Pero comer no se trata sólo de poner en la balanza los riesgos y los beneficios de todo lo que uno se lleva a la boca. También implica disfrutar de los sabores, compartir momentos con seres queridos y explorar la diversidad cultural a través de la comida. La relación que tenemos con los alimentos va más allá de las meras consideraciones de salud. Si bien es cierto que algunos alimentos pueden tener riesgos potenciales, no debemos obsesionarnos con ellos ni permitir que dicten por completo nuestras elecciones alimentarias. Sin embargo, no se puede obviar que comer es un acto frecuente y cómo lo hagamos puede impactar negativamente en nuestro bienestar o ayudarnos a optimizar nuestra salud para vivir vidas plenas. Un enfoque equilibrado no busca eliminar por completo los alimentos que consideramos “riesgosos” (a menos que así se desee), sino encontrar un punto que nos permita disfrutar de una variedad de alimentos y al mismo tiempo cuidar de nuestra salud. Por suerte, y pesar de todo este embrollo, existen algunos mensajes claros para llevarse a casa y practicarlos.
En primer lugar, el mejor camino es que la mayoría de los alimentos que se consuman sean frescos y mínimamente procesados. Los ultraprocesados son un invento fabuloso que nos llena el paladar de alegría, pero deben ser una excepción más que la regla y no se deberían consumir en grandes cantidades. En segundo lugar, es una buena idea copiar la práctica Hara Hachi Bu de los habitantes de Okinawa para evitar comer hasta explotar, y así prevenir una acumulación innecesaria de grasa en el cuerpo (y que además sea difícil de eliminar). En tercer lugar, que los protagonistas de todas las comidas sean los alimentos de origen vegetal, como frutas, verduras, legumbres, cereales, frutos secos y semillas. Agregar más especias en el día a día les otorgará a los platos sabores novedosos y al cuerpo una ayuda contra la inflamación. Si los alimentos de origen animal están presentes en la dieta, que se consuman con moderación. De optar por las carnes, mejor la carne de pescado y después la de pollo, y limitar las carnes rojas a una o dos comidas a la semana. En resumen, como dice el escritor Michael Pollan, “comé comida (no ultraprocesados), no demasiada, principalmente plantas”.
Esta manera de alimentarse, en donde las plantas proveen la mayor parte de las calorías, es probablemente la mejor forma de extender los años libres de enfermedad. De la muerte no se salva nadie, pero con pequeños cambios en la alimentación es posible mejorar la calidad de vida, retrasar el envejecimiento, compartir más tiempo con nuestros seres queridos, vivir más experiencias y gastar menos dinero en atención médica y fármacos. La medicina moderna ayudó a mejorar la salud pública de muchas maneras: reduciendo la mortalidad infantil por enfermedades infecciosas gracias a las vacunas y los antibióticos, salvando millones de vidas gracias al manejo adecuado de las urgencias médicas y hasta empujando el límite de lo posible gracias a las terapias intensivas. Pero los conocimientos no se volcaron a mejorar la calidad de vida de adultos y ancianos. Pareciera que es normal pasar los 40 años y tener un diagnóstico de diabetes tipo 2 o una arteria tapada, y la oferta terapéutica prevalente está dominada por medicamentos que sirven para transitar el resto de la vida enfermos pero relativamente estables. Como mencioné en el capítulo 1, las comunidades cazadoras-recolectoras tienen mucho para enseñarnos sobre cómo vivir para alcanzar un envejecimiento activo y saludable, y una de estas enseñanzas es su alimentación. Las investigaciones son consistentes en que las dietas basadas en plantas (ricas en fibras, vitaminas, minerales y fitoquímicos) tienen un interesante potencial para reducir el riesgo de enfermarse y morir por una enfermedad crónica, como la diabetes tipo 2, el Alzheimer, los infartos al corazón, la isquemia cerebral o el cáncer de colon. Por este motivo, son muchas las organizaciones científicas que están alentando a las personas a que se animen a incorporar más plantas en su día a día. Si algo nos enseñó la pandemia por COVID-19 es que fortalecer nuestros cuerpos mediante una alimentación saludable es una de las mejores apuestas que podemos hacer por nuestra salud individual y colectiva.