Lo único más difícil que sentarse y escribir una nota sobre la muerte es morirse y escribir una nota sobre la muerte, ya que no debe existir en la historia de la humanidad tópico más desconcertante y tabú que el ocaso de la vida. Esa tele apagada que no está apagada, sino que está, por ahora, irreversiblemente rota.
Podría arrancar tejiendo varios párrafos en los que diera cuenta de lo misterioso y enigmático que es ese momento en el que la parca te manda whatsapp de ‘llego en 15’. Hace milenios que venimos revoleando hipótesis sobre si existe la vida después de la muerte. Loco, ¿ no? ‘La vida después de la muerte’. Es como hablar del primer plato después del postre o de la infancia después de la adolescencia. Raro. Pero bueno, demos una oportunidad a la esperanza y un respiro al escepticismo. Y acá es cuando la cosa se pone re Cortázar wannabe. ‘El lector queda invitado a elegir una de las posibilidades siguientes’: se puede saltar el párrafo a continuación que, Spoiler Alert, revela el final de la nota, o se puede leer. En caso de optar por la segunda opción, usted ha concluido la lectura.
Cuando te morís, te morís.
Veamos qué pasa cuando nos morimos. Imaginemos que el Obelisco es la muerte, algo bastante fácil de imaginar; casi el fin de la metáfora. Hay un montón de formas de llegar al Obelisco: Corrientes, Diagonal Norte, 9 de Julio, paro cardíaco, falla renal, etc, etc. No sabemos bien cómo, pero sí estamos seguros de que, por ahora, todos vamos a terminar en el Obelisco para hacer el último trámite. Ricos y pobres, buenos y malos, Divinas y Populares, por caminos diferentes, vamos todos hacia el mismo lugar.
Muerte: pérdida de la homeostasis en un organismo. O sea, es la pérdida de la capacidad de controlar y mantener estables las condiciones fisiológicas internas. Básicamente quiere decir que el debe y el haber con el entorno se te complicaron mal. En una bacteria o en cualquier bicho unicelular esto es fácil de ver, pero la cosa se pone áspera cuando aparecen los tejidos y los órganos. Una respuesta rápida sería pensar que, cuando una cantidad importante de células de un órgano pierde su homeostasis, lo mismo ocurre con el órgano, y ponele que se te murió el hígado. Pero parece que con eso no alcanza. Se te puede ‘morir’ un riñón y seguís en carrera, y hasta podrías prescindir de un pulmón o andar con un corazón artificial porque el tuyo te dejó a pata. Vas a tener que suspender el fulbito de los jueves, pero vivo estás.
Tanto lío por el tema de la muerte y ahora parece que es imposible morirse. Ayudita que saqué del Morirse For Dummies: todo pasa por la cabeza. Como siempre. La quedamos posta cuando el órgano que deja de funcionar es el cerebro. El resto del equipo es necesario, obvio, pero, afortunadamente, cada vez más sustituible o emparchable. Lo que mata no es la humedad, lo que mata es el cerebro. Nos morimos cuando dejamos de ser, y somos nuestro cerebro, sea de la calidad que sea.
La pregunta de qué hay después de la muerte no es tan desafiante. Y la respuesta es bastante universal para cualquier ex ser vivo. Entramos en una descomposición poco agradable en donde no podemos decir que pasamos a mejor vida, pero sí a alguna vida. Porque, por más tirabolsa que hayas sido, de muerto te volvés re eco-friendly. Siempre hay uno que vive de los desechos del otro. Primero la carne, después el hueso, hasta que dejamos de existir. Pero arriba ese ánimo, que en realidad ya habíamos dejado de existir antes.
Esa parte sí es más flashera y encuentra a la ciencia poniéndose la gorra, como siempre, contra el delirio místico, las alucinaciones y las fantasías comprensibles de quienes no quieren morir muertos (como si fuese opcional). Este neurohisteriqueo fue ampliamente estudiado en los últimos años. Volver de la muerte es más o menos como entrar a bañarse y salir de la ducha diciendo que venís del kiosco. De la muerte no se vuelve, Will, aunque sí existen increíbles grises de la conciencia; estados neurológicos patológicos o inducidos experimentalmente, que tienen que ver con los legendarios relatos sobre experiencias extracorporales, luz al final del túnel y ver el trailer del documental sobre tu vida.
Lo que pasa en una experiencia cercana a la muerte es que se te traspapelan un par de estados de la conciencia. Cuando soñamos, transitamos el llamado estado REM. En esta etapa, hay un cachito de corteza cerebral —la corteza prefrontal dorsolateral, una región relacionada con el control racional del pensamiento— que está inactiva. Ocasionalmente, esta zona puede activarse durante el sueño y tenemos los llamados ‘sueños lúcidos’, en donde te das cuenta de que estás soñando y hacés todo lo posible por escapar o por permanecer, dependiendo de tu suerte onírica. Cuando se te apaga la tele pasa algo parecido pero al revés, y pasás por un vacío legal cerebral en donde tenés un pie en la conciencia y otro en la inconsciencia. Ahí es cuando te ves untado en el pavimento viendo como el de la ambulancia te saca la billetera.
La sensación de luz al final del túnel tiene un poco que ver con ese paso al estado REM (en donde se activa la corteza visual) y con el hecho de que se están inactivando las células de la retina por falta de irrigación sanguínea, desde afuera hacia adentro, dando esa sensación de túnel. Algunos de estos locos estados de la mente se pueden inducir con estimulación eléctrica del cerebro, con drogas y, claro, con un 60 que no advertiste porque estabas tirando tu último tuit.
Así vamos a encontrar cientos de investigaciones que demuestran lo terrenal de lo místico. Quien vive para contarla está en todo su derecho de haber alucinado, pero todo tiene una explicación comprobable y medible.
Es que, claro. Nadie quiere dejar de jugar al juego de la vida que, dentro de las limitaciones coyunturales de cada ser, tiene un poco de Rayuela o de Elige Tu Propia Aventura; hasta el desenlace, el final común, el Obelisco. Pero no es para tanto. Salvando la agonía o el dolor de una enfermedad que nos está contando los días, cuestión para nada menor, no hay de que preocuparse. De verdad. La angustia real será de los que quedan y extrañan, los que todavía existen, los que todavía son.
‘Vida después de la muerte’ es oxímoron. Después de la muerte no hay nada. No lo hay para nosotros ni para ningún ser vivo. La naturaleza es justa. Si no existe el cielo de los perros, tampoco existe el de los humanos.
Cuando te morís, te morís.