Así como 2020 fue un año horrible, el año en que vivimos en peligro, el que las generaciones futuras tal vez llamen “el año de la pandemia ”, 2021 probablemente será “el año de las vacunas contra COVID-19”, en el que lograremos controlar, aunque sea sólo en parte y de una manera profundamente frágil y desigual, esta pandemia. Pero vivimos tan enfocados en la coyuntura del día a día, y en lo que ocurre a nivel más local, que a veces es complicado alejarnos un poco para poder ver las cosas con un poco más de perspectiva, tanto en el tiempo como en el espacio.
¿Qué está pasando y qué puede pasar con este tema? ¿Qué es lo bueno, lo malo y lo feo de COVID-19 y sus vacunas?
Veamos dónde estamos, y hacia dónde vamos.
Lo bueno
Hay cosas que hicieron que esta situación sea más corta y menos dolorosa de lo que podría haber sido. Claro que es difícil verlas en el medio del caos, que nos fuerza muchas veces a pensar en el aquí y ahora, pero hay al menos tres cosas positivas que vimos en 2020 y que posiblemente continuarán en 2021:
Los avances científicos fueron extraordinarios en cantidad, calidad y velocidad
En solo un año, identificamos el virus y fuimos entendiendo —cada vez más— cuál es su efecto en los cuerpos humanos, qué síntomas suele generar, cómo se propaga y cuáles son sus debilidades. El virus SARS-Cov-2 fue identificado el 31 de diciembre de 2019 en China, y para enero su secuencia genética ya había sido compartida de manera abierta. Los tratamientos médicos fueron volviéndose más efectivos con el correr de los meses, a medida que íbamos aprendiendo e investigando. También se desarrollaron decenas de vacunas candidatas que están en distintas etapas de investigación. Para ponerlo en escala, la vacuna de la polio tomó varias décadas de desarrollo. Y para el VIH, 40 años después de identificarlo como el virus causante del sida, aún no tenemos una vacuna.
La colaboración global fue enorme
La actividad científica suele ser muy colaborativa, pero también es altamente competitiva. En este caso, los científicos y científicas fueron comunicando sus hipótesis y sus descubrimientos muy rápidamente y de manera muy abierta. La cantidad de casos confirmados, fallecimientos y otra información relevante fue también compartida y mantenida actualizada por la mayoría de los países, aunque con distintos niveles de calidad. Esa información estuvo la mayoría de las veces disponible no solo para los decisores y especialistas sino para la ciudadanía en general. Pero la colaboración global no se vio solo en ciencia, también se envió ayuda de algunos países a otros, en forma de profesionales de la salud o de recursos materiales.
Ya hay varias vacunas autorizadas (y habrá más en los próximos meses)
Como ya mencioné, detrás de las primeras pocas vacunas autorizadas hay decenas más de vacunas candidatas, de las cuales posiblemente muchas puedan ser autorizadas también en los próximos meses. La vacunación contra COVID-19 ya comenzó en algunos países (incluyendo el nuestro). Que esto esté ocurriendo a solo un año de haber identificado el virus es una hazaña. En los próximos meses, la proporción de personas protegidas probablemente irá aumentando y, en principio, cuando se llegue a un porcentaje alto a nivel global, eso podría alcanzar para llegar a la inmunidad de grupo: aunque no todas las personas estén inmunizadas (algunas por no haberse vacunado, otras por no haber logrado inmunidad con la vacuna), la proporción de los que sí lo están alcanzaría para impedir que el virus se pueda propagar. Este es el objetivo al que se busca llegar lo antes posible con la vacunación global contra covid 19. El valor exacto para alcanzar inmunidad de grupo está todavía en discusión, y eso también depende un poco de cuánto dure la inmunidad que produzca la vacuna, que puede ser de varios años, como con la del tétanos, o mucho más breve. Aún no lo sabemos. Incluso es posible que la inmunidad de grupo no se alcance, pero las vacunas igualmente servirían para lograr una protección a nivel individual, atenuando las consecuencias del virus y permitiéndonos convivir con él de una forma más amable.
Por otro lado, si bien algunas personas manifiestan desconfianza a las vacunas en general, y hacia éstas en particular, muy probablemente la enorme mayoría de la población se vacunará contra COVID-19 cuando tenga la posibilidad de hacerlo.
La vacunación contra COVID-19 ya comenzó en algunos países (incluyendo el nuestro). Que esto esté ocurriendo a solo un año de haber identificado el virus es una hazaña.
Lo malo
Más allá de esos aspectos positivos, es cierto que algunas cosas están bastante mal, y quizás se vuelvan más graves en los próximos meses. Es importante que estemos alertas, como primer paso para tratar de mitigar o resolver estos problemas.
Desinformación sobre tratamientos, vacunas, política pública, etc.
Se suele denominar como desinformación a una combinación de información distorsionada con información incompleta y también manipulada. Está presente en muchos temas, particularmente en situaciones como la que estamos viviendo, que generan angustia y son urgentes, y en las que hay alta incertidumbre. Es difícil prevenir o “curar” la desinformación, a tal punto que podemos hablar de una “epidemia de desinformación” o desinfodemia. La OMS incluso habla de infodemia que, además de la desinfodemia incluiría también una “epidemia” de exceso de información, una mezcla de lo relevante con lo irrelevante, que termina abrumando y provocándonos rechazo. En este contexto de infodemia, se vuelve muy difícil y agotador tener acceso a información correcta, completa y oportuna, lo que termina provocando que no podamos tomar las mejores decisiones posibles y, en algunos casos, que terminemos incluso tomando decisiones equivocadas.
En particular, en estos meses vimos una proliferación de desinformación y desconfianza sobre las vacunas. Esto incluye dudas razonables, y esas dudas deben ser conversadas de forma abierta, construyendo confianza y siendo transparentes, por ejemplo, respecto a su estado de avance y cómo la actividad coordinada global logró hacerlo tan rápido. Pero también la desinformación involucra otro tipo de ideas, que están más bien orientadas por el miedo y la otredad, por ejemplo, que las vacunas son una estrategia del poder para insertarnos microchips o que podrían cambiar nuestra información genética (ideas que difícilmente se combatan con información porque no constituyen dudas razonables sino narrativas puramente tribales). Esto influye en las decisiones sobre si vacunarse o no, lo que pone en peligro la posibilidad de alcanzar la inmunidad de grupo.
Politización de temas técnicos
Las cuestiones técnicas se deben basar en evidencias. En este contexto pandémico las evidencias a veces son confusas o incompletas. Hay cosas que se saben muy bien, se saben más o menos, o no se saben todavía. Pero aun si todavía no se sabe demasiado sobre algo, un análisis técnico considera exactamente eso y espera a que vayan surgiendo evidencias más contundentes. De por sí es una situación compleja, pero lo que vimos este año es que, a veces, temas técnicos se terminan volviendo partidarios, lo que genera aún mayor confusión. Y, en consecuencia, se acaba tomando decisiones individuales o colectivas que hacen a un lado lo que se sabe. Vimos esto con bastante claridad en Estados Unidos, en donde el uso de tapabocas—que ya queda claro que es muy útil para dificultar la propagación del virus— se alineó mucho con la afinidad partidaria: los demócratas tendían a usarlo con mayor frecuencia que los republicanos. Esto no quiere decir necesariamente que los demócratas siguen la evidencia y los republicanos no. Se puede hacer la cosa correcta por las razones equivocadas. De hecho, puede que el uso del tapabocas por parte de demócratas tenga que ver también con cuestiones ideológicas, con la necesidad de mostrarse preocupados por los demás, una manera indirecta de decirle a la comunidad que ellos son moralmente “buenos”.
En particular, las vacunas contra COVID-19 también parecen estar politizándose mucho, no solo en Argentina sino en otros países. América Latina en general, y Argentina en particular, están entre los territorios que peores resultados sanitarios han tenido en la pandemia (en términos de muertos por millón de habitantes). Es posible, aunque todavía no es algo que esté claro, que esto esté causado por la similaridad económica y social entre los países, ya que distintas políticas han dado más o menos el mismo resultado (con la excepción, por ahora, de Uruguay). Como se partidizó la respuesta a la pandemia, se partidizó también la discusión de los resultados de esa respuesta, que debería ser, en ambos casos, siempre técnica y basada en información confiable y objetiva. Lejos de eso, se convirtió en una exhibición de lealtades, lo que termina retroalimentando el problema porque erosiona aún más la confianza en los datos y las políticas sanitarias.
A todo esto, la distancia entre el público general y las instituciones no ayuda. Y ni hablar de la dificultad del acceso a datos completos y de calidad, o inclusive la forma en la que se generan narrativas tribales sobre ese acceso.
Disminución en la confianza en las vacunas y en la vacunación
Vacunas y vacunación no son lo mismo. Las vacunas son una sustancia producida en un laboratorio, mientras que la vacunación es todo el proceso que va desde la fabricación de la vacuna, la comunicación pública sobre la iniciativa, la logística de almacenamiento, transporte y distribución, la aplicación de la misma, etc. No podemos tener vacunación sin vacuna, claro, pero podríamos tener vacuna sin vacunación si nadie fuera a aplicársela. Para que las personas decidan vacunarse, hace falta que confíen en todo el proceso de vacunación. Esa confianza es muy difícil de ganar y muy fácil de perder.
Es razonable, en este contexto pandémico, que tengamos vacunas aplicadas aun sin haber terminado su fase 3 de investigación (eso son las autorizaciones de emergencia, que se basan en resultados preliminares ante situaciones donde es peor no tener vacuna que tener una de la que no estamos aún 100% seguros). Pero si el proceso no es transparente, si la comunicación no es objetiva, clara e inteligente, lo que vamos a terminar logrando es que la duda razonable (que se supera con argumentos razonables) se convierta en una duda irracional (que no se supera con nada). Y lo peor es que la duda razonable sobre las vacunas COVID, si no se trata adecuadamente y a tiempo, se podría convertir en una duda irracional sobre todas las demás vacunas.
Y lo peor es que la duda razonable sobre las vacunas COVID, si no se trata adecuadamente y a tiempo, se podría convertir en una duda irracional sobre todas las demás vacunas.
Lo feo
Lo feo es eso que está y que no sabemos o podemos manejar muy bien. Eso a lo que tendremos que adaptarnos nosotros y, nos guste o no, tendremos que lidiar con ello.
Incertidumbre
En esta situación inédita nadie sabe bien qué va a pasar y qué es lo que habría que hacer. Los humanos odiamos la incertidumbre: preferimos perder una batalla a no saber cómo termina. Pero no es una buena idea perder para estar seguros, y siempre es mejor seguir peleando e intentando, conscientes de que la incertidumbre es el mar en el que nadamos siempre.
Nuestros políticos, comunicadores y dirigentes suelen intentar reducir la incertidumbre en sus discursos. Hacen mal: comunicar la incertidumbre, educar acerca de riesgos y ser transparente ayuda a construir confianza. A medida que sus predicciones se realicen, vamos a tender a verlos como líderes prudentes, confiables y transparentes, que no prometen lo que no se puede cumplir. La Organización Mundial de la Salud también menciona la importancia de comunicar la incertidumbre con “consistencia, transparencia, empatía y de manera proactiva”, como una manera de lograr mayor aceptación de las vacunas en el grupo de personas que hoy dudan sobre si aplicárselas o no.
Nadie nos puede decir “tal día volvés a tu vida prepandemia”. Aun si las vacunas funcionaran perfecto, alcanzaran para todos, se lograra aplicarlas y nadie dudara, se estima que lograríamos niveles mínimos de inmunidad de grupo (cerca del 50% de la población global inmunizada) en un año. Y para recuperar la economía, la atención de enfermedades que fueron dejadas de lado por la pandemia, la educación, la vida social, y las otras cosas que perdimos, no hay fechas ciertas. Tal vez faltan 3 años para esto, según estiman algunos especialistas. Solo tal vez. No lo sabemos y tendremos que acostumbrarnos a este no saber.
Gradualidad
No habrá un “primer día de pospandemia”, o un “último día de pandemia”. Durante 2021 se irán vacunando muchas personas a medida que las vacunas vayan llegando (muchos tendremos que esperar meses). Pero aun así, es posible que durante todo el año debamos seguir con uso de tapabocas, distancia social, lavado de manos, y otras medidas, incluso las personas vacunadas.
El virus llegó para quedarse. No lo vamos a extinguir. Esto no es una carrera de 100 metros, y ni siquiera 420 carreras de 100 metros. Son los 42 kilómetros de la maratón. Felicitémonos por nuestros logros parciales, que no son pocos, pero no creamos que ganamos la carrera. Hay que abandonar la mentalidad de “bala de plata” que resuelve el problema de un día para el otro, dejar de esperar que vengan Los Vengadores y reviertan lo que hizo Thanos. Lo que se requiere es un esfuerzo global, colectivo, transparente, y sostenido en el tiempo.
Limitaciones, problemas, errores
Vivimos en una economía de la abundancia como nunca antes en la Historia. En general, si queremos algo, y tenemos con qué pagarlo, alguien va a fabricarlo para nosotros. Con las vacunas para COVID no es así, y no lo será por bastante tiempo. Hay cuestiones concretas que están limitando la disponibilidad de vacunas, más allá de las investigaciones sobre eficacia y seguridad: capacidad de producción, logística de guardado, transporte y distribución. Son cosas aparentemente tan triviales como cuántos frasquitos de vidrio para vacunas se pueden fabricar en determinada cantidad de tiempo, o cuánto espacio de guardado hay para conservar determinada vacuna en determinadas condiciones de temperatura.
También hay problemas. En la incertidumbre rara vez hay decisiones binarias. Las cosas no son usualmente todo o nada. Hay que evaluar riesgos vs. beneficios: se busca tomar las mejores decisiones posibles a partir de las mejores evidencias disponibles, sabiendo que nueva evidencia puede dar vuelta nuestra decisión en el futuro. Esto significa que seguramente aparecerán problemas con las vacunas (efectos adversos graves que no sean provocados por la vacunación, pero que al ocurrir poco después parezca que son una consecuencia de ella, y también efectos adversos graves que sí sean provocados por la vacunación). Cuando eso pase —estadísticamente hablando es muy probable que en algún momento pase— tenemos que entender que mientras el beneficio supere el riesgo por amplio margen, sigue siendo la mejor decisión posible. Recordemos que no vacunarnos, buscando así eliminar este riesgo potencial, lo que hace es exponernos —y exponer a otros— al riesgo de la enfermedad. No hay opción sin riesgo, y por eso tenemos que evaluar los riesgos muy bien, a nivel individual y a nivel colectivo.
De la misma manera el proceso de procurar la vacuna es no solamente un proceso científico sino también económico, político y hasta geopolítico, en el cual se van a tomar decisiones imperfectas con información incompleta y a riesgo. Desde la decisión de comprar una o más vacunas en desarrollo, de manera potencial y futura, con el objetivo de asegurar las dosis, hasta la capitalización económica y política de éxitos y fracasos, así como de percepción pública de éxitos o fracasos.
Tenemos que prepararnos mentalmente también para los errores, que los hubo, los hay y los seguirá habiendo. Seguramente en estos meses ocurra en algún lado, alguna vez, algo de esto: mercado negro de vacunas, falsificación de vacunas, lotes extraviados o que perdieron cadena de frío, faltantes de jeringas, etc. De hecho, algunas de estas cosas ya ocurrieron. Es posible que algunas cosas fallen: que no logremos aplicar las segundas dosis a todo el mundo, que los registros tengan falencias y no estemos seguros de a quién se le deben aplicar, que la logística fracase, al menos temporariamente, a medida de que nos alejamos de los centros urbanos, que la asignación de recursos económicos sea subóptima o inadecuada, etc.
Los errores deben prevenirse, detectarse, entenderse y corregirse, incluso si implica cambiar cosas o personas, pero no son un motivo para detener nuestra marcha hacia lograr inmunidad y empezar a volver a lo que nuestras vidas eran antes del brindis de fin de año del 31 de diciembre de 2019.
Lo que viene
Se vienen meses complicados, tal vez más complicados que en 2020, al menos en el eje salud.
Si todo esto nos sirvió para algo, fue para aprender. No es mucho consuelo, pero es lo que hay. Aprendimos que las pandemias están siempre ahí, que la dinámica del mundo global contribuye a su expansión planetaria, pero que la misma dinámica es la que nos permite colaborar en combatirla en tiempo récord. Aprendimos que vivimos en la incertidumbre (antes también, pero no lo teníamos muy presente), y que podemos aprender a vivir teniendo en cuenta la incertidumbre en nuestras vidas. Aprendimos que no hay variables aisladas, que la salud no es solo COVID sino muchas otras cosas. Que tomamos decisiones que no son completamente libres, pero que tampoco son irrelevantes. Que tenemos que mirar la salud pero también la pobreza, la economía, la educación, las relaciones sociales. Lo que sigue no es fácil, pero tampoco es imposible, y tenemos al mismo tiempo razones para ser cautelosamente optimistas y para empezar a pensar todas las cosas que tenemos que cambiar para la próxima. Porque habrá una próxima.
20/01/2021