Los orígenes
Cuando se creía que no podía existir en materia de sustancias asunto más preocupante que el consumo de cocaína, llegó el paco. Parece que todo empezó en Perú, durante los años ‘70, cuando los médicos de ese país comenzaron a observar que los consumidores de drogas fumaban un nuevo compuesto de consistencia pastosa marrón o amarillenta, al que los policías ya denominaban “pasta”. Al poco tiempo empezaron a aparecer los primeros reportes clínicos sobre adicción a esta sustancia, lo que generó una reacción casi inmediata de los profesionales de la salud mental por iniciar la investigación del nuevo fenómeno. Tal es así que a fines de esa década se realizó el primer evento internacional en el que se analizaron los problemas que estaban generando la cocaína y la pasta en los países andinos (UNODC, 2013). Los expertos estuvieron de acuerdo en que el fumador de pasta tenía características sociales y clínicas particulares, claramente diferenciadas de otras formas de consumo de cocaína. El problema se enfocaba en una subcultura que requería de una mirada multidisciplinaria.
El paco o base de cocaína, conocida como “basuco” en Colombia, “pitillo” en Bolivia, “baserolo” en Ecuador, “pasta de coca” en Perú, “pasta base” o “base” en Chile y Uruguay, es cocaína fumable que constituye uno de los pasos intermedios en el proceso de obtención del clorhidrato de cocaína (la cocaína que se esnifa) a partir de las hojas de coca. Por lo tanto, el paco es un producto con menos pureza que la cocaína, más fácil de elaborar y que los narcotraficantes pueden producir más rápido y vender más barato. Un negocio redondo.
Debido a su fácil acceso y bajo costo, entre los años ‘70 y ‘80, en los países en los que había mayores cultivos de coca y fábricas de procesamiento, como Colombia y Perú, el consumo de paco se incrementó notablemente en los sectores de mayor vulnerabilidad social y económica. La prohibición y el control de la venta y acceso a los precursores químicos que se usan para la elaboración del clorhidrato de cocaína en esos países (una de las estrategias centrales de la “guerra contra las drogas”) empujó las fábricas de procesamiento hacia otros países sudamericanos como Chile, Argentina, Uruguay y Brasil (Pascale y otros, 2014). En el transcurso de una profunda crisis socioeconómica hace quince años, países como Argentina y Uruguay no sólo se transformaron en lugares de tránsito para el tráfico ilícito de cocaína hacia el mercado europeo, sino que fueron testigos de la comercialización, tráfico y consumo emergente del paco. Los “mega-laboratorios” destinados a la producción de cocaína se convirtieron en numerosas “cocinas familiares” insertas en los barrios carenciados de diferentes ciudades grandes y sus alrededores. Así, el paco se convirtió en la droga de la crisis, de la devaluación: la droga de los pobres. El paco es, a la vez, causa y consecuencia del deterioro social del consumidor. Incluso traspasó ese nicho y avanzó sobre consumidores de clase media en los casos en que no consiguen clorhidrato o no tienen dinero suficiente para comprarlo.
Limitado en primer lugar a los países del altiplano andino, su consumo se extendió y se convirtió en un tema de preocupación en la Salud Pública de toda Sudamérica, ya que su gran poder adictivo y su toxicidad ocasionaron trastornos psicofísicos severos, así como una grave repercusión en el ámbito familiar, social, económico y laboral.
La cocina
El paco es un producto complejo desde el punto de vista químico, y sus efectos biológicos y toxicológicos no pueden ser atribuidos sólo a la cocaína, por más que este alcaloide sea el principal componente (entre 20 y 70%, dependiendo del lugar en el que se lo cocine). Generalmente, el paco se obtiene al disolver en agua las hojas de coca junto con sustancias alcalinas como carbonatos o hidróxidos (de sodio, de potasio o de calcio). Esas hojas de coca humedecidas se maceran en kerosene, que disuelve la cocaína y la extrae junto con los otros alcaloides de la coca. A este líquido se lo mezcla con ácido sulfúrico para generar sulfato de cocaína y así separar la cocaína del kerosene y del resto de las grasas y ceras de la hoja de coca (Castaño, 2000). Se emplea este ácido en lugar de otros por ser muy común en el mercado, de bajo costo, fuerte y de baja volatilidad.
Este diagrama muestra esquemáticamente como se procesan las diferentes formas de cocaína fumables. El último paso para la obtención de “base libre” y “crack” es lo que vulgarmente se denomina “patraseo”. Basado en (Castaño, 2000)
Por último, se agrega amoníaco para precipitar la cocaína, que luego se filtra y se deja secar. Si bien hay otras formas de llegar a la pasta base, casi todas involucran las mismas etapas, con distinto orden pero el mismo fin de dar como resultado un polvo blanco amarillento, de consistencia pastosa y olor fuerte, que contiene un porcentaje variable de cocaína y que puede ser fumado.
Pero este producto es de “muy buena” calidad, así que en los laboratorios clandestinos de Sudamérica se lo adultera de dos formas (Pascale y otros, 2014; SEDRONAR, 2015):
Argentina se convirtió en el país con mayor consumo de paco de toda América Latina, superando a los países donde se inició este fenómeno. Las cocinas “familiares”, generalmente situadas dentro de las villas, suelen ser los lugares donde se puede comprar una dosis al mismo precio que un alfajor, por lo que esta droga y sus consecuencias sociales constituyen un paisaje cotidiano para muchos niños de Sudamérica, iniciados en el consumo a una edad cada vez más temprana. Imaginemos cuál puede ser el futuro de un chico que crece en este contexto. Pensar a un pibe de 9 como un adicto en recuperación era algo imposible hace algunos años y hoy es una realidad cada vez más frecuente (sería bueno que quienes hablan de “meritocracia” tuvieran en consideración este tipo de “detalles” que forman parte de la vida cotidiana de un montón de chicos).
• Con sustancias que aumenten el volumen: lactosa, talco, manitol, harina de trigo, polvo de ladrillo y azúcar morena.
• Con sustancias que se agregan para compensar la potencia perdida por el aumento del volumen: pueden ser anfetaminas o cafeína, que potencian el efecto estimulante, y anestésicos o analgésicos (lidocaína, procaína, benzocaína, fenacetina y aminopirina), con el fin de imitar el efecto anestésico local de la cocaína. En los últimos años, se ha detectado también la presencia de levamisol, un antiparasitario de uso veterinario que tiene la capacidad de aumentar los niveles de dopamina en el cerebro, con el objetivo de prolongar los efectos de la cocaína, pero que tiene un gran riesgo asociado por producir agranulocitosis (Pellegrini y otros, 2013).
Una vez en la mano, el paco puede ser consumido de varias maneras: en pipas de plástico o metal, inhaladores hechos con tapita de gaseosa, antenas de autos, focos de luz, y en ocasiones se fuma en cigarrillo mezclado con marihuana (“basoco”) o con tabaco (“tabasoco”). Estas últimas dos pueden ser las formas iniciales de consumo, previas al uso puro en pipas artesanales. Para empeorar la cosa, generalmente las dosis se acompañan con alcohol.
Al cuerpo
Debido a su vía de administración (fumado), el paco demora sólo 5 segundos en llegar al cerebro y generar sus efectos. Estos son similares a los del clorhidrato de cocaína e incluyen euforia, disminución de las inhibiciones, cambios en los niveles de atención, estado de alerta e hiperexcitabilidad, y aceleración de los procesos del pensamiento. Pero su efecto es tan potente como breve, y al caer bruscamente la euforia después de 15 minutos, aparece la angustia, la ansiedad, la inseguridad, el deseo incontrolable de seguir consumiendo y una profunda depresión con apatía, indiferencia sexual y hasta ideas suicidas (Damín y Grau, 2015). Para evitar esta etapa, los usuarios frecuentes se vuelcan hacia un consumo ininterrumpido, evidenciando el gran poder adictivo de las cocaínas fumables. Si el consumo se mantiene, se genera un cuadro paranoide, los usuarios se tornan suspicaces, desconfiados, se sienten espiados o perseguidos y hasta pueden aparecer ilusiones o alucinaciones visuales, auditivas y táctiles. Estos síntomas suelen desaparecer entre los 60 y 90 minutos después de que cesa el consumo y su persistencia indica la instalación de una psicosis paranoide en el consumidor crónico.
Al igual que el clorhidrato de cocaína, el consumo de paco puede causar hipertensión arterial y cardiopatía isquémica, convulsiones, infartos y hemorragias cerebrales (tanto en sobredosis como en el consumo crónico), aunque estos cuadros son raros de ver. Se asocia además con hepatotoxicidad, rabdomiólisis y falla renal. La asociación con otras drogas (como alcohol etílico) es frecuente y puede generar presentaciones clínicas atípicas e incrementar la gravedad de la intoxicación aguda. También es común una serie de comportamientos de riesgo para adquirir VIH/SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual, como un elevado número de compañeros sexuales, no usar preservativos y mantener relaciones sexuales a cambio de droga o de dinero para comprarla.
Pero el mayor daño que produce el paco es cerebral. Luego de algunos meses de consumo, aparece dificultad para la abstracción, para la organización, para analizar, sintetizar y observar; aparece un pensamiento rígido. Cuando el tiempo de consumo se prolonga, hay daño cerebral crónico, particularmente en la corteza prefrontal, lo que explica la predisposición a la conducta agresiva, particularmente durante el consumo o la abstinencia precoz (poco tiempo sin consumir), pudiendo llevar a episodios de violencia y delincuencia vinculados a la necesidad de seguir consumiendo (Paim Kessler y otros, 2012).
Lo anterior ha dado rienda suelta a la creencia popular de que el consumidor de pasta base tiene un cerebro frito y lleno de agujeros que es imposible restaurar, lo cual genera una estigmatización del usuario que no ayuda a su recuperación y posterior inserción en la sociedad. Si bien es cierto que cuanto mayor ha sido el tiempo de consumo, más difícil y menos probable es la recuperación de la funcionalidad de la corteza prefrontal, la práctica nos ha demostrado que el daño puede ser revertido a través de la abstinencia prolongada (Ferrando y otros, 2009).
Negocio redondo
La euforia hace olvidar el hambre y, junto con el potencial adictivo, hace que el paco genere un estado de abandono en los usuarios, con marcado descenso de peso o desnutrición. Todos estos síntomas llevan a la persona con dependencia de la sustancia hacia un estado de salud crítico y también a una pérdida de consciencia de su cuerpo.
¿Cómo llegamos a esta situación y por qué es tan difícil de erradicar? Pensemos. Si un pibe puede consumir más de veinte dosis diarias de paco, no hace falta usar lápiz y papel para sacar la cuenta del enorme beneficio que obtiene el narcotráfico al vender algo crudo no purificado. El paco es eso: una sustancia que se convierte en una mercadería que se vende muchísimo, que lleva a los pibes a convertirse en esclavos de los narcos y a consumir hasta morir, literalmente, mientras el Estado mira hacia otro lado y continúa apoyando las políticas que, en definitiva, iniciaron este fenómeno.
Referencias
Bibliográficas
Castaño, G. A. (2000). “Cocaínas fumables”. Adicciones, 12(4): 541-550.
Damin, C. y Grau, G. (2015). “Cocaína”. Acta Bioquím Clín L, 49(1): 127-134.
Ferrando, R. y otros (2009). “Alteraciones de la perfusión cerebral en consumidores activos de pasta base de cocaína”. Rev Psiquiatr Urug, 73(1): 51-62.
Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (ONUDD) (2013). “Pasta básica de cocaína: Cuatro décadas de historias, actualidad y desafíos”. Lima: ONUDD.
Paim Kessler, F. H. y otros (2012). “Crack Users Show High Rates of Antisocial Personality Disorder, Engagement in Illegal Activities and Other Psychosocial Problems”. Am J Addict, 21(4): 370-380.
Pascale, A. y otros (2014). “Consumo de pasta base de cocaína en América del Sur”. Washington DC: CICAD-OEA.
Pellegrini, D. y otros (2013). “Agranulocitosis por levamisol asociado a cocaína”. Medicina (Buenos Aires), 73(5): 464-466.
Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR) (2015). Caracterización química de las cocaínas fumables. Relevamiento realizado desde octubre de 2014 hasta febrero de 2015. Buenos Aires: SEDRONAR.