Capítulo 1

Capítulo 1

13min

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La respiración de Lotte había dibujado una nube de bordes irregulares sobre el espejo del baño. Con dedos largos y precisos, su mano y la mano del reflejo recorrieron sus bocas de un lado al otro, emprolijando el labial bordó. Se echó hacia atrás, examinó el resultado y estiró una mano hacia mí.

—A ver —dijo—, prestame el tuyo.

Le alcancé el único brillo labial que había traído, rosa pálido, apenas brillante. Seguí poniéndome rímel inclinada sobre el lavamanos y ella volvió a tomar la misma posición. Se había enroscado la falda del vestido entre las piernas para alejarlo de la superficie de mármol, salpicada por las otras agentes que habían pasado por ahí más temprano.

Se oyó la descarga de un inodoro y la imagen de Chandra se sumó a las nuestras en el espejo. Se ubicó al otro lado de Lotte, que sostenía el brillo rosa por encima del labial bordó.

—No combina con tu vestido —opinó.

Lotte hizo un gesto vago con la mano, como si ahuyentara las palabras. Me devolvió el labial sin usarlo y juntó sus cosas.

—Bueno, yo estoy lista —dijo—. Las veo allá.

Chandra esperó a que Lotte desapareciera detrás de la puerta para lavarse las manos y empezar a prepararse. Del sobre de cóctel que había combinado con su sari extrajo un lápiz de delineador líquido.

Me había distraído un minuto, menos de un minuto, lo suficiente para que se me fuera la mano con el rímel. Cuando volví a mirarme la cara descubrí una mancha negra y oleosa en el párpado. Arranqué una toalla de papel del dispenser y froté hasta que la mancha se convirtió en una sombra, le puse corrector por encima y lo difuminé con los dedos. Me eché el flequillo en la cara y esperé que sirviera para disimular la mancha, que ahora parecía gris, y el cansancio que se esparcía sobre todo lo demás. Me acomodé las solapas del blazer y palmeé el bolsillo derecho para confirmar que el pin de Harris siguiera ahí.

—¿Vamos? —me preguntó Chandra. Se había hecho un delineado grueso e impecable que se extendía desde los lagrimales hasta las sienes, los extremos afilados como la hoja de un bisturí.

Una última mirada en el espejo me confirmó que no habría soluciones mágicas. La única forma de arreglarme la cara sería desmaquillarme y empezar de cero, pero ya eran las nueve menos veinte y no íbamos a llegar al acto. Metí el brillo labial, el rímel y el corrector en el bolsillo interno del blazer y seguí a Chandra a través de la puerta del baño y hacia el ascensor.

En la planta superior había más agentes rezagados. Iban ajustándose los nudos de las corbatas o los breteles de los vestidos mientras enfilaban hacia la salida que llevaba al edificio principal. Algunos no se habían molestado en arreglarse y llevaban blazers o sacos por encima de los conjuntos de jogging gris proporcionados por la Agencia. Uno a uno se turnaban para apoyar los pulgares en el lector dactilar a un lado de la puerta, y uno a uno, con un intervalo de pocos segundos, desaparecían por el pasillo que se internaba en la noche. Nos formamos entre los demás.

 Cuando llegó nuestro turno fui primera. La superficie del lector estaba tibia y brillaba en un blanco deslumbrante, azulino. El lector parpadeó, se puso verde y mi nombre, foto y número de identificación aparecieron en la pantalla. La puerta se abrió con un suspiro; un momento estaba cara a cara con una superficie de metal liso y al siguiente me enfrentaba al vacío frío y seco del pasillo. Atravesé el umbral y la puerta se cerró detrás de mí con la misma velocidad con la que se había abierto.

Esperé en la penumbra. En las esquinas inferiores, donde las paredes y el techo de vidrio se encontraban con el suelo, había tubos de luz tenue y amarilla. No veía con nitidez del otro lado del vidrio, pero podía sentir la presencia oscura y silenciosa del desierto, que se extendía en todas direcciones. A lo lejos, suspendidas en las siluetas de las montañas, distinguía las luces rojas de los observatorios y telescopios. Más allá de las montañas, la sombra pálida de la Vía Láctea atravesaba la cúpula de estrellas.

Volvió a oírse el suspiro de la puerta, como una bestia recuperando el aire después de una zambullida. Chandra se acercó y, otra vez juntas, atravesamos el pasillo. Las cuentas bordadas al sari soltaban destellos a su paso, se multiplicaban sobre las paredes y el techo, una pequeña constelación que migraba hacia el suroeste. Me abracé el cuerpo y me pregunté si no tendría frío con los brazos desnudos. La noche siempre era inhóspita en el desierto, pero esa parecía más fría, a pesar de que ya llevábamos diez días de verano.

Al final del pasillo se repetía la escena del principio. Una fila breve de agentes, la luz blanca y la luz verde, nombres, caras y números en una pantalla, el suspiro exagerado de la puerta. Del otro lado, un grupo obstruía la salida. Formaban un semicírculo en torno a un hombre que contaba una historia para la que parecía imprescindible gesticular con el cuerpo y reproducir unas cuantas onomatopeyas. Sobre el corazón, prendido a las solapas de sus sacos negros, todos llevaban un pin con una letra A atravesada por una cola de fuego.

Sentí que Chandra se estiraba para llegar a mi oído. Susurró los astroboys se vinieron de gala mientras señalaba los guantes blancos que cubrían sus manos. La risita que solté hizo que algunos se giraran hacia nosotras. Dos se sonrieron como si pudieran ser la fuente de nuestro entretenimiento, a pesar de que estaban ahí, escuchando, sin hacer nada especial. Un tercero nos miró como si nosotras estuviéramos ahí para entretenerlo a él, y sentí que sus ojos nos seguían hasta que lo perdimos en la multitud.

El edificio principal era una explosión de decoraciones festivas distribuidas entre el hall y la Sala Magna, donde se congregaba el grueso de la gente. De las vigas de acero que atravesaban el techo colgaban guirnaldas plateadas, rojas y doradas. En una esquina habían armado un árbol de Navidad y habían reemplazado la estrella de Belén con una reproducción del sistema Alfa Centauri. La tríada de estrellas, una amarilla, una naranja y una roja, Próxima Centauri, en compañía de su planetita, estaban hechas de telgopor y agarradas entre sí con alambres. Parecía una manualidad escolar, como de último momento, que me hizo preguntarme si la jornada de decoración habría sido accidentada.

—No sé —me contestó Chandra mientras nos escurríamos entre el borde de una mesa y un hombre petiso y transpirado—. La mitad de estas personas no son religiosas, y la mayoría de los que sí, no somos católicos. Alfa Centauri es una elección más a tono con el público, ¿no te parece?

Encontramos al resto de nuestro equipo en el extremo opuesto de la Sala Magna, reunido frente a uno de los ventanales que dejaban entrar la oscuridad del exterior. Rosty nos saludó desde lejos con una mano ancha y rosada, y para cuando llegamos a su lado Lionel ya tenía listas dos copas.

Acepté una y di un sorbo tentativo, esperé que el vino blanco no me invitara a quedarme dormida en una silla antes de que acabara la fiesta. Había tenido un día muy largo, enrollado y desenrollado alrededor de una conversación con Harris que había empezado al alba y terminado poco antes del ocaso. Y al ocaso, por mala fortuna mía o buena fortuna suya, me había cruzado a Magyar en un ascensor, lo que derivó en otra conversación larga que no quería tener. Había tenido media hora para prepararme para la ceremonia y tres años para prepararme para ese momento, y a la hora de la verdad sentía la cabeza llena de algodón, como si estuviera en un sueño.

Inspiré profundo y en la exhalación enderecé la espalda, levanté la cabeza y estudié nuestro entorno. Sin ninguna sorpresa descubrí que, contrario a lo que sentía, el mundo no había sufrido un cambio trascendental de la mañana a la noche. Los demás agentes charlaban y tomaban y comían en grupitos. La mesa a mi espalda mantenía una conversación poco animada sobre la cadena de montaje del taller principal, que llevaba varias semanas en reparación y mantenía muchos proyectos en vilo. Unos metros más allá, Lotte charlaba con unas ingenieras de la T2. Acá, Chandra y Rosty habían retomado uno de sus debates eternos.

El tema de la noche disputaba algo sobre la radiación interestelar, algo sobre una estación espacial debilitada, algo sobre los síntomas del envenenamiento por radiación y la segunda venida de Hisashi Ouchi. La voz de Chandra repetía que no, no era recomendable exponer a un astronauta a la radiación interestelar para ver qué pasaba.

Rosty se cruzó de brazos. Tenía puesta una remera del Doctor original debajo de un saco azul a rayas.

—No es para ver qué pasa. Sería parte de un experimento. Ya sabés, amor a la ciencia, sed de conocimiento…

—Ganas de ver el mundo arder —lo interrumpió ella.

—Eso también, ¿por qué no?

Tuve la intención de intervenir en la discusión, al menos para tirarle un salvavidas a Lionel, que había quedado en el fuego cruzado de los otros, pero un pitido recorrió la habitación, rebotó en el techo y ahogó cada una de las conversaciones. Me tuve que quedar con las palabras en la boca, la cabeza vuelta hacia el frente de la sala más por instinto que por voluntad.

De pie sobre el escenario estaba la Directora, los labios rojos a tono con las decoraciones, y el pelo rubio, casi blanco, recogido en un rodete tirante. A su espalda, una pantalla mostraba el logo de la Agencia y su orgullosa estrella fugaz, igual de blanca, roja y dorada que las guirnaldas. 

Enderezó los papeles que sostenía en una mano y se inclinó sobre el micrófono. Su voz también rebotó en todas partes, omnipresente.

—Buenas noches, agentes y empleados de la Agencia. Hoy nos reunimos para dar por concluido otro ciclo de evolución y progreso en el que cada uno de ustedes jugó un papel esencial. —Hizo una pausa que se llenó de aplausos protocolares; me hallé a mí misma sonriendo y aplaudiendo con los demás. —Este año realizamos cinco despegues exitosos, y en este preciso momento dos naves no tripuladas viajan en dirección a las lunas de…

—Miren, ahí está Kane —susurró Lionel.

En una esquina del escenario distinguí la figura inconfundible de Harris, una mata de pelo canoso flotaba alrededor de su cráneo como una nube de tormenta. Siempre en movimiento, sus manos rebotaban de un bolsillo al otro y de los bolsillos al cuello de la camisa negra y al pelo. Parecía un adolescente, activo y ansioso, insaciable, lleno de energía, lo que hacía que su partida me resultara aún más extraña. Junto a su silueta se recortaban las de un hombre y una mujer, ambos encorvados sobre sí mismos como si, al igual que yo, sintieran un gran peso en los hombros.

Lotte se acercó a nosotros y enroscó un brazo con el de Lionel. Repetía mon Dieu, mon Dieu como si con eso pudiera resolver algo, detener la ceremonia antes de que los cambios fueran irreversibles.

—Esta mañana firmamos la sucesión —dije en voz baja. Se me escapó sin que me diera cuenta, y cuando estuvo afuera no tardó en adquirir una forma material y viscosa sobre mis labios, como un ungüento de aloe vera.

Rosty soltó un silbido y murmuró:

—El rey ha muerto. Larga vida a la reina.

No supe qué contestarle, y para disimularlo fui a dejar la copa vacía en la mesa más cercana. Vi mi mano dejar la copa, pero no parecía mi mano, sino otra cosa. Otra, en mi lugar. Otra, en un lugar que no le correspondía.

Devolví la atención al frente. La Directora había empezado a listar las metas que la Agencia tenía para el próximo año, cada vez más grandes, cada vez más. En la pantalla pasaban imágenes de astronautas flotando en el vacío y de microorganismos flotando en placas de Petri, de naves propulsándose hacia un cielo azul o aterrizando en superficies lejanas.

Con un gesto de la mano invitó a los agentes veteranos a acercarse, mientras a su izquierda aparecía un secretario con un estuche de cuero. Harris formó último en el pequeño grupo, sonrió y aplaudió mientras la Directora colgaba medallas en los cuellos de los otros dos y les daba las gracias por sus años de servicio. Resonaron también los nombres de los agentes que habían ido dejando el complejo a lo largo del año, que recibieron un aplauso discreto y rezagado, in memoriam.

Hizo una pausa antes de presentar a Harris y enumerar sus logros, el servicio inconmensurable que le había prestado a la humanidad durante los últimos treinta años. El profesor Harrison Kane, dijo, era el último de los miembros fundadores en retirarse, la persona con mayor antigüedad en la historia de la Agencia. Después de darle la medalla lo abrazó con algo que a la distancia casi se parecía al cariño. A la distancia también me pareció que Harris se sonrojaba, aunque podría haber sido un efecto de la luz.

Los tres agentes formaron hombro con hombro para recibir los aplausos de sus colegas y amigos, la despedida del mundo que habían conocido y al que ya no iban a regresar. No pude evitar preguntarme cómo me sentiría al estar de pie en ese escenario, frente a esas caras teñidas por los colores de la Agencia, y saber que sería mi último momento como agente. Que ya no habría más desierto de sal, observatorios ni laboratorios, no más estrellas que se sienten tan cerca que una podría tocarlas con la mano.

Distinguí el momento en el que Harris nos encontraba en la multitud y sonreía ancho, más ancho. Lotte le tiró un beso y él hizo el gesto de atraparlo y guardárselo en el bolsillo. Rosty volvió a silbar y le gritó algo en esa lengua tan extraña, y Harris le contestó con una carcajada que resonó sobre el eco de los aplausos.

Fui la última en recibir su atención. No podía aplaudir, festejar ni lagrimear; todo el tiempo lo observé con la conciencia de quien despide a un cometa pasando a lo lejos y cada vez más lejos, y sabe que tarde o temprano va a perderlo entre luces brillantes. Su sonrisa flaqueó por primera vez, reemplazada por un gesto sereno, algo que también parecía orbitar muy cerca del cariño.

Hundí la mano en el bolsillo y extraje el pin que me había dado esa mañana. La insignia que había pendido del pecho de Selina Harmon durante quince años, y del pecho de Harris durante los últimos tres, ahora estaba en mis manos. Parecía más frío, más grande y pesado que esa mañana, como si en su interior hubiera florecido un pequeño corazón de plomo. Pasé la yema de un dedo por las letras negras grabadas sobre el fondo plateado. División C7 - Comandante.

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