situación no repara realmente los hechos, por lo que es más efectivo, si corresponde, tomar una acción comprometida en lugar de repasar mentalmente una y otra vez lo que sucedió.
Inocentes | Culpa inefectiva
En otros casos, la culpa aparece a pesar de que no estamos haciendo algo que vaya en contra de nuestros valores o códigos morales. Así, podemos sentir culpa cuando faltamos al cumple de un ser querido, cuando alguien se siente herido porque amablemente nos negamos a una invitación o cuando somos parte de un choque en cadena.
Aquí, de nuevo, es necesario detenernos a observar qué hicimos realmente en una situación en particular. En el caso de tu terrible lesión de rodilla, si te detuvieras a chequear los hechos podrías llegar fácilmente a la conclusión de que en una carrera de montaña las probabilidades de tropezar son altas porque el piso es irregular. Además, hiciste lo que pudiste: entrenaste dos horas por día durante varios meses, que es una cantidad de tiempo razonable, por lo que seguir pensando que tu caída es completamente tu responsabilidad no va a llevarte a ninguna parte.
En estos casos en que la emoción no se ajusta a los hechos y es inefectiva, hay que practicar acciones opuestas a la culpa. Una acción opuesta es continuar con el comportamiento que nos genera culpa pero que no va en contra de nuestro código moral y dejar de disculparse por ello. Por ejemplo, a mucha gente le suele dar culpa hacer deporte a las 9 o 10 porque tienen la regla de que “hay que trabajar toda la mañana”. Esta regla puede ser efectiva en algún contexto, pero no es una cuestión obligatoria, absoluta. Hacer deporte a la mañana, si tenés un horario flexible, puede ayudarte a estar más activo en el día, puede ser más fácil que hacerlo por la tarde y no dificulta el sueño (como puede pasar si lo hacemos a la noche). Si mantenemos comportamientos que nos generan culpa injustificada, a la larga, esta emoción disminuye porque nos acostumbramos mediante la exposición a ella.
En algunos casos, la culpa inefectiva o injustificada puede ser parte importante de un trastorno de salud mental. Esto ocurre típicamente en los trastornos alimentarios, el trastorno de estrés postraumático, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y la depresión. El manejo de esta emoción puede ser más complejo en estas situaciones, por lo que puede ser necesario consultar a un profesional.
Por otro lado, existe una forma de culpa que aparece en personas que salieron vivas de un accidente o de un conflicto donde otras murieron, aún a pesar de no ser responsables de la muerte de los demás. Esta se llama la culpa del sobreviviente.
La rama más invasiva de la medicina | Una breve reflexión final
Alguna vez escuché decir que quienes nos dedicamos a la salud mental practicamos la rama de la medicina más “invasiva” porque nos metemos con lo más profundo que hay en el ser humano: sus valores, sus deseos, sus códigos morales. La idea de este capítulo es darte herramientas para tener una mayor comprensión de algo muy humano y complejo, pero sin perder de vista que este es un camino que cada uno debe recorrer y elegir por su cuenta. Quienes nos dedicamos a la salud mental debemos ser muy respetuosos y limitarnos a mostrar cómo funcionan las cosas, pero en última instancia cada persona debe elegir y ser responsable de sus decisiones. Esto puede parecer bastante obvio, pero los psicólogos y psiquiatras también tenemos nuestra propia visión del mundo, nuestros propios valores y códigos morales, y debemos ser conscientes de ellos y no querer imponerlos, más aún considerando que quienes nos consultan están en una situación de vulnerabilidad.
Esta es la segunda parte de Las olas. Aproximaciones al cuidado de la salud mental. Además de conceptos teóricos, este proyecto te propone ejercicios para practicar herramientas concretas de salud mental.