A primera vista, lo peor de la democracia es perder las elecciones. De hecho, no son pocos los británicos que, furiosos por la victoria de ‘Brexit’ días atrás, andan preguntándose ‘¿por qué nos permitimos votar sobre este asunto?’. La fantasía de un dictador bueno que haga lo que nosotros queremos siempre está latente; por eso Daenerys Targaryen tiene tantos millones de fans. Pero afortunadamente, vivimos en tiempos democráticos. Y la idea de que la peor de las democracias es mil veces preferible a la mejor de las dictaduras es tan obvia que rara vez nos detenemos a observarla, cuestionarla o hasta tratar de mejorarla.
El apoyo a la democracia es casi un asunto de sentido común, de bonhomía o de, en términos técnicos, no ser un tremendo facho. Pero ¿realmente sabemos por qué la preferimos por sobre una dictadura? Sería triste que la respuesta fuera ‘porque sí’, así que vamos a tirar de ese piolín y ver qué pasa. La característica fundamental de la democracia (a diferencia de la dictadura o las oligarquías) es que todas las opiniones tienen peso. Si bien el voto individual influye poco, uno sabe que al menos hace alguna diferencia en el resultado general. Quizás lo lindo de la democracia es que son las mayorías las que cuentan, y no un individuo en particular. Por eso es que decidimos levantarnos de la cama para ir a votar una vez cada dos años.
Ahora, que sea lo mejorcito en términos de representación popular no quiere decir de ninguna manera que sea perfecta. Tristemente, la democracia tiene problemas bastante profundos, algunos explorados más a menudo que otros. ¿Que podés ganar diciendo poco y nada? Sí, claro. ¿Que las promesas de campaña no son vinculantes? Pffff. ¿Que donde hay ley hay trampa, fraude, tiros líos y cosa golda? OBVIO. Pero esos problemas, aún siendo válidos, no dejan de ser superficiales. Con esto quiero decir que, aún arreglandolos todos, hay algo en el corazón de la democracia que está mal, y ni siquiera está mal porque esté roto, sino que está mal porque es parte de su construcción al nivel más íntimo. Acá voy a concentrarme en los problemas más ignorados de este temita de que todos votemos: los problemas formales del voto. En especial, en la sencilla aunque poderosa paradoja discursiva.
El punto de partida de esta paradoja es el voto por mayoría. Según este procedimiento, un grupo decide adoptar la acción A siempre y cuando la mayoría de los miembros del grupo vote a favor de A. Hasta acá, todo fenómeno: el voto por mayoría es el opuesto absoluto a una dictadura: si a un individuo se le opone la mayoría, se decide lo que la mayoría quiere. Por ende, en nuestra democracia teórica de vacas esféricas no hay individuos privilegiados.
Uno pensaría que el voto por mayoría va a responder adecuadamente a lo que los miembros del grupo desean. Qué idea hermosa e inocente.
Para ilustrar la paradoja discursiva, pensemos en un grupo chico. Supongamos que se juntan tres ministros, y tienen que decidir sobre lo siguiente:
- Baja de impuestos a la soja
- Baja de impuestos a la minería
- Baja de impuestos a la soja y a la minería
Si son tres personas, naturalmente van a votar por mayoría. Pero, imaginémonos que votan esto:
Baja de impuestos a soja | Baja de impuestos a minería | Baja de impuestos a soja y minería | |
Ministro 1 | Sí | No | No |
Ministro 2 | Sí | Sí | Sí |
Ministro 3 | No | Sí | No |
Veamos un segundo qué determina el voto por mayoría en este caso:
Baja del impuesto a la soja: SÍ, por dos votos contra uno.
Baja del impuesto a la minería: SÍ, por dos votos contra uno.
Baja del impuesto a la soja y la minería: NO, por dos votos contra uno.
En este caso, pasa algo bastante increíble. El voto por mayoría sugiere una acción imposible: bajar los impuestos a la soja, bajar los impuestos a la minería, ¡pero no bajar los impuestos a ambas cosas! En otras palabras, la voluntad de los individuos por separado es consistente (porque no tienen contradicciones internas), pero el resultado del voto mayoritario, el sistema democrático por excelencia, es inconsistente. Simplemente no hay manera de actuar de acuerdo al resultado que ganó con los votos.
Como muchos problemas filosóficos, esto parece una estupidez. Vos dirás ‘ tiene pinta de muy sencillo, seguro que alguien ya lo resolvió’. Pero lamentablemente no es tan así, y no hay forma de ‘resolverlo’ que satisfaga a todos.
La solución más obvia a esta paradoja es el voto por premisas. Según este nuevo método, no tiene sentido votar algo compuesto como ‘baja de impuestos a la soja Y a la minería’. La decisión sobre esa oración compuesta será lo que surja de los votos sobre ‘baja de impuestos a la soja’ y ‘baja de impuestos a la minería’ por separado.
Baja de impuestos a Soja | Baja de impuestos a Minería | Baja de impuestos a Soja y minería | |
Ministro 1 | Sí | No | No |
Ministro 2 | Sí | Sí | Sí |
Ministro 3 | No | Sí | No |
VOTO POR PREMISAS | SI | SI | === > SI |
El método de las premisas asegura la consistencia, pero tiene algunos costos a pagar. El primer costo es obvio: sobre el asunto ‘baja de impuesto a soja y a la minería’ el resultado del mecanismo de voto es distinto a lo que la mayoría vota. Efectivamente, la mayoría se opone a esa medida, pero el grupo estará a favor. En otros escenarios, la situación es peor: el grupo decide hacer algo que ninguno de los miembros quiere hacer.
Baja de impuestos a Soja | Baja de impuestos a Minería | Baja de impuestos a Petróleo | Baja de impuestos a Soja, petróleo y minería | |
Ministro 1 | Sí | No | Sí | No |
Ministro 2 | Sí | Sí | No | No |
Ministro 3 | No | Sí | Sí | No |
VOTO POR PREMISAS | Sí | Sí | Sí | === > SÍ |
AHHHHHHHHHHH, ANARQUÍAAAAAAAAA
Pero hay algo peor, y más llamativo, del método de las premisas. Imaginemos que al ministro 1 le aterra la idea de bajar los impuestos a ambas cosas, y quiere que el grupo decida distinto sobre este asunto. Lo que puede hacer es cambiar su voto respecto a alguna de las premisas, logrando así cambiar el resultado general:
Soja | Minería | Soja y minería | |
Ministro 1 | NO | No | No |
Ministro 2 | Sí | Sí | Sí |
Ministro 3 | No | Sí | No |
VOTO DE PREMISAS | NO | SI | === > NO |
Un poquito de manipulación y uso práctico de Teoría de la Mente.
Lo que hace el ministro 1 aquí es falsear sus opiniones sobre determinado asunto para obtener un resultado más parecido a sus opiniones en otro asunto. Algo que, claramente un Ministro JAMÁS haría. Este fenómeno se conoce en este contexto como manipulación. Es fácil darse cuenta de que el voto por mayoría original no permite ningún método de manipulación, porque lo que el grupo decida sobre un asunto dependerá exclusivamente de lo que los miembros voten sobre ese asunto en particular.
Hay otras soluciones al dilema que no permiten la manipulación, pero no son demasiado satisfactorias. Uno podría directamente adoptar una dictadura: el dictador es consistente (suponemos), así que la decisión grupal será consistente. El problema es que quizás todos los otros votantes quieren algo distinto. Otra opción (menos triste) es inclinarse a un voto super-mayoritario o unánime, donde pedimos que una mayoría de dos tercios, o cuatro quintos, o simplemente todos los votantes, acepten la proposición. El problema de las super-mayorías o el voto unánime es que, mientras más acuerdo pidamos entre los votantes, más asuntos quedarán sin resolver. El voto por mayoría simple es más efectivo: si los votantes son impares, se resuelve cualquier disputa.
Entonces hay un dilema: incluso si rechazamos de pleno las dictaduras, tenemos que elegir entre métodos democráticos que pueden arrojar resultados inconsistentes (o incompletos), y métodos democráticos que abren el juego a manipuladores. Gran momento de frenar y notar que usé los términos ‘inconsistentes’ y ‘manipuladores’ en una discusión sobre política. Que alguien llame a Crónica, tenemos una primicia.
¿O acaso hay otra salida? Bueno, algunos autores proponen simplemente no invitar a todos a la votación y, no, no digo ‘no invitarlos’ como en ‘mi voto vale más que el tuyo’, sino que la opción viene por otro lado.
Es común decir que la derecha y la izquierda no existen (otro día podemos discutir esto). Pero en contextos políticos, una manera de garantizar la estabilidad del voto general es tener efectivamente votantes de derecha y votantes de izquierda (o cualquier otro eje polar, yo voy a usar este porque me place). Supongamos que estamos votando algunos temas problemáticos y con mucha carga ideológica:
- La eliminación de las retenciones al agro.
- La legalidad del aborto.
- La legalidad de la venta de drogas.
- La salud gratuita para inmigrantes.
Es bastante claro qué posición tomaría la izquierda o la derecha en cada uno de estos temas. Algunas medidas (como la eliminación de las retenciones) son de derecha: si alguien de centro vota a favor, todos a su derecha votarán a favor. Otras medidas (como el aborto legal) son de izquierda: si alguien de centro vota a favor, todos a su izquierda deberían votar a favor. En este cuadro podemos ver lo que pasa cuando tenemos un grupo marcado por ideologías:
Izquierda | Centro -izquierda | Centro | Centro- derecha | Derecha | MAYORÍA | |
Aborto Legal | Sí | Sí | Sí | No | No | SÍ |
Drogas Legales | Sí | No | No | No | No | NO |
Salud universal | Sí | Sí | Sí | No | No | SÍ |
Eliminación de retenciones | No | No | No | Sí | Sí | NO |
Resulta que, en este escenario, el voto por mayoría es idéntico al voto de ‘Centro’ (en teoría política esto se conoce como ‘Teorema del Votante Medio’). Claro que, como antes vimos, para que este resultado se cumpla debemos tener un grupo ideológicamente muy bien constituido y un conjunto de asuntos fuertemente ideológicos. Estos escenarios nos salvan de la inconsistencia de la voluntad general: el voto mayoritario va a ser consistente porque el votante medio es consistente.
El problema de este método es que, más que nunca, funciona perfecto con izquierdas esféricas y derechas sin rozamiento. Pero andá al Congreso y tratá de ordenarlos, a ver cuál de las nueve izquierdas se banca no quedar a la izquierda de las otras (y ni hablar del otro lado: es más fácil reconocer una cuenta en Marte que asumirse derechista).
En resumen, no podemos ni soñar con un mecanismo de voto perfecto. Bah, soñar, podemos, en mi sueño las decisiones las toma un unicornio robot de inteligencia superior que no sólo siempre acierta sino que también está flaco y con más pelo que la última vez que nos vimos. Te recuerdo al despertar, salve líder equino de colores.
En los mecanismos democráticos, cada persona tiene el mismo peso, y eso es genial. Ni hablar de que las dictaduras son ciertamente horrendas. Así y todo, no podemos ignorar que el tipo de voto más democrático (el voto por mayoría) puede generar inconsistencias: nos puede sugerir adoptar un curso de acción imposible (como hacer A, hacer B, y no hacer A&B). Ahí es donde tratamos de emparchar, pero los distintos métodos para solucionar este problema tienen todos un mismo defecto: permiten la manipulación. Aún así, hay cierta luz al final del túnel para los defensores de la honestidad: existe una opción que evita imposibilidades y manipulaciones por igual. Pero para eso se necesitan individuos con ideologías fuertes, estructuradas y transparentes. Seguro esa propuesta la re pega en el Congreso.
De cualquier modo, la próxima vez que encuentres tipos manipuladores o insoportablemente ideologizados, pensá que (aunque más no sea por razones puramente matemáticas) esos engendros son necesarios para que la democracia siga en pie.