El virus de la fiebre amarilla –uno de los virus que la humanidad conoce desde hace más tiempo (se aisló en 1900)– está despertando cierto sentido de alerta, sobre todo en Brasil. Este virus se transmite de manera obligada entre mamíferos y mosquitos del género Aedes. Sí, el mismo género que transmite el Dengue, el Zika y el Chikungunya, también conocido en el mundo de la virología como el Schwartzr… el Swartzzeng… el Schwartztenggeg… como un virus muy difícil de deletrear.
¿Qué anda pasando? Hasta ahora hay registrados alrededor de 800 casos y unas 200 muertes en el país vecino. Para una población de 200+ millones de personas puede no parecer mucho. Pero una muerte cada cuatro casos sí es bastante, y habla de qué tan agresivo es este virus en humanos. Además, el brote actual es en lugares donde no solía registrarse circulación del virus, como el estado de San Pablo, donde hay una gran densidad de gente (44 millones, en un territorio más chico que la provincia de Buenos Aires).
Si alguna vez fueron a Brasil en ‘invierno’ (sobre todo al norte y/o nordeste), habrán notado que de invierno tiene poco, y que el agua es incluso térmicamente más amistosa que la de nuestro mar en ‘verano’. Eso también implica que allá las temperaturas son siempre aptas para el desarrollo del mosquito, lo que hace que haya temporada de mosquitos transmisores todo el año, agravando el problema. Pero no es sólo el virus sino la desinformación la que da de comer para que, además del problema existente, se generen problemas nuevos.
Los monitos brasileños son hermosos, son curiosos, se dejan sacar fotos. Te dan ganas de llevarte uno a tu casa, lo cual está prohibido porque, obvio, están en su ambiente natural, y además, si nos lleváramos uno, difícilmente se comportarían como no-monos en nuestro living. Ni hablar de la coartada complicadísima en aduana para pasarlo como acompañante terapéutico. Pero además de ser lindos, los monos cumplen un rol fundamental en estos casos: funcionan de centinelas.
Al mosquito infectado –porque picó previamente a un mamífero infectado– medio que le da lo mismo picar a cualquier mamífero; en cualquier caso van a recibir la sangre que le va a permitir poner los huevos (porque son las hembras, justo antes de poner los huevos, las que pican). O sea que, cuando tenemos suerte y no está enfermando personas, el virus se mantiene en ciclos selváticos, es decir, entre mosquitos y monos en la selva.
A los macaquinhos la Fiebre Amarilla les genera una enfermedad muy grave que los mata rápidamente. Por eso son tan útiles para monitorear la cantidad de virus circulando, simplemente cuantificando monos muertos. El problema (además de que acabamos de describir una especie de termómetro hecho de cadáveres de monitos) es que la desesperación que genera un virus sumada a un pésimo manejo de información, dio como resultado un montón de gente decidiendo salir a matar a los monos, bajo la idea firme de que son una fuente de contagio. Esto se fue tanto de las manos que Brasil tuvo que lanzar la campaña de ‘Nao maten al macaco. Nao transmiten Febre Amarela’, lo cual es cierto porque, otra vez, son los mosquitos infectados quienes la transmiten y, además, siendo tan rápido el avance de la enfermedad en los monos, casi ni tiempo tienen de ser picados por un mosquito cuando están enfermos.
¿Es indispensable vacunarse contra este virus? La vacuna actual contra la fiebre amarilla –producida por una empresa francesa (inserte pregunta más bien no retórica de por qué la produce una empresa francesa si en nuestra región sobra la capacidad para producirla)– protege muy bien y de por vida contra la enfermedad, pero requiere ciertos cuidados: las embarazadas, las mujeres que amamantan y los menores de 9 y mayores de 60, en principio no deberían dársela porque podría ser peligroso.
Si son de los que van de vacaciones a Brasil (y si no también), es importante recordar que es un país muy grande y que no en todos lados está circulando el virus. Antes de ir a hacer colas eternas a los centros de vacunación, está bueno (y resulta fundamental) conocer las zonas por las que uno va a andar para saber si es necesaria o no la vacunación. Si uno va a estar por donde hay circulación del virus (además del fundamental cuidado de los mosquitos transmisores usando repelentes), sí es importante vacunarse. Para protegerse a sí mismo, claro, pero también porque en Argentina no está circulando el virus pero sí tenemos el mosquito transmisor desde el norte hasta casi Bahía Blanca, por lo que una picadura a alguien infectado implicaría una reintroducción del virus, lo que podría ser un problemón.
Como siempre, la vacunación constituye un acto que nos protege a cada uno de ciertas enfermedades, pero es mucho más que eso: es un acto colectivo que en este caso nos cuida de reintroducir a nuestro país un virus muy peligroso. Así que ya saben. Si van a Brasil y se quieren a ustedes mismos y a los demás, hay dos cosas que tienen que tener en mente. Por un lado, si van a andar por zonas en donde circule el virus, vacúnense. Por otro lado, por favor, no traigan Garotos.