Sabemos que las diferencias y similitudes entre las personas en los rasgos de comportamiento y personalidad no se deben exclusivamente a diferencias y similitudes en nuestra genética. Lejos de eso, los contextos, la cultura y la educación juegan un papel fundamental en estos rasgos. Para conversar sobre este asunto, empecemos con una aclaración pertinente, ya que reina una gran confusión sobre el significado de la palabra “genético”. Es que los mismos especialistas la usan con dos significados diferentes e incluso opuestos.
A veces, cuando decimos que un rasgo es genético, queremos decir que es algo que en general todas las personas tenemos en común. En otros contextos, queremos decir que las diferencias entre los seres humanos (no sus similitudes, no lo que tienen en común) se deben a diferencias en los genes. En un caso estamos hablando de lo que tenemos en común y, en el otro, de lo que tenemos de diferente. Esto vale tanto para las características físicas y visibles como la altura o el color de ojos, como para rasgos más difíciles de percibir a simple vista como la personalidad, las capacidades cognitivas o el comportamiento 1Esta importante distinción en cómo se usa la palabra “genética”, tanto coloquialmente como en la academia, es aclarada en el libro No hay dos iguales, de Judith Rich Harris.. Veamos un caso de uso para cada una de estas dos acepciones.
En psicología evolutiva, por ejemplo, podemos decir que estamos “genéticamente programados” para desear el azúcar 2Una breve pero importante aclaración acerca del uso de este tipo de expresiones cuando nos referimos a procesos evolutivos en la naturaleza: cuando usamos frases del tipo “nuestro cerebro evolucionó para reconocer rostros” o “el pico de tal pájaro evolucionó para poder succionar el polen de tal flor”, podría interpretarse como si la evolución tuviese una suerte de voluntad, un propósito u objetivo al que quiere llegar (a esta idea se la conoce con el nombre de “teleología”). Pero esta no es la forma en la que funcionan los procesos evolutivos. Las características que observamos en el mundo natural no fueron en realidad diseñadas ni seleccionadas para algo, no son el destino a donde una voluntad invisible se propuso llegar, sino al revés: son el resultado de los procesos evolutivos. De todas maneras, es común a veces el uso de este tipo de expresiones para simplificar o ir al punto, pero siempre es bueno aclarar esto por las dudas. Algo parecido ocurre, por ejemplo, cuando queremos explicar en física el recorrido de los fotones, las partículas de luz. Cuando van de un lugar a otro atravesando varios medios con diferentes densidades, los fotones siguen un recorrido que es el que minimiza el tiempo, como si el fotón quisiera ir lo más rápido posible de un punto a otro. Por cuestiones de didáctica, y porque nos lleva a predicciones correctas, cuando queremos deducir la trayectoria que recorrerá un fotón podemos hacerlo imaginando que tiene la “voluntad” de ir lo más rápidamente posible, aunque sepamos que esto no es más que una analogía útil.. Dicho de manera un poco más técnica pero conceptualmente más correcta: ocurrió que, a lo largo de la evolución, se seleccionaron genes que nos confieren atracción por el azúcar, creemos, debido a la ventaja adaptativa de obtener una fuente de energía. Y esta es una característica compartida entre todas las personas. Genes “normales” en ambientes “normales” interactúan de maneras que dan como resultado humanos que, en mayor o menor medida, aman el azúcar 3Llamaremos “ambiente” a todo aquello que no es genes: aspectos como el medio intracelular, el ambiente intrauterino en que nos desarrollamos o los ambientes físicos en los que crecimos y vivimos (incluso podemos decir que, para cada gen, el resto del ADN de la célula es parte de su ambiente). Además, el ambiente incluye al resto del mundo con el que interactuamos: aspectos como la crianza, la educación y la cultura.. En la misma línea, cuando tenemos sed sentimos atracción por el agua: estamos genéticamente configurados de manera de desear agua cuando nuestro cuerpo la requiere. La posible explicación evolutiva es análoga a la del azúcar: al igual que las fuentes de energía, el agua también es vital para nuestras funciones biológicas, por lo que se habrían seleccionado a lo largo de la evolución genes que nos confieren este rasgo comportamental (el de desear agua cuando la necesitamos; o sea, la sed).
En este sentido, “normal” es un término meramente estadístico y se refiere a la situación más frecuente, como cuando decimos que es normal que en invierno haga más frío que en verano (al menos por ahora). En una población dada, decimos que un alelo (recordemos, variante de un gen) es “normal”, por ejemplo, si está presente en más del 1% de las personas. En cuanto a los ambientes, qué se considera normal o no depende de cada caso; en fisiología 4La fisiología es la parte de la biología que estudia el conjunto de propiedades y funciones de los órganos y tejidos del cuerpo de los seres vivos., por ejemplo, se refiere a los ambientes en los que un organismo desarrolla un cerebro, dos pulmones, un corazón, etc.
En genética del comportamiento, en cambio, el término “genético” tiene la acepción opuesta: decimos que un rasgo es genético si sus variaciones se explican por variaciones en los genes. El ejemplo clásico es el color de ojos. Este rasgo físico es determinado por algunos genes que tienen diferentes versiones: las versiones ancestrales (las más frecuentes) son las que llamamos “alelos”, y a las versiones alteradas las llamamos “mutadas” 5Recordemos que, en biología, una mutación es una alteración en la secuencia del ADN.. Para cada uno de estos genes, recibimos una versión de nuestra madre y otra de nuestro padre. La multiplicidad en el color de ojos de distintos seres humanos depende de la combinación de información en estas versiones. Como el color de ojos es un rasgo netamente genético, las variaciones de dichos colores entre las personas se explican 100% por las variaciones en los genes.
En otros rasgos, las variaciones se explican sólo en parte por variaciones en los genes. Si bien para el desarrollo de un cáncer siempre tiene que haber cambios en el genoma (el conjunto de genes) de la célula maligna, es difícil identificar esos cambios. Existen alelos mutados que se heredan y generan susceptibilidad al cáncer, por ejemplo, pero no todos los individuos que tienen esos alelos desarrollan cáncer. Por otro lado, hay personas que desarrollan cáncer y no tienen esos alelos mutados (pero sí mutaciones en otros genes). En el caso de portadores de estos alelos mutados que generan mayor susceptibilidad, es común hablar de “componente genético”, que es sinónimo de heredabilidad, es decir, de una mayor probabilidad (no certeza) de desarrollar cáncer por causas directamente relacionadas con ese cambio genético. La heredabilidad −el componente genético de un rasgo− es un porcentaje que nos dice qué proporción de la variación del rasgo en una población es atribuible a la variación genética entre individuos. Vamos a volver a este concepto más adelante.
Si nos movemos al terreno del comportamiento humano, no existen rasgos cuyas variaciones se expliquen 100% por los genes. Ningún comportamiento es inequívocamente determinado por los genes como ocurre con el color de ojos u otros rasgos fisiológicos, pero sí existen ciertos alelos que son más comunes en personas que desarrollan un comportamiento, cognición o trastorno particular. Por ese motivo, siempre hablamos del componente genético del rasgo. Decimos, por ejemplo, que en una población dada el componente genético de la esquizofrenia es del 60%, refiriéndonos al porcentaje de las variaciones totales del rasgo explicado por variaciones en los genes. En este punto, es importante reforzar el hecho de que el componente genético se mide en un conjunto determinado de poblaciones y en un momento dado del tiempo y, en principio, no es posible extrapolar ese mismo valor a otras poblaciones u otros momentos del tiempo −ya que con el tiempo los espectros de alelos más frecuentes en las poblaciones pueden cambiar−.
Repasando lo que necesitamos de todo esto para seguir: en genética del comportamiento usamos la palabra “genético” para referirnos a las variaciones entre personas, mientras que en psicología evolutiva la usamos para referirnos a un rasgo que es común a toda una población; por ejemplo, cuando decimos que estamos “genéticamente cableados” para succionar la teta al nacer, para aprender a hablar o para que nos guste el azúcar.
Vayamos ahora a recorrer algunos descubrimientos de la neurociencia cognitiva y la psicología evolutiva que me parecen relevantes para la conversación que propongo. Existen tres conceptos poco intuitivos que son, creo, los tres conceptos fundamentales a la hora de entender estos descubrimientos. Son los conceptos de módulo cerebral, plasticidad y reciclaje neuronal 6Una explicación más detallada sobre estos conceptos también puede encontrarse en mi libro Atletismo mental (Sudamericana, 2016)..