Para hacer un poco más interactivo este recorrido por nuestros conocimientos e intuiciones sobre estos temas, propongo un juego, un experimento. Si tuvieran que arriesgar (sin repetir y sin googlear) cuál es el componente genético de la zurdera o de la tartamudez, ¿qué dirían? ¿Qué porcentaje de nuestras diferencias en estos rasgos creen que depende de la variabilidad en nuestros genes? Deténganse un momento a pensarlo, vale la pena para contrastar nuestras intuiciones con los datos y ver cuán lejos o cerca le pasamos. Conocemos estos valores a partir de las investigaciones que comparan gemelos, mellizos e hijos adoptivos criados en diferentes ambientes. ¿Tienen sus porcentajes?
La respuesta es que la tartamudez es mayormente genética, pero no la lateralidad izquierda (ser zurdo). En las poblaciones estudiadas, la tartamudez se explica en un 85% por variaciones en los genes. Esto se manifiesta en el hecho de que, por ejemplo, los hijos biológicos de personas con tartamudez muy probablemente la desarrollen, aunque sean separados de sus familias al nacer, mientras que ser zurdo tiene un componente genético de “sólo” el 15% o 20%. Existen estudios similares para un enorme conjunto de rasgos comportamentales humanos. 1Knopik, V. S., Niederhauser, J. M., DeFries, J. C., & Plomin, R. (2016). Behavioral Genetics. Macmillan Higher Education.
Podemos separar los rasgos comportamentales en tres grandes grupos: de personalidad, cognitivos y psiquiátricos (o psicopatológicos). Algunas estimaciones del componente genético, por ejemplo, para rasgos de personalidad −como siempre, para las poblaciones en las que se los midió (en general en países desarrollados)− son: amabilidad, 57%; extraversión, 60%; neuroticismo, 61%; apertura a nuevas experiencias, 81%. En cuanto a los rasgos cognitivos, tenemos las siguientes estimaciones, también a modo de ejemplo: memoria, 32%; fluencia verbal, 30%; velocidad perceptual, 46%. Por último, para algunos rasgos psiquiátricos tenemos: esquizofrenia, 50%; autismo, 80%; depresión, 38%. 2Mitchell, K. J. (2018). Innate: How the Wiring of Our Brains Shapes Who We Are. Princeton University Press.
Existen muchos rasgos que son 0% genéticos, es decir, rasgos cuyas variaciones entre las personas se deben exclusivamente a los diferentes ambientes de desarrollo. Por ejemplo, el idioma que hablamos depende 100% del ambiente en el que crecimos. No existe chance de que una persona adoptada hable nativamente el idioma de su madre biológica, a menos que crezca en un ambiente en el que lo hablen. Otro caso es el de la religión que profesa cada uno. Depende en buena medida del ambiente de crianza y 0% de nuestras diferencias genéticas. Pero, salvo estos casos triviales, que no requieren siquiera un estudio muy profundo para obtener una respuesta, ningún rasgo comportamental interesante que yo conozca carece por completo de un componente genético. Esto me parece increíble (pero bueno, la realidad es que al universo y a la naturaleza poco les importa lo que a mí me parezca o no increíble).
En definitiva, hoy sabemos −gracias a los métodos clásicos de la genética del comportamiento− que, en las sociedades actuales en las que se midieron, tanto nuestros rasgos de personalidad como nuestra facilidad para diferentes tareas (matemática, lengua, arte, danza o deporte, por ejemplo) o nuestra susceptibilidad a los trastornos psiquiátricos tienen un componente genético que va, dependiendo del caso, del 20% al 85%.
Una vez más, es importante aclarar: esto no significa que esos números sean fijos e inamovibles. El componente genético de un rasgo depende de los ambientes y del momento en que se midió ese rasgo. Si los ambientes cambian, ese número puede cambiar. El componente genético es un número que vale para una población determinada en un momento dado del tiempo. Por ejemplo, que una persona haya tenido “mala suerte” en la lotería genética para la matemática no significa que con una educación adecuada −es decir, modificando el ambiente− esa tendencia no se pueda equilibrar o desvanecer. Si existieran sociedades que detectasen a los chicos y chicas con dificultades en matemática tempranamente y realizaran intervenciones adecuadas, en esas poblaciones el componente genético del rasgo probablemente disminuiría.
Encontramos una analogía en el caso de la miopía, un trastorno genético que se soluciona usando anteojos o con una simple operación (al menos simple para el cirujano). Si los alelos de alguien aumentan mucho las chances de que tenga más dificultad que sus compañeros para el lenguaje, por ejemplo, no significa que con intervenciones adecuadas no podamos disminuir o equilibrar esa dificultad. Cualquiera sea el caso, siempre podemos intentar desarrollar “anteojos cognitivos” que, como ocurre con los anteojos para la miopía, nos ayuden en aquellas tareas que nos cuestan.
Un ejemplo claro de “anteojos cognitivos” son los métodos que se han desarrollado para ayudar a los chicos y chicas con dificultades desproporcionadas en el aprendizaje de la lectoescritura, lo que llamamos “dislexia”. En los últimos años un enorme esfuerzo interdisciplinario y mundial impulsó el desarrollo de métodos para la detección temprana y la intervención adecuada en la dislexia, a tal punto que ahora muchos de estos chicos y chicas pueden aprender a la par de sus compañeros. Y cuanto antes se detecta, más eficiente es la intervención que se realiza. Más aún, gracias a las técnicas modernas de lectura del genoma de una persona, es posible que en breve podamos detectar muy tempranamente en la vida de una persona su riesgo de desarrollar dislexia y, con una intervención temprana, disminuir drásticamente esa probabilidad.
También sabemos, gracias a la genética del comportamiento, que las dificultades y facilidades son particulares de cada persona, y que esas diferencias no van a desaparecer por más que avancemos hacia sociedades con mejor acceso a una educación de excelencia para todo el mundo. A medida que avancemos, mayor será el componente genético en las facilidades y dificultades de los chicos y las chicas y tendremos que prestar atención a sus necesidades específicas. Esto es así por una razón matemática: la variación total en un rasgo es dada por la variación en los genes más la variación debida a los ambientes. Además, como vimos, el componente genético es definido como la variación genética dividida por la variación total. Si la variación ambiental disminuye porque todos tienen acceso a una excelente educación, por ejemplo, entonces disminuye la variación total y aumenta, en consecuencia, el componente genético del rasgo.