Pienso que el miedo a una vida sin propósito, sin posibilidad de trascendencia, puede estar íntimamente ligado a la resistencia a una visión crítica y escéptica de la naturaleza y de la mente humana. 1En algún sentido, esta es la continuación de una reflexión que comencé en mi primer libro, Neuromagia, publicado en 2015, donde enfaticé la importancia de los conocimientos provenientes de la magia moderna, el ilusionismo, para entender el funcionamiento de nuestra mente, nuestra relación con el cosmos y la naturaleza de los engaños y autoengaños.
Hay un axioma fundamental de la neurociencia cognitiva: el de que existe un correlato neuronal único para cada fenómeno mental, para cada pensamiento, emoción o sentimiento. 2No confundir con los dos axiomas que propusimos como puntos de partida (principio de igualdad y moral secular). Cada estado mental se corresponde con un estado en el mundo físico, el mundo de los átomos, las moléculas, las neuronas, el espacio y el tiempo. Existe, plantea este axioma, un isomorfismo entre estos dos mundos: el mundo de la mente (propio, subjetivo e inefable) y el mundo objetivo (compartido y común a todos).
El psicólogo estadounidense Steven Pinker señala que, cuando el físico y premio Nobel Francis Crick −descubridor de la estructura en doble hélice del ADN junto con James Watson, Maurice Wilkins y Rosalind Franklin− tituló su libro sobre el estudio del correlato neuronal de los fenómenos mentales La hipótesis extraordinaria, muchos científicos se burlaron. Es que tanto nos hemos acostumbrado quienes trabajamos en el área a esta idea que a veces olvidamos o desestimamos su profundidad, su maravilla, su misteriosa calidad de extraordinaria.
Aristóteles creía que el cerebro era un radiador de calor. Descartes creía que, en la glándula pineal −una estructura en el centro del cerebro−, se daba la conexión entre el mundo de la mente, regido por sus propias leyes, y el mundo natural en el que viven nuestros cuerpos. Para graficar la visión cartesiana de la relación entre mente y cuerpo, entre materia y consciencia, se suele dibujar a un hombrecito, un homúnculo, sentado dentro de la glándula pineal mientras recibe órdenes del mundo de las emociones y los sentimientos, el mundo inmaterial de la consciencia, y en base a esas órdenes jala las palancas y poleas que mueven nuestro cuerpo y producen nuestro comportamiento. 3En la hermosa película animada Intensamente, de 2015, se explora esta idea de forma muy simpática y tierna. Descartes era consciente de que, si postulamos la existencia de un mundo inmaterial o una consciencia inmortal que nos constituye e interfiere en nuestro comportamiento y nuestras decisiones, entonces, en algún lugar del cerebro, algo debía comportarse no de acuerdo a las leyes de la física y de la química, sino del mundo mental inmaterial, leyes a las que no tenemos acceso y que son en principio incognoscibles (a esto se lo suele llamar “dualismo cartesiano”).
El isomorfismo entre el mundo de la mente y algún aspecto a descubrir del mundo natural está lejos de ser obvio. Pero hoy la hipótesis “extraordinaria” de un correlato físico del cerebro y del cuerpo para cada fenómeno mental es adoptada como axioma fundamental de trabajo por la neurociencia cognitiva. Este proceso, pienso, es bastante común en ciencia: la teoría de la relatividad, por ejemplo, fue percibida como extraordinaria, asombrosa y poco intuitiva en sus comienzos (¿a quién no le hubiera parecido un delirio al principio?), pero luego de observar una y otra vez su validez en infinidad de contextos, la asumimos como ley, como axioma para explicar el universo a gran escala. De la misma manera, a medida que vamos descubriendo los correlatos neuronales de innumerables procesos mentales, es sabio y confiable admitir, más allá de toda duda razonable, el hecho de que nuestra consciencia tiene un correlato en el mundo físico.
Pero es difícil aceptarlo. Esta dificultad se presentó ante mí en todo su esplendor cuando, en uno de los diarios de mayor circulación en Argentina, salió una nota sobre las diferencias en el cerebro de hombres y mujeres y se armó un gran revuelo. Muchas personas sostuvieron que creer que existe una diferencia entre los cerebros de hombres y mujeres es sexista. 4Recordemos que, como ya se mencionó, existen grandes diferencias de género en la incidencia de trastornos psiquiátricos y, a la luz de la necesidad de entenderlas, en los últimos años se realizaron variadas investigaciones sobre las diferencias estructurales y funcionales en el cerebro de hombres y mujeres. Pero si en varios aspectos los varones y las mujeres nos comportamos en promedio diferente −cosa sobre la que hay vasta evidencia (por ejemplo, las mujeres tienen, en promedio, mayor desempeño en el reconocimiento de emociones y en la fluencia verbal y los varones, en rotación mental y la estimación de porcentajes)−, ¿cómo podríamos no tener sistemas nerviosos también estructural o funcionalmente diferentes en promedio? ¿Acaso hay un mundo sobrenatural que gobierna nuestro comportamiento y se comunica con el nuestro haciendo que las mujeres y los varones se comporten diferente? ¿Cómo se puede sostener la idea de que nuestros cerebros no son diferentes sin abrazar una concepción esotérica y dualista de la naturaleza? 5Estamos hablando de diferencias promedio, claro, como cuando hablamos de la altura. Los hombres son sólo en promedio más altos que las mujeres, y eso no dice ni predice nada sobre una persona en particular. Además −y acá se rompe la comparación con la altura−, cuando hablamos de diferencias en el cerebro no podemos descartar que se deban pura y exclusivamente a las trayectorias de vida que también son, en promedio, diferentes entre varones y mujeres. Las diferencias promedio en todo tipo de tareas cognitivas entre varones y mujeres han sido ampliamente documentadas. La pregunta no es si existen, sino cuánto de esas diferencias se debe a variaciones en los genes y cuánto a variaciones en el ambiente. Hombres y mujeres no tenemos solamente genes diferentes, sino que desde el instante mismo en que nacemos somos sometidos a trayectorias de vida que son, como dijimos, también diferentes en promedio. Existen estudios que muestran que la cantidad de contacto visual y la forma en que se sostiene a los bebés es distinta desde el instante del nacimiento, dependiendo de si somos hombres o mujeres. La pregunta sobre nuestras diferencias, bien hecha, es interesante e intenta descubrir su origen y su correlato neuronal, no negarlas (ni al correlato neuronal). De hecho, en los últimos dos años distintos artículos han medido diferencias significativas en los cerebros de hombres y mujeres, incluso en la infancia e intrauterinamente (sí, increíblemente, es posible hacer medidas de la estructura de los cerebros de los fetos en gestación). Analizando su estructura, ya se puede establecer si un cerebro es de un hombre o de una mujer con 90% de aciertos, y esta precisión seguramente aumentará en los próximos años. Para una discusión detallada sobre estos temas, puede verse el capítulo correspondiente en el libro Innate, de Kevin Mitchell.
Creo que aún no terminamos de aceptar esta hipótesis extraordinaria; a algunas personas las impacta y hasta las entristece. No es para menos. Es difícil no aferrarse a la intuición cartesiana. Las razones son, sospecho, en buena medida inconscientes, instintivas, más bien filosóficas y de origen evolutivo. Creo que tienen que ver con cierto temor a una vida nihilista sin propósito. Por un lado, como quien piensa que explicar el arcoiris le roba su magia, muchas personas sienten que, si la “hipótesis extraordinaria" fuese cierta, se perdería la belleza del ser. Por otro lado, implicaría la imposibilidad de trascendencia: la explicación científica de la mente nos enfrenta directamente con nuestro miedo a la muerte. Estos dos aspectos se manifiestan también como temas tabú, ya no en un sentido moral, sino más bien filosófico.
A menudo (y esto es algo que, me parece, nos sucede más frecuentemente a los varones) aparece cierto pudor a sensibilizarnos respecto a temas relacionados con la belleza del universo, las maravillas de la vida o el misterio de la existencia. Quiero explicar mejor estas reflexiones, y para ello me pondré un poco cursi y más personal. Pero si hablamos de temas tan fundamentales, ¿cómo no hacerlo?