Durante más de un millón de años, los Homo erectus prosperaron y se convirtieron en la especie homínida dominante, ocupando casi toda África y parte de Europa y Asia. Qué empujó a Homo erectus fuera de África es un tema de intenso debate. Debido a que estos humanos evolucionaron en la sabana, una hipótesis posible —como ya vimos— es que hayan salido en busca de pastizales arbolados fuera de África a medida que cambiaba el paisaje debido al proceso de aridificación que estaba atravesando el clima de nuestro planeta. Pero esta idea se puso en duda con los hallazgos de restos fósiles de Homo erectus en regiones que eran bosques frondosos y selvas húmedas hace 1,5 millones de años, lo que sugiere que eran capaces de desenvolverse con mucha soltura en varios ecosistemas distintos. Quizás, simplemente su curiosidad los llevó al siguiente valle donde encontraron algo que les llamó la atención o les gustó. Una fruta nueva, un lago deshabitado, animales fáciles de atrapar o una temperatura más confortable. No tenían mapa y no sabían hacia dónde se dirigían, pero contaban con sus hachas de mano y el conocimiento necesario para aprovechar el fuego donde fuera que apareciera. Podían cocinar, protegerse de los predadores nocturnos y socializar. Así los Homo erectus se las ingeniaron para atravesar colinas y recorrer el mundo.
El espíritu aventurero de esta increíble especie de humanos arcaicos se mantuvo como un legado en las futuras generaciones que, al igual que sus antepasados, también salieron de África en busca de un nuevo paisaje al que llamar hogar. Una de ellas fue Homo heidelbergensis. Originada hace unos 800.000 años a partir de una población de Homo erectus que permaneció en el continente africano,14Al igual que Homo erectus, Homo heidelbergensis salió de África y habitó parte de Europa y Asia. tenía el mismo tamaño y forma corporal que su antecesor pero se diferenciaba por su frente más alta, cara más ancha y plana, y un cerebro un 30% más grande, de unos 1200 cm3. Esta expansión se asoció a un aumento de las capacidades cognitivas de los humanos, que les permitió desplegar un conjunto de habilidades y tecnologías novedosas para manipular y moldear su entorno. Hay evidencia de que esta especie era capaz de construir refugios de roca y madera de hasta 15 metros de largo, donde podían alojarse varias familias. Esto requiere de una gran capacidad de abstracción y de enseñanza, por lo que es probable que estos humanos también hayan tenido un lenguaje más desarrollado. Fue de esta especie de la cual emergieron posteriormente los neandertales (Homo neanderthalensis) a partir de las poblaciones de Homo heidelbergensis que vivieron en la fría Europa hace unos 400.000 años, y nosotros (Homo sapiens), de una población africana hace unos 300.000 años. Durante esta separación y debido a los ambientes diferentes en los que vivían, estos dos grupos de humanos más modernos desarrollaron una anatomía distintiva: los neandertales se volvieron bajos y corpulentos, y los sapiens, altos y delgados.15Si bien hay mucha variación dentro de las especies, e incluso solapamiento entre ciertas características, esta descripción es una buena generalización. Además, en ambos linajes el cerebro aumentó de tamaño hasta llegar a los 1400 cm3 en promedio. Esto se tradujo en mejores herramientas, mejores armas, lenguaje más complejo, mayor cooperación, arte, simbolismo y, en el caso de sapiens, naves interplanetarias.
De nuevo, el cerebro más grande y una cognición más compleja fueron seleccionados por múltiples causas, pero indudablemente el clima fue la fuerza fundamental detrás de semejante transformación. La variabilidad climática que comenzó hace unos 3 millones de años se acentuó profundamente en los últimos 800.000. En líneas generales, hubo una tendencia hacia el enfriamiento, pero ocurrieron una serie de ciclos de calor y frío con diferencias de hasta 8 ºC en la temperatura promedio. Para completar el paquete, una glaciación cada 100.000 años. Este escenario de incertidumbre climática y variabilidad ambiental supuso una catástrofe para las especies de humanos que caminaban sobre el planeta, y causó la extinción de casi todas. Cuando se produce un cambio ambiental radical, las especies animales que no mantienen el ritmo se extinguen, pero las que sobreviven lo hacen siguiendo tres caminos posibles: se desplazan en busca de su hábitat favorito, se adaptan a los nuevos ecosistemas, o evolucionan hacia una especie que puede habitar diferentes ambientes. En los primeros dos caminos, las especies mantienen comportamientos especialistas, lo cual puede ser muy ventajoso si el cambio no vuelve a suceder. Pero si el entorno vuelve a ser muy variable, como ocurrió en el último millón de años, resulta más ventajoso convertirse en una especie generalista con comportamientos que permitan hacerle frente a condiciones impredecibles.
Existen numerosos ejemplos de grandes mamíferos que habitaron África hace unos 800.000 años sustituidos por parientes modernos no tan especializados en un ecosistema o dieta particular. La cebra Equus oldowayensis tenía dientes adaptados a comer sólo pasto, y fue reemplazada por la cebra moderna, que puede alimentarse tanto de pastos como de ramas y hojas de arbustos y árboles. El babuino fósil Theropithecus oswaldi vivía exclusivamente en el suelo y consumía pastos, mientras que su pariente actual, el Papio anubis, es omnívoro y se desplaza con facilidad por el suelo y los árboles. El Hippopotamus gorgops era exclusivamente acuático y fue relevado por el hipopótamo actual, capaz de recorrer largas distancias para trasladarse de charco en charco. Los humanos siguieron el mismo camino. El antropólogo Rick Potts afirma que cada una de las grandes adaptaciones que llevaron a los homínidos a ser animales cada vez más generalistas —tanto la bipedestación y el consumo de carne como el uso de herramientas de piedra y el aprovechamiento del fuego— estuvo relacionada fuertemente a cambios en el clima. Pero la variabilidad en el clima durante los últimos 800.000 años fue demasiado intensa, incluso para los humanos generalistas y exitosos como Homo erectus, Homo heildebergensis y neandertales.16En 2016 se analizaron los huesos de un grupos de neandertales que vivieron en lo que hoy es España hace 45.000 años, y se encontró que tenían claras señales de malnutrición y marcas de corte hechas con piedra, por lo que no sería raro que hayan sido atacados por otra tribu neandertal igual de hambrienta. Los neandertales se extinguieron hace sólo 40.000 años. Es probable que sólo hayan podido sobrevivir aquellas poblaciones con los cerebros con mayor capacidad de procesamiento y almacenamiento de la información, hábiles para planificar con antelación, resolver problemas abstractos y producir soluciones versátiles a los nuevos y diversos retos de supervivencia. Y que hayan tenido un poco de suerte, claro.
Mientras que durante este período todas las especies humanas se extinguieron, los sapiens se expandieron por todo el mundo. Pero no la tuvieron tan fácil. Se cree que los sapiens salieron de África hace menos de 80.000 años, empujados probablemente por una gran sequía que azotó el continente, agravada por la explosión del supervolcán Toba, que sumió al clima mundial en un invierno de varios años. Aun así, los sapiens prosperaron y ocuparon Europa, donde se encontraron con los neandertales, con quienes se pelearon y procrearon, atravesaron Asia y navegaron hacia Oceanía y Australia, para luego cruzar el estrecho de Bering y caminar sobre América.
Pero, de nuevo, para darle de comer al cerebro, los humanos tuvieron que ingeniárselas para consumir más energía y nutrientes. Por eso, durante el último millón de años surgieron técnicas de caza más eficientes que podían proveer de la misma o mayor cantidad de tejidos animales con menos esfuerzo y riesgo. Los nuevos cerebros permitieron innovar las armas usadas para la cacería, como las lanzas de madera y punta afilada de los Homo heidelbergensis, que podían clavarse directamente o quizás arrojarse a una distancia prudente. La inclusión de puntas de piedra fue una mejora monumental, porque una piedra afilada puede penetrar mejor la gruesa piel de un mamut y dañar gravemente algún órgano vital, como el hígado o los intestinos. Estas puntas también podrían haber sido de hueso, mucho más fácil de moldear que la piedra, pero que necesita más delicadeza para su confección. Dichas armas fueron usadas tanto por los neandertales como por los sapiens, pero nuestra especie pasó al frente con una invención sin precedentes hace unos 60.000 años: el arco y la flecha. Esta arma funciona de una manera similar a una lanza con una punta filosa, pero al ser más pequeña, no necesita de la ejecución de un movimiento exagerado para ser arrojada: la flecha es propulsada por la cuerda del arco velozmente y con gran precisión, lo que la hace ideal para capturar animales pequeños y medianos como peces, conejos y jabalíes, aunque también era útil para cazar animales grandes. Además, al ser más livianas que una lanza, un arquero podía llevar hasta unas treinta flechas consigo, lo que le permitía múltiples tiros y aumentaba su probabilidad de éxito. Otra invención más reciente es el atlatl o lanzador de lanzas, un instrumento en el que se apoya un extremo de la lanza y se hace palanca para arrojarla; esto incrementa la potencia y precisión del tiro. Sin embargo, todas estas armas que se lanzan a lo lejos no hubiesen sido posibles sin la adquisición de una habilidad única de los humanos: arrojar piedras con gran precisión.
Los humanos continuaron practicando la cacería de persistencia para capturar herbívoros de tamaño mediano, pero algunos animales de gran envergadura como rinocerontes, elefantes y bisontes daban batalla y requerían de enfoques distintos. Acorralar a un mamut y empujarlo por un precipicio era una posibilidad, pero el precipicio no siempre está presente. De modo que, a medida que aumentaba la creatividad en la elaboración de técnicas de caza, también se desarrollaron mejores estrategias, especialmente después de que se extinguieron todos los animales de gran tamaño. Cazar animales lo suficientemente grandes como para alimentar a varias familias requería una asombrosa capacidad de visualizar escenarios futuros y anticipar los movimientos de la presa. Esta habilidad mental se complementó con un lenguaje cada vez más elaborado: la comunicación clara y precisa era esencial para asegurar que todos los miembros del grupo entendieran la estrategia y trabajaran en armonía. Cada uno desempeñaba un papel crucial en la caza, ya sea distrayendo a la presa, lanzando proyectiles o dirigiendo la operación en su conjunto. Así, con estas armas nuevas y gracias a ingeniosas estrategias, los humanos cazaron a todos los animales grandes que tenían a su alcance, y contribuyeron (junto con la variabilidad climática que mencioné antes) a que se extinguiera la megafauna en todos los continentes.17Esto fue particularmente notable en los continentes que recibieron la llegada de los humanos hace relativamente poco tiempo, como Australia y América. Estas vastas regiones albergaron una diversidad de magníficas criaturas de gran tamaño, como el gliptodonte y el canguro gigante, que repentinamente desaparecieron después de que los humanos pisaran el territorio. Este evento nos recuerda que la convivencia entre los humanos y la naturaleza no siempre fue un equilibrio armonioso. La creatividad de los humanos se extendió también al perfeccionamiento de las técnicas de cocción, mejorando aún más la calidad de los alimentos. En un principio, los alimentos simplemente se exponían al fuego o se los arrojaba a las brasas calientes durante un corto período de tiempo. Sin embargo, a medida que el conocimiento y la experiencia en el manejo del fuego se expandía, surgieron técnicas más sofisticadas de asado y cocción. Estas técnicas permitieron un mayor control sobre la temperatura y la exposición de los alimentos al calor, lo que a su vez mejoraba su sabor, textura y digestibilidad. Los hornos de tierra representaron una innovación culinaria que transformó de manera irreversible la forma de cocinar. Esta técnica ancestral se ha transmitido de generación en generación, y hasta el día de hoy sigue siendo apreciada por su capacidad de crear comidas deliciosas y nutritivas. La construcción de un horno de tierra comienza con la excavación de un hoyo en el suelo, que se llena con piedras resistentes al calor como el canto rodado. Luego, se coloca una pila de leñas encima y se enciende un fuego generoso en la superficie hasta que las piedras quedan al rojo vivo. Se retiran las brasas para colocar ramas u hojas verdes, sobre las cuales se apoyan los alimentos crudos. Se tapan los alimentos con hojas y tierra para crear un ambiente de cocción hermético, y al cabo de unas horas se destapa y se disfruta de una comida tierna, sabrosa y nutritiva. En el horno de tierra los alimentos se cocinan en su propio jugo con el calor emanado por las piedras, pero también con la humedad de las hojas cuando se tiene acceso a ellas, lo que significa que la comida se cocina también al vapor. Resulta ideal para cocinar grandes cantidades de comida, como después de una buena cosecha de tubérculos o de capturar un animal grande. Su implementación requiere de paciencia, pero la recompensa es alta.
El desarrollo de utensilios rudimentarios permitió una distribución más uniforme del calor y facilitó la preparación de platos más elaborados. Las piedras planas se convirtieron en herramientas versátiles: si se las colocaba sobre el fuego, podían funcionar como planchas, ideales para cocinar alimentos grasos y pedazos delgados de carne, como pescado. La utilización de recipientes fue otro progreso que permitió un mayor control sobre la cocción y aprovechamiento de los nutrientes por reducir el desperdicio. Las ollas de cerámica y de barro son inventos muy recientes, pero es más que seguro que son el producto de la mejora de recipientes primitivos menos eficientes. En la cocina prehistórica, se descubrió que objetos cotidianos podían ser aprovechados como utensilios de cocina. Por ejemplo, la tapa de un mejillón puede servir para cocinar pequeños trozos de carne o tubérculos, e incluso semillas. El caparazón de una tortuga no tendría nada que envidiarle a una olla moderna para cocinar granos y verduras. Incluso sin utensilios sofisticados, los humanos encontraron formas simples pero efectivas de contenedores aprovechando que el agua absorbe el calor. Por ejemplo, una hoja verde de gran tamaño (como la del banano) o un pedazo de cuero de un animal podían ser utilizados para hervir agua. Al colocarlos en un pozo y llenarlos con agua, y luego calentarlos con piedras previamente expuestas al fuego, se pueden ablandar muchos alimentos vegetales. A medida que se refinaban las técnicas de cocción, los humanos comenzaron a explorar la combinación de ingredientes, condimentos y especias naturales para mejorar aún más el sabor y la variedad de sus comidas, satisfaciendo sus necesidades nutricionales y enriqueciendo la experiencia gastronómica, que es otra de las tantas formas de expandir la conciencia.