El Síndrome del Ladrón de Cuerpos
Notas

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El Síndrome del Ladrón de Cuerpos

¿Qué hace que reconozcamos a una persona como tal?

Si es cierto que el hombre vive siempre al borde de un abismo, entonces casi todos los hombres deben experimentar momentos de algo que llamaríamos nivel precognoscitivo, cuando las vastas e imperceptibles profundidades que existen siempre bordeando el pequeño mundo del hombre se convierten por un momento en tangibles, cuando el terrible pozo de conocimientos sin frontera, que incluso las mentes más brillantes sólo han vislumbrado, asume una apariencia borrosa capaz de llenar de terror al corazón más duro. ¿Conoce algún ser viviente los verdaderos orígenes de la humanidad? ¿O el lugar que al hombre le corresponde en el universo? ¿Sabe si el hombre está destinado al ignominioso final de un gusano?

La sombra fuera del tiempo, Howard Phillips Lovecraft

 

Al ver ese párrafo se notan un par de cosas. Si acostumbrás leer historias de miedo, puede que te llame la atención que el tipo usó la palabra ‘terror’ en forma explícita (cosa que no se hace) y ahí nomás, en la página 1. Otros capaz lo tuvieron que leer dos veces y se quedaron pensando sobre el alto viaje que tenía cuando escribió eso. Pero lo que seguro, segurísimo te diste cuenta es que el flaco chocolateaba adjetivos por todos lados. Había comprado el Groupon y lo tenía que usar.

Lo interesante de ese cuento no es tanto el festín lingüístico sino de qué va la historia: un ser de otro tiempo se apodera del cuerpo de un hombre y empieza a comportarse de forma que sus familiares y amigos lo desconocen. Ladrones de cuerpos. Clones idénticos y hermanos gemelos malvados.

Que alguien se ‘robe’ un cuerpo o la identidad de una persona es una temática usada, un lugar común con a veces más, a veces menos vueltas. En algún lugar de nuestra mente está el temor fantasioso de no reconocer a nuestros seres queridos y que hayan sido suplantados por otros. Completamente fantasioso. Completamente loco. O no. Capaz puede pasar, como le pasó al psiquiatra Joseph Capgras allá por 1923.

Resulta que al Pepe Capgras un día le cayó una paciente de esas que uno ya ve venir complicada y le cuenta que su esposo había sido reemplazado por un doble. Este ser se veía exactamente igual que su marido, hacía todo como su marido pero no era su marido. ‘Señora, el matrimonio cambia a la gente’, podría haber contestado el Pepe y la historia hubiera tomado un rumbo diferente, pero ¿Cómo podía ser que la señora lo reconociera y no lo reconociera al mismo tiempo? (fenómeno también conocido como ‘El marido de Schrödinger’)

Cuando vemos un objeto, la luz que se refleja en él pasa por nuestros ojos, sigue por el nervio óptico, mete un par de paradas intermedias y finalmente es interpretada en la corteza visual (en lóbulo occipital, al Norte de la nuca, pero para adentro). Hasta ahí a grandes rasgos es el camino que sigue la visión de cualquier objeto. Veo algo y lo reconozco. Ahora, con los rostros sucede algo diferente, ya que hay un área del cerebro específicamente dedicada a reconocerlos. Se trata del giro fusiforme, ubicado en el lóbulo temporal (de la oreja para adentro). Y hay un motivo muy importante por el cual hace falta este trato especial; si tenemos en cuenta que somos animales sociales, es necesario poder reconocer rápidamente si el simio que tengo enfrente es amigo o enemigo.

Cada rostro está constituido por distintos elementos como nariz, cejas, orejas, etc. y sería muy poco eficiente grabar toda esa información por cada rostro que nos crucemos en nuestras vidas. Es por eso que en realidad lo que sucede es que en el área fusiforme se tienen en cuenta las distancias relativas de cada uno de estos elementos para con la nariz. Un nazocentrismo facial por decirlo de alguna manera. Es decir, el cerebro usa un algoritmo loco de compresión de datos en donde lo único que importa es qué tan lejos queda algo de la napia. Algo así como un zip de caras. O facespace, como es llamado científicamente.

La cosa se nos complica aún más cuando nos damos cuenta de que no es lo mismo carita feliz que carita triste, y que saber si es amigo o enemigo requiere sentimientos. Ahora empezamos a ver por qué entender rostros es tan importante. ¿Qué pasa cuando la persona que vemos es alguien querido? ¿O alguien que odiamos? Siempre que hay alguna emoción involucrada está el sistema límbico de por medio. Hay una conexión entre la amígdala y la parte del cerebro que interpreta los rostros, y se activa cada vez que vemos a alguien por quien sentimos alguna emoción. Resulta que la razón por la que sabemos que mamá es mamá no tiene tanto que ver con la cara estricta de mamá sino con las sensaciones de afecto, lealtad, etc. que se evocan en simultáneo. Mamá es la visión de mamá y la sensación de mamá. Así es, lo que importa es qué se siente, o sea que todos los caminos conducen a la necesidad de construir nuestra realidad usando información respecto de la percepción sensorial externa pero también de la emocional, información usualmente requerida a un país limítrofe no hispanoparlante.

El síndrome que descubrió don Capgras no es ni más ni menos que lo que ocurre cuando hay daño anatómico de esa conexión entre lo que veo y lo que siento (ojota, que es el ‘siento’ en términos emocionales); cuando se altera la integración de eso que conocemos como el mundo y que implica armar un todo partir de un montón de ángulos distintos, y que resulta en esa asociación que nos avisa ‘esta es Claudia, tu hermana a la que querés mucho’, ‘ese es el tío Jacinto, que te cae mal’ o ‘ese es Marcelo, aquel que nadie quiere conocer’.