Existe un viejo concepto de la filosofía de la moral que ha sido abordado por infinidad de pensadores y que quedó plasmado en todas las constituciones de nuestras democracias modernas: el principio de igualdad. Es el primer axioma moral que, sin intención de justificar con argumentos o evidencias, propongo que acordemos. 1El principio de igualdad se asocia al “liberalismo clásico”, un concepto amplio que engloba ideas filosóficas, políticas y sociales que se desarrollaron fuertemente durante los siglos XVII y XVIII y que dieron origen al capitalismo moderno y las democracias liberales. La semilla de este concepto aparece, cuándo no, en los filósofos griegos, en particular en obras de Heródoto y Tucídides. En Estados Unidos, el principio se establece en la Decimocuarta Enmienda a la Constitución; en Argentina, está reconocido en el artículo 16 de la Constitución Nacional. Entre los filósofos de hoy dedicados a la reflexión sobre el significado profundo de este principio, tal vez el más conocido sea el australiano Peter Singer, profesor de Filosofía de la Moral en Oxford y autor de Liberación animal, libro publicado en 1976 y que es algo así como el manifiesto comunista de los vegetarianos. En particular, siento que otros tres autores me marcaron profundamente en el desarrollo de las ideas sobre la igualdad y la moral que intento transmitir en este libro: los estadounidenses Sam Harris y Matt Dillahunty, y la filósofa canadiense Patricia Churchland.
Cuando en nuestras constituciones nacionales decimos que los seres humanos, sin distinción de nacionalidad, credo o sexo, somos iguales (iguales ante la ley), ¿qué queremos decir? En la interpretación más aceptada hoy en día (al menos la más aceptada por los filósofos que he leído), quiere decir que, a pesar de que somos diferentes, nuestros intereses deben ser considerados por igual.
En 1792, Mary Wollstonecraft, una precursora del feminismo, publicó su libro En defensa de los derechos de las mujeres. Poco tiempo después, se escribió una sátira anónima llamada En defensa de los derechos de los brutos. En la sátira se proponía que, si el argumento en favor de las mujeres era cierto, entonces también debían tener derechos los perros, los gatos y los caballos. En una época en la que por ley estos animales se podían viviseccionar −diseccionar, o sea cortar en pedazos, vivos− ya que eran considerados autómatas que no sentían, hablar del derecho de los animales era descabellado. La sátira pretendía demostrar, por reducción al absurdo, lo ridículo del argumento a favor de los derechos de las mujeres.
Hoy en día, sin embargo, creo que la mayoría aceptamos que está bien sentir pena por los perros, los gatos o los monos, porque sufren. No nos parece un absurdo afirmarlo. Hasta el más carnívoro de mis amigos reconoce que el cuidado del bienestar animal, en la medida de lo posible, es bienvenido. Por eso, el argumento de la sátira actualmente no parece convincente. Pero el análisis de los argumentos expuestos en ese debate es un buen punto de partida para reflexionar sobre qué entendemos y cómo defendemos el principio de igualdad. Es, de hecho, el punto de partida que elige el filósofo Peter Singer en Liberación animal.
El principio de igualdad es el principio de igual consideración de intereses. No implica igualdad de hecho. No somos iguales. Ni siquiera supone igualdad de derecho: sería absurdo luchar, por ejemplo, por el derecho al aborto para los hombres (cis). El hecho de que seamos diferentes implica que la igual consideración de intereses pueda implicar derechos diferentes para personas diferentes. Lo mismo ocurre con los animales no humanos: aunque tienen derechos 2Aunque en las últimas décadas los países han incorporado en sus legislaciones leyes de protección animal que regulan su trato y establecen distintos derechos, creo que todavía queda muchísimo sufrimiento animal innecesario por erradicar., porque tienen capacidad de sufrimiento, sería absurdo luchar por su derecho a votar o a manejar.
El principio de igualdad es una máxima que no depende de que las facilidades o dificultades, los rasgos de personalidad, las preferencias, los gustos o los deseos sean en promedio igual entre, por ejemplo, varones y mujeres, o entre dos grupos humanos cualesquiera. Por lo tanto, no existe descubrimiento científico que pueda ponerlo en jaque.
Durante mucho tiempo, para discriminar a mujeres y afrodescendientes se usaron argumentos supuestamente científicos (y ahora probadamente falsos) que decían que tanto las unas como los otros eran menos inteligentes que los varones blancos. Como estas investigaciones fueron retractadas, esos argumentos se cayeron por su propio peso. Pero es importante notar que el principio de igualdad no tiene que estar basado en una igualdad de hecho. Aun si se descubriera que nuestras cogniciones son en promedio diferentes (como, de hecho, parece ser el caso para la superior fluencia verbal de las mujeres en comparación con los varones, por ejemplo), eso no cuestionaría de ninguna manera el principio de igualdad.
Un corolario inmediato de este principio es que los derechos de una persona no pueden ser determinados según el grupo al que pertenece. Si encontráramos evidencia contundente a favor de la superioridad de las mujeres en fluencia verbal, eso no habilitaría a aceptar sólo mujeres en las facultades de Letras. Cada persona debe ser considerada como individuo, no como miembro de un grupo. Lo contrario es discriminación 3Las acciones afirmativas, también llamadas “discriminación positiva”, se aplican cuando de hecho existe discriminación, con el principal objetivo de equilibrar las condiciones de vida de los diferentes grupos sociales creando, por ejemplo, cuotas de género o identidad sexual en cargos representativos, establecimientos educativos o puestos laborales. En estos casos, es importante considerar a la persona como parte de un grupo particular, para entender, justamente, que pertenece a un grupo de riesgo o segregado. Son acciones que surgen en respuesta a una discriminación existente e intentan avanzar hacia la eliminación tanto de la discriminación existente como de la necesidad de tomar las propias medidas de acción afirmativa.. Las diferencias en promedio entre diferentes grupos de personas nada nos dicen sobre cada una en particular: el hecho de que los hombres sean en promedio más altos que las mujeres no implica que no haya muchas mujeres más altas que muchos hombres.
Este es entonces el primer axioma moral que nos servirá de guía; no requiere justificación ya que es un principio que aceptamos como verdadero: nuestros intereses deben ser considerados por igual (lo cual, de nuevo, no equivale a decir que somos iguales, ni como individuos, ni los diferentes grupos de personas en promedio).
Vayamos ahora el segundo de los axiomas que propongo como punto de partida para establecer preceptos morales.