Finalmente, Osvaldo logró su objetivo: la eterna arena blanca, el sol atravesando el agua traslúcida y el murmullo de las olas mezclado con una conversación entre pájaros. No puede entonces más que lanzar la frase, la esperada e inevitable frase. ‘Esto es vida, Mabel’.
Ante esa clásica y, en el mejor de los casos, anual situación, uno se pregunta, primero, lo evidente. ¿Por qué Osvaldo invierte tanto tiempo en actividades que no lo satisfacen, que no lo hacen feliz?¿Por qué Osvaldo trabaja todo el año pensando sólo en esos míseros pero ansiados días de ocio y alegría? En pocas palabras y como bien se cuestiona Louie C.K., ¿Por qué Osvaldo trabaja? Pero como esa es una discusión bastante difícil, la vamos a dejar para otro momento y nos vamos a centrar en la otra, que es directamente imposible.
Evidentemente, Osvaldo relaciona vivir con ser feliz. Pero sabemos que está usando la expresión en forma metafórica, como un deseo de lo que él quisiera que fuera todo el tiempo su vida, su estar vivo. En sus difíciles días de oficina y aunque muchas veces no quiera, también está vivo. La vida —su vida— abarca mucho más que ese majestuoso momento que él define poéticamente como vida. Y lo sabe.
El pájaro de costa que lo sobrevuela ni siquiera puede entrar en este tipo de dilemas. Tendrá mejores y peores días de pesca, pero no hay un momento del año en el que se abra una birra y mire al horizonte pensando ‘Esto es vida’. Pero está vivo, ¿no? Desde que nació y hasta que muera, todos sus días serán vida para él, aunque no sea consciente de su existencia (al menos no en la forma en que lo somos nosotros). Lo mismo ocurre con los peces que constituyen su dieta; con otras habilidades y otra percepción del mundo, sin capacidad de pensar metafórica o literalmente ‘Esto es vida’, están vivos, al menos hasta que el pájaro lo decida. Y así podemos seguir, pasando por las medusas, las ballenas, los escarabajos, las plantas, los hongos, los caracoles y todos los microorganismos que habitan dentro y fuera de todos estos y del resto de los bichos. Conscientes o no del hecho, todos están —estamos— vivos. Ahora, la pregunta es, ¿por qué? ¿Por qué algo está vivo? ¿Qué diferencia algo vivo de algo que ya no lo está o que nunca lo estuvo ni lo estará? En otras palabras, ¿Qué carajo es la vida?
Esta pregunta que parece tan goma y corriente abre un hermoso y urticante abanico de debates, de esos que encuentran a la ciencia y a la filosofía remando en el mismo bote; y dependiendo de a qué área del conocimiento le preguntes —y en qué época—, vas a obtener una respuesta diferente. Desde un punto de vista filosófico, la cuestión apunta más a tratar de entender ‘el significado de la vida’ y por qué ésta nos parece tan importante y central; básicamente, qué es la vida en sí misma. La ciencia, en cambio, intenta establecer atributos y funciones distintivas de todo lo que está vivo y sus diferencias con el mundo no vivo.
Si le preguntás a un biólogo, para que algo esté vivo debe cumplir, como mínimo, con las siguientes características: estar formado por una o más células, poder reproducirse (multiplicarse), evolucionar, tener un metabolismo propio y mantener su medio interno estable (equilibrio homeostático). Todo esto suena genial y representa justamente a todo lo que suponemos vivo.
El problema es que el Universo no está formado sólo por células y piedras. Esta definición biológica de la vida deja en un vacío legal a un motón de entidades con características cercanas a cualquier individuo con vida. ¿Qué pasa con una mula o con cualquier individuo incapaz de reproducirse? ¿Acaso no está vivo? ¿O qué pasa si alguien decide que no quiere tener hijos? ¿Es un zombie? Después está el problema desde el otro lado. Los virus, por ejemplo, también se multiplican, evolucionan y se construyen usando los mismos ladrillos que los vivos. ¿Los dejamos afuera de nuestro club sólo porque no pueden replicarse fuera de su hospedador? Está bien, no tienen metabolismo propio, pero muchos parásitos que consideremos bien vivos requieren de un hospedador para reproducirse, y convengamos que nosotros también vivimos a costa de otros seres vivos. ¿Y qué onda los virus informáticos? Si sus características funcionales son prácticamente indistinguibles de los virus clásicos, ¿qué los diferencia realmente de ellos, más allá del soporte? La línea de corte se pone rara y arbitraria. Y todavía falta.
Porque, por más que hagamos pirámides, aviones, películas y canciones; por más blanditos, complejos y sofisticados que seamos, todo ser vivo —como todo lo que existe— está sujeto a las leyes de la física. Así, Papá Schrödinger propuso que lo que hace todo ser vivo es esencialmente ganarle a la entropía (?). Entropía es caos, bardo, desorden, azar y, por la segunda ley de la termodinámica, sabemos que la entropía del Universo siempre va en aumento. Lo que hace cada célula, cada organismo, es obtener energía del ambiente para ganarle a esa entropía y sostener dentro de sí ese orden que lo mantiene con vida. Básicamente, desordenamos el Universo para ordenarnos nosotros. Acomodamos nuestra habitación a costa de bardear inevitablemente la cocina y el living. La muerte no sería entonces otra cosa que sucumbir ante un Universo entrópico. Tal vez sirva de consuelo pensar que la abuela no murió, sino que perdió contra la entropía.
Pero no somos simplemente seres babosos tratando de estirar todo lo posible nuestra derrota frente a la entropía, porque en el camino tendemos a replicarnos (o al menos nos divierte bastante practicar). O sea que nuestro cuerpo la queda, pero nuestro ADN puede seguir por generaciones. ¿Entonces la vida en realidad está en nuestros genes y estos simplemente van cambiando de vehículo mientras mutan y se seleccionan? Algo así propone Dawkins en ‘El gen egoista’. De alguna manera, sugiere que la unidad de evolución (lo que se selecciona a lo largo del tiempo) no son los individuos ni las especies, sino sus genes.
Pero los genes no son otra cosa que información codificada en forma química. En ese sentido y como si todo esto no fuera ya lo suficientemente creepy y desolador, Dawkins incorpora el concepto de ‘meme’. Un meme es básicamente un cacho de información cultural: una idea, un concepto. Los memes evolucionan de manera análoga a los genes: mutan y compiten entre sí, seleccionándose los más aptos. Entonces, si especulamos con que en realidad la vida yace en nuestros genes, podríamos pensar que, al estar sujetos a cambios y a selección, estos memes, estos cachos de información, también son vida. No tenemos grandes razones para pensar que una idea no está viva. Viva de verdad, no como la metáfora de Osvaldo. Viva posta.
O sea que estamos en el horno. No podemos terminar de establecer si la vida son células, genes o simplemente información. Quizás no podemos definir qué es la vida porque conocemos un sólo tipo y debamos encontrar otros para poder acercarnos a entenderla. O tal vez debamos crearla (cosa que está cada vez más cerca). Digo, para entender qué era un árbol tuvimos que ver muchos árboles diferentes. No podemos saber qué es la vida conociendo una sola forma de vida.
Como no tenemos mucha idea de la respuesta, es probable que la pregunta esté mal hecha, sea equivocada o hasta irrelevante. Quizás lo importante no sea saber qué es la vida, sino el camino que abre hacia tratar de entender cómo se relacionan nuestra mente y nuestra carne con el resto de los seres vivos, con los no del todo vivos, con el teléfono, la tablet, el agua, el viento, las montañas, los planetas y las estrellas, y hasta qué punto no son —no somos— en realidad parte de lo mismo. Como escuché por ahí, quizás seamos el cosmos hecho conciencia, y la vida no sea más que la forma en que el Universo se entiende a sí mismo.
Suerte con eso.