Otra de las consecuencias inesperadas fue que, a medida que la producción agrícola se hizo más eficiente, el precio de los granos bajó, pero en lugar de alimentar a los humanos, los excedentes comenzaron a llenar los estómagos de pollos, cerdos y vacas.40Un tema del que no voy a hablar, pero que es importante mencionar, es que los cultivos comenzaron a destinarse también a la fabricación de etanol y biocombustibles, como es el caso del maíz, la soja, la caña de azúcar y la palma aceitera. Antes de este período, los animales se alimentaban principalmente de los recursos locales disponibles, y era muy raro que los granos formaran parte de sus dietas. Los pollos y las gallinas caminaban libremente en busca de insectos, lombrices, semillas, hierbas y pequeños animales. A los cerdos se les proporcionaban los desechos de comida de las casas y su dieta se complementaba con raíces, frutos, insectos y roedores que encontraban. En el caso de las vacas, su alimentación estaba basada en el pasto y otras plantas de las praderas (como hojas de arbustos y árboles). Si bien estos métodos de alimentación son más naturales y amigables con el ambiente, hacen que los animales demoren mucho tiempo en crecer y engordar. Pero con una productividad agrícola que rompía récords cada año y el precio bajo de los granos, cada vez más productores comenzaron a amontonar pollos por miles, a enjaular gallinas, a encerrar a los cerdos y a darles de comer maíz en lugar de pasto a las vacas. Una carrera por la eficiencia en la producción de carne, huevo y leche hizo que se seleccionaran razas que crecían más rápido y producían más con menos alimento, que se diseñaran dietas balanceadas que cumplían con todos los requerimientos nutricionales de los animales, que se incorporasen tecnologías de ventilación y administración de agua en los galpones, y que se mejorara el cuidado veterinario para reducir las enfermedades y las muertes. Así nació la ganadería industrial.
Las entonces recientemente formadas Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) vieron en los alimentos de origen animal una herramienta nutricional maravillosa para combatir la desnutrición por falta de proteínas, especialmente en algunas comunidades de países pobres. Simultáneamente, los ingresos aumentaron debido al crecimiento económico después de la Segunda Guerra Mundial, y cada vez más personas pudieron acceder a estos alimentos. Toda esta situación empujó tanto la demanda como la oferta de productos animales. En 1960, el consumo de carne promedio por persona era de 22 kilos por año, pero en 2020 alcanzó los 42 kilos. De manera similar, el consumo de huevos pasó de 4,5 kilos en 1960 a 10 kilos en 2020. La excepción fue la leche, que se redujo ligeramente en el mismo período (de 75 kilos a 71), pero este descenso ocurrió recién a partir de 2010 y luego de un ascenso constante. Las razones de esta caída no son claras, pero pudo deberse a la combinación de la mala situación económica que atravesaban los productores lecheros por lo poco que les pagan por la leche, y la discontinuidad del trabajo familiar por ser muy sacrificado.41Esto es un fenómeno que sigue ocurriendo hasta el día de hoy. Por un lado, las quejas de los tamberos por los bajos precios pagados por las empresas lecheras son constantes debido a que, en general, suelen recibir una parte relativamente pequeña del precio final de la leche. Por otro lado, sus hijos suelen ir a las ciudades a estudiar y pocos vuelven a casa a continuar el trabajo familiar de ordeñar vacas a las 5 de la mañana, de modo que la edad promedio de un tambero es de unos 50 años. La aparición de las bebidas vegetales en el mercado durante la última década también pudo haber contribuido al fenómeno. Aun así, debido al crecimiento poblacional, la producción mundial de leche se multiplicó por dos. Sin embargo, esta cifra no se compara con el crecimiento experimentado en los otros productos: entre 1960 y 2020 la producción global de carne se multiplicó por cinco y la de huevos, por seis. Este enorme incremento en la producción se debió principalmente a las aves (gallinas y pollos) y cerdos, cuya producción se industrializó casi por completo. Hoy, para alimentar los más de 33.000 millones de aves y 1000 millones de cerdos que hay en el planeta, todos los años se utiliza aproximadamente un tercio de la producción mundial de cereales (maíz, trigo, cebada y mijo); tres cuartos del volumen producido durante 2020 fue destinado a la producción de carne y huevos, contabilizando unos 1300 millones de toneladas de alimentos que podrían ser consumidos por humanos. Para producir esta cantidad de alimentos se utilizan unos 560 millones de hectáreas, cerca del 35% de las tierras cultivadas del mundo.
En el caso de los animales rumiantes, si bien hay vacas que viven encerradas y comen granos, la mayor parte del ganado vacuno a nivel global, así como también las cabras y ovejas, sigue viviendo principalmente del pasto. Estos animales tienen la fantástica capacidad de obtener todo lo que necesitan a partir de las plantas, lo que los convierte en un excelente recurso para obtener carne, leche y cuero en lugares donde no se puede realizar agricultura. Si bien puede considerarse un despropósito darles granos, en muchos lugares se suplementa la dieta del ganado con cereales para ayudarlos a crecer y engordar más rápido o para alcanzar la cantidad de grasa justa que les gusta a los consumidores. Debido a que se trata de animales grandes que comen mucho, un tercio de las tierras de cultivo destinadas a la ganadería son para producir granos que comen los rumiantes. Para obtener el resto de su alimento, las vacas, cabras y ovejas del mundo ocupan aproximadamente unos 2000 millones de hectáreas.42Algunas estimaciones dicen que son unos 3500 millones de hectáreas, pero como 1500 millones son tierras marginales con muy pocos animales, se las suele excluir de la cuenta. En el caso de los vacunos, la mayor parte de las nuevas áreas de pastoreo que aparecieron en los últimos cuarenta años se obtuvieron avanzando sobre selvas tropicales y bosques subtropicales, y América del Sur es la región del mundo que sufrió más las consecuencias de esto. Con el avance de la agricultura, muchas tierras de pastoreo fueron reemplazadas por campos de cultivo de soja y maíz, y los animales fueron trasladados hacia otras regiones previamente ocupadas por bosques nativos. Las tierras baratas y la ausencia de control permitieron que la deforestación para la creación de campos de pastoreo sea una actividad rentable y conveniente, especialmente en los ecosistemas de la Amazonía, el Gran Chaco y el Cerrado. De hecho, en este continente se volvió común que los campos de soja avancen sobre las nuevas tierras de pastoreo unos años después de que haya ocurrido la deforestación, lo que genera una retroalimentación entre ambas actividades (manejadas probablemente por las mismas personas o por socios comerciales).
En el presente, las actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería se desarrollan sobre la mitad de la superficie habitable de la Tierra, es decir, todo lo que no es hielo, montaña o desierto. Esto es muy difícil de dimensionar, pero para dar una idea aproximada, esa superficie representa más o menos la de todo el continente americano, o unos 4800 millones de hectáreas.43Pueden ser 3300 millones de hectáreas si se considera que la superficie pastoreada es de 2000 millones de hectáreas en lugar de 3500 millones. En contraposición, las áreas urbanas representan sólo el 1% de la superficie que ocupamos los humanos, y parados uno al lado del otro, los humanos ocuparíamos apenas una superficie del tamaño de la ciudad de Nueva York (unos 730 km2). Pasando en limpio, de las tierras que se utilizan para producir alimentos, el 70% son tierras de pastoreo, mientras que el 30% restante son tierras de cultivo, de las cuales dos tercios se utilizan para producir alimentos para consumo humano directo (como trigo, arroz y frutas), y las del tercio restante se destinan a alimento para darles a los animales (principalmente, maíz y soja). Si bien la expansión de la frontera productiva ocurre desde la Revolución Neolítica, fue durante los últimos sesenta años cuando hubo una aceleración a costa de la transformación de vastas extensiones de tierra. Se estima que en ese período de tiempo desaparecieron unos 440 millones de hectáreas de bosques y selvas, lo que causó una reducción alarmante de la biodiversidad y liberó a la atmósfera el equivalente a diez años de emisiones actuales de gases de efecto invernadero.44Unas 512 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente entre 1961 y 2017. En el presente, la transformación de los paisajes naturales en pastizales y tierras de cultivo es responsable de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción de alimentos, que a su vez representa un tercio de las emisiones antropogénicas. El resto de las emisiones provienen de la digestión de los rumiantes (metano), de la descomposición de la materia orgánica en los arrozales inundados (metano), de la quema de combustibles fósiles para mover los tractores, fabricar fertilizantes y pesticidas, transportar los granos y procesar los alimentos (dióxido de carbono), y de la aplicación de fertilizantes en los campos (óxido nitroso).
Pero los problemas no se limitan a lo que pasa en tierra firme. La obtención de productos del mar (peces, crustáceos, mariscos, cefalópodos) se cuadruplicó en los últimos cincuenta años, y la explotación de los recursos marinos llevó a saturar o exceder la capacidad de pesca en el 90% de las zonas de pesca del mundo. Aunque en el presente la mitad de los productos marinos la proveen las granjas de peces (piscicultura), la otra mitad la aporta la pesca en alta mar (unos 100 millones de toneladas por año). La forma más común de hacer pesca en alta mar es la pesca de arrastre, que actúa como una cosechadora gigante del fondo marino que levanta con redes gigantes todo lo que encuentra en el océano, se queda con lo que le interesa y descarta lo que no: muchas veces, tortugas, delfines, tiburones y otras especies emblemáticas, que son devueltas al mar sin vida. Además, la pesca de arrastre trabaja como una “topadora submarina” que destruye los arrecifes de coral y otras estructuras que sirven de refugio a numerosas especies, y provoca la erosión del suelo marino. Todo esto afecta la estabilidad y productividad de los ecosistemas a largo plazo, e impacta negativamente sobre la biodiversidad y la subsistencia de las comunidades costeras que dependen de la pesca como fuente de alimento y empleo. Igual de importante es la cantidad de plástico que la industria pesquera vuelca a los océanos todos los años. Se estima que anualmente se producen más de 400 millones de toneladas de plástico en todo el mundo, de las cuales dos tercios tienen un tiempo de vida útil muy corto antes de ser arrojados a la basura, y terminan llegando a los mares a través de los ríos. Sin embargo, son las redes, boyas y otros insumos plásticos de la industria pesquera los que predominan en la superficie. Al ser más livianos que el agua, los pedazos que flotan suelen ser confundidos con comida por muchos animales y en algunos casos pueden representar el ingrediente más importante en la dieta de varias especies, como las tortugas marinas y los albatros. En un estudio publicado en 2022, el equipo de investigación de Ocean Cleanup —una organización dedicada a la limpieza y eliminación de plástico y basura marina de los océanos— reportó que el 80% de todos los residuos plásticos recolectados en el Gran Parche de Basura del Pacífico provenía de actividades de pesca en alta mar. Con tres veces el tamaño de Francia, esta isla de basura ubicada en el océano Pacífico representa la acumulación de plástico flotante más grande del mundo.
La Revolución Verde trajo prosperidad y acabó con las hambrunas masivas en gran parte del mundo, pero a costa de un desequilibrio colosal de la naturaleza. La gran cantidad de recursos naturales que se utilizan y la contaminación que produce ponen al sector en el ojo de la tormenta del colapso ecológico. Diversos estudios muestran que estamos sobrepasando los límites planetarios, es decir, la capacidad que tiene la Tierra para proveer los recursos que utilizamos y absorber los contaminantes que emitimos, y que nos estamos acercando peligrosamente a un punto de no retorno debido a las posibles interacciones y retroalimentaciones entre varios componentes del sistema Tierra. De no ocurrir ningún cambio, la situación sólo empeorará. Sorprendentemente, el mayor de estos impactos es generado por la producción de alimentos, por lo que es justo decir que comer (y, más que nada, comer animales) se ha convertido en el mayor motor de degradación ambiental.