Sentar cabeza

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Hace unos 18.000 años, la última edad de hielo comenzó a debilitarse y en un plazo de 3000 años la temperatura subió unos 2 ºC. Los casquetes polares empezaron a derretirse, liberando de a poco el agua atrapada en los hielos. Los ríos aumentaron sus caudales, los lagos se llenaron y las lluvias volvieron. El agua dulce fluía en abundancia y la vegetación floreció. Las llanuras áridas cubiertas por pastos y arbustos en América del Norte fueron reemplazadas por extensos bosques de pino y cedro, mientras que la helada tundra del norte de Europa le dio lugar a los bosques de roble, fresno y arce. En Australia, los bosques de eucalipto se expandieron por la costa, y las estepas secas del interior fueron sustituidas por matorrales y arbustales. La sabana y los bosques húmedos crecieron sobre lo que antes eran tierras con poca vida en el continente africano. En América del Sur, una parte de la selva amazónica se inundó con lagos y pantanos debido al deshielo, y otra parte avanzó sobre lo que previamente era una estepa árida y expandió el hogar para la mayor diversidad biológica del mundo. Así, a medida que el clima se volvía más cálido y húmedo, los paisajes se transformaron y llenaron de vida. Ante semejante riqueza, algunas comunidades que habitaban estas regiones decidieron quedarse más tiempo que de costumbre y, con el paso de algunas generaciones, se establecieron. La generosidad de la naturaleza no daba motivos para abandonar el territorio, y los campamentos temporales se convirtieron en aldeas habitadas la mayor parte del año. Así, como resultado del cambio climático, los humanos abandonaron el nomadismo paulatinamente y adoptaron el sedentarismo mientras continuaban cazando y recolectando. 

Existen varios ejemplos de comunidades cazadoras-recolectoras que fueron bendecidas con la opulencia natural. Algunos grupos comenzaron a establecerse hace unos 20.000 años en las zonas costeras de Australia, donde había mucha cantidad de recursos, como canguros, mariscos y una gran variedad de plantas silvestres.24Los sapiens caminan sobre el continente australiano desde hace al menos 65.000 años. Llegar a Australia fue una hazaña asombrosa porque quiere decir que los humanos de aquella época ya sabían construir embarcaciones de buena calidad y navegar por los mares durante varios días. Más sorprendente aún es que algunos estudios recientes sugieren que el arribo al territorio de los canguros no fue un accidente, sino un viaje intencionado y planificado. En la costa noroeste de América del Norte, la riqueza de salmón, cedros y frutos rojos silvestres fue más que suficiente para que los pueblos dejaran a un lado la vida nómade. Pero hubo una región en particular que se destacó por su abundancia natural: el Levante mediterráneo, una zona que abarca países como Israel, Palestina, Líbano, Siria, Jordania y partes de Turquía y Chipre. Durante la última glaciación, el Levante mediterráneo, estaba ocupado principalmente por estepas frías y secas, con muy pocos bosques. Sin embargo, a medida que el clima se calentaba y se volvía más húmedo, los bosques de encinas y robles prosperaron cerca de las montañas, mientras que a los lados de los ríos emergieron humedales y praderas fértiles. Árboles silvestres de higo, granada, uva, pistacho y aceituna crecían en plenitud. Mamuts, ciervos gigantes, gacelas y bisontes pastoreaban en medio de esa abundancia. Debe haber sido un paraíso. No es coincidencia que el Jardín del Edén bíblico se ubicara en el suroeste de Asia, en los valles del Tigris y el Éufrates. 

Algunas poblaciones se asentaron en esta región tan temprano como hace 23.000 años, como lo atestigua el yacimiento arqueológico Ohalo II, ubicado a orillas del mar de Galilea en el norte de Israel. Aquí se encuentran los restos de una antigua aldea permanente compuesta por seis chozas con paredes hechas de ramas de sauces, tamariscos y robles, algunas hogueras y hasta un espacio donde se arrojaba la basura. Por la abundante presencia de huesos de ganado salvaje, liebres, pescado y una variedad de aves, se sabe que los habitantes de Ohalo II cazaban frecuentemente. Pero uno de los descubrimientos más significativos de este yacimiento fue la gran cantidad de restos de plantas que se halló. En el año 2004, el arqueólogo Ehud Weiss encontró unas 150.000 semillas y frutas en el interior de las chozas, que incluían variedades silvestres de lentejas, garbanzos, trigo, cebada, almendras y bellotas. Además de este material vegetal, también se desenterraron herramientas de piedra similares a hoces y morteros, lo que sugiere que la cosecha y procesamiento de los granos ya era una actividad frecuente antes del final de la última edad de hielo. Esto es una prueba contundente de que los humanos que habitaron el Levante experimentaron con la vida sedentaria y cultivaron plantas a pequeña escala desde hace más tiempo de lo que se creía. Lo llamativo de este hallazgo es que no hay evidencia de que este comportamiento se haya repetido en las comunidades cercanas en ese momento, que seguían siendo pequeñas y móviles.

En unos pocos miles de años, la cantidad y el tamaño de los asentamientos en el Levante se incrementó. Pero de todas las culturas antiguas que habitaron la región, la natufiense se destacó por sobre todas. Descubierta en 1928 por la arqueóloga Dorothy Garrod, la cultura natufiense floreció hace unos 15.000 años (coincidente con el inicio de un período de aumento veloz de la temperatura), y dio origen a varios asentamientos distribuidos por un amplio territorio dentro del Levante. El más imponente de todos quizás sea Tell es-Sultán, considerada la ciudad más antigua del mundo. Si bien estos pueblos aún cazaban gacelas, ciervos, jabalíes, aves e incluso tortugas, las personas de esta región invirtieron cada vez más tiempo y esfuerzo en la cosecha y procesamiento de cereales y legumbres silvestres. Esto se evidencia en el desarrollo de mejores tecnologías para tales actividades y nuevos productos a partir de los granos. De hecho, fueron los natufienses los responsables de las 600 piezas de pan carbonizado encontradas en 2018 por Amaia Arranz-Otaegui. En comparación con las simples hoces descubiertas en Ohalo II, los natufienses amarraban las piedras a largos mangos que les permitían cortar mejor los tallos de las hierbas salvajes. Además, ampliaron el repertorio de morteros e incluyeron el basalto como material de fabricación, ideal para la molienda debido a su dureza. 

En estos paraísos naturales ya no era necesario dejar atrás a los miembros débiles del grupo y se podía alimentar a un número mayor de bocas que nacían todos los años. Debido a la abundancia de recursos y la comodidad del sedentarismo, las restricciones del crecimiento poblacional impuestas por las duras condiciones del pasado desaparecieron. Además, debido a que el suroeste de Asia es el único camino para moverse entre África y Eurasia, las frecuentes migraciones humanas contribuyeron al aumento de la población en la región. 

Para el año 13.000 antes del presente, algunas de estas comunidades cazadoras-recolectoras opulentas probablemente alcanzaron la capacidad de carga25La capacidad de carga de un ecosistema se refiere a la cantidad máxima de individuos de una especie o de un grupo de especies que un ambiente puede sostener a lo largo del tiempo. Es decir, es la capacidad que tiene un ambiente para proporcionar alimentos, agua, refugio, territorio y otros recursos necesarios para el crecimiento, la reproducción y la supervivencia de una población. de los ambientes que ocupaban. Por ejemplo, Mureybet, ubicada en el valle del Éufrates al norte de Siria, tenía una población de unas 300 personas, un tamaño pequeño bajo los estándares actuales, pero en aquella época era una de las comunidades sedentarias más grandes del planeta. Sin embargo, el carnaval de verano se terminó súbitamente hace 12.900 años, cuando en tan sólo unas décadas el frío retornó a gran parte del hemisferio norte. Aún no hay un consenso sobre las causas de esta miniglaciación, pero se cree que el flujo masivo de agua dulce proveniente del derretimiento de los glaciares del polo generó un cambio en los patrones de circulación del océano Atlántico Norte y afectó el intercambio de calor con el trópico. Sin embargo, también pudo deberse a un fenómeno igual de brusco, como la caída de un asteroide lo suficientemente grande en algún lugar de América del Norte. Como sea que haya sido, este evento produjo un descenso de 5 ºC en la temperatura y encrudeció los inviernos. En el Levante, las plantas silvestres cosechadas por los humanos escasearon cada vez más, y muchas especies animales desaparecieron. La megafauna, que había proporcionado carne, cuero y huesos a los humanos prehistóricos durante cientos de miles de años, también fue afectada profundamente. Si bien su cacería excesiva había reducido progresivamente el número de estos animales en todo el mundo, este evento climático fue el clavo que cerró el ataúd de los últimos gigantes que pisaron la Tierra. 

En esta nueva era fría, ya no fue posible sostener a tantas personas a través de la caza y la recolección, y la primera sensación de vacío en el estómago sirvió como presagio de la oscuridad que se asomaba en el horizonte. A medida que la competencia por los recursos aumentaba, la violencia también se intensificó. La lucha por la supervivencia se hizo más intensa a medida que las comunidades humanas comenzaron a experimentar la necesidad de proteger sus recursos y territorios, y las armas se convirtieron en una herramienta importante para la protección ante los ladrones. Los yacimientos arqueológicos distribuidos por todo el Creciente Fértil muestran que hubo un aumento de las muertes violentas, muchas de ellas asociadas a restos de armas, como cuchillos de piedra, lanzas y puntas de flecha. Como resultado de la escalada de la violencia en los asentamientos más grandes, las aldeas se desbandaron, y algunos grupos volvieron a la vida nómade en búsqueda de otro Edén. Esto no significa que las sociedades cazadoras-recolectoras estuvieran exentas de violencia, ya que los conflictos con los grupos vecinos y las disputas por el liderazgo estaban presentes. Pero la escasez de comida en un ambiente densamente poblado fue algo a lo que los humanos nunca antes habían estado expuestos.

Para muchos, el estilo de vida practicado por sus antepasados durante incontables generaciones era sólo una leyenda. Después de tantas generaciones de opulencia, la mayoría de las habilidades cazadoras-recolectoras y los conocimientos asociados al nomadismo habían desaparecido, y la trampa del lujo se hizo presente. Y no iba a ser la última vez que esto pasara. Por ejemplo, en la actualidad, quienes vivimos inmersos en el ajetreo de las ciudades nos encontramos desconectados de las habilidades y conocimientos necesarios para sobrevivir en el campo, a pesar de que nuestros abuelos o bisabuelos hayan sido agricultores y ganaderos. Hace un siglo, la mayor parte de las personas sabía cómo cultivar sus propios alimentos, construir y reparar estructuras, criar animales y realizar diversas tareas prácticas que formaban parte de la vida cotidiana. Sin embargo, en la sociedad moderna, muchas de estas habilidades se han visto relegadas a personas que siguen un “oficio” determinado, como quienes se dedican a la carpintería, plomería, electricidad y agricultura. La especialización y la industrialización han llevado a la pérdida de estas habilidades por parte de la mayoría de las personas, dejándonos dependientes de servicios y productos fabricados en masa. Aunque hemos ganado comodidad y eficiencia en muchos aspectos de la vida moderna, también hemos perdido una parte valiosa de nuestra autonomía y capacidad para enfrentar los desafíos de la vida de forma independiente. Nuestros antepasados cazadores-recolectores que se asentaron se encontraron ante una situación similar, pero, empujados por la supervivencia, no tuvieron más alternativa que concentrarse en aumentar la productividad de los cultivos y retener a los animales. A diferencia del pasado próspero donde se cosechaban los granos de cientos de especies de plantas, en este período se pudieron aprovechar sólo aquellas que soportaban las frías condiciones, como las variedades silvestres del centeno, trigo, cebada y avena, todos ellos todavía cultivados en invierno en la actualidad. Quizás este fue unos de los motivos por los cuales estas plantas fueron tan exitosas.