Capítulo 4

La alianza

75min

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Una buena metáfora es capaz de darle alas a nuestro pensamiento, sobre todo cuando se trata de problemas abstractos y complejos. Esto es porque la metáfora nos permite aplicar nuestras intuiciones cotidianas a situaciones nuevas, sobre las cuales nos resulta difícil razonar.1Las metáforas que mejor funcionan son las que comparan fenómenos complejos con otros mucho más sencillos, incluso cotidianos. No hay mucha utilidad en decir, por ejemplo, que la mente humana es como la economía global, únicamente porque ambos son fenómenos extremadamente complejos con los que tenemos escasa familiaridad. Cuando comparamos la mente con un software, en cambio, estamos introduciendo un concepto que nos es muy familiar a todos. Ya nos cruzamos con varios ejemplos –quizás mi metáfora favorita hasta el momento sea la del cerebro como hardware y la mente como un software–. No todas las intuiciones sobre software y hardware aplican a la mente y al cerebro, por ejemplo: ¿tiene sentido hablar de formatear el cerebro? ¿Dónde están almacenadas las instrucciones del código que hace funcionar a la mente? ¿Es posible colgar al cerebro, haciéndolo entrar en un bucle infinito, tal como pasa en ciertos programas de computadora? Pero por cada una de estas intuiciones problemáticas, encontramos otra que encaja perfectamente en la analogía: tanto la mente como el software se pueden analizar sin referencia al hardware subyacente, distintos hardware (cerebros) pueden correr los mismos programas (mentes), y de hecho ciertas funciones mentales (por ejemplo, el reconocimiento de objetos) han inspirado algoritmos que realizan la misma tarea con gran efectividad. 

Consideremos esta otra metáfora: “La conciencia es un nudo en el centro de la mente”. La mente no posee un centro y tampoco queda claro aún qué es lo que se encuentra anudado en la conciencia (¿las neuronas?, ¿la mente misma?). Pero para juzgar por completo el valor de esta metáfora, necesitamos examinar si nuestras intuiciones cotidianas sobre nudos nos ayudan a pensar acerca del problema de la conciencia. Incluso si no todas estas intuiciones son válidas (¿cómo podrían serlo, a menos que la conciencia realmente fuera un nudo?), aquellas que sí lo son se encontrarán firmemente ancladas a un objeto de nuestra experiencia cotidiana.

La conciencia es un proceso que se desarrolla en el tiempo. En el caso de la percepción consciente, la información además fluye desde el exterior del cerebro hacia el interior. Por el contrario, en los comportamientos que resultan de nuestra experiencia consciente (por ejemplo, el reporte verbal “vi a un perro labrador”), la información fluye en el sentido opuesto: desde el interior hacia el exterior. En otras palabras, podemos pensar la conciencia como un proceso que tiene un sentido y que evoluciona en el tiempo de acuerdo con ese sentido. Una analogía es un hilo sobre el cual marcamos distintos puntos que se corresponden con eventos que suceden antes, después o durante la percepción consciente:

FIG. 4.1.1 ¿DE QUÉ LADO DEL HILO ESTÁ CADA UNO DE LOS PUNTOS?

La mente empieza en el extremo izquierdo de este hilo con la percepción y termina en el extremo derecho con el reporte verbal. Pero la metáfora que buscamos en realidad no es un hilo, sino un nudo. Supongamos que hacemos un nudo muy complejo en el centro del hilo, de forma tal que ambos eventos queden claramente por fuera del nudo:

FIG. 4.1.2 ¿Y EN ESTE?

En este caso, no existe ambigüedad respecto del orden de los eventos: primero ocurre el evento indicado con un punto amarillo; luego, el evento marcado con un punto negro; y entre ambos se encuentra la percepción consciente. A modo de ejemplo, la marca amarilla podría corresponder al impacto de fotones en la retina del ojo; y la marca negra, a los movimientos que realizamos con la lengua para modular ciertos sonidos del habla. En cambio, supongamos que al atar el nudo nos encontramos con la siguiente situación:

FIG. 4.1.3 ¿Y AHORA? ¿DE QUÉ LADO DEL HILO ESTÁN?

¿Cuál de los dos eventos sucede primero?2En este caso, por ejemplo, los dos eventos podrían ser la identificación del color y la identidad de una letra. Es muy difícil responder esta pregunta examinando el nudo sin desatarlo. Esto es algo que podemos verificar fácilmente haciendo dos marcas sobre un hilo y luego atándolo para formar un nudo complicado. Mostramos, entonces, el hilo anudado a otras personas y les planteamos el siguiente desafío, con la condición de que deben resolverlo sin ponerse a desatar el nudo: “¿En qué punto del hilo harías un corte de forma tal que las marcas queden en pedazos distintos?”. Si el nudo está bien hecho, será muy difícil determinar en qué punto hay que cortar el hilo. 

La metáfora del nudo nos ayuda a consolidar una intuición fundamental, pero problemática: muchas veces carece de sentido afirmar que existe un orden relativo entre los eventos que suceden en la conciencia. Tal como veremos en este capítulo, la conciencia es un proceso distribuido que involucra múltiples regiones del cerebro, y no existe un punto central de referencia respecto del cual medir tiempos absolutos. Una vez que el proceso termina, retrospectivamente se construye una línea de tiempo en la cual se ubican de forma prolija los distintos eventos. Pero antes de que eso suceda, el orden temporal de los eventos permanece indeterminado, de la misma forma en que el orden de las marcas dentro del nudo se encuentra indeterminado a simple vista.

La metáfora del nudo también es útil para evitar dejarnos seducir por la simplicidad conceptual de los correlatos neuronales de la conciencia. El “mínimo conjunto de eventos físicos en el cerebro asociados con una determinada experiencia consciente” es una definición que parece estar revestida de precisión matemática: ni una neurona más, ni una neurona menos: la cantidad justa para que esa experiencia consciente tenga lugar. Pero en el capítulo anterior vimos que perseguir esta definición podía conducirnos a situaciones antintuitivas, por ejemplo, la posibilidad de que un grupo de neuronas flotando en un fluido nutritivo fuese capaz de dar origen a una experiencia consciente pura, aislada de todos los demás procesos que conforman una mente; entre ellos, por ejemplo, el sentido de una identidad personal (¿quién sería la persona que experimenta la conciencia de las neuronas que están el frasco?). 

El problema empieza a gestarse cuando pensamos el cerebro como un sistema de sensores que conducen información desde el exterior hacia el interior y comandos motores que lo hacen en el sentido opuesto. No hay confusión alguna cuando nos encontramos cerca de los extremos del hilo. La dificultad surge cuando asumimos que existen puntos bien definidos en los cuales el flujo de la información cambia su sentido, y que lo que sucede en el cerebro antes y después de esos puntos no se encuentra involucrado en la conciencia. Todo aquello delimitado por esos puntos se encontraría, entonces, dentro de los correlatos neuronales de la conciencia. Pero hay un problema: esos puntos no existen.

Volvamos a apoyarnos en la metáfora del nudo, imaginando que realizamos cortes transversales en distintos puntos del hilo (A, B, C). El hilo corta cada uno de los planos en múltiples sitios, en un sentido que va desde derecha a izquierda, o viceversa. En cada uno de los cortes, podemos indicar el sentido usando colores:

FIG. 4.2 CORTANDO EL NUDO

El corte realizado en un tramo de hilo ubicado en la izquierda (corte A, del lado de los inputs sensoriales) resulta en un único punto negro, correspondiente al único cruce del hilo en dirección hacia la derecha. De forma similar, un corte ubicado en el extremo derecho (el lado de los outputs motores) también resulta en un único punto negro, o quizás dos puntos negros y uno amarillo si justo atraviesa un pequeño rulo formado por el hilo (corte C). En ninguno de los dos casos existe ambigüedad respecto del sentido en el cual fluye la información. Pero a medida que nos acercamos al nudo, las cosas dejan de ser tan sencillas. De repente, encontramos una enorme cantidad de puntos y es fácil perder la noción de cuáles deben ser amarillos y cuáles negros, porque el hilo da vueltas y vueltas atravesando el plano una y otra vez (corte B). Únicamente si logramos desatar el nudo podemos convencernos del color que corresponde a cada punto.

Si la conciencia es el nudo, entonces encontrar los correlatos neuronales de la conciencia es análogo a ensanguchar el nudo entre dos planos, de forma tal que no sobre hilo en ninguno de los extremos. En otras palabras: buscamos dos planos tales que sean imposibles de acercar sin empezar a cortar el nudo, y por lo tanto, sin dar lugar a una proliferación masiva de puntos de corte. Supongamos que empezamos a acercar uno de los dos planos desde el extremo derecho del hilo hacia el nudo. Inicialmente, veremos únicamente un punto negro, que indicará que en ese punto la información fluye hacia fuera del nudo. Cortar la soga en esos planos no haría que el nudo se desarme, pero sobraría hilo entre el corte y el nudo. Entonces, seguimos acercando el plano hasta que empiezan a aparecer más puntos. ¿Se trata de un rulo periférico, como el que ilustramos en la figura? En ese caso, todavía faltaría hilo hasta llegar al nudo. ¿O ya estamos abarcando un rulo propio del nudo, que se encuentra cerca de su extremo derecho? En ese caso, realizar un corte haría que todo el nudo se desarme. En el primer caso, nos quedamos cortos, mientras que en el segundo caso, nos pasamos. La única forma de cortar el hilo en dos planos que separen el nudo de forma precisa y sin desarmarlo es, justamente, entendiendo cómo está anudado el hilo en su totalidad. 

La metáfora del nudo sirve para iluminar conceptualmente el problema que enfrentamos. Recordemos la demostración práctica marciana sobre los correlatos neuronales de la conciencia. A medida que el marciano destruía grupos de neuronas opcionales para la percepción consciente, se encontraba acercándose desde ambos lados al nudo; por ejemplo, cuando destruía regiones sensoriales se encontraba a la izquierda, y cuando destruía regiones asociadas al control motor se encontraba a la derecha. Llegado un punto, el marciano anunció que tan solo faltaba destruir un pequeño grupo de neuronas cuya función era optativa para la conciencia. Pero cuando hizo esto, el resultado ya no fueron los correlatos neuronales de la conciencia: como en el caso del hilo, el marciano cortó de más, entonces el nudo se deshizo, y fue imposible atrapar la conciencia entre ambos cortes. 

A continuación, vamos a armarnos de esta y otras metáforas para estudiar la conciencia en términos funcionales. Intentaremos alcanzar la mayor profundidad posible, y llegaremos a un punto en el cual será necesario asistir a nuestro pensamiento para no tomar un camino equivocado y sucumbir ante intuiciones erróneas. El debate contemporáneo sobre el rol funcional de la conciencia se encuentra plagado de dilemas, muchos de los cuales dependen de identificar lo que sucede antes y después de la percepción consciente. Por lo tanto, siempre que enfrentemos uno de estos dilemas será útil recurrir a la imagen mental de un hilo anudado que está siendo cortado en distintos puntos mediante planos verticales, tal como lo ilustramos en la última figura de esta sección.

Las primeras investigaciones que intentaron encontrar los correlatos neuronales de la conciencia usaron primates no humanos como sujetos experimentales. A diferencia de lo que ocurre con los humanos, es posible justificar la inserción de electrodos en monos con fines puramente científicos, lo cual representa una ventaja considerable.3En el caso de los humanos, es posible estudiar la conciencia (y otras funciones del cerebro) mediante electrodos invasivos, pero la decisión de insertar los electrodos depende únicamente de necesidades médicas (por ejemplo, encontrar el foco donde se generan crisis epilépticas). El experimento realizado por Nikos Logothetis y su equipo, por ejemplo, demostró que ciertas neuronas en regiones superiores de la jerarquía visual representan la alternancia de los estímulos en la conciencia durante un paradigma de rivalidad binocular. En las primeras etapas del procesamiento visual, las neuronas identificadas con ambos estímulos disparan de forma constante; por otro lado, en regiones más avanzadas, las neuronas alternan entre períodos de disparo y de silencio, aunque siempre uno de los grupos de neuronas se encuentra disparando (aquel correspondiente al estímulo ganador en la rivalidad binocular). Este resultado se interpretó como evidencia de que estas neuronas corresponden a los correlatos neuronales de la conciencia, o al menos a una parte de ellos.

Hoy sabemos que estas neuronas identificadas por Nikos Logothetis mediante rivalidad binocular se relacionan con procesos preconscientes. Por sí solos, los disparos de estas neuronas no alcanzan para generar cambios en la experiencia consciente; para que esto ocurra es necesario que esos disparos activen a su vez otros circuitos neuronales (diríamos que estamos del lado izquierdo del nudo, cerca del corte “a”). El paradigma de rivalidad binocular únicamente sirve para descartar que ciertas neuronas se encuentren en los hipotéticos correlatos neuronales de la conciencia; por ejemplo, podemos descartar una neurona que responde a uno de los estímulos y se encuentra activada constantemente. Aquellas neuronas que alternan en su actividad pueden ser indispensables para la experiencia consciente, pero también pueden no serlo,4Esto incluye tanto neuronas asociadas a procesos pre- como postconscientes. y el paradigma de rivalidad binocular no es suficiente para decidir entre ambas posibilidades. 

La rivalidad binocular es una tarea sencilla y, por lo tanto, apta para estudios con primates no humanos. En su forma más simple (la usada por Logothetis), se trata de una estimulación completamente pasiva:5Aunque es importante establecer previamente que existe una alternancia de los estímulos en la conciencia del animal. Esto puede hacerse estudiando su comportamiento. únicamente es necesario asegurarse de que el animal enfoque su mirada en los estímulos presentados, para luego buscar aquellas neuronas que alternan su activación de la misma forma en que se alternan los estímulos en la experiencia consciente. 

Para descartar aquellas neuronas optativas en relación con la experiencia consciente, debemos recurrir a otro tipo de paradigma experimental, un paradigma basado en una comunicación más completa entre sujeto experimental y experimentador.6Lo introduciremos en la próxima sección. Estudiar la conciencia en primates no humanos es muy difícil, precisamente, por las dificultades que surgen de intentar establecer ese canal de comunicación, una dificultad que aumenta a medida que investigamos especies biológicamente más diferentes a nosotros mismos. Como mencionamos en el capítulo anterior, existen trabajos sobre la conciencia de humanos y monos, pero ninguno sobre la conciencia de gatos, ratones o perros.7Un grupo de activistas radicales solía hacer manifestaciones todos los fines de semana en el instituto donde hice mi doctorado en Alemania. El objetivo era protestar contra el uso de primates no humanos en investigación neurocientífica, en particular, contra estudios invasivos en los cuales se opera a los animales para insertar distintos tipos de electrodos dentro de su cerebro. Le pregunté a una amiga que trabajaba con monos por qué no utilizaban otros animales para evitar las protestas, por ejemplo, por qué no hacían experimentos con perros. Para mi sorpresa, me dijo que los perros serían ideales para hacer experimentos: a diferencia de los monos, los perros son obedientes, y por lo tanto muy fáciles de entrenar para realizar distintas tareas (en su laboratorio no investigaban la conciencia). El problema, me dijo, es que la opinión pública nunca toleraría la experimentación con perros: la respuesta sería incluso más agresiva que con los monos. Esta anécdota pone de manifiesto que la similitud relativa de las mentes no es el criterio principal que usamos los humanos para distribuir nuestro afecto dentro del reino animal. Incluso en los trabajos basados en monos puede ser difícil estimar si distintos procesos cerebrales ocurren antes o después de una determinada experiencia consciente.

En la actualidad, la forma más popular de investigar la conciencia está basada en usar el reporte explícito de seres humanos como prueba de existencia para la experiencia consciente. Como un reporte verbal es obviamente optativo a la hora de tener dicha experiencia (no necesitamos hablar sobre algo para poder experimentarlo), este enfoque necesariamente resulta en la inclusión de procesos cerebrales que no son indispensables para la percepción consciente. Tal como veremos en la próxima sección, esto al menos nos asegura que únicamente incluiremos eventos optativos que son posteriores a la conciencia (los asociados al reporte). En otras palabras: se toma la decisión de errar sistemáticamente en la dirección posterior a que ocurra la conciencia. Cuando un sujeto experimental pronuncia la frase “vi un perro labrador”, asumimos que percibió de forma consciente la imagen de un perro labrador, sí, pero también que tomó la decisión de pronunciar esa frase (y luego, por supuesto, la pronunció). Si la prueba que requerimos para establecer la presencia de una experiencia consciente es un reporte explícito, entonces podemos asegurarnos de que los eventos cerebrales medidos en simultáneo siempre incluyen aquellos asociados con la experiencia consciente, junto con otros procesos accesorios postconscientes, como los que están asociados con generar el reporte explícito en cuestión.

Esta es la alianza fundamental que existe entre un científico y su sujeto experimental: el sujeto está dispuesto a seguir las instrucciones proporcionadas por el científico, prestando atención y comportándose de la forma más neutral y objetiva posible, a cambio de recibir recompensas tales como una caja de chocolates o una pequeña suma de dinero.8La piedra angular detrás de esta alianza es la capacidad humana de modelar a otros humanos (y también a otros animales, e incluso a ciertos sistemas inertes) como agentes racionales, poseedores de una mente canónica. Un agente racional hace lo que nosotros esperamos que haga y se comporta como nosotros esperamos que se comporte. De acuerdo con Daniel Dennett, esta capacidad se encuentra en el núcleo de la perspectiva intencional, una idea fundacional de la neurociencia cognitiva que vamos a profundizar (e intentar desmantelar) en los próximos capítulos. Cuando el sujeto experimental aprieta botones en un teclado, existe un entendimiento mutuo sobre lo que significa apretar esos botones desde la perspectiva de la experiencia consciente del sujeto. Está sobrentendido que el sujeto no tiene la intención de sabotear deliberadamente el experimento y también está sobrentendido que su mente se parece lo suficiente a la del experimentador como para que este último pueda ponerse en su lugar y decirse a sí mismo: “Puedo inferir lo que hay en la conciencia de mi sujeto experimental porque, de acuerdo con las instrucciones del experimento, puedo imaginar que yo habría hecho lo mismo de haber tenido la misma experiencia consciente”. Investigar la conciencia es un asunto muy solitario, porque solo tenemos acceso directo a nuestras propias experiencias conscientes. Pero la alianza entre un científico y su sujeto experimental puede remediar parte de esta soledad, siempre y cuando sea posible asumir que las mentes de ambos son lo suficientemente similares como para poder atribuir experiencias conscientes a patrones preestablecidos de su comportamiento. Por eso esta alianza alcanza su funcionamiento óptimo entre humanos, e incluso únicamente entre ciertos seres humanos (es difícil imaginar este tipo de entendimiento en relación con ciertos pacientes psiquiátricos, tal como vamos a discutir en un capítulo posterior del libro).

Esta idea debe ser revisada para avanzar en el estudio científico de la conciencia. No es que la alianza sea imposible, por supuesto, sino que sus términos son inexactos. Vamos a argumentar que los experimentadores no saben lo suficiente de sus sujetos experimentales como para interpretar adecuadamente su comportamiento en relación con los contenidos de su conciencia. La mayoría de los experimentos actuales sobre la conciencia dependen del reporte explícito de humanos, típicamente obtenido mediante la presión de botones en un teclado. Pero ¿realmente sabemos qué quieren decir los sujetos experimentales cuando aprietan esos botones? Por supuesto, sabemos qué es lo que querríamos decir nosotros, pero ¿son siempre nuestros sujetos lo suficientemente parecidos a nosotros mismos? ¿O entran en juego sus idiosincrasias y peculiaridades? Parece extraño que los rasgos personales puedan determinar la experiencia consciente durante la cotidianidad. Pero esto no es lo que estamos afirmando. Como veremos a continuación, los experimentos neurocientíficos sobre la conciencia son muy diferentes a la cotidianidad: involucran estímulos contradictorios, tiempos extremadamente cortos y decisiones que deben ser tomadas y ejecutadas en una fracción de segundo. Utilizamos estos experimentos para estudiar la conciencia, pero nuestros sujetos experimentales son, a su vez, conscientes de los experimentos, y las experiencias que tienen de estos pueden ser radicalmente diferentes para distintos sujetos. Si un experimentador no indaga con detalle sobre la forma en que sus sujetos transitaron la experiencia de participar en su experimento, difícilmente podrá alcanzar una interpretación correcta de su comportamiento durante este. La obstinación con inferir el contenido de la conciencia a partir de esta información incompleta es un callejón sin salida dentro de la neurociencia contemporánea, tan severo que prácticamente por sí mismo bloquea todos los nuevos avances en el entendimiento de la conciencia.

Imaginemos que debemos diseñar un experimento científico para encontrar los cambios en la actividad cerebral asociados a la presencia de una cierta experiencia consciente. La idea del estudio es asegurarnos de que el mismo estímulo presentado en varias ocasiones sea percibido de forma consciente únicamente en algunas de ellas. Entonces, comparamos registros de actividad cerebral entre ambas situaciones, y dado que todo es idéntico entre ambas excepto por la presencia de una experiencia consciente, la diferencia debería ser informativa sobre la actividad cerebral asociada a dicha experiencia. 

Enfrentamos algunas preguntas difíciles. ¿Cuál es ese estímulo consciente? ¿Cómo podemos asegurarnos de que el estímulo sea consciente algunas veces, pero que otras veces no lo sea? ¿Cómo podemos decidir en qué ocasiones el sujeto fue consciente del estímulo? Es interesante notar que ninguna de estas preguntas tiene que ver con el desafío tecnológico per se de registrar la actividad cerebral del sujeto experimental. Actualmente disponemos de técnicas relativamente crudas para realizar ese registro (principalmente fMRI9fMRI, del inglés functional magnetic resonance imaging. Esta técnica se basa en registrar cambios en el flujo sanguíneo en pequeñas regiones del cerebro. Cuando se incrementa la actividad neuronal, aumenta la demanda local de energía, la cual es suministrada por el torrente sanguíneo. De esta forma, la señal de fMRI se encuentra directamente correlacionada con el nivel local de actividad neuronal. El flujo de sangre tiene una respuesta comparativamente lenta en relación con el inicio de la actividad neuronal, y por eso (y por limitaciones intrínsecas a la tecnología) el fMRI tiene una resolución temporal pobre. En cambio, la resolución espacial es excelente: es posible cuantificar cambios en el flujo sanguíneo en regiones cerebrales del tamaño de un milímetro cúbico. y EEG10EEG, abreviación de “electroencefalografía”. Cuando muchas neuronas disparan de forma coordinada en el cerebro, se forman corrientes eléctricas oscilantes que se pueden medir sobre la superficie del cuero cabelludo. Esta técnica se basa en utilizar una grilla de electrodos apoyados sobre la cabeza para medir estas corrientes. La resolución temporal del EEG es excelente: es capaz de medir cambios en la escala de los milisegundos. En cambio, las corrientes eléctricas se distorsionan considerablemente en su camino hacia el cuero cabelludo, por lo que es difícil utilizar EEG para localizar espacialmente su origen, y por lo tanto la resolución espacial del método es muy limitada.), pero incluso si fuésemos capaces de mejorar increíblemente estos métodos, seguiríamos enfrentando los mismos desafíos conceptuales: el problema de la conciencia es interesante porque se resiste a intentos de resolverlo únicamente mediante el avance tecnológico.11Tal como escribe Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas: “La confusión y esterilidad de la psicología no se puede explicar por el hecho de que es una ‘ciencia joven’; no se puede comparar su estado, por ejemplo, con el de la física en sus comienzos (...). En efecto, en psicología existen métodos experimentales y confusión conceptual”.

Tal como anticipamos, nuestro objetivo es encontrar una forma de presentar un determinado estímulo visual de forma tal que el sujeto experimental sea consciente de este únicamente la mitad de las veces que lo presentamos (cada vez que lo presentamos decimos que ocurrió un ensayo). Si el experimento posee diez ensayos, entonces, esperamos que el sujeto declare ser consciente del estímulo en aproximadamente cinco de ellos. Si usamos EEG o fMRI para medir la actividad cerebral durante cada ensayo, podremos revelar aquellos patrones de actividad únicos a la experiencia consciente comparando entre los ensayos con y sin conciencia del estímulo. Por supuesto, queremos que el estímulo sea lo más parecido posible entre ambos tipos de ensayo para poder medir actividad cerebral que sea específica a la percepción consciente y que no sea causada por diferencias en el estímulo mismo. Una forma de lograr esto es exponer al sujeto a una imagen durante un tiempo muy corto, y luego presentar otro estímulo por un tiempo más largo en el sitio donde antes estaba el estímulo original. El segundo estímulo se denomina máscara, y tiene el siguiente efecto: si la separación entre el estímulo y la máscara es lo suficientemente corta, la persona reportará únicamente haber visto la máscara. El primer estímulo se habrá escapado de su conciencia para siempre. 

El siguiente diagrama ilustra un posible ensayo de este experimento:

FIG. 4.3 ENMASCARAMIENTO DE ESTÍMULOS

Cada rectángulo representa una pantalla distinta que aparece en el monitor frente al sujeto experimental. Inicialmente, se le muestra una cruz en el centro de la pantalla y se le pide mantener la mirada fija en ella (por este motivo, también se la conoce como cruz de fijación). El objetivo de la cruz es que el sujeto preste atención a la parte de la pantalla donde van a pasar las cosas importantes para el experimento. Luego, durante un tiempo muy corto (en este caso, 16 ms), se le presenta al sujeto un número. Después de un tiempo variable (16 a 100 ms), se presenta una máscara alrededor del centro de la pantalla, donde antes estaba el número, por un tiempo considerablemente superior al del estímulo (250 ms). Finalmente, se le pregunta al sujeto si fue consciente del estímulo numérico, y si dicho estímulo fue mayor o menor a cinco. 

Si la separación entre el estímulo y la máscara es grande, entonces el sujeto no tendrá problemas en reportar su percepción consciente del número. Pero a medida que la separación entre estímulo y máscara disminuye, esto se vuelve más y más difícil: para una separación de 10 ms, por ejemplo, la gran mayoría de las personas es incapaz de distinguir el número en cuestión y, en efecto, reporta que no hubo ningún estímulo presente antes de la aparición de la máscara. En algún punto intermedio, encontramos un valor para la separación tal que el sujeto reporta haber visto el estímulo aproximadamente la mitad de las veces que lo presentamos, precisamente lo que buscábamos para nuestro experimento.

Hay dos consecuencias muy importantes para resaltar sobre este paradigma experimental. A medida que aumentamos el tiempo de separación entre estímulo y máscara, encontramos que los sujetos pasan de no reportar nunca la percepción consciente del estímulo a reportarla casi siempre. Esto sugiere que la percepción consciente es “todo o nada”: ocurre o no ocurre. Otro punto importante es que la percepción consciente del estímulo no es necesaria para que la comparación con el número 5 sea correcta. Supongamos que el tiempo entre el estímulo y la máscara es muy corto, de forma tal que el sujeto afirma ser incapaz de percibir el número. Sorprendentemente, cuando le pedimos que lo compare con el número 5, la respuesta es correcta más de la mitad de las veces. Esto nos muestra que nuestros cerebros están equipados con circuitos neuronales para la comparación de números incluso si estos no fueron percibidos de forma consciente: a pesar de que no sabemos qué número vimos (e incluso si nos pareció no ver ningún número), podemos compararlo correctamente con el número 5. La información está disponible en algún lugar de nuestro cerebro aunque no haya ingresado a nuestra experiencia consciente. Esta capacidad para extraer información relativamente sencilla de estímulos visuales por fuera de nuestra percepción consciente recibe el (oximorónico) nombre de visión ciega.12Este fenómeno está relacionado con la capacidad para detectar movimiento que tienen algunas personas cuya corteza visual primaria está dañada. En un capítulo anterior, nos referimos a esto como visión ciega.

A diferencia de la rivalidad binocular, este experimento requiere de la participación activa por parte de los sujetos. No se trata de experimentar pasivamente un estímulo distinto en cada ojo, sino de declarar mediante el uso de botones en un teclado si cierta experiencia subjetiva tuvo o no lugar y luego hacer una sencilla tarea de comparación entre números. La gran ventaja es que, si comparamos la actividad cerebral entre los ensayos con y sin reporte de percepción consciente del estímulo, vamos a encontrar diferencias que seguro sobrestiman la extensión de tejido cerebral involucrado en la experiencia consciente. No corremos, por lo tanto, riesgo de quedarnos cortos identificando únicamente procesos preconscientes. Como desventaja, a medida que requerimos mayores grados de participación en nuestros experimentos, más difícil se vuelve llevarlos a cabo en organismos no humanos.13Si bien este paradigma experimental se puede implementar en monos, a medida que lo refinamos se hace muy difícil decodificar el reporte a partir del comportamiento del animal. Tal como veremos en un capítulo posterior del libro, existen cuestionarios muy detallados para sondear cómo fue la percepción consciente del estímulo en cada uno de los ensayos. Utilizar este tipo de cuestionarios en monos es imposible, naturalmente, debido a que no poseen uso del lenguaje (al menos no al nivel en que lo usamos nosotros).

¿Cuál es el resultado de realizar este experimento en combinación con fMRI, con el propósito de averiguar qué regiones del cerebro se asocian a la percepción visual consciente? Tanto los ensayos con y sin reporte de percepción consciente activan las regiones tempranas del procesamiento visual, por ejemplo, la corteza visual primaria. Además, en ambos tipos de ensayo la actividad se propaga a regiones superiores de la jerarquía visual, regiones donde se extrae y procesa información cada vez más compleja sobre los estímulos visuales. En estas regiones se determinan propiedades del estímulo tales como ubicación, color, movimiento, tipo de expresión facial, significado, y magnitud relativa entre números. La activación de estos circuitos neuronales implica cierta capacidad para categorizar estímulos incluso en ausencia de percepción consciente. Puede que estemos muy lejos de responder la pregunta “¿Es posible construir una máquina capaz de imitar el cerebro consciente?”, pero seguro no estamos tan lejos de responder la pregunta “¿Es posible construir una máquina capaz de imitar el cerebro inconsciente?”. Esto es porque el procesamiento de información por fuera de la conciencia ya es mecánico. Los circuitos neuronales que extraen información de estímulos visuales por fuera de la conciencia ya son muy similares en su diseño y en su desempeño a los algoritmos de inteligencia artificial que se usan para encontrar y clasificar objetos en imágenes.14Mi primer contacto con estas ideas fue en el año 2008, momento en el cual estaba comenzando la revolución en redes neuronales profundas (deep learning) que permitiría, en pocos años, entrenar algoritmos capaces de superar el desempeño del sistema visual humano para reconocer objetos tales como caras. Entonces, mantuve por algún tiempo la predicción distópica de que no haría falta replicar las etapas tempranas del procesamiento visual en computadoras, porque sería más fácil usar sistemas visuales reales como mecanismo de cómputo. Si sedamos a un mono y le presentamos estímulos en muy rápida sucesión, podemos insertar electrodos en su sistema visual y decodificar de la actividad cerebral (por ejemplo) si hay caras humanas en la imagen o no, o incluso si hay ciertas caras específicas (dentro de aquellas familiares para el animal). No es necesario esperar a que el mono sea consciente de las imágenes, porque cierto grado de procesamiento elemental de estas ocurre fuera de la conciencia. Por suerte para los monos, los avances increíbles en deep learning descartaron rápidamente este escenario distópico: hoy por hoy no son granjas de animales conectados a electrodos lo que hace funcionar a los algoritmos de detección de caras en redes sociales, sino algoritmos en circuitos inertes de silicio, entrenados usando una cantidad astronómica de estímulos categorizados por el esfuerzo colectivo de humanos a lo largo y ancho de internet.

Entonces, ¿qué distingue a la actividad cerebral asociada con la percepción consciente? ¿Qué tienen de especial los ensayos en los cuales el sujeto puede apretar con confianza un botón que quiere decir “yo vi un número en la pantalla y también sé cual es”? La cascada de activaciones neuronales causada por estímulos reportados como conscientes empieza a divergir luego de aproximadamente 200 ms de presentado el estímulo. Cuando el sujeto no reporta haber sido consciente del estímulo, la actividad evocada empieza a desaparecer gradualmente después de 200 ms de la presentación. En comparación, cuando el sujeto reporta haber sido consciente del estímulo, la actividad persiste y empieza a propagarse masivamente a otras regiones del cerebro, regiones muy densas en conexiones de largo alcance y ubicadas en áreas frontales y parietales del cerebro. La conciencia se manifiesta como una explosión de actividad sostenida en el tiempo que abarca una red frontal-parietal de regiones cerebrales, como una ignición masiva de circuitos distribuidos por el cerebro que trascienden aquellos aledaños a las cortezas sensoriales primarias. Además, este proceso parece ser “todo o nada”: o bien se encienden estas regiones cerebrales (cuando el sujeto reporta haber sido consciente del estímulo), o bien no se encienden (en el caso contrario).15Para ser más precisos, las posibilidades dependen del grado de atención del sujeto y la intensidad del estímulo. Si un estímulo es lo suficientemente intenso y se le presta atención, ocurre la percepción consciente. Si un estímulo es suficientemente fuerte, pero no se le presta atención, puede que no ingrese a la conciencia, pero que sí ocurra la percepción preconsciente. En este caso, el cerebro del sujeto extraerá y procesará información relevante sobre el estímulo, aun si este escapa a su conciencia. Finalmente, la percepción inconsciente ocurre cuando el estímulo es demasiado débil para dar origen a la activación sostenida de la red frontal-parietal del cerebro.

Podemos representar lo que sucede mediante las siguientes instantáneas del cerebro en distintos momentos luego de la presentación del estímulo:

FIG. 4.4 ACTIVIDAD CEREBRAL DURANTE LA PERCEPCIÓN CONSCIENTE E INCONSCIENTE

A los 100 ms de presentado el estímulo, la activación es idéntica en ambos casos y además se encuentra limitada al lóbulo occipital. Luego de 200 ms, la activación sigue siendo similar, pero ahora se encuentra expandida hasta abarcar regiones superiores de la jerarquía visual (por ejemplo, aquellas en el lóbulo temporal inferior). Pero luego de 300 ms, la actividad desaparece para los ensayos sin percepción consciente, mientras que en los ensayos con percepción consciente la actividad se sostiene y alcanza regiones del cerebro relacionadas con funciones tales como lenguaje, memoria y toma de decisiones. 

Otra diferencia notable tiene que ver con la dirección en la que se propaga la activación. En la ausencia de conciencia, la actividad se origina en la parte posterior del cerebro (lóbulo occipital) y se propaga unidireccionalmente hacia regiones superiores en la jerarquía visual hasta desvanecerse 300 ms luego de presentado el estímulo. Apoyándonos en nuestra metáfora, hasta ese punto estamos recorriendo el tramo inicial del hilo, antes de alcanzar el nudo central. En dicho tramo, la información fluye en un sentido claro y bien definido, y por lo tanto no hay controversia sobre el orden en que suceden los eventos. Pero cuando el estímulo se vuelve consciente, la actividad empieza a fluir en ambos sentidos: desde la parte posterior del cerebro hacia la parte frontal, pero también al revés, tal como fluye hacia adelante y hacia atrás el hilo cuando realizamos un corte que atraviesa el nudo. 

¿Cómo podemos interpretar el vínculo que existe entre la conciencia de un estímulo y la activación de la red frontal-parietal? Responder esta pregunta nos conduce, finalmente, a la teoría neurocientífica más influyente en la actualidad sobre qué es la conciencia y cuál es su función en el cerebro.

Supongamos que suspendemos el difícil problema de la conciencia para dedicarnos al aparentemente más sencillo problema de entender qué es y cómo funciona un país.16Otra vez partimos desde nuestras intuiciones cotidianas gracias al uso de una nueva metáfora. Al igual que un cerebro, un país es un aglomerado de unidades fundamentales (personas) que podríamos (exagerando un poco) agrupar en estratos con funciones bien definidas (trabajadores, estudiantes, ejército, clero, clase política, etc.). Nuestro objetivo es construir un diagrama de cajas y flechas para explicar los distintos procesos que ocurren en el país como respuesta a eventos internos y externos, y las decisiones ejecutivas que estos procesos terminan desencadenando. En particular, este tipo de diagramas indica el flujo de información dentro del país y cómo los distintos agentes que lo conforman actúan en base a esa información.

Un día se descubre que el hijo del primer ministro tiene una granja ilegal de osos panda, animales en peligro de extinción que son explotados y asesinados por sus pieles. Sospechosamente, el individuo en cuestión también es el propietario de una exclusiva marca de abrigos llamada “Blanco y negro”. Nuestro objetivo será aplicar un modelo teórico de país para entender las consecuencias del incipiente escándalo. En este momento tendríamos que preguntarnos qué significan exactamente las palabras “se descubre”. ¿Quién descubrió la granja ilegal de osos panda? Al principio fueron únicamente dos repartidores locales de bambú, y por lo tanto, el alcance de la información es muy limitado. En particular, podemos estar seguros de que el país entero todavía no dispone de esta información. Pero eso no quiere decir que no haya otros agentes capaces, en potencia, de procesar y actuar sobre este conocimiento. No es difícil imaginar a una agencia de inteligencia debatiendo frenéticamente sobre qué hacer con los dos testigos, por ejemplo, cómo callarlos o comprar su silencio. También podemos visualizar discusiones sobre cómo editar la verdad para hacerla más potable al público general. Alguien podría proponer circular el rumor de que el hijo del primer ministro únicamente despelleja osos panda con enfermedades terminales prexistentes. Otra opción sería negar que se trata de osos panda e insistir con que solo se matan osos ordinarios pintados de blanco y negro. Estas deliberaciones ocurren mientras la enorme mayoría del país ignora lo que está pasando. Los periodistas no escriben sobre la granja de osos panda, la marca de ropa “Blanco y negro” sigue cotizando en alza en la bolsa de valores, todavía no se dispara el número de búsquedas en Google de la frase “granja de osos panda”, y cierto país vecino aún no le pide explicaciones a la cancillería sobre las misteriosas desapariciones de osos que ocurrieron en un parque nacional el verano pasado. 

El futuro del país depende de cuánta información sobre este asunto se haga pública. Pero llegado este punto, parece haber tan solo dos escenarios posibles: o bien la información desaparece (quizás junto con los dos testigos iniciales), o bien prolifera masivamente y modifica el futuro del país. Si sucede lo segundo, absolutamente todos en el país podrán actuar en base a la información revelada. Podrán, por ejemplo, decidir no votar la reelección del primer ministro, dejar de comprar ropa en “Blanco y negro”, salir a manifestarse en una marcha a favor de los osos panda, o inclusive alegar de manera exculpatoria: “Tampoco es que los osos son miembros activos de la sociedad, ¿cuándo viste a un oso pagar impuestos?”. Es importante notar que la información se hace pública o no se hace pública, no existe tal cosa como hacerse pública a medias. Es imposible imaginar un país donde únicamente la mitad de las personas sepan que el hijo del primer ministro es un delincuente pervertido. En ese caso, ¿por qué las personas no se lo cuentan entre sí? ¿No alcanzaría con pasar delante de cualquier puesto de diarios para enterarse? ¿Qué es lo que impide la propagación masiva de la información de un grupo al otro? Cuando una noticia incendiaria como esta escapa del escrutinio inicial de un grupo selecto de personas y se vuelve pública, el proceso se torna imposible de frenar: es una reacción en cadena en la cual cuantas más personas se enteran, más fácil es que todavía más personas se enteren. 

Gracias a esta analogía podemos entender el rol que la teoría del espacio global de trabajo asigna a la conciencia en el cerebro. La información que no se hace pública puede procesarse de forma restringida en ciertas regiones del cerebro, e incluso guiar la toma de ciertas decisiones ejecutivas (por ejemplo, decidir si un número es mayor o menor a 5). Pero ese procesamiento es muy limitado, siempre y cuando la información no alcance las regiones densamente interconectadas que conforman la red frontal-parietal. Cuando eso ocurre, la información se publica en el cerebro, y por lo tanto se vuelve disponible para todas las funciones cognitivas de un cerebro sano. Entonces, se hace posible hablar de esa información, reportar su contenido ya sea verbalmente o mediante acciones motoras (tales como apretar un botón), tomar decisiones elaboradas en base a esta, y guardarla por un tiempo arbitrariamente largo en la memoria para utilizarla en ocasiones futuras. La red frontal-parietal es el medio por el cual se publica la información en el cerebro, de la misma forma que en un país los medios masivos de comunicación diseminan una noticia sobre una granja ilegal de osos panda. En el caso del cerebro, ese medio recibe el nombre de espacio global de trabajo

Este rol funcional para la conciencia fue propuesto por Bernard Baars, Jean-Pierre Changeux, Lionel Naccache y Stanislas Dehaene, a quienes se les da crédito por la teoría de que la conciencia es idéntica a la publicación de la información en el espacio global de trabajo. Se trata de la emisión global de información en el cerebro, similar a la emisión realizada por una estación de radio, una red social o un canal de televisión. Si la información se limita a las regiones tempranas del procesamiento sensorial, entonces es posible que esta guíe el comportamiento de un individuo, aunque sucederá por fuera de su conciencia (como en el caso de la visión ciega). Pero cuando se cruza un umbral y la información accede al espacio global de trabajo, es decir, a la red frontal-parietal del cerebro, entonces ya no hay vuelta atrás. Somos conscientes de esa información y podemos hacer con ella lo que queramos; en particular, somos sus nuevos dueños y podemos hacerla nuestra para siempre. Es muy poco probable que el lector haya leído alguna vez la frase “El ananá verde viste de fresa”. Y también es poco probable que la frase le resulte interesante. Pero si así fuese, podría recordarla para siempre desde el momento en que esta se hizo pública en su cerebro o, lo que es lo mismo, accedió a su conciencia. El lector no tendría ese privilegio si la frase no hubiese accedido a su conciencia, por ejemplo, si alguien se la hubiese mostrado durante un tiempo muy corto y luego la hubiese enmascarado con una imagen presentada por un tiempo más largo. En ese caso, la frase podría influenciar el comportamiento futuro del lector (por ejemplo, quizás la próxima vez que pida helado incluya los gustos “ananá” y “fresa”). Pero aun si esto sucede, no sabrá decir por qué, y tampoco podrá atesorar por siempre la frase en su recuerdo, porque no sabrá siquiera qué frase debe atesorar. 

¿Es correcto afirmar que los correlatos neuronales de la conciencia se encuentran en la activación de la red frontal-parietal del cerebro? Esta es la clase de preguntas que suscita aplazos en las instituciones educativas marcianas, porque los psicólogos del planeta rojo entienden perfectamente bien que los correlatos neuronales de la conciencia no existen de la manera en que ciertos humanos (Crick y Koch, por ejemplo) piensan que existen. 

Cuando equiparamos la conciencia con la disponibilidad global de la información en el cerebro, estamos poniendo una vara muy alta que la activación del cerebro debe superar para que la asociemos con la conciencia. Estamos sobrestimando las regiones cerebrales involucradas con la conciencia y lo estamos haciendo de forma deliberada: el diseño de nuestro experimento se basó, precisamente, en usar el reporte explícito para que no existan ambigüedades respecto de la presencia de experiencias conscientes. La disponibilidad global de la información nos permite afirmar que fuimos conscientes de esa información. Es difícil imaginar cómo podríamos simultáneamente hacer esa afirmación y al mismo tiempo no ser conscientes de lo que afirmamos. Si yo digo que me gusta el rojo de tu corbata, ¿es posible que no haya percibido conscientemente el rojo de tu corbata? Pero, por supuesto, yo no tengo que decir nada sobre tu corbata para ser consciente de su color rojo; ni siquiera tengo que haberle prestado mucha atención. Puedo estar mirando tu cara mientras te hablo, y tener todo el tiempo tu corbata roja en mi campo visual, aunque sin actuar en absoluto en base a esa información.

Esto podría hacernos pensar que, quizás, los correlatos neuronales de la conciencia se encuentren en algún lugar en el interior de la red frontal-parietal. Pero recordemos el desafortunado caso del espécimen humano secuestrado para una demostración práctica sobre los correlatos neuronales de la conciencia. El proceso de eliminar gradualmente regiones del cerebro con el objeto de destilar aquellas indispensables para la conciencia es incapaz de llevarnos a buen puerto, porque descansa en la atractiva (pero errónea) intuición de que si queremos hallar la conciencia, existe un punto bien definido hasta el cual debemos avanzar eliminando regiones cerebrales, pero del que no podemos pasarnos. Ese punto no solamente no existe, sino que tampoco tiene por qué existir. Esta situación es la imagen especular del experimento mental que hicimos cuando nos preguntamos si los correlatos neuronales de la conciencia eran idénticos a neuronas en la corteza temporal inferior de un mono. En ese caso, hicimos el ejercicio de imaginar que cortábamos esa región del cerebro para ponerla en un frasco con los nutrientes adecuados y luego estimularla eléctricamente, preguntándonos si tendría sentido afirmar que esa estimulación da origen a una experiencia consciente aislada. En este caso es al revés: vamos removiendo regiones del cerebro y nos preguntamos si las que quedan son capaces de dar origen a una experiencia consciente. En el primer caso, nos aproximamos cortando el nudo desde el lado del input, mientras que en el segundo caso, nos aproximamos desde el lado del output.

A pesar de que los correlatos neuronales de la conciencia parecen estar definidos con precisión matemática, esta precisión es ilusoria. Es un caso típico en el cual una definición, aparentemente simple y precisa, solo es útil si antes somos capaces de resolver un problema infinitamente complejo, como por ejemplo: ¿cuál es la cantidad mínima de granos de arena necesaria para construir una réplica tamaño real de la torre Eiffel? ¿Tiene sentido intentar responder esta pregunta construyendo una réplica donde sobren granos de arena para luego rasparla desde todos los ángulos posibles hasta que no se mantenga más en pie? ¿Hay un número entero exacto y bien definido que represente la respuesta a esta pregunta?17Es fácil decir un número de granos que no alcance y otro número de granos que sobre. El problema está en la frontera entre no alcanzar y sobrar. De la misma manera, es fácil encontrar eventos que sucedan antes y después de la conciencia, pero el problema de determinar los correlatos neuronales de la conciencia reside en encontrar la frontera entre antes y después.

Llegó el momento de pedirle a quien lee que aparte, por un momento, la vista de las páginas de este libro. Si es posible, le pedimos que mire por la ventana, observe las nubes en el cielo y, debajo de esas nubes, el paisaje intrincado de la ciudad, en constante flujo y movimiento. Si no hay ventanas con nubes y ciudades debajo al alcance, no hay problema. Se puede ir a dar un paseo y reposar la vista sobre distintos objetos: las hebras de un diente de león, los contornos irregulares de una baldosa, el color casi indefinible de un auto gastado y a medio oxidar. 

¿Listo? Sigamos.

Otra forma de expresar la teoría del espacio global de trabajo es decir que somos conscientes de algo únicamente en la medida en que podemos actuar sobre ese algo, donde por “actuar” queremos decir cosas tales como hablar, anotarlo en un papel, tomar una nota mental (es decir, acordarse), apretar un botón, guiñar un ojo, o cualquier otra cosa que podamos hacer al respecto. Pero entonces, ¿significa esto que podemos actuar sobre los innumerables contenidos de la experiencia consciente que tuvimos al mirar por la ventana o salir a dar un paseo? ¿Somos conscientes de las hebras de un diente de león porque esa imagen es capaz de guiar nuestras funciones cerebrales para poder expresar algo sobre cada una de ellas? ¿O hay algo más? ¿No parece acaso como si los contenidos de nuestra conciencia de alguna manera desbordaran lo que podemos hacer con ellos? Cuando miramos por la ventana, somos conscientes de un paisaje inmensamente complejo, pero si tuviésemos que hacerle justicia en palabras o dibujos, ¿podríamos hacerlo sin dejar nada afuera? 

Algunos filósofos y neurocientíficos responden a las preguntas hechas en el párrafo anterior de la siguiente manera: no, no, sí, sí, y no. El problema, argumentan, es el siguiente: aquello que llamamos conciencia en realidad no es una única cosa, sino que son (al menos) dos cosas diferentes. Por un lado, la conciencia es la publicación de la información en el cerebro, es decir, es idéntica a la disponibilidad global de la información. Pero por otro lado, la conciencia también es una sensación subjetiva, el “cómo se siente” la rojez del rojo o el increíble detalle de una escena visual que sobrepasa por completo nuestras capacidades descriptivas. Como son dos cosas diferentes, tendríamos que ser cuidadosos y utilizar dos palabras diferentes para cada concepto por separado (tal como hicimos con dolor-A y dolor-C).

El filósofo Ned Block propone la siguiente división conceptual: la conciencia de acceso (“conciencia-A”) es la conciencia en cuanto disponibilidad global de la información en el cerebro, mientras que la conciencia fenoménica (“conciencia-F”) es la sensación subjetiva que antecede a la conciencia-A. Cuando levantamos los ojos de la página, tenemos conciencia-F del paisaje frente a nuestros ojos. Luego, si queremos, podemos fijar nuestra atención sobre algún detalle de esta escena y adquirir conciencia-A de este, lo que nos permitirá hacer un comentario verbal al respecto. Pero aquella información que ingresa a nuestra conciencia-A es únicamente un subconjunto de aquella que ingresa a nuestra conciencia-F, o dicho de otra manera, la conciencia-F desborda a la conciencia-A. Así, la teoría del espacio global de trabajo sería incompleta porque únicamente explica la conciencia en cuanto conciencia-A. En otras palabras: no sería una teoría sobre cómo se siente la información presente en nuestra conciencia, sino sobre qué podemos hacer al respecto.

No es difícil tener la sensación de que la conciencia-F desborda a la conciencia-A. Puedo tenerla ahora mismo si ignoro la pantalla de la computadora donde estoy escribiendo y decido prestar atención a todos los detalles de la madera de la mesa o a los pliegues de la cortina. ¿Significa que esta crítica a la teoría del espacio global del trabajo es válida? “No tan rápido”, dice un defensor de la teoría. “Es verdad que esa sensación existe, pero es ilusoria. No solamente es falso decir que la conciencia-F desborda a la conciencia-A; es erróneo sostener que la conciencia-F siquiera existe”. 

A primera vista, esta posición parece ser radical, e incluso algo violenta (¿qué tan común es que se le niegue a alguien su experiencia subjetiva?). Pero muchísimos experimentos demuestran que sobrestimamos la riqueza de nuestra conciencia-F del mundo. El más directo es fijar nuestra mirada sobre esta palabra durante algunos segundos. Al principio, tendremos la sensación de que la palabra “esta” se encuentra rodeada de otras palabras, pero estaremos en dificultades si alguien nos pide listar exactamente cuáles son esas palabras. Nuestra conciencia-F de esas palabras es ilusoria: rápidamente notamos que se nublan y dejan de ser palabras, transformándose en algo que podríamos llamar fantasmas de palabras. Presuponemos que detrás de estos fantasmas hay palabras reales porque las palabras tienden a estar rodeadas de otras palabras, a pesar de que no podemos acceder a propiedades tan básicas como su significado o la cantidad de letras que las componen. Pero existen experimentos que utilizan cámaras de muy alta resolución para determinar el punto de la hoja donde una persona tiene fija su mirada, para luego cambiar algunas palabras por fuera de ese punto a medida que la persona avanza con la lectura de la página. Resulta que en ningún momento el participante del experimento es capaz de notar el cambio. Esto, sostienen los defensores de la teoría del espacio global de trabajo, es porque la conciencia-F de las palabras es ilusoria: únicamente hay conciencia de aquello que se puede nombrar, y si no es posible para el sujeto nombrar las palabras, entonces se le aparecen como meros fantasmas: fragmentos difusos de imagen que sugieren la existencia de una palabra, pero que solamente representan ambigüedad e incertidumbre. Las siguientes imágenes ilustran la sensación de enfocar con mucha atención la vista en tres palabras distintas de un texto:

El defensor de la teoría del espacio global de trabajo afirma que lo mismo sucede con el resto del mundo visual. Creemos que nuestra conciencia del paisaje fuera de nuestra ventana es muy complejo, pero en realidad esa complejidad es ilusoria: si alguien nos presiona para dar detalles sobre el paisaje que vimos, difícilmente podremos mencionar más de tres o cuatro puntos salientes. 

Hay otros experimentos todavía más espectaculares para mostrar que la conciencia-F únicamente parece desbordar a la conciencia-A, pero que en realidad eso nunca sucede. Un ejemplo son los experimentos de ceguera al cambio. En estos experimentos, se nos presenta una imagen durante un tiempo relativamente corto, seguida de una pantalla gris, e inmediatamente después, algo que parece ser, a simple vista, una imagen idéntica a la anterior. Este proceso se repite mientras somos completamente incapaces de detectar un cambio grosero que ocurre entre las sucesivas apariciones de la imagen. No estamos hablando de cambios sutiles, sino de porciones enteras de una fotografía que desaparecen (por ejemplo, las turbinas de un avión). ¿Cómo es posible modificar de tal manera una imagen sin que nos demos cuenta? La respuesta es que sobrestimamos nuestra conciencia-F de la imagen: tenemos la sensación subjetiva de ver una escena completa y detallada, pero luego somos incapaces de reportar un cambio enorme en la imagen. Y esto es porque este cambio nunca ingresó en nuestra conciencia-A.

La conclusión parece ser que vivimos engañados sobre la complejidad del mundo visual que percibimos. En todo momento sentimos que nuestros sentidos registran una infinidad de detalles en la conciencia-F, pero en realidad esos detalles son ilusorios: si alguien nos somete a un interrogatorio, difícilmente podremos dar precisiones sobre estos. Estando por fuera de nuestra conciencia-A, es como si esos detalles no existiesen. Por otro lado, argumentar que la conciencia-F desborda a la conciencia-A también puede ser percibido con un dejo de violencia: nos vemos forzados a decirles a nuestros sujetos experimentales que ellos son, en realidad, conscientes del enorme cambio que está ocurriendo en la imagen, solo que no pueden hacer nada al respecto, ni siquiera reportarlo: “En realidad, sos consciente de que las turbinas del avión aparecen y desaparecen, pero no podés decirlo porque sos consciente-F, pero todavía no sos consciente-A”.

La posición según la cual únicamente existe la conciencia-A puede ser resumida mediante la siguiente frase: “Nuestro mundo está hecho de las cosas sobre las que podemos hacer algo al respecto”. El mundo se nos presenta como los contenidos de nuestra conciencia, y si descartamos la existencia de la conciencia-F, entonces todo lo que queda es aquello sobre lo que podemos actuar (conciencia-A). Un caso particular es aquello a lo que podemos referir con nuestro lenguaje (una conclusión optimista es que podemos ampliar nuestro mundo si ampliamos el rango y la especificidad de nuestro lenguaje18En palabras de Ludwig Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. –por ejemplo, cuando desdoblamos el único término “conciencia” en dos palabras con distinto significado: “conciencia-A” y “conciencia-F”–).

No todos los mundos pueden estar hechos de lenguaje, dado que los animales no hablan y, sin embargo, no existen razones obvias para negar que posean conciencia-A. Como para los seres humanos, la conciencia-A de un animal es el resultado de publicar globalmente información en su cerebro, y aunque su cerebro no esté equipado para producir ni entender lenguaje, existen otras funciones que le permiten al animal interactuar con su entorno mediante los contenidos de su conciencia. El alemán posee una palabra específica que podríamos utilizar para todas las cosas que acceden a la conciencia-A del animal, las cuales en conjunto forman la totalidad de su mundo. La palabra Welt significa “mundo”, y al agregarle el prefijo “um-”, obtenemos Umwelt, que puede traducirse como “el mundo para”.

Dos jóvenes peces nadan por el fondo del mar, cuando cruzan a un cangrejo, quien los saluda: “Buenos días, jóvenes, ¿cómo está el agua?”. Los peces siguen de largo y nadan un tiempo, en silencio, hasta que uno le pregunta al otro: “¿Qué es el agua?”.19Este breve cuento está adaptado de un discurso de David Foster Wallace. El agua no forma parte del Umwelt de los peces, así como el 78% de nitrógeno que encontramos en la atmósfera no forma parte de nuestro propio Umwelt; del mismo modo que ni las radiaciones electromagnéticas que bombardean al planeta por fuera del espectro visible, ni las lentas vibraciones que emergen del rozamiento entre placas tectónicas forman parte de nuestro propio Umwelt. Nuestra conciencia-A (y la de los peces) está poblada por contenidos relevantes para nuestra supervivencia y la transmisión de nuestros genes. El “mundo para nosotros” es precisamente el conjunto de aquellas cosas con las que interactuamos funcionalmente para cumplir nuestro destino biológico, y todas las actividades secundarias que se desprenden de él. Negar la existencia de la conciencia-F es equivalente a afirmar que, tanto para nosotros como para los peces de la historia, Umwelt es igual a Welt, es decir, que no hay nada en el mundo que no sea “mundo para”: únicamente somos conscientes de aquello que sirve una función importante para cada uno de nosotros.

Las personas que vivieron algunos años antes del nacimiento de Cristo deben haber estado intrigadas por la cuenta regresiva “año -3, año -2, año -1”, hasta finalmente preguntarse: “¿Por qué estamos contando los años al revés?”.20Rescatamos por unos momentos a Louis C.K. de su cancelación para atribuirle esta ocurrencia.

Bromas aparte, podemos adoptar una perspectiva análoga respecto de la vida de una persona, una perspectiva según la cual toda su vida está centrada alrededor de un único hecho cualquiera, un punto de referencia tan válido como cualquier otro. Si denominamos “T” a ese punto de referencia en el tiempo, obtenemos la siguiente cronología para la vida de la persona: 

T = -35 años: la persona nace.

T = +40 años: la persona muere.

¿Qué pasó en el medio? ¿Qué ocurrió en T = 0?

T = -2 días: la persona ve un anuncio en internet sobre un experimento científico sobre la conciencia.

T = +5 meses: se publica un trabajo científico con los resultados del experimento.

Nos estamos acercando... ¿A qué nos estamos acercando?

T = -5 horas: la persona se despierta por la mañana.

T = +12 horas: la persona se acuesta a dormir.

T = -30 minutos: la persona viaja al laboratorio donde se hará el experimento.

T = +30 minutos: la persona seca el gel conductivo de su cabeza (el cual se aplica para las mediciones de EEG), levanta sus cosas y se va del laboratorio.

El momento central se acerca. Estamos a punto de llegar al evento que divide la vida de la persona en dos mitades, un antes y un después.

T = -300 milisegundos: el número 6 aparece en la pantalla de una computadora frente a la persona.

T = +500 milisegundos: la persona aprieta la tecla “6” en el teclado.

Encerramos el evento central en un intervalo de tiempo menor a un segundo, un intervalo en el cual sucede algo muy especial, pero al mismo tiempo cotidiano: la persona es consciente de algo, tiene una experiencia subjetiva, en este caso, la experiencia visual de ver el número 6 en la pantalla. Todo lo que sucede antes (el nacimiento, el desayuno, sentarse en el laboratorio) y después (apretar la tecla “6”, la publicación del trabajo científico, la muerte) resulta irrelevante: lo único que nos interesa es aquello que sucede en T=0, los eventos que tienen lugar en el cerebro en el instante en que emerge una sensación consciente.

Pero hay una intuición errónea detrás de esta historia. Sabemos que la conciencia-A no ocurre en un momento determinado de tiempo, sino que (como toda publicación) es un proceso distribuido en el espacio y extendido en el tiempo. Un país no es un punto matemático (aunque pueda parecerlo desde muy lejos), y por lo tanto la información tarda un tiempo diferente en llegar a sus distintos puntos geográficos. Cuando se publica la noticia sobre la degeneración ecológica del hijo del primer ministro, no tiene sentido hablar del momento exacto en que esa información ingresa en el conocimiento público. Algunas personas recibirán la noticia antes y otras, después.21Quizás esto sea más difícil de imaginar en la época de internet, donde la información se mueve tan rápido que parece llegar instantáneamente a todas partes. Pero si imaginamos que la noticia se traslada en algún tipo de vehículo terrestre, entonces no hay manera de que la publicación ocurra al mismo tiempo en la capital del país, los suburbios, el interior y el más remoto pueblo de frontera. Pero el cerebro tampoco es un punto matemático, y por lo tanto carece de sentido insistir con que la conciencia-A del número 6 ocurre en T=0 –dicho de otro modo, el momento exacto en que ocurre la conciencia-A no existe–.

Pero incluso si la conciencia-A no sucede en un instante de tiempo, sino que es un proceso temporalmente extenso, no podemos negar que algunos eventos ocurren antes de que ocurra la conciencia-A, y otros, después. Los neurocientíficos hemos arrinconado la conciencia entre dos paredes separadas por menos de un segundo. Llegamos al último refugio posible donde puede esconderse el “cómo se siente” ver algo; perseguimos la existencia de los qualia hasta algunos milisegundos antes de que la información se encienda en el espacio global de trabajo y se manifieste la conciencia-A como nuestra capacidad para actuar sobre esa información. Esta es la idea que defienden algunos filósofos y neurocientíficos (por ejemplo, Ned Block y Victor Lamme): antes de que ocurra la conciencia-A, siempre tiene lugar la conciencia-F; antes de que la información se transmita a la red frontal-parietal y se haga disponible para procesos postconciencia (como apretar un botón), tenemos una sensación subjetiva asociada a esa información. Los dos procesos son difíciles de distinguir porque, en general, la conciencia-A sigue a la conciencia-F, es decir, inmediatamente después de tener la sensación de haber visto el número 6, sabemos que vimos el número 6 y podemos contárselo a todo el mundo. Pero –y este es el punto crucial– saber que fuimos conscientes de algo y haber sido conscientes de ese algo no son la misma cosa: lo primero corresponde a lo que llamamos conciencia-A, mientras que lo segundo corresponde a lo que llamamos conciencia-F. Para estos críticos, la teoría del espacio global de trabajo no es una teoría sobre la percepción consciente, sino sobre nuestro conocimiento acerca de la percepción consciente; no es una teoría sobre “ver”, sino sobre “saber que uno vio”. La verdadera conciencia, la conciencia-F, ocurre instantes antes de que se encienda la red frontal-parietal 300 milisegundos luego de presentado el estímulo. En el afán de no excluir de su análisis procesos cerebrales asociados con la percepción consciente, Baars, Changeux, Naccache y Dehaene se excedieron e incluyeron demasiadas cosas dentro de la definición de conciencia –entre ellas, la conciencia-A–. 

“¿De nuevo con la conciencia-F?”, responderán los defensores de la teoría del espacio global de trabajo, visiblemente crispados. “Ya pasamos por esto: la conciencia-F no existe. Si parece existir es porque sobrestimamos la riqueza de nuestra experiencia subjetiva, pero cuando prestamos atención descubrimos que no hay nada en nuestra conciencia que no podamos reportar, nada sobre lo que no podamos hablar, escribir, dibujar o recordar”. 

Pero los defensores de la conciencia-F no se dan por vencidos. Más aún, están furiosos porque sienten que la autoridad científica baja de su torre de marfil para decirles en la cara que están engañados sobre su propia conciencia (¿no debería ser cada persona la máxima autoridad mundial sobre su propia experiencia subjetiva?). Por lo tanto, trabajan frenéticamente para refutar a los defensores de la teoría del espacio global de trabajo. Y finalmente consiguen diseñar el siguiente experimento.

Una persona se sienta delante de una pantalla de computadora y durante una fracción de segundo aparecen en la pantalla un conjunto de letras dispuestas en tres filas y cuatro columnas, como en el siguiente ejemplo:

FIG. 4.5.1 PARADIGMA DE REPORTE PARCIAL DE SPERLING

Un participante típico del experimento estará convencido de haber sido consciente de las doce letras que aparecieron brevemente en la pantalla. Pero ¿estamos hablando de conciencia-A o de conciencia-F? Esta es la distinción crucial: si el experimentador le pide al sujeto que reporte la mayor cantidad posible de letras, entonces el número de letras reportadas no superará las cuatro. El sujeto dirá, por ejemplo, “T, P, S, F” o bien “G, N, U, K”, pero casi nunca llegará a reportar correctamente más de cuatro letras, lo cual significa que no tuvo conciencia-A de todas las letras. Pero aunque no sepa qué letras vio, el sujeto estará convencido de haberlas visto todas por un breve instante, sugiriendo una posible interpretación en la cual tuvo conciencia-F de las letras antes de que desaparezcan, aunque no llegó a tener conciencia-A. 

“Absurdo”, declarará el defensor de la teoría del espacio global de trabajo. “El sujeto cree haber visto las letras, pero está nuevamente equivocado, de la misma forma en que está equivocado cuando siente que hay mucho más en su campo visual que aquello que puede reportar con palabras. En realidad, excepto las letras correctamente reportadas, el sujeto no vio letras: vio fantasmas de letras; caricaturas vacías de contenido y forma que sugieren la presencia de letras, las cuales (fieles a su naturaleza fantasmagórica) no están realmente ahí”. La situación es análoga a cuando fijamos nuestra vista en una palabra de la página y todas las demás se nublaron: asumimos que había otras palabras, pero no tuvimos conciencia-A de ellas, y por lo tanto fuimos incapaces de determinar su identidad. Si el sujeto insiste con que vio todas las letras, el detractor de la conciencia-F tan solo tiene que preguntarle: “Si las viste, entonces, ¿cuáles son?”. Incapaz de dar una respuesta satisfactoria, el sujeto se verá obligado a defender la extraña idea de que vio todas las letras, aunque ahora es incapaz de enumerarlas en su totalidad. 

Pero el defensor de la conciencia-F todavía no está derrotado. Tiene un último as bajo la manga, una variación de este experimento diseñada para sembrar el desconcierto en las filas de neurocientíficos y filósofos que niegan la existencia de la conciencia-F. La variación es la siguiente: antes de comenzar el experimento, se le presentan muchas veces al sujeto tres tonos distintos, uno de ellos grave, otro más agudo, y otro intermedio. El experimentador instruye al sujeto para que asocie cada uno de los tonos con una de las filas del arreglo de letras. El tono más agudo señala la fila superior, el tono intermedio la fila central y el tono más grave la tercera fila. El experimento se repite, con la diferencia de que 50 ms luego de que las letras desaparecen de la pantalla, el sujeto escucha uno de los tres tonos.

FIG. 4.5.2 PARADIGMA DE REPORTE PARCIAL DE SPERLING

A primera vista no parece haber nada muy diferente. El sujeto insistirá con que vio todas las letras en la pantalla, y cuando se le pida reportarlas, únicamente logrará hacerlo correctamente con (como máximo) cuatro de ellas. Pero hay una diferencia crucial: las letras reportadas estarán en la fila que fue indicada por el tono.

Vamos a frenar un momento para entender qué está pasando. Antes de introducir el tono, el sujeto estaba convencido de haber visto todas las letras. Pero dado que el sujeto fue capaz de reportar (como máximo) tan solo cuatro de ellas, fue fácil cuestionar que efectivamente haya visto todas. Ahora la situación es diferente, porque el sujeto puede apoyar esa vívida sensación de haber visto todas las letras con un reporte. El participante sostiene que tuvo conciencia-F de todas las letras. Si no hubiese sido consciente de todas las letras, si hubiese sido consciente de solo cuatro de ellas al azar, entonces, ¿cómo es que el tono posterior le permitió recuperar las cuatro letras de la fila correspondiente? Si el participante únicamente vio fantasmas de letras, entonces, ¿cómo es posible que el tono haya resucitado a algunos de esos fantasmas, para transformarlos en letras propiamente dichas? El sujeto fue reivindicado en su afirmación de haber visto todas las letras por el tono que le permitió transformar la conciencia-F en conciencia-A, seleccionando una parte de su experiencia subjetiva para acceder a ella mediante el lenguaje. ¿Significa esto que, por un brevísimo instante, hubo conciencia-F sin conciencia-A?

Si respondemos a esta pregunta de forma negativa, los defensores de la conciencia-F dirán que la única alternativa es la extraña afirmación de que el acceso al espacio global de trabajo de alguna forma viajó atrás en el tiempo. Porque el tono se escuchó luego de que los números desaparecieran de la pantalla, y por lo tanto, si el sujeto no era consciente de todos los números para entonces, de alguna forma la conciencia-A misteriosamente retrocedió luego del tono para seleccionar los cuatro números correspondientes a la fila indicada, aquellos que finalmente formarían parte del reporte verbal.

Excepto que ese momento no existe. Como ya vimos, la conciencia no ocurre en un instante preciso, sino que es un proceso distribuido en el tiempo y el espacio. Si bien 50 ms puede ser un tiempo demasiado corto como para que la información visual alcance a publicarse en el cerebro, también puede ser un tiempo lo suficientemente largo como para que el sujeto pueda (guiado por el tono) poner la actividad neuronal generada por los números en el foco de su atención, para amplificarla hasta permitirle alcanzar el espacio global de trabajo. En otras palabras: podemos ser conscientes de un estímulo porque nos encontramos a la espera de este, prestando atención, o bien porque direccionamos la atención hacia el estímulo durante una ventana de tiempo muy corta luego de que haya ocurrido.22Hay una ventana muy corta de tiempo para amplificar la actividad neuronal asociada a los estímulos antes de que esta desaparezca. La permanencia de esta actividad durante un breve lapso de tiempo se denomina memoria icónica.

Pensemos en la analogía con un país que se encuentra a la espera de una noticia incendiaria sobre cierto familiar del primer ministro. Es imposible que se publique un artículo periodístico sobre el tema sin que la noticia se propague y se discuta en todos los sectores de la sociedad. Pero supongamos ahora que nadie espera recibir una noticia de semejante calibre y que no existe el menor indicio para sospechar la perversión del hijo del primer ministro. En este contexto, un alto oficial del Estado se equivoca de grupo de Whatsapp y escribe un comentario en alusión a la noticia que nadie espera recibir, porque nadie sabe que eso está pasando. Por supuesto, borra el comentario rápidamente y, por lo tanto, nadie puede verlo a partir de ese momento, aunque varias personas sí lo vieron antes de que lo borrara. Si durante un tiempo corto después de borrado el mensaje (digamos 50 ms para que la analogía sea más obvia), una de las personas que alcanzó a leerlo se da cuenta de lo que está pasando y decide actuar al respecto, amplificándolo, entonces la información inevitablemente se hará pública –a pesar de que el mensaje ya estaba borrado cuando alguien decidió amplificarlo dentro de la sociedad–.

Como sucede con la conciencia, el proceso de publicación de información en un país es largo y distribuido; el oficial podría irse a dormir tranquilo pensando que 50 ms fue un tiempo demasiado corto como para que alguien haya podido prestar atención al mensaje, mientras al mismo tiempo la atención entera del país se enfoca crecientemente en el rumor de que el hijo del primer ministro sustrae rédito económico de animales vulnerables. La información era inocua cuando el alto oficial se equivocó de grupo, pero durante un breve tiempo luego de borrado el mensaje, todavía fue posible hacerlo público, sin necesidad de viajar atrás en el tiempo a un momento en el cual el mensaje todavía no se había borrado.

Hay dos interpretaciones neurobiológicas distintas de lo que está pasando, que difieren únicamente en si la conciencia-F ocurre (durante un brevísimo lapso de tiempo) antes de la conciencia-A. Una interpretación es la de la teoría del espacio global de trabajo: la conciencia es idéntica a la publicación de la información en el cerebro; es decir, es idéntica a la conciencia-A. En este caso, la actividad cerebral comienza en el lóbulo occipital y se propaga gradualmente por el lóbulo temporal inferior y la corteza parietal, hasta que finalmente alcanza la corteza prefrontal. Llegado ese punto, la información empieza a fluir nuevamente hacia atrás, dando origen a un bucle autosostenido en el tiempo, que coincide con la conciencia-A:

FIG. 4.6.1 ¿CUÁNDO SE MANIFIESTA LA CONCIENCIA EN EL CEREBRO?

La interpretación alternativa es casi idéntica, con una salvedad: en el momento en que la actividad se propaga desde la corteza visual hacia las regiones fronto-parietales que conforman el espacio global de trabajo, las etapas más avanzadas del sistema visual empiezan a ejercer influencia sobre las etapas más tempranas; es decir, se invierte el flujo de información en el cerebro antes de encenderse la red frontal-parietal. En ese punto aparece la conciencia-F, y es seguida inmediatamente después por la conciencia-A:

FIG. 4.6.2 ¿CUÁNDO SE MANIFIESTA LA CONCIENCIA EN EL CEREBRO?

La única diferencia con el diagrama anterior es la flecha discontinua en el segundo panel. Esta es la interpretación que defiende Victor Lamme, junto con otros neurocientíficos que creen en la existencia de la conciencia-F. Un pequeño nudo se ata en el sistema visual antes de que el gran nudo de la conciencia se ate en la red frontal-parietal, y ese pequeño nudo es la conciencia-F: la experiencia subjetiva pura de haber visto los números, independiente de su conocimiento, de su nombre, valor e identidad; independiente de la conciencia-A de estos.

Jorge Luis Borges anticipó esta controversia décadas atrás en su “Argumentum ornithologicum”: 

Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Este número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.

En términos contemporáneos diríamos que este argumento no concierne tanto a la existencia de Dios como a la existencia de la conciencia-F. La visión de la bandada dura pocos milisegundos, durante los cuales Borges tiene la vívida sensación subjetiva de haber visto todos los pájaros (conciencia-F), pero al mismo tiempo es incapaz de reportar detalles de la escena, incluso algo tan básico como cuántos pájaros había en la bandada (ausencia de conciencia-A). Esto es lo que está pasando para cualquier defensor de la conciencia-F (como parece serlo Borges, aun sin saberlo). Pero desde otra perspectiva (la de la teoría del espacio global de trabajo), Borges está equivocado cuando afirma haber visto un número entre 10 y 1 de pájaros. En realidad nunca vio pájaros, sino fantasmas de pájaros, de los cuales es perfectamente razonable concebir un número entre 10 y 1 que no es 9, 8, 7, 6, 5, etcétera. 

La situación es perfectamente análoga a la de los números en la pantalla, o la sensación de poder ver e identificar todas las palabras en una página a medida que leemos. ¿Cómo sabe Borges que son todos pájaros en el cielo, y no una mezcla de pájaros y drones, por ejemplo? Asume que son pájaros, porque los pájaros tienden a estar rodeados de más pájaros, pero en realidad no lo sabe, de la misma forma en que asumimos que los números están rodeados de otros números o que las palabras en la página están rodeadas de otras palabras.

Llegamos a un impasse. Por un lado, los detractores de la conciencia-F le dicen al sujeto experimental que está engañado respecto de su sensación subjetiva de haber visto todas las letras en la pantalla, aunque, por otro lado, están de acuerdo con el sujeto cuando declara que fue incapaz de percibir modificaciones entre las imágenes sucesivas de un experimento de ceguera al cambio. Por el otro lado, los defensores de la conciencia-F están de acuerdo con el sujeto cuando afirma haber visto todas las letras, aunque niegan que no haya sido consciente de las modificaciones entre imágenes sucesivas durante el experimento de ceguera al cambio. Cada posición está de acuerdo con el sujeto en algo, pero en desacuerdo en otra cosa. 

Después de leer esta discusión, el sujeto experimental podría terminar preguntándose: “¿Quiénes son todas estas personas y por qué me están diciendo qué es lo que veo y qué es lo que no?”.

Resulta que esta no es una mala pregunta. Quizás las intuiciones sobre la conciencia-F dependen de cómo distintos sujetos experimentan el experimento mismo. Si indagamos más profundamente, quizás descubramos que no todos los sujetos están absolutamente confiados respecto de haber visto todas las letras. Quizás también podríamos descubrir que para algunos el tono apareció en simultáneo junto con las letras (de forma tal que para ellos reportar las letras fue tan sencillo como dirigir la atención a la fila indicada por el tono), mientras que para otros las letras ya habían desaparecido para el momento en que el tono indicó la fila, y recuperaron las letras correspondientes apelando a alguna forma de memoria. Cuando insistimos en estudiar los contenidos de la conciencia en intervalos muy cortos, tan cortos que la información no alcanzó a publicarse por completo en el cerebro, no es extraño que distintas personas reporten distintas experiencias, y que esos reportes sean un reflejo de las idiosincrasias de cada participante individual –es decir, aspectos únicos de su propio nudo–.

Por ejemplo, algunas personas parecen ser mejores o poseer mayor inclinación a representar información de manera visual. Estas son las personas que naturalmente piensan en forma de imágenes, tienen una imaginación visual activa, y todas las noches experimentan sueños vívidos a todo color. Por el contrario, otras personas poseen una extraña condición llamada afantasia, por la cual les resulta difícil o imposible representar información visualmente en su conciencia. Estas personas rara vez piensan en imágenes y sus sueños son historias que transcurren en total ausencia de contenido visual. No sería correcto decir que los afantásicos poseen una discapacidad, dado que su performance es en gran medida indistinguible de la del resto de la población. La diferencia no reside en el comportamiento, sino en los procesos conscientes que median dicho comportamiento –en el caso de los afantásicos, estos procesos carecen en gran medida de una componente visual–.

Los afantásicos, por supuesto, no son ciegos. No tienen problema alguno en experimentar el mundo visual tal como lo experimentan todas las demás personas. Quizás la percepción de los afantásicos se encuentra menos influenciada por la ilusión de que existe más contenido consciente que aquel reportable verbalmente. Es posible que una persona con dificultades para formar representaciones visuales no se encuentre tan convencida de que fue capaz de percibir visualmente todas las letras del experimento, incluso aquellas que no pudo reportar. En mi experiencia, esta diferencia entre individuos se pone de manifiesto en experimentos donde se enmascara un estímulo numérico, haciendo que distintos sujetos tengan concepciones diferentes sobre el significado de la palabra “ver”. Para aquellas personas que son pobres visualizando, parece ser posible disponer de la identidad del número sin que esa información se encuentre acompañada de una experiencia fenoménica de haber visto el número.23Este es mi caso, por ejemplo. Muchas veces estos sujetos no están dispuestos a afirmar que vieron el número, aunque sí saben cuál es. Por otra parte, los sujetos que son buenos visualizadores siempre afirman ver el número cuando acceden a la información sobre su identidad. Es importante notar que esta diferencia no se traduce en distintos comportamientos durante la tarea: ambos tipos de sujetos son igualmente capaces de identificar y discriminar el número. La diferencia reside en cómo cada uno de ellos reporta haber experimentado el experimento mismo en su conciencia. 

Una forma distinta de llegar a la misma conclusión es considerar los siguientes diagramas, en los cuales cada uno de los módulos representa los procesos neuronales que dan origen a la conciencia-F o a la conciencia-A:

FIG. 4.7.1 EL ORDEN DE LAS CONCIENCIAS

En estos diagramas, la información fluye (en el sentido que indican las flechas) desde la periferia sensorial hasta las neuronas que envían comandos motores a los músculos. En el primero de ellos, por ejemplo, primero ocurre la conciencia-F y posteriormente ocurre la conciencia-A. Esto quiere decir que por un instante de tiempo existe la experiencia subjetiva fenoménica sin que la información se haga pública en el cerebro y se encuentre, por lo tanto, disponible para las distintas funciones cognitivas. Esta es la situación que defiende Victor Lamme con su modelo de la conciencia. El segundo diagrama ilustra la situación opuesta: primero accedemos a la información desde un punto de vista funcional y luego esto genera una experiencia subjetiva. En el último diagrama, la conciencia-F y la conciencia-A ocurren en simultáneo y en paralelo, de forma tal que es posible tener una de ellas sin la otra, y viceversa. 

Pero todos estos diagramas poseen un defecto fundamental: en ellos, la conciencia-A y la conciencia-F emergen por separado como consecuencia de distintos procesos neuronales. En otras palabras: sea cual sea el rol funcional de la conciencia en el cerebro, la existencia de una caja separada llamada conciencia-F implica la necesidad de representar la información nuevamente en otros circuitos neuronales, esta vez para que sean experimentadas sus propiedades cualitativas, o qualia. Esto resulta extrañamente redundante: ¿por qué necesitamos dos cajas, una para cada tipo de conciencia? ¿Por qué la evolución habrá favorecido esta duplicación de recursos con el único objeto de que exista la conciencia fenoménica, la cual (aparentemente) es inerte desde el punto de vista funcional? ¿Es necesario para el organismo gastar recursos en rerrepresentar la información para que exista el “cómo se siente” disponer de dicha información?

En realidad, el diagrama que mejor se aproxima a la realidad es el siguiente:

FIG. 4.7.2 EL ORDEN DE LAS CONCIENCIAS

Los procesos detrás de la conciencia-A son los mismos que dan origen a las sensaciones subjetivas. Una vez que ocurre la publicación de la información en el cerebro, ya está: no debemos buscar algún misterioso circuito cerebral que deba activarse para que, además, la persona experimente sensaciones tales como la rojez del rojo o el desagradable dolor de una muela con caries. Estas sensaciones subjetivas son la forma en que el sujeto experimenta, en primera persona, el proceso de publicación de la información en el cerebro. Esto explica (una vez más) por qué el concepto de correlato neuronal de la conciencia carece de sentido: si bien en los primeros tres diagramas es posible introducir cortes que aíslen la caja correspondiente a la conciencia-F, en el último diagrama la conciencia-F y la conciencia-A están inseparablemente unidas (anudadas) precisamente porque se trata de la misma cosa. Cualquier intento de aislar la conciencia-F mediante la progresiva remoción de regiones implicadas en la conciencia-A está destinado a fracasar precisamente en el momento en que todas estas regiones hayan sido removidas, y por consiguiente también todas aquellas relacionadas con la conciencia-F (tal como ilustró el marciano en su exposición práctica del capítulo anterior).

En nuestra experiencia cotidiana del mundo, ambas caras de la conciencia se manifiestan por igual. Pero a medida que limitamos progresivamente la información disponible para el cerebro (por ejemplo, presentando estímulos enmascarados durante tiempos más y más cortos), encontramos distintas respuestas dependiendo de cada sujeto experimental. Algunos poseen una mayor propensión a representar la información mediante su conciencia-F, mientras que para otros el mismo conocimiento aparece sin sensaciones fenoménicas asociadas, es decir, se presenta directamente a la conciencia-A. Estas diferencias son muy sutiles, pero se exageran intencionalmente cuando se arranca al cerebro de su modo de operación cotidiano para enfrentarlo a estímulos artificiales y apenas perceptibles. 

Y en esta situación, ¿qué determina la forma en que se experimentan los estímulos? Aventuramos que una mayor capacidad para conjurar contenido con carácter fenoménico (incluso en la ausencia de estímulos) puede ser un prerrequisito para poseer una rica conciencia-F. Esto no se limita únicamente al dominio visual: aquellas personas capaces de imaginar sonidos y melodías de forma vívida podrían ser más propensas a extraer información de estímulos apenas audibles mediante una representación de esos estímulos con carácter fenoménico. Lo mismo podría pasar con aquellas personas capaces de imaginar nítidamente sensaciones táctiles, gustativas u olfativas. Y la imaginación no es el único rasgo a tener en cuenta: la familiaridad con los estímulos podría ser otro factor clave –por ejemplo, alguien con un gran conocimiento sobre las banderas del mundo podría detectar e identificar un estímulo visual muy débil con la bandera de Argentina generando una representación visual fenoménica de la bandera (“viéndola”), mientras que alguien más inexperto podría llegar a la conclusión de que se trata de la bandera argentina sin poseer ese tipo de experiencia–. En última instancia, quizás sea necesario considerar la suma de todas las experiencias pasadas de nuestro sujeto para entender la forma en la cual experimenta nuestro experimento sobre la conciencia. Esta es una posibilidad que vamos a investigar a partir del próximo capítulo.

Trazamos, entonces, un círculo completo para reencontrarnos con algunos de los problemas que identificamos al comienzo de este capítulo. ¿Qué tanto sabemos sobre nuestro sujeto experimental y lo que quiere decir cuando aprieta botones en el teclado? Cuando le preguntamos al sujeto si vio algo, ¿estamos seguros de que ambos entendemos lo mismo por “ver”? Cuando le decimos al sujeto que está participando en un experimento sobre la conciencia, ¿qué significa exactamente la conciencia para el sujeto? ¿Conciencia-F, conciencia-A, o algo distinto a ambas? ¿Qué clase de alianza existe entre un sujeto experimental y un grupo de científicos dispuestos a discutir sobre los contenidos de su conciencia sin haberle hecho una larga lista de preguntas para entender con más precisión cómo experimenta dichos contenidos? Incluso si quisiéramos explorar con el mayor detalle posible la experiencia subjetiva del sujeto experimental, ¿tendría este las palabras y conceptos adecuados para transmitirnos su experiencia mediante el uso del lenguaje? En otras palabras: si hay muchas formas distintas de experimentar un experimento (quizás tantas como personas diferentes), entonces, ¿es nuestro lenguaje lo suficientemente rico como para discriminar entre todas estas posibilidades?

¿Y qué hay de la controversia entre conciencia-F y conciencia-A? Quizás debamos admitir que las discusiones al respecto surgen de una distinta propensión a representar la información mediante experiencias visuales (o de otro tipo) con carácter fenoménico. Aquellas personas que tengan una gran propensión a esto encontrarán dificultad para entender cómo es posible acceder a información sobre el mundo en ausencia de conciencia-F. Creerán naturalmente, de forma implícita o explícita, en la existencia de la conciencia fenoménica. En cambio, las personas incapaces de cerrar los ojos y tener una experiencia visual con contenido fenoménico se mostrarán más reacias a admitir que hay algo más en su conciencia que su componente cognitivo, es decir, su función como publicación masiva de la información en el cerebro. 

Esta es una posibilidad incómoda para la tendencia de la ciencia a querer adoptar un punto de vista objetivo, un punto de vista que sea imposible de contaminar por la subjetividad de cada científico individual. Pero los científicos marcianos siempre ven más allá de nuestros sesgos y limitaciones y saben perfectamente qué tienen que hacer para demostrar en la práctica esta falsa dicotomía. Todos los años, los estudiantes marcianos viajan al planeta Tierra con motivo de su trabajo de fin de curso para encontrar dos especímenes terrestres a quienes llaman tipo F y tipo A. Los ejemplares tipo F son artísticos e imaginativos, capaces de visualizar las escenas más complejas y coloridas con los ojos cerrados. Todas las noches, los tipo F tienen sueños intensos y visualmente vívidos. Por el otro lado, los ejemplares tipo A son incapaces de soñar, imaginar o incluso recordar en términos visuales, y la idea de tener “imágenes en la cabeza” les resulta muy extraña. Los marcianos someten todos los años a múltiples ejemplares tipo A y tipo F a experimentos de neurociencia y percepción con el objeto de ilustrar cómo el mundo consciente de los tipo A se inclina a representar la información mediante conciencia-A, mientras que los tipo F transitan con mayor frecuencia experiencias que solo parecen ser compatibles con la existencia de la conciencia-F. Quizás alguna vez Daniel Dennett o Stanislas Dehaene hayan sido secuestrados como ejemplares tipo A, y Ned Block o Victor Lamme hayan sido secuestrados como ejemplares tipo F.

Puede que, llegado este punto, el lector se sienta agotado de tantos debates sin salida sobre lo que sucede durante unos pocos milisegundos. La discusión entre conciencia-F y conciencia-A se desarrolla hace décadas sin que ninguno de los dos bandos le saque ventaja al otro en términos de evidencia experimental. En este capítulo adoptamos una perspectiva diferente, retrocediendo sobre nuestros propios pasos hasta encontrar algo que asumimos, pero que en realidad tendríamos que haber evaluado más críticamente. En este caso, ese punto corresponde al momento en que afirmamos “puedo inferir lo que hay en la conciencia de mi sujeto experimental porque, de acuerdo con las instrucciones del experimento, puedo imaginar que yo habría hecho lo mismo de haber tenido la misma experiencia consciente”. Esto sería cierto si todos los sujetos experimentales fuesen la misma persona (nosotros mismos), pero por supuesto, no es el caso. Incluso para el mismo sujeto experimental podemos imaginar distintas formas o modos de ser consciente que lo apartan de la experiencia subjetiva canónica que equivocadamente propusimos. Llegado este punto, queda una sola dirección en la que podemos movernos: la exploración de distintas formas de ser consciente, ya sean las modificaciones dramáticas experimentadas por trastornos neurológicos y psiquiátricos, las alteraciones inducidas por ciertos fármacos, o las sutiles variaciones entre sujetos sanos y despiertos, que se amplifican cuando empujamos contra los límites de la percepción en nuestros paradigmas experimentales.

Si bien el rumbo está claro a partir de ahora, todavía tenemos mucho trabajo que hacer. Ya disponemos de un arsenal de metáforas que nos permiten pensar sobre la conciencia, la mente y el cerebro desde distintas perspectivas. Ahora necesitamos desarrollar herramientas teóricas y experimentales para recorrer con mayor completitud y especificidad el espectro de las distintas conciencias. Tal vez quien lee encuentre en las próximas páginas la posibilidad de identificar a qué clase de conciencia corresponde la suya propia.