Los medios de transporte nos enfrentan a un sistema bayesiano de generación y ajuste de un modelo predictivo que, básicamente, apunta a tratar de descular quién es el primer carnal que se va a bajar y a dejarnos reposar nuestros posteriores para que retocen en la vibración transportística.
Esa mañana armaste la mochila, planeaste todo el día y tenés la SUBE en la mano. Te subís al bondi en cuestión, felicitás a tu sistema predictivo por el señor desconcertantemente peinado que se baja y asomás la cara por la ventanilla de tu bien ganado asiento hasta que, de pronto, empezás a transpirar, a ponerte ‘blanco teta’, a babear y a sentirte mal. Un lunes cualquiera.
El babeo empieza debido a la inconsistencia conceptual que abaraja nuestro cuerpo al estar sentado y, sin embargo, moverse. La sensación de equilibrio es una fina tarea ejecutada por el sistema nervioso central que, mediante la recepción de una bocha de información que viene desde los ojos, los oídos, los músculos, los huesos y las articulaciones, intenta procesar integradamente los datos para entender cómo está posicionado el cuerpo. Trancu.
Cuando vas arriba del bondi mirando por la ventanilla, tus ojos reciben un montón de imágenes a una velocidad que al cerebro le es imposible analizar y mucho más comparar con toda la otra data que le está diciendo cosas que nada que ver (básicamente, el hecho de que estás sentado). Entonces, recordás el desayuno, no por romanticismo, sino porque te está subiendo por la garganta a borbotones.
Si sos de los que se marean en el auto, la mala noticia es que jamás vas a poder ser astronauta de la NASA. No es para sentirse mal, ni siquiera los elegidos suelen soportar esos entrenamientos que consisten en meterlos en unas calesitas Fórmula 1 que los revuelve hasta que devuelven. Por eso utilizan medicamentos para evitar o reducir los mareos. Estas drogas están hechas a base de escopolamina, una sustancia que se pega a los receptores muscarínicos y no deja que actúe su neurotransmisor oficial, la acetilcolina, una molécula con efectos secundarios más y menos divertidos, como dejarte la boca pastosa (no divertido) y dilatarte las pupilas como al Sr. Burns (significativamente más divertido). Sin embargo, una dosis un poco más alta puede hacer que te sientas más caliente que calzoncillo de panadero (término científico para describir el aumento de la temperatura corporal), que te lata rápido el corazón, que hables como borracho y que tu visión sea como la de tu amigo el miope. Un poco más de la escopo y entrás en un estado extraño de pasividad completa con una actitud de automatismo en la que recibís y ejecutás órdenes sin oponerte demasiado, algo así como un esclavo zombie o un país aliado a los Estados Unidos. Lo más macabro de todo es que, cuando el efecto pasa, el ahora ex zombie difícilmente recuerde algo. Como la última vez que tomaste tequila cada vez que se moría alguien querible en The Walking Dead.
Conocida popularmente con el nombre de burundanga, esta sustancia fue (y es) usada por algunos criminales para bardearla durante más de un siglo. Bardearla fuerte, ya que su administración en la dosis y la vía correcta deja a la víctima en un estado completamente indefenso. La escopolamina es un alcaloide que está presente en una plantita simpática bastante frecuente en los jardines de Argentina, y antipática cuando la ponés en un té irresponsable: el floripondio. Este pedacito de automatización y olvido se absorbe muy bien cuando se la ingiere, y es por eso que la vía oral (mediante golosinas y bebidas alcohólicas y no alcohólicas) suele ser la más elegida por los malvivientes (sí, vamos a usar todos los sinónimos de ‘criminal’) y la razón número uno por la cual tu mamá insiste en que te destapen la gaseosa enfrente tuyo y que en una de esas era buena idea no aceptar el caramelo sospechoso que te dio un señor con cara de bueno en la Costanera.
Sin embargo, no son pocas las personas que reportan haber sido tocadas por alguien arriba del colectivo o en la calle para luego sentirse mal, con síntomas similares a la intoxicación con escopolamina. Afortunadamente, la piel no la absorbe fácilmente, y si lo hace debe ser mediante parches con grandes dosis y en contacto prolongado. Además, el síndrome atropínico —ese conjunto de cosas que sentis y que se ven cuando estás intoxicado con alguna sustancia similar a la escopolamina— dura bastante más tiempo del que generalmente se denuncia (1 a 2 horas). O sea que no existe ninguna sustancia que pueda causar los síntomas referidos a partir de un contacto tan corto como agarrar de la mano, tocar un télefono o que un individuo sospechoso te toque el hombro en el bondi.
A pesar de lo dicho, los reportes de personas que de repente empiezan a sentirse mal, con mareos, incapacidad para coordinar movimientos y hasta pérdida de la conciencia, existen. Entonces, ¿qué onda? Lamentablemente, no contamos con datos suficientes como para sacar conclusiones con certeza, pero sí sabemos que estos síntomas nunca fueron corroborados por personal capacitado (porque cuando llegó la ambulancia ya estaba todo bien) y nunca se han buscado tóxicos mediante análisis bioquímicos en estos casos. Es altamente probable que los eventos se deban al hermano malo del efecto placebo: el efecto nocebo. Este no tiene nada que ver con la falta de voluntad para comandar una ronda de mates, sino que es un fenómeno psicológico recontra oscuro que todavía no sabemos cómo funciona, pero que básicamente puede hacer que te sientas horriblemente mal y hasta lograr que muestres signos de daño al hígado después de haber tomado globulitos homeopáticos, o una pastilla de azúcar, que es lo mismo. La sugestión y el poder que tienen los procesos que se dan en el cerebro sobre el resto del cuerpo son increíbles. Es difícil no pasarse para el lado mágico del ‘creer es crear’ y esas sarasas New Age, pero no sería nada raro que la paranoia y el miedo de vivir una situación similar, sumado al estrés cotidiano de la selva de cemento, influyan enormemente y de manera negativa en la percepción que tenemos de lo que le está pasando a nuestro cuerpo.
Entonces, es momento de pegarle a la leyenda urbana y mandarla a la cucha, que no hay de qué preocuparse si alguien te da una palmadita en la espalda (salvo que tenga barba candado, caso en el que seguro te está a punto de cagar), ni paranoiquearse cuando tocás algo pegajoso en una baranda de subte. Es poco probable que un moco te convierta en zombie haitiano. En estos tiempos de locura es importante estar atento a qué pasa a nuestro alrededor, pero también es importante estar correctamente informados para saber cómo actuar ante una situación en la cual no entendemos nada. Acá es donde partimos el mito en pedazos más chicos, para poder empezar a comprenderlo: el simple contacto con una forma líquida o en polvo de escopolamina no produce ningún efecto, precisamente por falta de absorción. Ahora, si ingeriste algún alimento o bebida antes de empezar a sentirte mal, y tenés síndrome hipertérmico de calzoncillo de ciclista, bueno, ahí sí te acercás a una guardia médica para sacarte la duda.
Porque saber más es tener menos miedo, y si hay algo que justamente le hace mal al efecto nocebo, es saber. Ese último juego de palabras les toca a ustedes.