Sí hace la felicidad
Notas

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Sí hace la felicidad

¿El dinero nos hace más felices?

‘Por los niños pobres que tienen hambre. Por los niños ricos que tienen tristeza’
C.S.M.

Es difícil plantarse adelante de una verdad que te regalaron, que siempre te dio tranquilidad y cuestionarla.

Crecer en una casa de clase media (o un poco menos, también) pero hacerlo enfrente de una tele que te muestra gente feliz, intensa, que vive sin ir a trabajar temprano y volver tarde como sí lo hacía tu viejo, se lleva mucho mejor cuando tenés a una señora divina (mamá) que te dice, convencida, que ‘El dinero no hace la felicidad’.

Ese chupete de seguridad ayuda al punto de permitirte perseguir un futuro que tiene como objetivo ser feliz, pero no necesariamente rico. Más que nada porque, una y mil veces, esa plata no va a hacerte feliz.

Nacés, crecés, estudiás una carrera científica, te mudás, pagás los vencimientos, y esa idea romántica que te daba sensación de saciedad, empieza a ser menos sólida cuando notás que la satisfacción de hacer lo que amás no parece persuadir al chino de dejarte salir de ahí con todo lo que elegiste y darle a cambio un abrazo, una frente alta y muchísimo orgullo por tus notas.

Ni caramelos te da el chino por eso.

Lo que sí tenés encima es la capacidad de sistematizar preguntas y tratar de descular si tu vieja te había mentido con todo el temita de no pensar la felicidad en términos de plata, o si en realidad deberías haber sido escribano, aunque tengas 30 años y ni idea de qué hace un escribano, para qué sirve un escribano o si le podés dar de comer a un escribano después de las 12 de la noche.

Para atacar una pregunta tan áspera, lo primero que te toca es tratar de sistematizar las sensaciones de felicidad, de tristeza, y de stress y convertirlas en números. Una vez hecho eso, compararlas con el ingreso no debería ser difícil. Ahora, si ya estás pidiendo números, podés agregar un parámetro más: la satisfacción. Algo así como ‘Si tenés que poner tu vida en una escala de 0 a 10, siendo 0 la peor vida que te pudo haber tocado y 10 la mejor vida que podés imaginarte, ¿dónde estás parado?’.

Los dos parámetros parecen iguales, claro, hasta que los destripás un poco y te das cuenta de que uno habla de la percepción emocional del todos los días, y el otro te pide un balance, una evaluación más bien racional. Algo así como la diferencia entre que un amigo te pregunte cómo viene tu día y que alguien que no ves desde séptimo grado te pregunte cómo anda tu vida.

Ahí nomás, con todos los datos adelante, uno esperaría que el resultado fuese evidente, pero todavía falta algo: el dilema de los mil mangos.

¿Cuánto son mil pesos? Si ganás 5000, ese piloncito casi imperceptible de billetes es un montón de plata. Ahora, si sos gerente en un banco, son una propina (propina que claramente no le vas a dejar al mozo, porque para él es un montón de plata, así que le dejás 30 pesos sobre un almuerzo de 300 para que aprenda que el esfuerzo forma al hombre, como te enseñó tu viejo, el dueño del banco).

Entonces, la escala que mide el ingreso no puede ser lineal, sino que tiene que poder mostrar que dos personas a las que les duplican el sueldo sufren cambios de vida parecidos, y esa escala donde se mide con facilidad ‘veces’ en vez de simplemente ‘plata’ se vuelve logarítmica.

Graficos

Entonces, es ahí cuando te enojás un poco con tu vieja por mentirte con la verdad. La verdad de ella, que no estaba soportada por más que una idea hermosa, porque  volar es una idea hermosa pero el pequeño gran detalle es que a la gravedad no le importa tu idea. Porque me mentiste, mamá, y la felicidad sí correlaciona con el ingreso, o por lo menos se ve que cuando le preguntás a 450.000 personas cómo ven sus vidas, las emociones positivas se van acumulando a medida que aumenta el sueldo, la tristeza se borra y el stress se va diluyendo.

Aunque, en una de esas mi vieja había dicho más. Un pedacito que no escuché. Un ad hoc que puede cambiar todo. Algo así como ‘Nunca fuimos ricos, pero nunca nos faltó nada’, y parece que la clave está ahí. Está en llegar al punto donde más plata empieza a no hacer más diferencia. Una meseta que te dice que ya llegaste, que por más que se muera ese tío que nunca viste y te herede un pedazo de Santa Fe lleno de porotitos transgénicos, más feliz no vas a ser. Una meseta donde empiezan a pesar otras cosas, esas a las que no les podés pagar para que te ceben un mate.

O sea que el romanticismo de mi mamá no alcanza, o por lo menos es momento de aceptar que tener más no te va a hacer más feliz, pero aún así va a definir qué tan conforme estás con tu vida. Parece que el otro parámetro, el frío, el de satisfacción, ese no para de crecer. Para él ese techo no aparece tan fácil. y resulta que ser feliz no tiene nada que ver con estar satisfecho con tu vida. Porque cuando la pregunta es sobre satisfacción y no sobre felicidad, más es mejor, siempre. Así que, Joss Stone, no nos vengas con tu Less is more minimalista palermero.

Parece que, al final del día, un poco de razón tenía la vieja. La que me decía que, mientras no faltara nada, más plata no nos iba a hacer más felices. Lo que ella no entendió desde una dulzura inmensa, lo que ni se imaginó, es que pudiera haber una desconexión fuerte entre ser feliz y estar satisfecho. Y ahora podemos afirmar que ni Paul, ni John, ni George, ni Ringo mintieron porque money can’t buy me love. El que sí mintió fue Mick, porque si plata, I CAN get some satisfaction.

 

NOTA: Si después de leer esto querés saber si sos más feliz que el promedio de los habitantes de Suecia, es por acá: http://www.scientificamerican.com/media/multimedia/happiness/HappinessQuizEmbed.html